El día después del desarrollo
31/05/2009
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 445: La agonía de un mito: Cómo reformular el "desarrollo"? 06/02/2014 |
Enfrentar las limitaciones del desarrollo actual como la búsqueda de alternativas no es una tarea sencilla. La mayor parte de las personas creen sinceramente en los sueños que alienta ese concepto. Muchos ambicionan un lujoso automóvil, los electrodomésticos más modernos, teléfonos celulares de última generación, aire acondicionado en sus casas, y televisión satelital. Los medios de comunicación alientan esos sueños y los políticos los repiten en sus discursos. Desde la academia convencional se insiste una y otra vez en afirmar que debemos marchar al ritmo del progreso económico; se pueden discutir los instrumentos y los medios que sustentan el progreso, pero la esencia de esa idea no la ponen en duda. Los académicos y los políticos apenas discuten sobre cómo aplicar esas recetas de la manera más eficiente o más veloz.
Las personas que cuestionaban esas ideas fueron durante mucho tiempo una minoría. Eran presa fácil de las críticas superficiales, acusándolos de impedir el desarrollo de nuestros países o carecer de seriedad técnica. Pero en poco más de dos décadas la situación ha comenzado a cambiar sustancialmente.
Los proyectos de desarrollo clásico no han fructificado, persisten enormes problemas sociales y ambientales. El andamiaje del capitalismo mercantilizado, recostado en las finanzas globales, ha entrado en crisis. Tampoco debemos olvidar que también se desplomó el socialismo real, a fines de la década de 1980, y que su apuesta también apuntaba al mismo sueño desarrollista aunque intentaba lograrlo por otro medios. De esta manera, en un período de apenas dos décadas, casi un instante en tiempos históricos, los grandes marcos conceptuales que sostenían las ideas convencionales de desarrollo, entraron en crisis.
La situación es todavía más compleja debido a que, especialmente en América Latina, las reformas de inspiración neoliberal vaciaron todavía más a las ideas clásicas del desarrollo al suponer que todo sería resuelto por el mercado. La aspiración de generar políticas de desarrollo y sus instrumentos de planificación, comenzaron a desvanecerse tanto en los gobiernos, las universidades y las agencias internacionales. Uno de los ejemplos más dramáticos fue la casi total desaparición del “desarrollo rural”, reemplazado por el gerenciamiento de proyectos y la mirada mercantilista sobre el campo y los campesinos. En ese desierto, donde no hay casi nada, es entendible que muchos reclamen la reconstrucción de un desarrollo rural. Pero también sabemos que este nuevo esfuerzo no puede repetir los errores de las viejas ideas del desarrollo.
La crítica del desarrollo también se nutrió de muchas experiencias ciudadanas, y los ensayos que se originaron en su seno han mantenido viva la posibilidad de las alternativas. Otros, si bien utilizaban la palabra “desarrollo”, imponen cambios tan radicales a la fórmula convencional que su resultado es muy distinto (por ejemplo, como sucede con el “desarrollo sostenible superfuerte”). Incluso se han recuperado ideas tradicionales para ponerlas en un nuevo contexto, como el sumak kawsay, el buen vivir de las culturas andinas.
El cuestionamiento del llamado postdesarrollo contribuyó a dejar en claro que las palabras no son ingenuas, ya que encierran significados, culturas y acciones. Entonces, cuando se habla de desarrollo, casi todos expresan los viejos sueños del progreso económico con sus enormes fábricas de chimeneas humeantes y miles de grandes tractores en el campo.
Nuestro propio debate latinoamericano
En el campo de las críticas y las alternativas también es necesaria una nota de precaución, en especial ante algunas propuestas originadas en los países industrializados, tales como el “des-desarrollo”, o “decrecimiento”. Estas estrategias, que esencialmente reclaman una reducción de las economías en países como Alemania, Francia o España, no pueden ser transplantadas de manera simplista a la situación latinoamericana. En efecto, en los países ricos existen en la actualidad enormes niveles en el consumo de energía y materia, y muchas actividades económicas están claramente asociadas a un sobreconsumo y el despilfarro. Por lo tanto, es por demás urgente avanzar en un decrecimiento en esos sectores.
En América Latina existen algunos nichos opulentos con un consumo exagerado. Pero también es necesario advertir que muchos sectores deberían crecer, incluso desde el punto de vista económico: por ejemplo la provisión y cobertura de sistemas de salud, redes de centros educativos, la previsión social, etc. Por lo tanto, en América Latina es necesario identificar aquellos procesos que deberían ser reducidos, pero también los sectores que se deben mantener e incluso que merecerían crecer mucho más. Por lo tanto, postulados del decrecimiento como una reducción económica bajo un factor 10, podría ser aceptable en Alemania, pero sería una catástrofe en países como Nicaragua o Paraguay.
Sin duda, los análisis que se realizan en otras regiones son importantes; muchos compañeros generan ráfagas de nuevas ideas que refrescan el debate en nuestro continente y su experiencia puede servir para evitarnos algún tropezón. Pero también es cierto que muchos de esos caminos alternativos no han fructificado en los países industrializados. Más allá de las contradicciones dentro de la izquierda latinoamericana, está en marcha una renovación y florecen los ensayos, con todos sus aciertos como equivocaciones. Pero esto no sucede, por ejemplo, en Europa, donde su progresismo languidece (la socialdemocracia alemana está empequeñecida y se ha desplomado la izquierda tradicional en países como España o Italia). Muchos de los incansables militantes políticos despiertan admiración por su tesón, pero corren el riesgo de quedar anclados en los contextos teóricos del siglo XIX sin dar cuenta del nuevo mundo latinoamericano del siglo XXI.
Es de la mayor importancia generar nuestras propias discusiones, y nuestros propios ensayos, respondiendo a la coyuntura específica de América Latina: sociedades de enorme complejidad, multiculturales, donde persisten los claroscuros, por ejemplo entre impresionantes niveles de violencia y criminalidad con sobrecogedoras muestras de solidaridad y acción colectiva.
La cuestión central es, entonces, cómo reformular el desarrollo en su propia esencia, tanto en el plano de las ideas como de las aplicaciones prácticas, quiénes serán los sujetos de ese esfuerzo, y cuáles son las urgentes y condicionalidades propias de América Latina. Estos ensayos no necesariamente serán viejos o modernos, o de izquierda o derecha bajo las viejas perspectivas políticas convencionales, sino que deben ir más allá de esas categorías para generar una nueva mirada sobre la sociedad, sus interacciones productivas, y el papel del ambiente.
Ideas para el día después
El “desarrollo” ha muerto, y no ha terminado su velatorio cuando ya nos encontramos reclamando un otro desarrollo – podría preguntarse más de un lector después de leer estas páginas. “Nos tenemos que desarrollar, pero a la vez esa es una palabra inadecuada” – pensarán otros lectores, un poco perplejos con las ideas en estas páginas.
Precisamente eso es lo que está sucediendo, y en ello reside la oportunidad actual: ante el derrumbe de los viejos saberes y el resquebrajamiento del dogmatismo, se abren innumerables oportunidades para el cambio. Quienes cuestionan el desarrollo ya no son tomados por excéntricos, y se asoman nuevas vías alternas para alcanzar el bienestar. Está comenzando el “día después” del desarrollo, y enfrentamos un momento clave que debería ser aprovechado para alumbrar esos otros caminos.
En esa tarea hay varias ideas claras. La primera es que no existen las recetas. Los caminos son múltiples, ya que es necesario respetar la pluralidad de valores y culturas, sus diferentes ambientes, y por lo tanto la aspiración de una “receta” o “modelo” de desarrollo se desvanece. El énfasis neoliberal justamente machacaba en una única estrategia reducida a un tipo de valoración (económica).
La segunda idea defiende que estas nuevas miradas no pueden anular la diversidad cultural en América Latina. El tiempo de la subordinación de esa voces ha quedado atrás, y por lo tanto la tarea ahora es incorporarlas, y permitir el diálogo con otros saberes.
En tercer lugar, los aspectos ambientales necesariamente deben ser incorporados. América Latina está sufriendo una creciente presión sobre sus recursos naturales, se ha abusado de su papel como proveedora de materias primas para los mercados globales, y se han menospreciado las posturas, tanto tradicionales como recientes, que defienden la Naturaleza.
Un cuarto aspecto consiste en la necesaria regulación del mercado. Pero ese esfuerzo requiere aceptar varias precisiones. Por un lado, hay más de un tipo de mercado, tales como pueden ser las relaciones cooperativas o solidarias en las grandes ciudades, o los mercados campesinos basados en el trueque y la reciprocidad. Por lo tanto, las medidas necesarias serán muy variadas, ya que sin duda es imprescindible imponer severos controles sobre los mercados financieros globales, pero los mercados campesinos necesitarán otras medidas, más cercanas al apoyo y su fortalecimiento. Es necesario reconocer que los mercados son plurales, y la interacción con ellos también deberá ser representada por un amplio abanico.
Por otro lado, esa regulación necesariamente debe girar alrededor de la “regulación social”, entendida bajo una amplia participación ciudadana. La idea que el Estado es la cura para todos los males del mercado es una simplificación que puede llegar a ser peligrosa, ya que los gobiernos no han dudado en promover el “maldesarrollo”.
Esto permite avanzar a un quinto aspecto clave: el Estado también debe estar sujeto de esa “regulación social”. Es necesario abrir el Estado a una mayor participación y control ciudadano, luchar contra la burocracia inoperante y la corrupción, para convertir a sus diferentes componentes en instrumentos al servicio de las personas y de un nuevo estilo de desarrollo.
A partir de estas y otras ideas similares, varias de ellas presentadas en otros artículos en esta revista, es posible fundamentar otras demandas básicas. Es tiempo, y contamos con la oportunidad, de avanzar hacia cambios más profundos sobre la estructura y la dinámica del capitalismo contemporáneo.
Lo importante es aceptar que debemos avanzar hacia cambios sustanciales. La tentación de muchos académicos y políticos, de buscar una salida a la presente crisis económica por medio de “reparaciones” y “rectificaciones” del mercado, manteniendo la esencia del capitalismo actual, resulta tanto infundada como insuficiente. Por lo tanto, las discusiones sobre otro desarrollo requieren abordar la esencia misma del capitalismo. El día después del desarrollo, es un día de cambios radicales, y ese día ya es hoy.
- Eduardo Gudynas, uruguayo, es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES) (www.ambiental.net)
https://www.alainet.org/es/articulo/141375
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