Partidos, caudillos y democracias
08/09/2009
- Opinión
Tradicionalmente las democracias modernas, que son de tipo representativo, se sustenta en sistemas de partidos a través de los cuales se supone que la opinión política de la sociedad, diversa por naturaleza, se expresa. En esta medida, la fortaleza del sistema de partidos da cuenta de la solidez y estabilidad de la democracia.
Pero, por causalidades diversas, casi siempre asociadas al desarrollo de prácticas que distorsionaban el rol de representación política partidaria –abandono de su papel de representar intereses de sus electores, clientelismo, corrupción-, en muchas democracias, especialmente de países en vías de desarrollo como los de la región andina, pero también en países desarrollados como Italia, los sistemas de partidos entraron en crisis y en algunos casos colapsaron, perdiendo toda su capacidad de representar a sus sociedades.
Esto fue lo sucedido, por diversas causas en cada país, en Venezuela en los 90s con el bipartidismo de Acción Democrática y COPEI que sustentó casi cuarenta años la democracia puntofijista, o lo que pasó en Italia también en los 90s con la crisis de los dos grandes partidos de la segunda postguerra mundial, Democracia Cristiana y el Partido Comunista, o en Colombia con el debilitamiento a finales del siglo pasado del bipartidismo centenario Liberal y Conservador, o en Ecuador, donde la atomización partidista y su inestabilidad política vienen desde los años 60s.
Cuando los sistemas partidistas hacen agua entran en la escena política los llamados outsiders, casi siempre mimetizados como líderes antipolíticos, pero realmente con trazos caudillistas y son los que aparecen como los salvadores de sus países –cada cual invoca ser defensor de diversos objetivos con los cuales logra consolidar unas agrupaciones de seguidores que comienzan casi a idolatrarlos-.
Pero a ninguno le gusta ser controlado, ni tener partidos serios a las cuales dar cuenta. Por ello tienden a menospreciar la organización política partidista y si la promueven son partidos de devotos incondicionales que conviertan sus idearios en nuevos doctrinas de las religiones de las cuales ellos son una especie de ‘sumos sacerdotes’. Y claro, los seguidores de cada uno de ellos no aceptan que los comparen con sus pares: los de Uribe dicen que nunca se le puede comparar con Chávez o Correa; lo mismo dicen los seguidores de Chávez, que ni se les ocurra compararlo con Uribe; o los de Correa. Otros como Berlusconi afirma que él representa lo que todos los italianos quisieran ser y seguramente los demás piensan lo mismo, aunque no lo hayan dicho.
Pero no hay duda que la gran damnificada es la democracia, trátese de regímenes presidencialistas –que se acomoda mejor a este tipo de nuevo caudillismo-, o de regímenes parlamentarios; en todos los casos la democracia tiende a debilitarse: congresos controlados, poder judicial intervenido o arrinconado, organismos de control en manos de amigos y sobretodo, imposibilidad de aceptar las voces criticas, las cuales son estigmatizadas o aún amenazadas de ser judicializadas; los pesos y contra-pesos son domesticados, amedrentados, en fin, debilitados.
Pero eso sí, todos proclaman permanentemente que respetan las instituciones democráticas y que nunca van a atropellarlas. Es llamativo que las democracias sólidas de los países más serios, trátese de países en desarrollo o desarrollados como Estados Unidos, Brasil, Chile, Uruguay tienen sistemas de partidos estables y alternación en el gobierno, con Presidentes que no se mantiene más allá de dos períodos.
Para empezar a recuperar nuestras democracias debemos comenzar por construir serios sistemas de partidos políticos.
- Alejo Vargas Velásquez es Profesor Universidad Nacional.
https://www.alainet.org/es/articulo/136236
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