Los vientos de cambio tienen que soplar más fuerte

Latinoamérica y el mundo en crisis

29/03/2009
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El siglo XXI presenta situaciones de alto riesgo. Las potencias inician una lucha dentro el tablero internacional. Los conflictos bélicos son cada vez más cotidianos. ¿Cuál es la situación de la región en este contexto?

La presente década es para Latinoamérica y para el mundo en general una era de sinceramientos: hay hechos que ya no se pueden ocultar y hay voluntad de hacerlos saber a pesar de los esfuerzos de las clases hegemónicas por silenciar o, en su defecto, desfigurar cuestiones obvias.

Tarjeta Roja: Expulsiones diplomáticas en Latinoamérica

La salida intempestiva de diplomáticos dispuesta por los gobiernos regionales es clara señal de una independencia en vías de recuperación. Dichas medidas se reforzarían con la pronta puesta en funciones de organismos supranacionales regionales.

Así,
el Ministro de Gobierno de Bolivia, Alfredo Rada, daba a conocer el 10 de marzo de 2009 la decisión del Presidente Evo Morales de expulsar a Francisco Martínez -segundo secretario de la embajada estadounidense- bajo el cargo de haber realizado tareas de conspiración –CIA involucrada- contra el poder ejecutivo boliviano.

La medida reconoce como antecedentes cercanos a las expulsiones del
embajador de Estados Unidos Philip Goldberg y de la Drug Enforcement Administration (DEA), ambas ocurridas en 2008.

A nivel regional, a la
República Bolivariana de Venezuela no le ha temblado el pulso a la hora de “echar” personajes que considera indeseables por sus actividades facciosas.

La lista de agraciados incluye al
eurodiputado Luis Herrero (por la torpeza de tildar de “dictador”) al presidente Hugo Chávez en su propia casa); al embajador de Israel en Caracas, Shlomo Cohen, en repudio a los ataques de Gaza y al chileno José Miguel Vivanco, director para las Américas de la ONG Human Rights Watch (HRW), señalado por actuar en Venezuela acorde a los intereses de Washington.

Ecuador tampoco se queda atrás: en febrero de 2009 expulsó al primer secretario de la Embajada de Estados Unidos en Quito, Max Sullivan, acusado de inmiscuirse en los asuntos internos del país. Días antes había hecho lo propio con Armando Astorga, agregado de la misma legación.

Frente a estas
“pequeñas rebeliones” de hoy -antes impensadas-, la prensa hegemónica se horroriza y “olvida” mencionar el historial de injerencias que las potencias centrales han tejido en la región con consecuencias nefastas, como en Chile (1973), Venezuela (2002) o el asesinato de Ernesto Guevara en la Bolivia de 1967. Tampoco puede olvidarse la situación representada en la película de Costa Gavras “Estado de Sitio” censurada durante años en tiempos en que la desinformación hacía presumir que los Tupamaros uruguayos eran alguna clase de conjunto musical.

Hay que reconocer que apelar a las expulsiones diplomáticas requiere de fuertes y valientes convicciones de respaldo, porque desenmascarar las maniobras de
Washington o de Tel Aviv tiene su precio y este suele ser muy caro. Así a Cuba le ha costado casi medio siglo de asfixia comercial; a Argentina su desguace coronado por “los años de plomo”; a Nicaragua la irracionalidad de los “contra”; a Sudamérica el Plan Cóndor; a Brasil la caída de João Goulart y lista podría continuar…

El denominador común de las expulsiones es entonces la injerencia en asuntos internos de otros países que Estados Unidos ha llevado adelante cómo política de Estado durante toda su historia en beneficio de sus propios intereses comerciales.

Pero todo esto no es producto de una casualidad. En realidad apunta a una estrategia más grande, que incluye a todo el globo terráqueo.

En ese sentido,
Emilio Cafassi, profesor titular de las Cátedras de "Teoría Sociológica" e "Informática y Relaciones Sociales" de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sostiene que actualmente “Estados Unidos opera en todo el mundo (…) Amenaza de guerra a Rusia, mientras ejecuta ataques militares en Paquistán. Toma partido en Osetia y no resigna una fuerte intervención sobre Irán”.

A todo lo anterior habría que agregar su silencio cómplice en la carnicería de la
Franja de Gaza, las presiones sobre Bolivia y Venezuela y la reactivación de la IV Flota.

Estas intromisiones -cuyo reconocimiento hasta hace sólo algunos años formaba parte del tabú diplomático- en la actualidad han quedado totalmente en evidencia con la adopción de políticas bélicas unilaterales y la responsabilidad que le cabe a Washington en la actual crisis planetaria.

Si bien actualmente puede hablarse de
“vientos de cambio en Latinoamérica”, los procesos individuales de los países de la región son distintos, con problemas localizados -aunque de la misma matriz de oposición conservadora- y requieren de fuerza interna, pero también de apoyo mutuo para sostenerse y de coordinación para funcionar con eficacia.

Un claro ejemplo se constituye con la asonada protagonizada por los
prefectos de la “Media Luna” Boliviana que requirió de la reunión de todos los presidentes vinculados a la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) para su solución parcial. (Ver: ¿La calma que antecede al huracán? APM 21/09/2008)

Ese encuentro de la
Unasur en Santiago de Chile tuvo la particularidad de reemplazar la actividad de la Organización de Estados Americanos (OEA), foro que hubiese sido el natural en otros tiempos. Tal omisión no fue casual. Por una parte constituyó una manifestación de fuerza de un organismo nacido de los “vientos de cambio” y, por otra parte significó marginar la opinión de Estados Unidos en momentos en que las actividades destituyentes de su embajador en Bolivia habían motivado su expulsión. No se podía ser juez y parte.

Sin embargo,
el cónclave no llegó a plasmar en un documento la moción combinada de Bolivia y de Venezuela en el sentido de condenar a Estados Unidos por su participación en el conflicto. Algunos no se animaron a tal ruptura de lanzas.

La pregunta es ¿hubiera sido posible una actitud todavía más comprometida de haberse tratado en un -aún inexistente- Parlamento Sudamericano?

La respuesta a ese interrogante abre el camino del futuro para evitar la reedición de situaciones pasadas y en ese sendero resulta clave considerar la posibilidad de institucionalizar organismos regionales que traten acerca de cuestiones estratégicas. De esa forma, las diferencias locales para enfrentar cuestiones comunes serían resueltas con una legitimidad que merecería respeto dentro del concierto mundial y regional actual.

Y en ese sentido, hay tres aspectos de máxima consideración:
la economía; la soberanía y la defensa.

La crisis financiera y la región

En lo económico regional interno resulta clave la pronta entrada en funcionamiento del Banco del Sur como recurso para ganar autonomía de otros organismos crediticios supranacionales de matriz neoliberal como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o Banco Mundial (BM). (Ver: “El Banco del Sur en marcha”. APM 07/12/2007)

Pero además, resulta importantísimo destacar el aporte que los gobiernos de
Argentina y Brasil pretenden hacer valer en la reunión que el G-20 llevará a cabo en Londres el 2 de abril, con motivo de encontrar salidas consensuadas a la crisis internacional. Ese aporte ganaría solidez con un fuerte apoyo emitido desde un organismo supranacional regional.

La soberanía y la defensa están profundamente vinculadas. La abundancia de recursos de Sudamérica es una tentación para las potencias centrales,
al punto de poner en riesgo -a corto plazo- los derechos nacionales sobre áreas como la Patagonia; la Antártida o el Amazonas.

Los peligros sobre dichas áreas dependen actualmente de las decisiones que los Estados regionales adoptan en materia de explotación, frente a los intereses de compañías multinacionales.

Como ejemplo, basta observar los problemas que se suscitan alrededor de la
explotación minera en los Andes o en Bolivia, el controvertido tema petrolero y el gas, la depredación pesquera, los destrozos que involucran las prácticas de desmonte sojeras o las políticas que lentamente se desarrollan -a nivel mundial- por la muy próxima explotación antártica. (Ver: “Continúa el saqueo de recursos naturales”. APM 01/01/2009)

Dado que dichos intereses foráneos son potencial blanco de la injerencia diplomática extranjera, una política unificada adoptada por un Parlamento Regional contaría con la legitimidad necesaria para disuadir las presiones y regular aspectos concernientes al Medio Ambiente y a la redistribución social de las ganancias.

La defensa es otro factor clave. El mundo de este siglo XXI -a pesar de las apariencias- es más inseguro y peligroso que en ninguna otra época de la humanidad. Los ataques en
Gaza; Irak; la tensión permanente con Irán; Afganistán y Paquistán así lo prueban.

Según el analista
Viktor Litovkin el reciente anuncio del Presidente de Rusia Dmitri Medvédev, referente a rearme del ejército de ese país, es el reconocimiento de una doctrina que proclama la posibilidad de usar la fuerza en la solución de diversos problemas y en la neutralización de las eventuales presiones abiertas por parte de otros Estados.

Y es que últimamente se observa una tendencia estable al uso cada vez más amplio de la fuerza militar (en particular), debido a la multiplicación de toda clase de amenazas a la seguridad nacional e internacional. Así, el
jefe del departamento militar ruso Sergei Ivanov insiste en que la Defensa sea una estructura flexible, capaz de plasmar las tareas nacionales en decisiones sopesadas que apuntan a prevenir el desarrollo de ciertos fenómenos peligrosos en materia de seguridad y defensa.

Sin embargo hay algo más allá de la teoría militar y que se relaciona con la crisis financiera -ecológica y energética- mundial: los megapaquetes de rescate financiero no están dando resultado. En palabras de
Paul Krugman, Nobel de Economía “este plan es un muerto que siempre vuelve”.

Las enseñanzas del pasado

Si de lecciones de historia se trata habría que recordar que de la crisis mundial de 1929 se salió con la Segunda Guerra Mundial, por más que las voces hegemónicas lo nieguen o atribuyan al New Deal roosveltiano más méritos de lo que en realidad merece. Y es que insinuar que una conflagración generalizada moviliza las economías y “limpia” los excedentes humanos es algo tan obsceno que nadie se atrevería a admitirlo en voz alta. Sin embargo, no decirlo no disminuye el riesgo.

Todas estas razones externas fundamentan la necesidad de crear un ejército regional combinado de matriz ética, no mercenaria, con fines principalmente disuasivos, pero seguramente no de cartón.
Rusia está en eso, China está en eso y Europa está en eso. Es evidente que sin un respaldo bélico las decisiones soberanas de un parlamento regional serían fácil bocado de acciones violentas extranjeras. La necesidad de materias primas combinada con arsenales importantes podría transformarse en una fórmula letal en manos de países que ven como sus economías se desmoronan.

También hay razones internas.
Emilio Cafassi rescata la interesante idea de que los movimientos secesionistas en América Latina, fogoneados por las embajadas de Estados Unidos, son una curiosa inversión de la teoría revolucionaria foquista de los años ´70 (creación militar de zonas liberadas y de ejercicio territorial de la dualidad de poder) y sería el camino elegido por los desestabilizadores históricos de la región.

Así, la intervención militar que el presidente Chávez pasionalmente anunció durante el conflicto de la
“Media Luna” Boliviana, apuntaba a reforzar algo con lo que Salvador Allende no pudo siquiera soñar: apoyo regional a procesos democráticos.

El conflicto patronal agrario de Argentina da lugar a otra especulación: ¿Qué hubiera pasado si los desestabilizadores rurales del gobierno argentino hubiesen afectado el comercio regional cortando las rutas internacionales a las cargas de Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile?

Dado que el gobierno argentino está históricamente inhibido para el empleo de la fuerza ¿no sería útil una milicia regional que garantice el flujo comercial y disuada las intentonas desestabilizadoras de la oposición conservadora y los grupos económicos de corte neoliberal? Nótese que en la actualidad nada hubiese podido hacerse ante tal situación.

Las especulaciones basadas en escenarios posibles son siempre discutibles, sin embargo, es evidente que la refundación regional de Sudamérica, que ya ha empezado con fuerza en Bolivia, Ecuador y Venezuela, debería profundizarse con la rápida puesta en funciones de organismos democráticos supraestatales a fin de independizar a los procesos de la suerte de sus eventuales líderes, garantizar su legitimidad y continuidad histórica, y defenderse en bloque de la injerencia externa.

Sin esas instituciones, el actual coraje demostrado al expulsar embajadores y conspiradores será tan solo una bravata que puede acarrear represalias desproporcionadas en el futuro.

* Desde la Redacción de APM
dghersi@prensamercosur.com.ar

 

http://www.prensamercosur.com.ar

https://www.alainet.org/es/articulo/133030

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