Coca: Historia política de un agravio

13/03/2009
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En medio de su exposición ante una sesión especial de Naciones Unidas en Viena, el presidente Evo Morales, tomó una hoja de coca y la puso en su boca. Explicó el carácter del acullico, pijcheo, masticación que se practica en los pueblos andinos, no sólo en Bolivia, desde tiempos inmemoriales. Un respetuoso silencio dio marco a ese acto que, absurdamente, todavía se considera en Europa, Estados Unidos y otros países, como una forma de drogadicción. Hace algo menos de 50 años, un canciller boliviano, en esa misma ciudad, aceptaba que Naciones Unidas proscribiera el consumo de coca y centrara sobre Bolivia y otros países hermanos una suerte de anatema por el cultivo de esa hoja.

Hay que anotar esta fecha: 11 de marzo de 2009. Con ese acto, el presidente Morales ha comenzado a recuperar la dignidad y el valor que tiene la coca en nuestra cultura. Seguramente será un largo proceso, porque los gobiernos sumisos del pasado aceptaron todas las humillaciones; en realidad, lo hicieron porque nunca fueron parte del pueblo boliviano, sino sus explotadores. No pudo ser de otra manera: un indígena recupera la altivez de un pueblo indígena.

España se apropió de la coca

Al invadir estas tierras, comenzar a apropiarse de la plata que extraían del Cerro Rico y, con tal riqueza, impulsar la industrialización europea, los españoles se apropiaron de la coca. No la proscribieron. No ordenaron erradicarla. No la condenaron y mucho menos prohibieron su uso.

Al contrario. El producto de ese cultivo, que estaba reservado a los actos religiosos, a la medicina y a combatir el cansancio, fue convertido en droga para los indígenas obligados a trabajar 16, 18 y hasta 20 horas en la explotación del Cerro Rico, con abundante provisión de coca, para que rindieran al máximo en la tarea que se les asignaba. Poco les preocupaba que aquellos trabajadores murieran jóvenes, al año siguiente eran reemplazados por otros.

El mitayo, así llamado en lengua nativa, era reclutado en los ayllus indígenas, obligado a trabajar en forma gratuita durante un año y reemplazado por otros jóvenes por otro año, en una sucesión interminable. Por supuesto, cada mitayo llevaba su provisión de coca que la comunidad, el ayllu, debía entregarles.

Tres siglos de coloniaje instauraron ese modo de producción esclava, en que la coca fue factor decisivo de explotación.

De uno a otro dueño

La república cambió muy poco esta costumbre. Aún ahora, el minero sigue diciendo ‘mita’, refiriéndose al jornal que percibe. Es que, en principio, no se consideró pagar el trabajo, sino entregar una especie de socorro para cubrir sus gastos de transporte y habitación. Debió pasar más de medio siglo e iniciarse el auge del estaño, para que los propietarios de las minas comenzasen a pagar obreros.

Pero el consumo de coca siguió siendo parte indispensable de la forma de trabajo en interior mina. Claro que, el mitayo de antes y el obrero de hoy, respetaron y siguen haciéndolo, el carácter religioso del consumo de coca. Antes de iniciar la tarea del día, los obreros de la mina se reúnen alrededor de la figura del ‘Tío’ y comparten con él las primeras hojas de coca, de esa coca que los acompañará durante toda su dura jornada de trabajo.

Los llamados ‘barones del estaño’ instituyeron la pulpería subvencionada, como una forma de recuperar el salario de sus obreros. La lucha sindical obligó a mantener precios bajos y proveer, como parte del salario, algunos artículos de consumo. Entre éstos, la provisión de coca ocupó siempre un lugar preferente.

Los reyes de la coca

Como es de suponer, el cultivo y comercio de coca estaban reservados a algunos hacendados que monopolizaban esa fuente de riqueza. En La Paz, por ejemplo, el apellido Gamarra estuvo vinculado a esa explotación, durante varios decenios. La coca era indispensable para la producción minera.

Corría el año 1933 en Europa, el fascismo y el nazismo se preparaban para la guerra. Las potencias imperiales esperaban ansiosas el estallido, porque su riqueza se ha hecho en base a la explotación de los pueblos y a la sangre de sus soldados. El estaño de Bolivia era muy importante, porque Malasia estaba a merced del Japón.

En Los Yungas y el Chapare, por entonces, se cultivaba 12 mil hectáreas de coca. No hay equivocación ni dato falso. La coca se cultivaba en Yungas y Chapare. Por supuesto, en la Liga de las Naciones (antecedente de Naciones Unidas), se propuso la prohibición del cultivo de este arbusto que produce hojas constantemente.

Los dueños de las plantaciones, señores muy bien relacionados con los barones del estaño, tenían influencia en los gobiernos. Publicaron un folleto que, ya entonces, recogía trabajos hechos en la Universidad de Harvard, reconociendo los beneficios de la masticación de coca. Pedían, en ese folleto, que el gobierno de Bolivia, se opusiera firmemente a esa prohibición. Eran propietarios, eran latifundistas, eran dueños de la tierra. El gobierno les hizo caso. Los proponentes retiraron su pedido.

Era el año 1933. Pasaron sólo 27 años hasta 1960. Para entonces, la guerra se había llevado 60 millones de víctimas. Hitler y Mussolini fueron vencidos. Las potencias ganadoras se quedaron con todo el estaño de Bolivia. En este país nuestro, un gobierno que se decía revolucionario, aceptó y firmó la decisión de declarar la interdicción de la coca. Algo más: los grandes latifundistas, los dueños de la coca, ya no lo eran y, ese cultivo, estaba en manos de los campesinos pobres. No había razón para defenderlos y, desde entonces, cargamos con la maldición que los poderosos pusieron sobre ese ancestral cultivo.

Evo Morales, presidente de Bolivia, habló frente antela sesión especial de Naciones Unidas. Dijo su verdad, la verdad de este pueblo. Con la lucha de este pueblo y de los pueblos andinos, con la solidaridad de los latinoamericanos, rescataremos nuestros derechos y nuestra dignidad que se expresa en ese grito muy propio: ¡Causachun coca!

 

- - Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.

https://www.alainet.org/es/articulo/132819

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