Encuentro del Alba; Vª Cumbre de las Américas

La nueva voz del socialismo

07/05/2009
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  • Opinión
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Contrapunto: ha fracasado la primera fase de la contraofensiva estratégica estadounidense en el hemisferio. Todo el despliegue que llevó a una victoria de la Casa Blanca en la reunión del G-20 el 2 de abril en Londres, donde 19 mandatarios se alinearon sin chistar con la voluntad imperial, se estrelló en la Vª Cumbre de las Américas. En su primera aparición en el escenario americano Barack Hussein Obama chocó con un protagonista jamás antes presente en las cumbres digitadas por el Departamento de Estado: nueve países abroquelados con un manifiesto trascendental frente a la crisis económica para la cual Estados Unidos no halla respuesta. Los presidentes del Alba llevaron un diagnóstico inapelable. Y enarbolaron un conjunto de propuestas frente a las cuales no hay réplica racional. Por eso mismo, fue ocultado a la opinión pública mundial. Cabe a los escasos ejemplos de prensa democrática en el mundo y los medios alternativos un esfuerzo para difundir ese pronunciamiento acallado.

Un hecho crucial en la política mundial ha sido ocultado sin pudor: el formidable despliegue diplomático-estratégico de Estados Unidos, con viajes de sus principales figuras por toda América Latina en los últimos seis meses, reuniones exitosas para la Casa Blanca como las de presidentes progresistas en Viña del Mar y del G-20 en Londres, se estrelló finalmente y cayó en pedazos en Trinidad y Tobago.

En esa deslumbrante isla caribeña, durante la Vª Cumbre de las Américas entre el 17 y el 19 de abril, los presidentes del Alba obtuvieron una estruendosa victoria, actuando como bloque en el conjunto de 34 gobiernos participantes.

Por primera vez en la historia de la diplomacia hemisférica, Estados Unidos vio desafiada su propuesta de Declaración final en una reunión con lo que siempre consideró su “patio trasero”. Desafiada y vencida: un documento de rara frontalidad y contundencia, respaldado por nueve pueblos genuinamente representados, expone las raíces de la crisis, denuncia a los responsables y propone soluciones.

Los mandatarios de siete países (Bolivia, Cuba, Dominica, Honduras, Nicaragua, San Vicente-las Granadinas y Venezuela), con el explícito respaldo de otros dos (Ecuador y Paraguay), irrumpieron en el coto de caza estadounidense con la Declaración de Cumaná, aprobada horas antes en aquella ciudad venezolana, e impidieron que Washington impusiera su criterio.

Los presidentes del Alba llevaron un diagnóstico inapelable y un conjunto de propuestas que el mundo debe conocer. La prensa sinceramente democrática y los medios alternativos en todas las latitudes, en todas las lenguas, deberían hacer un esfuerzo común para difundir ese pronunciamiento, acallado por un sistema de ocultamiento y tergiversación contrapuesto a toda noción de democracia.

Tan claro y potente es el mensaje de la Declaración de Cumaná, que países de envergadura regional empeñados en una posición conciliadora con el nuevo presidente estadounidense, comprendieron el costo altísimo que les implicaría firmar el texto de Washington en oposición al del Alba. Y mostraron a último momento su reticencia a comprometerse con el borrador ya acordado con el gobierno estadounidense. Los altos funcionarios del Departamento de Estado se encontraron así ante una situación inédita, que en caso de llegar al extremo hubiese significado un gravísimo revés para Barack Obama en su primera aparición en el escenario continental.

La solución no fue elegante, pero resultó temporalmente efectiva: Washington prohibió la transmisión de los debates en la cumbre; instruyó a los grandes medios para que ocultaran el hecho y en cuanto a la declaración en cuestión adoptó una posición que combinó la manipulación con el ridículo: anunció que el documento había sido aprobado “por consenso” y que, por tanto, sólo lo firmaría el primer ministro anfitrión, Patrick Manning. Así obraron los paladines de la democracia.

Sin dejar de sonreír, Obama adelantó su partida de la cumbre y faltó incluso al ritual de la última foto. Con todo, las técnicas de relaciones públicas empleadas por el flamante presidente no lograron ocultar lo obvio: el imperio al cual representa ya no puede imponer su voluntad al resto de los países de la región. Aunque todavía puede manipular los resultados visibles de encuentros de este género y arrastrar a gobiernos vacilantes, perplejos ante la amenaza para ellos paralizante de la crisis mundial.

Obama preso de su propia estrategia

Quienes trazan las líneas estratégicas del imperio asumieron desde hace tiempo que la continuidad del estilo Bush aceleraba la demolición de las columnas del poder estadounidense. Por eso ahora ocupa la Casa Blanca un miembro del Partido Demócrata, joven, capaz, abierto y, por mayor abundamiento, de origen afroamericano. Sólo que el sostenimiento de esa imagen tiene un precio muy alto. Obama no pudo lidiar con un hecho paradojal de extraordinaria significación: el tema principal de la cumbre giró en torno de un país ausente en el cónclave: Cuba. Lo explicó horas después de la cumbre el presidente nicaragüense Daniel Ortega en un programa de la televisión cubana: “Hasta los gobernantes más derechistas, hasta los gobernantes más entreguistas, tuvieron que mencionar el cese al bloqueo de Cuba. Algunos lo hicieron con sus matices, tirando la bola envenenada; pero tuvieron que mencionarlo. Fue una voz unánime ahí; es decir, Cuba estuvo presente. La presencia de Cuba fue totalizante, desde antes de la cumbre, en la cumbre y después de la cumbre, a pesar de su exclusión, porque era un tema que no podía ser evitado, no podía ser censurado, aunque estaba ahí la censura, no podían prohibirnos hablar de Cuba; y es que no podían prohibirnos hablar de Cuba, porque los pueblos y gobiernos ahí representados cada día somos más, somos pueblos y gobiernos que estamos rompiendo las cadenas, estamos rompiendo la censura”.

Otra línea de renovación imperial fue la de mostrar un Presidente diciendo “vengo a escuchar, vengo a aprender”. Pero ser cortés también trae dificultades: ¿cómo no acercarse a saludar a Hugo Chávez? Tanto menos negarse a aceptar un gentil regalo del presidente venezolano, quien, para contribuir a la tarea de educación de su par estadounidense, le obsequió el libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina. Ésta fue la sutil y elocuente respuesta de Chávez a la afirmación de Obama, quien en la cumbre sostuvo: “debemos avanzar hacia el futuro sin mirar tanto al pasado”. El ex presidente brasileño José Sarney, licenciado en literatura y dueño de una silla en la academia de letras, se horrorizó por el hecho de que se entregara “ese libro de escuela secundaria, libro cucaracha” al rutilante mandatario estadounidense. Probablemente Sarney sintió tocado su ego de autor no reconocido (de cuya elevación da una idea la frase citada). Lo cierto es que al margen de todo juicio de valor, Las venas es una denuncia inapelable de 500 años de saqueo imperialista. Si acaso Obama lee algunas páginas, comprenderá el recado de Chávez, acompañado además en gestos y definiciones análogas por Evo Morales, Rafael Correa y el ya citado Ortega. “Cuba ha sido expulsada de la OEA por ser leninista, marxista, comunista. Yo quiero decirles a los miembros de la OEA que me declaro marxista, leninista, comunista, socialista. Y ahora que me expulsen”, dijo el presidente boliviano. “El documento final es irrelevante e intrascendente, y la cumbre ha rebasado por mucho ese documento”, remató el mandatario ecuatoriano.

Al acudir a reuniones parciales actuando de igual a igual con sus interlocutores, Obama pretendió mostrar al mundo un cambio de actitud como Presidente. Sin embargo, esto correspondió a dos factores de otra naturaleza, ambos ajenos a los humores de primer presidente negro de Estados Unidos. Uno, es una táctica cuidadosamente elaborada, que devela parcialmente un análisis posterior del Wall Street Journal: “Al oponerse a rechazar a Hugo Chávez, el Presidente Obama le pone cuesta arriba a los dictadores consumados y a los activistas anti-estadounidenses realizar sus ataques contra Washington (…) Si Estados Unidos recobra su popularidad, le será posible negociar con más facilidad el ataque al terrorismo. Mientras que los Republicanos obvian la importancia que tiene contar con un Presidente admirado mundialmente, el hecho es que la popularidad de Obama trae beneficios tangibles que este país ha perdido en los últimos ocho años”. Recuperar popularidad para mejor llevar a cabo los objetivos estratégicos del imperio es, en efecto, la táctica de los menguados genios del Departamento de Estado.

La otra razón para el cambio de Obama es que Washington no perdió única ni principalmente popularidad. Perdió terreno. Y los modales de George W. Bush no fueron la causa sino la consecuencia de ese retroceso. Por eso, la recuperación de popularidad del titular de la Casa Blanca será fugaz como una estrella que cae, a menos que el imperialismo se niegue a sí mismo y Obama pueda cumplir con, entre otros muchos, el compromiso de acabar con la injerencia estadounidense en América Latina. El atentado contra Evo, las presiones redobladas contra Cuba, el informe emitido por el Departamento de Estado el jueves 30 de abril, muestran el margen nulo de maniobra que los jefes imperiales tienen para alcanzar el propósito de “recuperar popularidad”.

Mientras tanto, en consonancia con el cambio en las relaciones de fuerza entre los dos segmentos del continente separados por el Río Bravo, también se observan mudanzas al interior de Estados Unidos, cuya fuerza potencial no es una razón secundaria al explicar los virajes formales de Obama. A eso aludió Chávez al analizar los resultados de la cumbre en Trinidad: “pareciera que los cambios iniciados en Venezuela en el siglo XX, comenzaran a llegar a Estados Unidos. Pareciera que el escritor Víctor Hugo tiene razón y seguirá teniendo razón, cuando dijo que no hay nada más poderoso que la idea cuya época ha llegado. El Eclesiastés seguirá teniendo razón cuando dice que todo bajo el sol tiene su hora”.

Chávez tuvo tres encuentros con Obama en Trinidad. En el primero, le manifestó la voluntad de dialogar. “Queremos ser amigos”, le dijo. En el segundo ocurrió el episodio del libro, que daría la vuelta al mundo en diarios, radios y televisoras. En el tercero conversaron en privado, a pedido de Obama, aunque a la vista de los canales de televisión, durante unos cinco minutos. Allí quedó explicitada la voluntad de retomar relaciones y designar embajadores. Antes, en sesión plenaria, Chávez le había propuesto a Obama la definición de un nuevo plan para las relaciones entre las naciones americanas, basado en el reconocimiento de las diferencias y el respeto a la autodeterminación de los pueblos. “Si la Cumbre de las Américas va a seguir existiendo –sostuvo– debe tener entonces otro plan”, porque el que dio lugar a su nacimiento, el Alca, está ya muerto y sepultado.

Arduo diseño de un nuevo mapa hemisférico

Además de periodistas y comentaristas empeñados en mostrar el resultado de la cumbre en Trinidad como una victoria de Washington, que supuestamente habría desarmado a los críticos duros del imperialismo, están las voces que claman por “moderación” para afrontar la nueva etapa, alegando unos la existencia de una verdadera transformación en la Casa Blanca, otros las dificultades planteadas por un contrincante más sofisticado.

Acaso sin saberlo, los primeros encandilan con su revelación como individuos y medios sin principios, dispuestos a la mentira y el ocultamiento, comprometidos con la negación de todo concepto democrático genuino. Los segundos, en cambio, pertenecen a categorías diferentes, empujados por la complicidad, la ignorancia o la cobardía, en todas las gradaciones imaginables, para confluir en una propuesta reformista. Ése es, efectivamente, el mensaje neto: abandonar toda idea de revolución y asumir una estrategia reformista. “Sin estridencias”, como repiten ciertas voces.

Tras este panorama se despliega en realidad un lento, contradictorio y casi siempre invisible desplazamiento de fuerzas a escala regional.

Vale repetir un concepto muchas veces adelantado en estas páginas: desde fines de 2005, tras la derrota en la recordada cumbre en Mar del Plata, los estrategas del Departamento de Estado lanzaron una contraofensiva que no ha ahorrado recursos en ningún terreno. Menos por su eficiencia que por la lógica de gobiernos comprometidos con los poderes tradicionales del capital, el hecho es que han obtenido resultados favorables. Parciales, oscilantes, menores en relación con lo que continuaron perdiendo, pero en línea con la estrategia imperial.

A la par, avanzó hasta constituirse formalmente la Unión de Naciones del Sur, una conquista histórica cuya relevancia quedó a la luz cuando Estados Unidos intentó el año pasado detonar la guerra civil en Bolivia y Unasur lo impidió. Y por vía paralela, aunque en un nivel superior, el Alba creció y dio pasos estratégicamente decisivos.

De Trinidad en adelante, Washington intentará trabajar con las partes melifluas de la región para sumarlas a sus dos únicos aliados firmes, romper la dinámica de convergencia regional y, a partir de esa línea, golpear sobre puntos que sobresalen en la orografía regional: Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador.

El hecho nuevo y trascendental es que en contraposición con el centro de producción estratégica y manipulación política del imperialismo, comienza a consolidarse un centro de elaboración, articulación organizativa y acción internacional que tiene como centro el Alba y suma incontables organizaciones sociales y políticas en cada país de la región.

Todo en el marco de la crisis más grave que jamás ha tenido el capitalismo en su historia.

Entre la aceleración de la línea de acción revolucionaria tras el objetivo del socialismo del siglo XXI y la necesidad insoslayable de un frente único antimperialista continental (es decir, que incluya también fuerzas opositoras en Estados Unidos y Canadá), se consolidarán los bloques, ahora mismo en constante y contradictoria mutación, que dibujarán el nuevo mapa hemisférico y mundial. Es presumible que habrá oídos disgustados; porque la nueva voz del socialismo sonará estridente en este nuevo escenario.

America XXI, Año VII, No. 49, Mayo 2009.
http://www.americaxxi.com.ve/numeros/0049/index.html

https://www.alainet.org/es/articulo/133713
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