Debate desde la concepción materialista

Desarrollo autocentrado

12/04/2009
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Abordamos la discusión de nuestro tema desde las perspectivas teórica, política e ideológica, en el marco del materialismo histórico.

El artículo ahonda y amplía la reflexión iniciada en una entrega anterior (Romero 2009b), en un estilo para incitar al debate y la polémica que sean alturados y no alterados, sin dogmatismos.

Los aportes de Rosa Luxemburg a la comprensión del capitalismo histórico y a la estrategia de lucha revolucionaria

Espíritu más filosófico y moderno que toda la caterva pedante que la ignora […] puso en el poema trágico de su existencia el heroísmo, la belleza, la agonía y el gozo, que no enseña ninguna escuela de la sabiduría. [1]

Reconocemos en Rosa Luxemburg (1871-1919) a una destacada precursora del moderno análisis de la economía-mundo capitalista, marco en el que inscribimos nuestra contribución anterior. Inmediatamente decimos el por qué de tal reconocimiento.

En su magnum opus [2] (Luxemburg 1967) ella abordó una realidad que se había quedado sin explicación en el Tomo II de El Capital pero que ya pesaba en su tiempo: la realidad de lo que en su época eran conocidos como países coloniales y semicoloniales; o sucesivamente, de los años 50 en adelante, países subdesa-rrollados, dependientes, del Tercer Mundo, en vías de desarrollo, de reciente industrialización y “emergentes”. El capitalismo puro estudiado y analizado por Marx, en la obra de toda su vida, estuvo centrado en Europa (más específicamente, Inglaterra tomada como paradigma) pero además había dejado de lado los temas del Estado, el comercio exterior y el mercado mundial, que según el plan original darían lugar a la escritura de los libros III, IV y V de El Capital, respectivamente. El plan original se halla al final del apartado «El método de la economía política», en la Introducción de 1857-1858 a los Grundrisse (Marx 1970: 44).

Dicha ausencia, sin embargo, no impidió a Marx tener plena conciencia de la globalidad del capitalismo de su época, tal como lo hace notar claramente al criticar el proyecto del Programa de Gotha (1875) del socialismo vulgar representado en Lassalle:[3]

«Naturalmente, la clase obrera, para poder luchar, tiene que organizarse como clase en su propio país, y este es la palestra inmediata de sus luchas. En este sentido, su lucha de clases es nacional, no por contenido, sino, como dice el Manifiesto Comunista, “por su forma”. Pero “el marco del Estado nacional de hoy”, por ejemplo, del Imperio alemán, se halla a su vez, económicamente, “dentro del marco del mercado mundial”, y políticamente, “dentro del marco de un sistema de Estados”.» (Marx citado por Wallerstein 1999a: 175).

A Rosa Luxemburg le tocó vivir un periodo histórico donde el capitalismo de la libre concurrencia había mutado en capitalismo de los monopolios o imperialismo, y se libraba una nueva oleada de reparto del mundo que llevaría a guerra de 1914-1918. Por ende, su mirada y agudeza críticas se proyectaron sobre el capitalismo como un todo, es decir, viéndolo como un sistema mundial (una totalidad lógica e histórica).

Ella tuvo plena conciencia que la dinámica de reproducción ampliada -utilizando esta categoría de El Capital- solamente podía ser apreciada a nivel planetario, lo cual implicaba incorporar en el análisis el papel que venían a cumplir los países menos desarrollados, coloniales y semicoloniales. Sin embargo, el problema planteado sobre las condiciones de realización del plusvalor para la prosecución de la reproducción ampliada del capital (Luxemburg 1967: 24-25) en el marco de una economía de mercado con ausencia de “control ni plan sociales”, problema irresuelto por Marx en el Tomo II de El Capital, terminó desembocando -según Mandel (1988; 14)- no en “una teoría marxista de la crisis ni una teoría marxista de los límites internos del modo de producción capitalista, sino precisamente [en] una teoría del crecimiento capitalista.” Esta crítica honesta de Mandel no le impidió valorar el enorme aporte de Rosa Luxemburg a la comprensión de la dinámica capitalista en su globalidad. [4] Pero también hay otra dimensión en la que ella destacó sobremanera, en la praxis, pues su portentoso pensamiento teórico y político no operaba en un vacío ahistórico ni al margen de la lucha sociopolítica y los conflictos de clase.

«El mundo de Rosa Luxemburg está clausurado: nos separan de él tal suerte de acontecimientos de alcance histórico-mundial que casi parece que no haya nada en común. Sin embargo, […] determinadas cuestiones como la relación entre reformas y revolución, democracia y dictadura del proletariado, los problemas organizativos y la dinámica de los movimientos de masas, así como la cuestión nacional, etc., resultan de una actualidad paralela a la pervivencia de los problemas de base, a la pervivencia del modo de producción capitalista, que es lo que tenemos en común con la época de Rosa Luxemburg. Mientras persista el capitalismo, la experiencia de aquellos que lucharon por acabar con él en otras épocas iluminará de algún modo la acción de aquellos que se esfuerzan hoy por comprender y transformar.» (Muñoz 1977: 8).

Como producto de su estudio sistemático de la primera revolución rusa de 1905, Rosa Luxemburg sostenía que la espontaneidad de las masas populares, puesta de manifiesto a través del mecanismo de la huelga general, tenía que ser vista como un proceso de constitución en el tiempo de un “movimiento global”. [5] Es lo que se desprende del proceso histórico previo a enero de 1905 y después (Luxemburg 1977: 151-178). Veámoslo con algo de detalle.

En Rusia “la gran huelga política de enero de 1905” representa la culminación de un periodo que se remonta a 1896-1897. La propia Rosa lo resume con claridad (la cursiva es nuestra):

«[L]as huelgas de masas y generales precedentes se habían formado a partir de luchas salariales aisladas en confluencia, que, en el ambiente general de la situación revolucionaria y bajo el efecto de la agitación socialdemócrata, se habían transformado rápidamente en manifestaciones de carácter político; el elemento económico y la disgregación sindical habían sido el punto de partida, la acción de clases global y la dirección política fueron el resultado final.» (Luxemburg 1977: 162).

Enero de 1905 fue entonces la culminación de un periodo previo; después de febrero de ese año la lucha política contra el absolutismo devino en lucha económica contra el capital, aunque en “la forma de luchas salariales aisladas y dispersas” (Luxemburg 1977: 164); dos intentos adicionales de huelga general se organizaron en octubre y diciembre de ese año. En el tránsito de uno hacia otro episodio huelguístico, nuestra autora destaca un proceso de maduración efectiva del proletariado ruso y otras capas sociales aliadas: su fortalecimiento organizativo (creación de sindicatos, lucha por su reconocimiento y por la reducción de la jornada laboral); el desarrollo de la conciencia política y de su “sedimento espiritual” en términos de “crecimiento desigual intelectual y cultural” (Luxemburg 1977: 170); la preparación para transitar “de la huelga de masas al levantamiento popular general y a la lucha callejera”.

El movimiento global es una construcción social y política que dista de agotarse en lo inmediato, lo circunstancial y la lucha meramente reivindicativa, que sí son importantes pero adquieren otra envergadura y dimensión cuando se emprenden como un proceso de larga duración al que debe apuntar el trabajo político de organización y de dirección. Sin embargo, Rosa Luxemburg nunca fue así entendida y su tesis fue interesadamente distorsionada como un pecado de culto hacia el “espontaneidad”. [6]

He aquí uno de los pasajes del texto que diera lugar a los más desencajados ataques de “espontaneísmo” de sus críticos:

«Precisamente en el curso de la revolución es extremadamente difícil para cualquier órgano dirigente del movimiento proletario prever y calcular qué motivos y qué momentos provocarán explosiones y cuáles no. Aquí también la iniciativa y la dirección consiste menos en ordenar según libre arbitrio que en mantener una adaptación lo más ajustada posible a la situación, así como un contacto lo más estrecho posible con el estado de ánimo de las masas. El elemento espontáneo juega, como hemos visto, en todas las huelgas de masas rusas sin excepción un papel de enorme importancia, bien como elemento impulsor o como elemento de freno. Pero la causa de esto no está en que en Rusia la Socialdemocracia sea todavía joven y débil, sino en el hecho de que en todo acto de la lucha intervienen tantos elementos invisibles de carácter económico, político y social, general y local, material y psicológico, que ninguno puede determinarse y resolverse como si se tratase de un problema aritmético. La revolución, aun cuando en ella el proletariado con la Socialdemocracia a la cabeza juegue un papel dirigente, no es una maniobra del proletariado en campo abierto, sino una lucha en medio del crujir incesante, del desmoronamiento y de la dislocación de todos los fundamentos sociales.» (Luxemburg 1977: 188)

Aquella fue una de las importantes lecciones que la autora extrajo de la experiencia de la revolución rusa de 1905. La justeza de su apreciación se validaba, no mediante una discusión escolástica y la exégesis de textos sagrados, sino a la luz del análisis histórico de los acontecimientos rusos de 1917 y la efervescencia del nuevo movimiento revolucionario, cuyo “estado de ánimo” fue recogido por Lenin después de su llegada desde el exilio a Petrogrado el 3 de abril, y que sistematizó inmediatamente en sus famosas Tesis de Abril, en base a las cuales emprendió una dura lucha interna contra la mayoría del Comité Central del partido bolchevique que se aferraba al escenario de la revolución “democrático-burguesa”; fustigando el propio Lenin las posiciones “defensistas” y conciliadoras de la dirección de su partido con relación al Gobierno Provisional. Fue el momento decisivo para la reorientación política del partido que emprendió resueltamente Lenin, y está relatado por Trotsky (1981: 261-274) y el historiador británico Edward Carr (1985: 94-105).

Refiriéndose a la “peculiaridad del momento actual” (segunda de las Tesis de Abril) Lenin recomendaba: «Esta peculiaridad [es decir, el paso de la primera a la segunda “etapa” de la revolución, AR] exige de nosotros habilidad para adaptarnos a las condiciones especiales de la labor del Partido entre masas inusitadamente amplias del proletariado, que acaban de despertar a la vida política.» (Lenin 1917: 4). Siete años más tarde, muerto ya Lenin (21 de enero 1924), Stalin procedió a canonizar elevando a verdad suprema esa segunda tesis, en la fórmula de revolución “por etapas”, para justificar la introducción de la suya propia de “revolución en un solo país” (Stalin 1977: 81-83).[7] Sobre ello dijo Trotsky años después: «Las Cuestiones de leninismo estalinianas constituyen una codificación de la nulidad, un manual oficial de la estrechez mental, una colección de trivialidades numeradas (y me esfuerzo por hallar los calificativos más moderados).» (Trotsky citado por Borja 2003: 855).

Trotsky (1981: 270) hizo la siguiente interpretación de la cuarta tesis: «Cuando Lenin reducía todos los problemas de la revolución a “explicar pacientemente” quería decir: dirigir las conciencias de las masas en concordancia con la situación a la que han sido llevadas por el proceso histórico.» El mismo Trotsky nos proporciona un “hecho” clave para comprender la actitud y el temple de Lenin en aquellos momentos álgidos para el viraje hacia la izquierda de la línea política del partido bolchevique:

«Para comprender acertadamente la conducta de Lenin en este periodo, hay que dejar sentado un hecho: tenía una fe inconmovible en que las masas querían y podían realizar la revolución, pero no tenía esta seguridad en cuanto al Estado Mayor del Partido. Al mismo tiempo, comprendía con una claridad absoluta que no se podía perder tiempo. La situación revolucionaria es imposible mantenerla arbitrariamente hasta el momento en que el Partido se ha preparado para utilizarla. Así nos lo ha mostrado hace poco la experiencia de Alemania.» (Trotsky 1972: 145)

Por último, el 16 de octubre de 1917, en vísperas de la “toma del poder” y en medio del debate interno sobre la decisión de la insurrección, Lenin opinaba en una reunión ampliada del comité central:

«La situación es clara: o dictadura kornilovista o dictadura del proletariado y de los sectores pobres del campesinado. Es imposible guiarse por el estado de ánimo de las masas, pues es voluble y no se puede calcular; debemos guiarnos por el análisis y la apreciación objetivos de la Revolución. Las masas han dado confianza a los bolcheviques y exigen de ellos no palabras sino hechos.» (Lenin citado por Carr 1985: 112).

Creemos haber demostrado, entonces, la vinculación genética -y no por mera coincidencia- entre las enseñanzas que extrajo Rosa Luxemburg de la revolución rusa de 1905 y el pensamiento político de Lenin de abril a octubre de 1917 en pleno proceso revolucionario. Sería de un simplismo extremo derivar de aquí que Lenin se volvió “luxemburguista” o que aplicó lo dicho por Rosa Luxemburg. La explicación más plausible es otra. Tiene que ver con la manera en que tanto ella como él habían asimilado a fondo el marxismo de Marx y el método dialéctico, a fin de comprender y contribuir a transformar la realidad que a cada uno le tocó palpar, sentir y vivir, liderando incluso esa transformación -como fue el caso de Lenin-, o entregando su vida al intentarlo -como fue el fin trágico de Rosa Luxemburg. En todo caso, la “coincidencia” de pensamiento entre Lenin y Rosa solo se puede explicar en esos términos.

En consecuencia, no era el culto al mecanismo de la huelga en sí, se trataba de resaltar lo que la huelga (económica, política) como forma de lucha permitía ganar en términos de maduración organizativa, ideológico-cultural y revolucionaria, como parte del proceso más general (global) de edificación de otra sociedad y otro poder -alternativo, si se quiere- en el seno de la formación social imperante. Es lo que nunca pudieron comprender quienes criticaron a Rosa Luxemburg desde los dogmas del “marxismo-leninismo” o las concepciones del “marxismo ortodoxo”.

Trayendo la cuestión anterior a nuestra realidad de hoy, ¿qué es entonces el movimiento social mundial por otra globalización alternativa, sino precisamente eso: la construcción de un movimiento global contra el capital como sistema (económico, político, social, cultural)? La historia, irónicamente, a pesar del disgusto de las mentes burocratizadas y anacrónicas que aun perviven en la izquierda, le ha venido dando la razón a Rosa Luxemburg.

Desde los años finales del siglo XX las “masas espontáneas”, otrora despreciadas y negadas por los cavernarios de izquierda, vienen haciendo la historia en América Latina. Allí están para demostrarlo los presidentes y sus gobiernos destituidos a fuerza de movilizaciones sociales en varios países, incluyendo por supuesto al Perú a fines del 2000 obligando la huida del ex-presidente-dictador Fujimori y sus principales compinches. Tampoco olvidemos que, en los ya lejanos años setentas y ochentas, fueron los sectores populares organizados (sindicatos, barriadas, campesinos, frentes regionales, etc.) quienes con sus movilizaciones, marchas, paros, huelgas y protestas, en varios países latinoamericanos, forzaron el “retorno a la democracia”. Lo paradójico de esas experiencias fue que el poder y el sistema terminaron en las manos de los de siempre, cierto que con nuevos rostros en la escena oficial, cierto que concediendo el Estado algunas reformas sociales, y así es como hemos venido avanzando, a punta de trompicones “en democracia”, pero ¿hacia dónde? Los pilares sobre los que descansa la estructura de explotación económica y de dominación política en nuestros países siguen allí, imperturbables.

Pero algo está cambiando en América Latina; así como es claro que la política de los dominadores se agota. Para empezar, están cambiando las conciencias de los individuos y de las colectividades, así como las actitudes frente a los tradicionales estilos de hacer política en nuestros países. Si la historia no deja de traernos sorpresas, tarde o temprano ese despreciado “espontaneísmo” ciudadano pero masivo empezará a dar muestras de que avanza hacia su (auto) organización en otras formas de sociedad, porque la política “tradicional” sigue demostrando ser incapaz de profundizar la democracia y de democratizar la economía. Hace rato que los dominadores han sido advertidos, y como decían los clásicos en su tiempo: “un fantasma recorre el mundo”. ¿Con qué palabra lo podremos designar? Independientemente del término que le pongamos, estaremos seguros que detrás de ese espectro estará siempre el pensamiento redivivo, crítico y revolucionario, de Rosa Luxemburg.

Estado y luchas sociales

En una colaboración anterior (Romero 2009b), el problema del Estado en los países dependientes fue planteado en términos de cómo debería ser visto de ahora en adelante en el marco histórico-estructural de la "nueva dependencia". En otras palabras -y tal vez sin quererlo- el problema del Estado había quedado subsumido por la mirada hacia el sistema como un todo. Esto último, sin embargo, no debería ser visto como un error de apreciación.

En la interpretación que hicimos allí el Estado capitalista dependiente se halla -siguiendo a Marx- doblemente subsumido, tanto “dentro del marco de un sistema de Estados” como del sistema (económico y político) del capital dominado por las grandes corporaciones y las “altas finanzas”. La reciente crisis financiera del 2007-2008 ha puesto en evidencia una gran contradicción que no se resuelve solamente con la supermillonaria inyección de dinero para “animar a los mercados”, como creyeron equivocadamente el presidente norteamericano y los líderes de las principales potencias occidentales. [8] El balance de poder entre los intereses globales del capital -entre ellos el financiero- y los Estados-nación ha sido seriamente trastocado por la crisis presente. Ciertamente, los Estados sean hegemónicos, dominantes o dependientes se rigen por relaciones de poder (económico, político, militar) y de jerarquía.

Mientras que el capital en su proceso de expansión continua por todo el globo exige permanentemente del Estado asegurar las condiciones de acumulación y reproducción, sea a escala nacional o global, el Estado solo puede desempeñar ese rol sin sobrepasar las fronteras nacionales. De esta manera, la división entre el poder de apropiación del capital y el poder de control / supervisión / regulación del Estado ha mostrado dificultades para poderse reproducir a escala global. La crisis financiera ha puesto justamente en evidencia esta contradicción. El abordaje, negociación y resolución de esta cuestión, que se vincula estrechamente con la gobernanza del sistema, es fundamentalmente política más que una discusión entre técnicos. De ahí que está en juego la necesaria reconfiguración de la arquitectura del sistema monetario internacional, siendo parte de ello la regulación interestatal de los capitales ficticios; está también el problema de la sucesión de la hegemonía y por ende el tránsito desde la unipolaridad ejercida por los EEUU hacia lo que se prevé como la gestión compartida del sistema como un todo. Lo opuesto forma asimismo parte de los escenarios posibles: el riesgo de la desintegración (Beinstein 2009).

En este contexto, coincidimos con Petras (2002) cuando -en el marco de su exposición en el segundo Forum Social Mundial (Porto Alegre, 31 de enero al 5 de febrero 2002)- sostuvo: “Capital quebrado no significa el fin del capitalismo, o la etapa final del capitalismo. No hay una etapa final del capitalismo, el capitalismo sólo se termina cuando la gente decide tumbarlo.” Kohan (2008) fue más contundente aun:

A esta altura de la historia, ya está bien claro que el capitalismo no se cae solo. ¡Basta ya de catastrofismo determinista y economicista! Por más crisis económica que haya (incluso ante una crisis tremenda como la actual, sólo comparable con la de 1929), el sistema del capitalismo no se derrumba si no hay organización, construcción de fuerza social y empuje popular que lo voltee y lo tumbe. La teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci nos resulta de una actualidad abrumadora. Ganar mentes, corazones y espíritus —es decir, dar la batalla en el terreno de la subjetividad popular— es la gran tarea.

Nos adscribimos también a esa línea de pensamiento que estimamos como una cuestión estratégica (Cf. Romero 2009a).

¿Cuán lejos estamos todavía de la “decisión” aludida por Petras, la que necesaria-mente deberá ser políticamente estratégica? Los resultados del último FSM en Belém, del 27 de enero al 1 de febrero 2009, dan una idea de tal distancia (Arkonada 2009; Sader 2009 y Vilca 2009).

Para nosotros el problema no consiste en democratizar/reformar a través del Estado el actual orden de cosas, poniéndole “rostro humano” a la desigualdad, la exclusión, la explotación, la discriminación y toda forma de polarización. La democratización y las reformas tendrán sentido cuando sean concebidas como medios para el logro de un proyecto societal “alternativo”, algo que se debe evitar confundir con propuestas electorales y planes de gobierno. Nuestro esfuerzo busca aportar a lo primero (el proyecto alternativo), para lo cual uno de los problemas fundamentales es el de la construcción del sujeto de la transformación. Es un problema que tiene otro tiempo histórico-político, sin agotarse en coyunturas electorales, que desborda incluso los intereses (personales, partidarios y/o egocentristas) de los caudillos, los políticos oportunistas, así como de los liderazgos providenciales.

Si entendemos el desarrollo autocentrado como un periodo de transición histórica, que en términos de duración tendría que abarcar al menos “el espacio [de tiempo] de una generación” (Schuldt 1997), podemos legítimamente plantear: ¿En qué medida y bajo qué condiciones el desarrollo autocentrado desde los actores y espacios locales puede conducir al país hacia -o desembocar en- una nueva sociedad y un nuevo Estado? ¿Qué tipo de proyecto político puede emerger (si es que hubiese alguno) desde los espacios de desarrollo local en el Perú? Si el Perú realmente existente se asemeja a una “sociedad heterogénea y jerárquica” (Figueroa 2003: 195), ¿cómo enfrentar la exclusión (social, política, cultural) para transitar hacia una sociedad efectivamente democrática, verdaderamente libre y completamente emancipada de toda clase de ataduras? Estas preguntas buscan instigar un debate político en la izquierda, que es necesario y debe ser programático.

La insoportable levedad del crecimiento económico infinitum

De un tiempo a esta parte, particularmente desde la publicación de sus artículos sobre el «perro del hortelano», el Dr. Alan García, actual presidente del Perú, tiene como uno de sus pasatiempos favoritos alborotar y encandilar a la “opinión pública” con cada discurso y “frases para la histeria” que suelta según el auditorio que tenga al frente, siendo inevitablemente insuflado por los medios. Ya es habitual que sus discursos, o parte de estos, desafíen a la razón y contraríen toda lógica. Aquí una muestra de lo que dijo el 24 de marzo (Wiener 2009):

·       “en el Perú el presidente tiene un poder: no puede hacer presidente al que quisiera, pero sí puede evitar que sea presidente quien no quiera. Yo lo he demostrado”. (24 de marzo en la mañana, en reunión con banqueros peruanos y latinoamericanos).

·       “el presidente no puede imponer un candidato, pero trabajando bien y logrando resultados efectivos y sociales sí se puede evitar que se vote en contra del modelo que defendió”. (24 de marzo en la tarde-noche, en reunión con empresarios de la CONFIEP).

Sin pretender reiterar las respuestas que ha recibido de comentaristas y políticos de oposición (vocación autoritaria, megalomanía, afán manipulador, decadencia mental, etc.) el Dr. García ha sido sincero en expresar sus intereses, deseos y aspiraciones más profundas para “los próximos diez años”. En otras palabras, la misión que se ha auto impuesto el Dr. García no se limita ni se supedita a “evitar” que un opositor como Ollanta Humala y el Partido Nacionalista Peruano ganen las elecciones presidenciales del 2011, tal como el mismo señor Humala y sus principales voceros han denunciado. El mismo Dr. García se encargó de darle un giro a sus pensamientos más recónditos: “luchar contra cualquier modelo primitivo que detenga al Perú de su crecimiento económico”. Este es su nuevo mesianismo en los umbrales del siglo XXI. Lo dijo en un discurso pronunciado en Huánuco (Godoy 2009). En el terreno ideológico, esta opinión del Dr. García permite traslucir que su pensamiento sobre el desarrollo es profundamente arcaico y retrógrado, pero además políticamente reaccionario (Hildebrandt 2009).

Un economista distante de la ortodoxia como Adolfo Figueroa (1992: 20-26) diferencia entre “teoría económica” y “modelos”. La primera se caracteriza por un conjunto de proposiciones generales (no necesariamente universales), que constituyen sus fundamentos, supuestamente relativos a una realidad histórica determinada; en cambio, los modelos están constituidos por proposiciones que se desprenden (“se derivan”) lógicamente de los fundamentos y son además “empíricamente observables”. Podemos entonces comprender que cuando el Dr. Alan García se compromete a “luchar contra cualquier modelo primitivo que detenga al Perú de su crecimiento económico” incluye por implicación a la teoría que está detrás y sirve de sustento al “modelo primitivo”; pero asimismo está implicada aquella otra teoría de la que se sirve el modelo de “crecimiento económico” que él defiende. ¿Cuál es esa teoría? De las tres teorías de mercado que predominan en la enseñanza universitaria de los futuros economistas (teorías clásica, neoclásica y keynesiana), la teoría neoclásica es la que menos poder explicativo tiene para dar cuenta de la realidad del capitalismo en América Latina, y es la que mayores problemas exhibe por comparación con las otras dos teorías, al tratar específicamente de la cuestión del mercado laboral y de la sobrepoblación (Figueroa 1992: 119 y 238). Frente a cualquier “modelo primitivo” el Dr. García va a defender un “modelo de crecimiento” (el neoliberal) cuyos enunciados provienen de una teoría (la neoclásica), que carece de correspondencia con la realidad peruana y latinoamericana. [9] La dicotomía moderno-tradicional o su respectivo par, progresivo-retrógrado, se vuelve contra él mismo.

En términos sociales y políticos, el Perú el crecimiento material nunca logró asentar completamente la modernidad ni todas las banderas que el Dr. García ha afirmado (libertad, derechos humanos, democracia) en el contexto de su discurso en el Foro Perú-Italia (Escalante 2009). Somos más bien un país a medias y hundido en la mediocridad. Por eso en los 90 predominaron expresiones políticas como el fujimorismo, el APRA, y “Sendero Luminoso”, que no podrían pervivir sin sus propios caudillos mesiánicos. El Perú realmente existente está atravesado por factores provenientes de nuestra herencia colonial, la colonialidad del poder y del saber, el autoritarismo de las elites, el capitalismo dependiente, rentista y parasitario, la anomia y múltiples modalidades de alienación, así como de tantas otras lacras que se aprecian cotidianamente en todos los órdenes de la existencia social.

Desde hace rato el Dr. García hace demostraciones de que su pensamiento político, si se le puede llamar así, anda flotando en el espacio sideral -es decir, más allá de la estratosfera- donde el tiempo del capitalismo está suspendido como algo eterno. En los niveles de pensamiento en que se mueve el Dr. García, el tiempo es no-tiempo, sin historia. Para reforzar lo que acabamos de señalar, acudimos a la opinión del filósofo marxista húngaro István Mészáros (2008):

«Realmente, desde el punto de vista del capital no puede haber ninguna alternativa concebible a la expansión infinita del capital, y esto determina la visión de todos los que lo adoptan. Pero la adopción de tal [punto] de vista también significa que no puede ni siquiera ser considerada la pregunta de “cuál es el precio a pagar” por la incontrolable expansión del capital más allá de cierto punto en el tiempo, una vez que la fase ascendente del sistema ha quedado atrás. Por eso la consecuencia necesaria de la adopción del punto de vista del capital es la violación del tiempo histórico al internalizar el imperativo expansionista del sistema como su determinación fundamental y absolutamente inalterable.»

Por consiguiente, tanto como político y -más grave aun- como presidente, el Dr. García ha asumido desde tiempo atrás (presumimos que durante su periodo de exilio parisino, cuando el neoliberalismo reinaba como pensamiento único) el punto de vista de “la expansión infinita del capital”, siendo este el secreto de todas sus ilusiones y delirios; constituye asimismo el contexto en que deben ser leídos y entendidos sus propios discursos. Sin embargo, el debate político con el Dr. García es bastante concreto, sin tener que irnos hasta las nebulosas donde se mueve su pensamiento, pues detrás de las bambalinas discursivas del presidente se mueven los poderosos intereses del capital en el Perú. En esto consiste el verdadero sentido de su teoría del “blindaje”.

Para el Dr. García cualquier “modelo” que se oponga o aspire a reemplazar al “modelo de crecimiento” que él defiende ciegamente y a rajatabla, es condenado de antemano como “primitivo”, nada más que por puro prejuicio. No vamos a caer en la trampa de esa palabrería en torno a “modelos”, [10] palabra esta de uso extendido en la producción académica de las disciplinas en ciencias sociales, que los medios han masificado para encandilar a la “opinión pública”; pero que llevada a la arena de la discusión política busca deliberadamente ocultar la verdadera realidad del poder, así como los reales intereses económicos y políticos de las elites (la realpolitik). Nuestra apuesta tampoco es por “modelos”; se inscribe más bien en la ruta de un proceso de construcción política al mismo tiempo novedoso, innovador y revolucionario. Lo que está en juego en el Perú, en los próximos diez años y más allá de este horizonte, consiste en que las mayorías logren sacudirse del yugo actual.

Nuestro país necesita transitar hacia su propio cambio de época, sin dejar de observar ni de actuar en la totalidad del mundo.

Notas

[1] Mariátegui citado por Guadalupe Gandarilla (2001).

[2] La expresión es de Mandel (1988: 1).

[3] “El socialismo vulgar (y por intermedio suyo, una parte de la democracia) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución.” (Marx 1979: 20).

[4] Para un señalamiento de las limitaciones, al mismo tiempo que valoración de los aportes de La acumulación del capital de Rosa Luxemburg, véase Mandel (1988: 10-15). Una apreciación atenta y desprejuiciada del pensamiento revolucionario y la práctica política de Rosa Luxemburg se encuentra en Kohan (s/f).

[5] Coincidimos con esta interpretación hecha por Muñoz (1977: 22).

[6] Todas las frases resaltadas en negrita son nuestras (AR).

[7] Al morir Lenin el aparato político y propagandístico para difamar y desacreditar públicamente a Trotsky, ya estaba preparado y montado por “los epígonos”, grupo en el que también se encontraba Stalin que ya detentaba el cargo de Secretario General. Dicho aparato se puso en marcha a los pocos meses en la forma de una violenta y enfervorizada “campaña contra el trotskismo” (Trotsky 1979: 389-411). Fue parte del proceso político que tomó casi toda la década del 20 para desalojar a Trotsky del poder soviético (Cf Deutscher 1968).

[8] “[…] lo que estamos presenciando es la más completa ineficacia de los estados de los países centrales para superar la crisis. En realidad la avalancha de dinero que arrojan sobre los mercados auxiliando a los bancos y a algunas empresas transnacionales no solo no frena el desastre en curso sino que además está creando las condiciones para futuras catástrofes inflacionarias, próximas burbujas especulativas.” (Beinstein 2009). “Los poderes vigentes, al servicio de los oligopolios financieros, no tienen otro proyecto sino el de volver a poner de pie este mismo sistema. Esas intervenciones de los Estados ¿qué son sino las que les manda la misma oligarquía? Sin embargo no es imposible el éxito de esta puesta de pie si las infusiones de medios financieros resultan suficientes y si las reacciones de las víctimas –las clases populares y las naciones del Sur- no dejan de ser limitadas. Pero en este caso el sistema sólo retrocede para mejor saltar y una nueva debacle financiera, aún más tremenda, será ineludible ya que las ‘adaptaciones’ previstas para la gestión de los mercados financieros y monetarios resultan ampliamente insuficientes puesto que no ponen en tela de juicio el poder de los oligopolios.” (Amin 2009).

[9] La relación entre neoclásicos y neoliberales es genética. Véase Romero (2008: 14-18).

[10] Refiriéndose a la concepción mecánico-economicista del desarrollo, Hinkelammert (1970: 15) comentaba: «El carácter ahistórico de esta concepción mecanicista es demasiado claro. Debe mucho a una representación de la teoría económica que considera a esta como un almacén enorme provisto de recetas y modelitos que explican cualquier fenómeno del mundo y pueden ser aplicados fácilmente. Es suficiente leer la frase introductoria del capítulo de Samuelson sobre los problemas del desarrollo económico: “Podemos aplicar ahora todos los principios que hemos aprendido a uno de los problemas más desafiantes de los próximos 25 años: el de las economías subdesarrolladas.” Samuelson también podría aplicar sus principios al Imperio Romano o a alguna tribu salvaje. No duda en absoluto de que ellos explican la economía de la misma manera que la ley de gravedad puede explicar siempre la caída de una piedra. Pero este simplismo de los principios le cuesta caro. Forzosamente, debe renunciar a algo: la renuncia a la historia es, a la vez, la renuncia a la razón.»

 

Referencias

Amin, Samir (2009). «¿Debacle financiera, crisis sistémica? Respuestas ilusorias y respuestas necesarias». Globalización, febrero, http://rcci.net/globalizacion/2009/ fg825.htm

Arkonada, Katu (2009). «Generar contradicciones para avanzar en el proceso Forum». Rebelión, 12-02-2009, www.rebelion.org/noticia.php?id=80718

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- Antonio Romero Reyes es economista político; colaborador de ALAI.

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