Inserción internacional de los países latinoamericanos:

Qué varió desde la independencia?

31/08/2009
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 448: Bicentenarios: historia compartida, tareas pendientes 06/02/2014
La independencia de los países latinoamericanos frente al colonialismo español y portugués, constituyó un cambio trascendental en las modalidades de vinculación con las dinámicas de la economía y de la política mundiales.  La conmemoración reciente de los bicentenarios del inicio de esos procesos de independencia en los diversos países de la región, brinda la ocasión para reflexionar sobre los cambios ocurridos en estos doscientos años, en cuanto a la mencionada inserción internacional de estos países.
 
El tema es indudablemente enorme y necesariamente presenta distintas fases y situaciones nacionales muy diferenciadas, más allá de las generalizaciones simplificadoras; por ello, la presente nota sólo pretende revisar algunos elementos generales que den cuenta de los aspectos más comunes y relevantes.
 
Es preciso comenzar caracterizando a la situación de partida, la vinculación de las colonias americanas con lo que constituía en las primeras décadas del siglo XIX un “sistema internacional” marcado por una fase de transición en cuanto al liderazgo internacional, que se expresaba en la existencia de diversos polos, con al menos 5 potencias europeas que lo disputaban; luego de diversos intentos fallidos por lograr el predominio de una potencia, terminaron estableciendo un esquema de balance de poder, bajo el Concierto de Viena.
 
En el plano económico, a medida que concluía la revolución industrial, se consolidaba el capitalismo en Inglaterra y la industria manufacturera se extendía progresivamente hacia otras naciones europeas y a los Estados Unidos.  El sistema era eminentemente euro céntrico, puesto que allí residía y se disputaba el poder, con la presencia de imperios coloniales que se extendían hacia las diferentes zonas periféricas.
 
A comienzos del siglo XIX, España y Portugal estaban entre las sociedades y economías más atrasadas del continente europeo, por su calidad de reinos que seguían siendo predominantemente feudales y con un fuerte dominio del clero; la modernidad económica aún no llegaba a estas naciones, por ejemplo, todavía mantenían aduanas interiores y manejaban diversas monedas; además, ninguno de estos reinos tenía la capacidad de producir lo que demandaban sus colonias en América.  La confrontación con Inglaterra primero y luego con Francia reducía aún más su capacidad de controlar a sus colonias de ultramar y también afectaron a los canales comerciales monopólicos establecidos por ellas.
 
En el siglo XVIII, con el “absolutismo ilustrado”, la posición relativa de España y Portugal en el concierto europeo sigue deteriorándose, frente al poderoso ascenso inglés.
 
Las potencias coloniales de la península ibérica habían puesto énfasis en los dos siglos precedentes, en una rápida extracción de metales preciosos desde América, en un verdadero saqueo sistemático.  Las importaciones ibéricas desde América estaban constituidas fundamentalmente por oro y plata, que representaban prácticamente las tres cuartas partes del total, con una menor proporción de productos agrícolas como azúcar, café y cacao.
 
A título ilustrativo, se estima que el valor de las importaciones europeas desde América habría representado, a fines del siglo XVII, cerca de 60% del total, superando al valor de los flujos de cereales y especias, provenientes del Báltico y del Asia, respectivamente.  Si bien se trata de estimaciones gruesas, ellas permiten apreciar la gran importancia que alcanzaron entonces centros mineros como Potosí, Guanajuato y Zacatecas.
 
Es importante destacar el peso relativo diferenciado de las relaciones que mantenía la corona española con las diversas regiones que conforman lo que hoy es América Latina; desde luego que esa relación era variable y estaba determinada por diversos factores de origen endógeno y exógeno.  Sin embargo, a título ilustrativo cabe mencionar que a fines del siglo XVIII, los mayores flujos de comercio de España, tanto de exportación como de importación, se realizaban con los virreinatos de Nueva España (México y buena parte de la región centroamericana) y de Perú (que entonces cubría algo más del Perú actual); ellos llegaron a representar casi los dos tercios de las importaciones americanas  y recibían 56% de sus exportaciones.  Pero la importancia de estos dos centros políticos en la exportación de metales se acercaba al 80% del total, correspondiendo casi el 60% a Nueva España.  La participación de Nueva Granada (Colombia y Ecuador) y de Venezuela, era significativamente menor, tanto en minerales como en otras mercaderías.
 
Como se puede apreciar, las colonias españolas y portuguesas en América tenían relaciones económicas y políticas dominadas por sus respectivas metrópolis; sin embargo, la creciente presencia de comerciantes y contrabandistas ingleses, y en menor medida de otras partes de Europa, minaban progresivamente ese dominio.
 
Los cuantiosos recursos, sobre todo en metales preciosos, obtenidos de las colonias americanas estimularon la demanda y la actividad económica en las metrópolis coloniales, pero sólo pasaron por España y Portugal, dejando inflación y disputas por su apropiación, para terminar en manos de los bancos acreedores y de los proveedores manufactureros de Flandes, Londres y París.  Para muchos autores, esa corriente de recursos alimentó el proceso de acumulación originaria del capital, requerida por la revolución industrial y el pujante impulso del capitalismo.
 
En todo caso, la vinculación externa de las colonias americanas se concentraba en el comercio; puesto que tanto la inversión, como la contratación de préstamos y la presencia de bancos y empresas extranjeras eran limitadas.  Los países latinoamericanos eran la periferia primario exportadora del capitalismo europeo.
 
La región pierde peso a escala mundial
 
Los esfuerzos de varios líderes de las luchas independentistas por establecer una federación de naciones, que agrupe a las nuevas unidades políticas y evite la fragmentación de la región y su consiguiente debilitamiento frente a los intereses y ambiciones de las nuevas potencias ascendentes, chocaron con la efervescencia de caudillismos locales y afanes personalistas que propiciaron la atomización.
 
En los doscientos años transcurridos desde entonces se han registrado algunos cambios fundamentales en la inserción de América Latina, pero existen también varios elementos de continuidad que marcan características estructurales persistentes.
 
Una primera constatación que vale la pena destacar es que la región en su conjunto ha perdido peso relativo en el mundo; América Latina tuvo mayor importancia en la economía mundial inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial (en torno al 10% del PIB y del comercio mundial), la perdió rápidamente en las décadas posteriores y sobre todo desde los años ochenta del siglo pasado; sólo en la década de los noventas y en el período 2003-2008 registra cierta recuperación, que deja sin embargo esa participación, alrededor del 6%.  Esa evolución es consecuencia tanto del impacto de la crisis de la deuda externa, como de la creciente vulnerabilidad y fragilidad de la región frente a los diversos choques que se generan cada vez con más frecuencia en la economía mundial y se difunden rápidamente en todas direcciones; como del impresionante dinamismo de varios países del Asia y particularmente de China y de la India, en las últimas tres décadas.  Comparativamente la región pesa hoy mucho menos en el mundo.
 
Un segundo cambio destacable es la mayor heterogeneidad de los países de la región; frente a las condiciones básicamente similares que presentaban en el período de las luchas de la independencia. Efectivamente, las diferencias en la dotación de factores (territorio, localización, tamaño del mercado con capacidad de demanda efectiva, clase empresarial fortaleza y dinámica institucional, entre otras) que presentan los países latinoamericanos se han agudizado en estos doscientos años, pero sobre todo en el último medio siglo.  Esas diferencias implican también diferentes posibilidades para responder ante las crisis financieras y los choques externos, las mismas que tienden a acumularse, modificando los márgenes de maniobra con los que cuentan los gobiernos para diseñar y aplicar políticas públicas y especialmente políticas de desarrollo más eficaces.
 
Una tercera línea de cambio, estrechamente relacionada con la precedente es la creciente diferenciación de la inserción internacional de los países latinoamericanos, sobre todo en cuanto a su participación en el comercio mundial; la tradicional caracterización de América Latina como una región primaria exportadora, especializada en bienes primarios como alimentos, bebidas, petróleo y minerales ya no es válida para toda la región, puesto que ha incursionado crecientemente en la exportación de productos manufacturados, no sólo de las ramas manufactureras más simples y vinculadas a los recursos naturales, sino también en sectores de bienes intermedios y finales de la industria química y siderúrgica, al igual que en actividades con cada vez mayores niveles tecnológicos.
 
Es preciso destacar, sin embargo, que esa dinámica obedece a las estrategias de despliegue global y regional de las empresas transnacionales, convertidas en el eje articulador de la globalización productiva y comercial; involucra a un puñado de países, principalmente a México, varios países centroamericanos y caribeños (básicamente bajo el modelo “maquilador”), así como a los países sudamericanos de mayor tamaño: Brasil y Argentina, y a unos pocos países intermedios, debido a su atractivo como mercados de consumo.  Esta constatación no implica ninguna connotación valorativa frente a la calidad y sostenibilidad de tales estrategias, mucho menos una apreciación diferencial en cuanto a los niveles de desarrollo de unos y otros
 
Una característica común de la región es su creciente homogenización, como espacio para los grandes monopolios globales de los sectores de servicios que se han convertido en los dinamizadores de las economías más desarrolladas; entre ellos se incluyen desde la banca transnacional y sectores de telecomunicaciones, hasta las denominadas “industrias culturales” y del entretenimiento.
 
Otro aspecto en el cual se ha profundizado la diferenciación de los países de la región, dentro de una trayectoria histórica clara, es el que se relaciona con la importancia de los diferentes países en cuanto a la recepción de inversión extranjera directa.  En efecto, siguiendo pautas repetidas a lo largo de los dos últimos siglos, la inversión extranjera ha preferido orientarse a los países de mayor tamaño y hacia aquellos cuyo desarrollo institucional brinda mejores y más seguras oportunidades de beneficios.  Muchas veces esa tendencia ha operado incluso independientemente de las políticas aplicadas por el régimen en el poder frente al capital extranjero.
 
Al contrario y salvo detalles de menor importancia relativa, los países latinoamericanos presentan condiciones y características fundamentalmente similares frente a los flujos de capital financiero; cuando se presenta una “fuga hacia la seguridad” o un retiro masivo de la región, no hacen ninguna diferenciación en cuanto al tamaño ni a las políticas de los países; actúan bajo el “efecto manada”.  Esto indica que los riesgos sistémicos predominan sobre eventuales diferencias regionales.
 
Desde luego que existen otros campos en los cuales no existe gran diferenciación en la región y se relacionan con temas como la persistencia de elevados niveles de pobreza y de inequidad, los más elevados del mundo; la persistencia de amplios segmentos excluidos de la dinámica económica y política, las limitaciones del capital humano, el pobre desarrollo de capacidades tecnológicas propias y la subsistencia de altos niveles de permeabilidad frente a actores y factores externos, así como la fragilidad de sus procesos políticos.
 
Pero quizás debe destacarse la persistencia de fuerzas y actores centrífugos que continúan conspirando, al igual que hace dos siglos atrás, contra las posibilidades de generar procesos sostenidos de cooperación e integración regional, más allá de las diferencias políticas o ideológicas; esos procesos se consolidarán sólo cuando comprendamos las necesidades de una inserción estratégica en el mundo que nos permita superar esas divisiones coyunturales.
 
- Marco Romero Cevallos, economista ecuatoriano, es Director del Área de Estudios Sociales y Globales de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.
https://www.alainet.org/es/articulo/141446

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