El difícil arte de ser mujer
- Opinión
Fuera de concurso, en Cannes, una de las películas de mayor éxito en tan renombrado festival francés fue "Ágora", dirigida por el español Alejandro Amenábar. Su estrella es la inglesa Rachel Weiz, premiada con el Oscar 2006 como mejor actriz de reparto por su trabajo en "El jardinero fiel", dirigida por el brasileño Fernando Meirelles.
En “Ágora” ella interpreta a Hipacia, única mujer de
Neoplatónica, Hipacia defendía la libertad de religión y de pensamiento. Creía que el Universo era regido por leyes matemáticas. Tales ideas suscitaron las iras de los fundamentalistas cristianos que, en plena decadencia del Imperio Romano, luchaban por conquistar la hegemonía cultural.
El año 415, instigados por Cirilo, obispo de Alejandría, algunos fanáticos arrestaron a Hipacia en una iglesia, la maltrataron con trozos de cerámica y conchas y, después de asesinarla, arrojaron el cuerpo a una hoguera. Su muerte paralizó durante mil años el avance de la matemática occidental. Cirilo fue canonizado por Roma.
La película de Amenábar resulta oportuna en este momento en que el fanatismo religioso se está poniendo de moda por esos mundos de Dios. Pero toca también otro tema más profundo: la opresión contra la mujer. Hoy esta opresión se manifiesta de maneras tan sofisticadas que llegan a convencer a las mismas mujeres de que ése es el camino verdadero de la liberación femenina.
En la sociedad capitalista, donde impera el lucro por encima de todos los valores, el patrón machista de cultura asocia erotismo y mercancía. El atractivo es la imagen estereotipada de la mujer. Su autoestima es desplazada hacia el sentirse deseada; su cuerpo es violentamente modelado según patrones comsumistas de belleza; sus atributos físicos se vuelven omnipresentes.
Donde hay ofertas de productos -televisión, revistas, periódicos, folletos, propaganda en vehículos, y toda la parafernalia de las telenovelas- lo que se mira es una profusión de senos, nalgas, labios, piernas, etc. Es como una carnicería virtual. Hipacia fue castrada en su inteligencia, en sus talentos y valores subjetivos, y ahora es escarnecida por las conveniencias del mercado. Es sutilmente manipuada en su ansia de alcanzar la perfección.
Según la ironía de Ciranda da bailarina, de Edu Lobo y Chico Buarque, “Si nos fijamos bien / todo mundo tiene acné / marca de apendicitis o vacuna / y tiene lombrices, tiene amebas, / sólo la bailarina no lo tiene”. Si lo tuviera sería rechazada por los patrones machistas por ser gorda, vieja, sin atributos físicos que la hagan deseable.
Si abre la boca debe hablar de emociones, nunca de valores; de fantasías, no de la realidad; de la vida privada, no de la pública (política). Y debe aceptar placenteramente ser reducida a la irracionalidad analógica: “gata”, “vaca”, “avión”, “calabaza”, etc.
Para evitar ser repudiada, ahora Hipacia debe controlar su peso a costa de enormes sacrificios (¡qué bueno sería destinar a los hambrientos lo que deja de comer!), cambiar el vestuario lo más frecuentemente posible, someterse a la cirugía plástica por mera cuestión de vanidad (¡y pensar que esta especialidad de la medicina fue creada para corregir anomalías físicas y no para dedicarse a caprichos estéticos!).
Toda mujer sabe que, mejor que ser atrayente, es ser amada. Pero el amor es un valor anticapitalista. Supone solidariedad, no competitividad; compartimiento, no acumulación; donación, no posesión. Y el machismo impregnado en esta cultura volcada hacia el consumismo teme la alteridad femenina. Resulta mejor fomentar la mujer-objeto (de consumo).
En la guerra de los sexos, históricamente es el hombre quien señala el lugar de la mujer. Él tiene la posesión de los bienes (patrimonio); y a ella le toca el cuidado de la casa (matrimonio). Y está claro que ella va incluida entre los bienes... Véase la costumbre tradicional, en el casamiento, de añadir el apellido del marido al nombre de la mujer.
En el Brasil colonial se decía que a la mujer del dueño de esclavos le estaba permitido salir sólo tres veces de casa: para ser bautizada, casada y enterrada... Todavía hoy,
Si lo atractivo es lo que se ve, ¿por qué espantarse de saber que la media actual de durabilidad conyugal en el Brasil es de siete años? ¿Cómo exigir que los hombres se interesen por las mujeres que carecen de atributos físicos o cuando ya son vencidas por la edad?
Es lástima que aún no se haya inventado botox para el alma. Ni cirugía plástica para la subjetividad. (Traducción de J.L.Burguet)
Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros.
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