Gestos y gestas
- Opinión
Algunos acontecimientos, previsibles o no, históricos o naturales, han multiplicado recientemente la publicación de balances y reflexiones de cuneo holístico sobre la situación mundial o de América Latina en la prensa progresista, desde los medios impresos de gran circulación nacional, como este diario, hasta blogs y páginas web alternativas. También han modificado secuencias editoriales y ponderaciones temáticas. He sido personalmente influido por ello, desviándome de planificaciones previas. Encuentros como el Foro Social Mundial han abierto la mirada sobre el conjunto. Los flujos informativos masivos y hegemónicos y la apropiación analítica de esos insumos, aún con propósitos críticos, tiene el ritmo y la fuerza de una marea con complejas fuentes cinéticas, alturas e intereses que excede abordar aquí. Resistirla conlleva una singladura intelectual compleja que no siempre arriba a buen puerto. Obviamente entre lo “natural imprevisible” objeto de análisis, sobresale excluyentemente la tragedia de Haití, que descubre con un simple arqueo de la caja del lenguaje, el déficit de significantes para enunciar tal magnitud del horror.
Pero no por previsibles o históricas (por oposición a naturales en este acotado caso) buena parte del resto de las noticias están exentas de dramaticidad. El mundo en general no consigue limpiar siquiera las costras exteriores de la putrefacción neoliberal que, sin embargo, logra realimentarse azuzando con sus propias crisis y expandidas metástasis a las poblaciones. O las guerras de ocupación, masacre y exterminio, o los fracasos para mitigar siquiera la transformación de la naturaleza en sumidero. Buena parte de las masas del llamado “mundo desarrollado” parecen estar atenazadas e inermes frente a una aceleración de su propio deterioro social y del entorno medioambiental. Ni acompañan cambios o resistencias en otras latitudes ni logran frenarse a sí mismas en el tobogán de sus realidades en el que han sido colocadas. Lamentarlo no nos libra de las consecuencias, ni nos exime de responsabilidad para aguzar el ingenio y pergeñar alternativas.
Al desaliento respecto al mundo en general, veíamos (y vemos sin duda aún) parcialmente contrapuesta una incipiente modificación de la cartografía económica, política y social latinoamericana que, no obstante, viene mostrando en algunos casos signos de relativo agotamiento o reversión. El hecho de que éstos fueran previsibles, no soslaya la alarma. Sólo a efectos enunciativos, recordemos la victoria del berlusco-pinochetista Piñera en Chile, la consolidación del golpismo hondureño autoamnistiado por el mamarracho de Lobo acordado en una parodia electoral amañada, o menos coyunturalmente aún, la instalación de las bases militares estadounidenses en Colombia, donde lamentablemente se ha reabierto una llaga infecciosa para todo el hemisferio. Hay otras realidades diametralmente contrapuestas, como la uruguaya o la boliviana, pero no consiguen atraer sistemáticamente la mirada.
Aunque la más preocupante de todas las dificultades sea la incapacidad que viene mostrando Obama para dirigir por sí mismo la política exterior de los Estados Unidos, orientándola hacia sus promesas de campaña. Y lo es más aún su silencio en reconocerlo y buscar posibles alianzas para ejercer su potencial autoridad. O en otros términos, para desacoplar la subordinación de la secretaría de estado al departamento de defensa en el que sobrevive impune el aparato bushista. Entre tantas pruebas elocuentes hacia la región, recordemos la continuidad operativa de la base naval de Guantánamo, las excursiones de
No pondré en duda la materialidad y la potencia de la palabra. Pero su efecto es de mediano y largo plazo en la medida en que nutre las fuentes de la cultura y las ideologías. De tan largo plazo que los ejes elementales fundantes de la modernidad requieren aún de sangrientas luchas para su ejecución, en caso de tener éxito. Las transformaciones inmediatas requieren de acciones políticas más precisas y concretas que la simple retórica. Es asombrosa la capacidad de convivencia que los discursos progresistas o inclusive de izquierda radical, pueden tener con la perpetuación de las más groseras y aberrantes prácticas de poder, incluyendo el propio poder sometido a críticas discursivas. No sólo hay que remitirse a ejemplos como los de Stalin o los de líderes políticos de muy diversa laya, sino además a los propios intelectuales, autores de tal discursividad. Al respecto es sumamente ilustrativo el análisis de Susan Buck-Morss quien sostiene que, si bien por un lado “la esclavitud se había convertido en la metáfora principal de la filosofía política de Occidente para connotar todo lo negativo de las relaciones de poder (e inversamente), la libertad, su antítesis conceptual, era para los pensadores del iluminismo el más alto y universal de los valores políticos (…) la práctica económica de la esclavitud –la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de pueblos no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto que a mediados de siglo todo el sistema económico de Occidente estaba basado en ella, facilitando paradójicamente la difusión global de los ideales iluministas con los que se hallaba en franca contradicción”. El título y tema vertebral del libro, no dejan lugar a dudas respecto a su actualidad y a la alusión a la renovación discursiva y cultural que supone Obama: “Hegel y Haití” (grupo editorial Norma).
La conclusión o enseñanza más enfática del libro refiere a las más flagrantes contradicciones entre los discursos y fundamentos de los principales filósofos políticos (Locke, Hegel, Rousseau, entre otros) y las elusiones de las situaciones concretas de continuidad de la esclavitud (o su indiferencia ante la liberación, como en Haití) o incluso de intereses materiales en su explotación como en el caso de Locke.
La negación es doble e hipotetizo que involucra tanto la inconsistencia discursiva de Obama como la omisión de las experiencias alternativas de los pequeños países, de los balances de las izquierdas de la resistencia y la innovación política en América Latina. La primera alude a la circunscripción de aquel sujeto social de derechos, aquel objeto social de emancipación, que no es en modo alguno universal sino local y acotado. La segunda al nacionalismo. Cuando Obama alude críticamente a las restricciones pasadas al ejercicio de derechos elementales de los negros o inmigrantes no parece estar luchando por la universalización de esos derechos en todo momento y lugar. Sus negros son los estadounidenses. El ámbito de ejercicio es el propio estado nación. El reconocimiento del mundo exterior se define por simpatía u hostilidad hacia él.
Pero este ejercicio no sólo se remite al imperio. Días atrás, era yo quien les informaba a azorados profesionales universitarios uruguayos la donación a
Es el pequeño país de los grandes gestos. Sería ideal que en un futuro estos ejemplos sean solo pequeños gestos de grandes países. Para ello habrá que difundirlo y destacarlo, hasta que su acumulación produzca grandes gestas.
- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de
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