Se extingue el viejo Estado nación
31/08/2009
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 448: Bicentenarios: historia compartida, tareas pendientes 06/02/2014 |
Uno. Humanizar, cristianizar, modernizar, civilizar y globalizar son cinco verbos de la historia latinoamericana que se encuentran en el corazón mismo de la formación del Estado colonial en tiempos de la monarquía española y portuguesa, y de las llamadas repúblicas modernas. Los españoles en América se sintieron superiores a los habitantes originarios de nuestro continente, mal llamados indios, debido al histórico malentendido de Colón por creer que había llegado a las Indias siguiendo una ruta diferente. Juan Ginés de Sepúlveda, uno de los doctores de la iglesia católica a mitad del siglo XVI, creyó que los indios se parecían mucho a los monos y que, en consecuencia, lo primero que había que hacer con ellos era humanizarlos; es decir, convertirlos en hombres. Luego, los agentes del poder colonial recibieron el encargo de cristianizarlos para apartarlos de los demonios e introducirlos en el reino de su Dios, único y verdadero. Lamentablemente, ya catequizados y cristianizados, los llamados indios seguían siendo considerados como “salvajes” y, por eso, debían “civilizarlos”. Una vez civilizados, no dejaban de ser vistos como “tradicionales” y, en consecuencia, debían modernizarlos. Ya modernizados, ahora son vistos como aldeanos; por lo tanto, se impone la tarea de globalizarlos. Europeos y norteamericanos serían los ejemplos a seguir en la única vía posible de cambio social. En todos los esquemas evolucionistas, Marx incluido, los europeos se sintieron superiores y ejemplos para el mundo porque estaban convencidos de que eran los más avanzados de la tierra en ese camino de progreso siempre ascendente e irreversible. Los verbos humanizar, cristianizar, modernizar, civilizar y globalizar son parte de la vergüenza en la cultura occidental y, por eso, debieran ser quemados en una hoguera pública. Otras categorías como normal, anormal, superior, inferior, mejor, peor, merecen el mismo destino.
Dos. Desde 1526 -cuando las huestes de Pizarro llegaron a Tumbes, en suelo inca- hasta 1780, el “Pelú”-Perú fue conocido como el país de los incas, sinónimo de abundancia y riqueza (“Esto es Jauja”, “Vale un Perú”). Después de la gran revolución nacional de Túpac Amaru (1780-1781), la corona española dispuso que los incas sean borrados de la memoria; en otras palabas, que no se hablara más de ellos por el peligro que representaban. Un reino sin hambre y con orden en la memoria sería un arma contra el poder colonial. Túpac Amaru se coronó Inca; eliminó la mita, aquel trabajo esclavo obligatorio sin el cual la extraordinaria riqueza de Potosí no habría sido la clave para la formación del mercado mundial, quemó los obrajes; eliminó el comercio obligatorio de los repartos; destituyó a los corregidores; y esperaba que -luego de su victoria- Cusco volviera a ser la capital de la nueva sociedad inca. El encargo de borrar a los incas de la memoria oficial fue cabalmente cumplido por el poder virreinal. Perú ya no debía llamarse país de los incas. Entre 1774 y 1789, se produjeron tres grandes revoluciones, la norteamericana, la de Túpac Amaru y la francesa. Inmediatamente después, comenzaron los procesos de independencia en América del Sur. En esos tiempos de libertad, buena parte de los criollos, “hijos de españoles nacidos en Indias”, se sintió dueña del país, se plegó a San Martín y Bolívar y organizó su república.
Tres. Corresponde a José Carlos Mariátegui, el honor de haber sido el primero en señalar que el pecado original de la república peruana fue haber nacido sin los indios y contra los indios. ¡Qué terrible contradicción! La república llamada pomposamente moderna ignoró a tres cuartas partes de la población, formada por indígenas, por supuesto. La nueva república sería sólo de los criollos y para los criollos. En Lima, el llamado libertador Simón Bolívar redactó con sus amigos la constitución de Bolívar, la nueva república que luego varió su nombre para llamarse Bolivia. En el banquete de formación de las nuevas repúblicas nadie invitó a los pueblos indígenas. Tampoco fue posible que estos exigiesen una o más sillas en la mesa, y un amplio espacio en la nueva sociedad, porque 40 años antes la monarquía ordenó la muerte de todos los dirigentes de la rebelión y de toda la familia de Túpac Amaru. De esta, solo salvaron sus vidas un tío anciano y un sobrino adolescente, ambos deportados a España.
Cuatro. Uno de los primeros decretos de Bolívar fue desconocer las comunidades de indígenas creadas por los españoles a partir de los antiguos ayllus incas y autorizar la venta de sus tierras. En ese momento, la libertad que los indios debían ejercer como ciudadanos de una nueva república era entendida como el derecho de vender y comprar. Gracias al capitalismo que llegaba en la segunda mitad del siglo XIX, los hacendados de horca y cuchillo (llamados feudales o semifeudales) y otros medianos propietarios despojaron de sus tierras a centenares de comunidades campesinas para ensanchar las haciendas ya existentes o para formar otras donde solo había tierras comunales y pequeños propietarios. Este despojo abrió en Perú un ciclo de luchas por la tierra, entre 1888 y 1980. Don Manuel González Prada, en un célebre discurso en el teatro Politeama de Lima, sostuvo que el problema principal del país era la concentración de tierras en pocas manos, que los verdaderos peruanos no eran los criollos sino los indios, y que el Perú comenzaba en los contrafuertes andinos. El sueño de una reforma agraria para resolver el problema de la tierra se convirtió en una reivindicación política de primer orden. Entre 1957 y 1965, las tomas de tierras en los Andes y en la Costa por parte de los campesinos cuestionaron una de las bases principales del estado colonial. Las reformas agrarias de 1962,1963, 1964 y 1969, fueron inevitables y sirvieron para cambiar parte de la realidad peruana[1].
Cinco. Para las nuevas repúblicas, el modelo formal de Estado fue el Estado nación derivado de la revolución francesa y su sueño de un Estado, una nación, una lengua, una cultura, una religión y un dios cristiano único y verdadero. Poco más de un siglo después de las independencias en América, don Lázaro Cárdenas, planteó una lamentable pregunta ¿Cómo convertir a los indios en mexicanos? El supuesto de partida era muy simple: los indios no son mexicanos o México no es de los indios. Esta es la esencia del Estado nación criollo, plenamente vigente después de la revolución mexicana de 1911. La receta para convertir a los indios en mexicanos fue muy sencilla: 1, que aprendan castellano, 2, que dejen de ser paganos y se vuelvan cristianos, 3, que adopten la tecnología moderna, y, 4, que vayan a los hospitales y no crean más en brujos, shamanes y curanderos. En otras palabras, que dejen ser indígenas, que dejen de ser ellas y ellos mismos. La receta indigenista fue exportada por el gobierno mexicano a través del Instituto Indigenista Interamericano con sede en México a los Institutos Indigenistas Nacionales en Guatemala, Ecuador, Bolivia, y Perú, por ejemplo. Los cuatro puntos corresponden exactamente a la propuesta colonial de la monarquía española. ¡Qué paradoja maravillosa! La llamada revolución mexicana propuso una receta colonial para cambiar México y parte de América Latina.
Seis. Alrededor de 1970 y 1980, se cierra el siglo de la lucha por la tierra y se abre una etapa de defensa de la cultura, la lengua, la identidad, el territorio, la libre determinación, el autogobierno, una nueva espiritualidad, un nuevo modelo de desarrollo (“allin kawsay”, buen vivir), por la dignidad, por el respeto y por un Estado pluricultural. Los actores son los pueblos indígenas y sus organizaciones políticas. Paso a paso, en poco tiempo, estos movimientos políticos indígenas cuestionan las bases mismas del Estado nación y todo el edificio político es remecido, en particular los partidos políticos que representan, exclusivamente, al sistema capitalista y a los interese de sus cúpulas dirigenciales.
Siete. Los pueblos indígenas están ganando la batalla por defender sus lenguas, culturas e identidades. La carta postal indígena y la foto Benetton de todos los rostros diferentes del país, reunidos y fijados en aparente igualdad de condiciones, ya es aceptada por el poder colonial interno y externo. Luis Alva Castro, Presidente de Congreso peruano, dijo después de la derrota de su gobierno en Bagua: “De hoy adelante habrá que extender la nación peruana también a los amazónicos”. Es un rasgo de sinceridad de un trujillano criollo y aprista de toda la vida que vivió convencido de que la nación estaba formada solo por Lima y los criollos de provincias, como en 1821. No tendría sentido alguno que alguien pregunte hoy cómo convertir a los indígenas en peruanos porque son peruanos aunque a los criollos no les guste. Son ya compatibles la ciudadanía étnica y la ciudadanía llamada nacional. Decir soy peruano y awajun, al mismo tiempo, ya no es algo exótico o un delito; es, sencillamente, ejercer un derecho, un nuevo derecho.
Ocho. Lo que queda pendiente es que los pueblos indígenas salgan de la carta postal y abandonen la foto Benetton para ejercer sus derechos políticos de modo autónomo, dentro de lo que queda de los Estados naciones. Los ideólogos del Banco Mundial recomiendan que los gobiernos nacionales acepten lo indígena como un adorno estético y folklórico pero que no se metan en política porque siguen considerándolos como menores de edad e incapaces de ocuparse de su propio destino. Su receta es: 1, incluirlos dentro de la política como simples ciudadanos que votan, 2, impedir que defiendan su derecho a la diferencia y a la autonomía política, y 3, ocuparse de financiarles decenas de proyectos. La receta sigue el mismo camino del indigenismo mexicano. Incluir viene a ser lo mismo que integrar. Los indígenas saben bien lo que ha sido la política colonial de integrar. El proyecto boliviano de una constitución para promover un Estado plurinacional es hasta hoy la propuesta política más radical y osada en el continente para acabar con el viejo Estado nación colonial.
- Rodrigo Montoya Rojas es profesor Emérito de la Universidad de San Marcos, Lima, Perú.
[1] Hoy, el señor Alan García, presidente de la república insulta a los pueblos indígenas llamándoles “perros del hortelano” por no comer ni dejar comer y promueve la venta de tierras comunales. La respuesta indígena fue una rebelión amazónica en agosto de 2008 y junio de 2009, que concluyó con una indiscutible derrota del señor García y su gobierno. Ver mi texto “Con los rostros pintados”: Tercera rebelión amazónica en Perú. Agosto 2008-junio 2009. en www.democraciaglobal.org/index.php?fp. También en,Alainet.org y otras redes de Internet.
https://www.alainet.org/es/articulo/141442?language=es
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