Una sociedad sin niños

20/11/2009
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Me atrevo a afirmar que la mayoría de las personas tienen hijos sin discusiones existenciales sobre la continuidad de la especie humana ni cosa parecida. Muchas veces, sobre todo cuando se es joven, se llega a la gravidez sin meditar pormenores o al menos sin pensar en elaboraciones filosóficas relativas a la humanidad y su destino.
 
Juntarnos en pareja es natural, así como la necesidad de disfrutar los afectos.
 
Esa irreflexiva e intensa época de floreciente fertilidad en que somos espontáneos sin visualizar más que el devenir cercano, es tal vez la más hermosa de la vida. El instinto y el deseo nos llevan a la convivencia y en esa entrega, planificamos o no la llegada de retoños que luego aparecen como maravillosa consecuencia de amores ejercidos.
 
Es una interesante dialéctica si en realidad esas ganas que nos vienen del otro sexo, son una argucia de la Naturaleza -numen biológica para los ateos- como método asegurador de la existencia humana tengamos o no conciencia de ello. Al decir de Khalil Gibran: “Tus hijos no son tuyos. Son hijos e hijas del ansia de la vida por sí misma”.
 
Imaginemos por un momento que somos los que estamos y no nacen más. O nacen tan pocos que casi no hay recambio poblacional y decrece la ciudadanía menor de edad hasta bajar en forma alarmante el número de niños escolares. No es ciencia ficción sino algo que está sucediendo hace tiempo en Uruguay, de lo cual dio cuenta recientemente un informe de Educación Primaria.
 
Una controversia sin solución sencilla para muchas mujeres de clase media o asalariada que desalienta la maternidad, es la cultura -léase costumbre o ley no escrita- que nos obliga a ser referentes y celadoras del ámbito familiar, trasmisoras de valores, pilar y centro. Incomode o plazca, es como si el hogar fuéramos nosotras.
 
Esto determina un grado de compromiso sublime sin dejar de ser extenuante, sin sueldo ni vacaciones. Se reducen posibilidades de desarrollo personal y nos sentimos culpables si distraemos tiempo para uso semi propio. Como los roles están previamente asignados, es más complicado estar laboralmente preparadas y si salimos a trabajar afuera podríamos percibir entradas discriminatorias -a igual trabajo las damas ganan menos- que no justificarían tal “abandono”.
 
Si nos comprometemos todos y repartimos tareas domésticas y organizativas, podríamos ir hacia un punto donde nadie estuviera sobrecargado, sumado a las escuelas de mayor horario, muy útiles seguramente si hay bastantes gurises que las disfruten y padres que las agradecerán por el alivio a su tarea.
 
También actúa el factor económico “el sueldo no alcanza para tener chicos o más de tantos” y en eso, como en equidad de género, hay encaminadas normativas sociales progresistas cuyos beneficios van haciendo efecto. Pero a la larga y no tanto… ¿haremos políticas para quién si no hay gente?
 
¿Un hijo es un embarazo sinónimo de “problema” aún cuando hayamos parido? El ser humano es la esencia social sin el cual nada tiene sentido. ¿Porqué no tener niños entonces? Algo está fallando y nos involucra a todos como comunidad.
 
El razonamiento -equívoco a mi criterio- sería: para vivir mejor en cuanto a comodidades materiales tenemos menos descendencia o directamente no tenemos. Entonces algunos vivirán subjetivamente mejor su tiempo individual y luego será la nada. El quid estaría en poder ejercer el derecho a tener y mantener los hijos que queramos sin presiones.
 
En el mundo la pobreza extrema muere de inanición y la comida no alcanza no porque seamos muchos, sino porque está mal repartida. “Los pobres no duermen porque tienen hambre, y los ricos no duermen porque tienen miedo a los que tienen hambre”. Dijo Josué de Castro, médico brasileño de la FAO.
 
A su vez las familias de pocos recursos se reproducen bien y es a quienes más hay que ayudar, pues si no se les brinda trabajo estable, bienestar, integración y goce de sus derechos como ciudadanos, junto con ellos podría estar aumentando la marginalidad.
Más allá del caso puntual: hoy el asunto de la escasa reproducción de la población está instalado en nuestro entorno. Aún así, cuando se concibe un chiquitito y una panza de mujer se llena de amor, todos somos un poco mejores.
 
Imaginemos y sigamos imaginando en base al bajo crecimiento demográfico local. ¿Qué seríamos sin niños? ¿Tan debilitada está nuestra raíz que casi no da frutos el árbol?
 
Si no nacen los bebés necesarios para crecer como patria, veremos reducida la dimensión de la esperanza y estaremos culturalmente condenados a desaparecer.
 
Si fuera poco, circulan versiones fundadas según las cuales los multimillonarios capitales Ford y Rockefeler por medio de sus fundaciones, aplican sistemas de exterminio masivo de habitantes financiando la reducción forzada de la natalidad como inversión y para quedarse paulatinamente y de distintos modos, con las riquezas naturales de los países latinoamericanos. Valdría la pena investigar:
 
 
 
¿Qué grado de responsabilidad propia y colectiva tenemos frente a estos hechos?
 
¿Quién puede hacer algo por remediar la opresión que cercena la libertad de engendrar? Creo que siempre podremos más que sólo dejar que suceda.
 
¿Aulas vacías? ¿Vientres vacíos? ¿Qué haremos los uruguayos con esto que nos pasa que nos vamos muriendo y no nacemos? 
https://www.alainet.org/es/articulo/137860?language=es
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