Genoma humano y racismo
17/05/2010
- Opinión
El mito de las razas
Pocos vocablos han sido capaces de configurar una “realidad” con un trasfondo tan controversial como sin duda ocurre con la palabra raza. La utilidad que ha tenido el uso de éste término para la estructuración de sistemas opresores basados en supuestas “diferencias raciales” - mito sostenido, defendido y tolerado por gobiernos e instituciones que presumen de “demócratas” y aún, promotores de los derechos humanos; como ocurrió con la postura que tuvieran la mayoría de gobiernos contemporáneos, frente al régimen del Apartheid sudafricano - no tiene parangón.
Como sucedió en todo orden de cosas, cuando el conocimiento científico no alcanzaba a explicar los fenómenos del mundo, lo hacía la superstición, lo que a través de la historia llevó a la comisión de errores y hasta crímenes por parte de quienes se atribuyeron la posesión de la verdad absoluta. Sólo baste recordar la cantidad de sabios, científicos y pensadores (hombres y mujeres) muertos por el Tribunal de la Santa Inquisición cuando se atrevían a sostener teorías que no conciliaban con las “sagradas escrituras”.
Como es posible comprobar, mediante un breve análisis crítico de los contenidos de nuestras conversaciones, mensajes, códigos, expresiones no verbales, simbologías, etc. hasta hace poco y aún ahora, se sigue empleando el término “raza” para definir o identificar a un ser humano a partir de su color de piel, ojos o cabellos, su origen étnico y/o nacional. Libros de enseñanza, diccionarios, enciclopedias, cuerpos jurídicos, cuentos, relatos y muchos otros textos, considerados oficiales; así como otra cantidad de productos culturales, mensajes, noticias, contenidos informativos y educativos, etc. aún no enmiendan uno de los mayores errores que el intelecto humano ha cometido al hablar de las “razas” humanas, basándose en presunciones supersticiosas.
Cotidianamente, seguimos cometiendo el mismo error. Es un error aprendido y repetido. Se trata de una insana costumbre de jerarquizar las diferencias entre las personas, clasificándolas en mejores o peores, en superiores e inferiores, error que se encuentra en la base de la “cuestión racial”, y que por mucho tiempo fue un dispositivo usado por las clases “ilustradas” para hacer creer al “vulgo” que efectivamente existía la superioridad racial de unas personas respecto de otras, de la misma manera que se sostuvo la teoría de la superioridad del hombre respecto a la mujer, para de esa manera someter y discriminar a la mitad de la humanidad. Tanto el sometimiento por motivos de “raza” como de género basado en el mito de la superioridad de unos e inferioridad de otros, han engendrado a lo largo y ancho de nuestro planeta sociedades inequitativas, conformadas por personas infelices y enfrentadas entre sí.
Pero afortunadamente este viejo error intelectual, tan bien aprovechado por opresores, esclavistas y cuanto traficante de seres humanos, ha circulado por el mundo, fue por fin aclarado por la ciencia. Basados en conclusiones de estudios de material genético de las supuestas “razas” humanas, los científicos se han hecho cargo de estos equívocos y se han pronunciado al respecto: LAS RAZAS HUMANAS NO EXISTEN, han sentenciado ya los científicos. En efecto, lo que entendemos por “raza” no es más que una abstracción derivada de una falsa interpretación de las diferencias del color de la piel que presentan determinados grupos de seres humanos, caracteres que responden a factores ambientales y no genéticos; pero que, en un momento de la historia dieron lugar a mitos y prejuicios interesados, los mismos que se fueron secularizando, hasta convertirse en una verdadera ideología seudo científica que sirvió para sojuzgar a personas pueblos y culturas enteras, no sin el uso de la violencia indiscriminada y el genocidio como ocurre con la historia de los colonialismos imperialistas.
Lo que dice la ciencia
En sus primeros intentos por explicar las diferencias entre los grupos humanos, la Antropología Física, había dividido a la humanidad, atendiendo a sus rasgos morfológicos, en tres grandes subdivisiones o “razas”: negroide, mongoloide y caucasiana. Algunos científicos añadieron la amerindia y la oceánica. Pero según avanzaban los estudios, estas tesis fueron siendo replanteadas. Mucho antes de la irrupción de Hitler en Alemania, Franz Boas, un antropólogo estadounidense de origen judío alemán, hizo pública su tesis que la plasticidad fenotípica en los seres humanos se debía a factores medioambientales y no raciales (genéticas), propuesta que mantuvo durante toda su vida. En 1932 en un artículo publicado en alemán, Boas afirmó que no existe relación entre raza y cultura y que la variación fenotípica de los humanos permite afirmar que tampoco hay razas inferiores o superiores. A partir de entonces, el cuestionamiento y rechazo al uso del concepto raza han continuado, pero en general, estas tesis, no han sido filtradas a la opinión pública, los estadistas y políticos se han hecho los sordos y la institución académica por lo general, ha guardado un extraño silencio.
En el 2008, un grupo de científicos encabezados por la centenaria Rita Levi-Montalcini [i] hizo público un manifiesto, que “desclasifica” la información científica, haciéndonos saber que de acuerdo a los estudios del genoma humano, los componentes del ADN de las personas, están sujetos a profundos cambios históricos: se forman, se transforman, se mezclan, se fragmentan y se disuelven con una rapidez incompatible con los tiempos exigidos por los procesos de selección genética (que pudieran haber dado lugar a tipologías raciales), por cuanto el concepto de raza no tiene significado biológico en la especie humana, aseguran los científicos. “…. la idea de que los humanos constituyen grupos biológica y hereditariamente muy distintos son puras invenciones que siempre se han utilizado para clasificar arbitrariamente hombres y mujeres en “mejores” y “peores” y, de esta manera, discriminar a los últimos (siempre los más débiles), después de haberles achacado que son la clave de todos los males en todos los momentos de crisis” comienza el manifiesto.
Venimos de un ancestro común
Los últimos hallazgos paleontológicos y genéticos, arrojan dos datos relevantes: i) el origen común de los pueblos de la tierra, según lo cual, todos evolucionamos en los últimos 100.000 años a partir del mismo grupo reducido de tribus que emigraron desde África y colonizaron el mundo, y ii) la similitud genética entre los mediterráneos de Europa (occidentales) y los de otras partes, orientales, africanos o antiguos americanos. Con estos antecedentes, los investigadores que han completado la secuencia del genoma humano sostienen que el de raza es un concepto construido socialmente (cultural e ideológicamente) pero que carece de respaldo científico. "Hay una sola raza, la humana", afirma entre otros J. Craig Venter, director de Celera Genomics Corporation en Rockville, Maryland, confirmando la antigua sospecha que las categorías raciales reconocidas por la sociedad no se reflejan en el plano genético. Cuanto más de cerca examinan los investigadores el genoma humano -el material genético incluido en casi todas las células del cuerpo- más se convence la mayoría de ellos de que las etiquetas habituales utilizadas para distinguir a las personas por su “raza” (según su color de piel) carecen de significado biológico. Los investigadores afirman que a pesar de lo fácil que puede ser diferenciar cuando una persona es caucásica, africana o asiática (a partir de los rasgos y el color de la piel), esta diferencia desaparece cuando se rastrea el genoma del ADN en cada uno de ellos.
Al obtener el primer borrador de la secuencia completa del genoma humano, Venter y los científicos de los Institutos Nacionales de la Salud (EUA) concuerdan que los rasgos comúnmente utilizados para distinguir una “raza” de otra, como el color de la piel y de los ojos, o el ancho de la nariz, son rasgos controlados por un número relativamente pequeño de genes, y por lo tanto han podido cambiar rápidamente en respuesta a presiones ambientales extremas durante el corto curso de la historia del Homo sapiens. Esto quiere decir - afirman los científicos - que la especie humana es tan joven desde el punto de vista evolutivo, y sus patrones migratorios son tan amplios, permanentes y complicados, que sólo se ha tenido oportunidad de dividir en grupos humanos atendiendo a los aspectos superficiales semejantes, a los que se “etiquetó” con el denominativo “raza”. Los rasgos diferenciales externos responden a procesos de adaptación al medio y que se explican por un número pequeñísimo de genes (0,01%), por cuanto medir o calificar la inteligencia, las aptitudes o el carácter de una persona o un grupo étnico, a partir de su color de piel, es algo que se aleja de la realidad científica. Así lo afirma Harold P. Freeman, del Hospital General de Manhattan, que ha estudiado la cuestión de la biología y la raza. Por su parte, Douglas C. Wallace, profesor de genética molecular en la Universidad de Emory, en Atlanta afirma que "… el cerebro humano está tan sintonizado con las diferencias externas, que induce a las personas a exagerar la importancia de lo que se ha dado en llamar “raza". "… estamos (mental y prejuiciosamente) programados para reconocer esas características…. para distinguir un individuo de otro”.
Es apenas el comienzo
Aunque la investigación de la estructura y secuencia del genoma humano está todavía en pañales, los genetistas han elaborado un esbozo de la historia genómica humana, generalmente llamada la hipótesis de fuera de África o de la evolución de Eva. Según esta teoría, el Homo sapiens se originó en África hace entre 200.000 y 100.000 años aproximadamente, y comenzó a emigrar a Oriente Próximo, Europa, Asia, y, a través de la masa de tierra de Bering, hacia América. Según avanzaban, parecen haber desplazado en su totalidad o en gran medida a humanos arcaicos que ya habitaban en los diversos continentes, bien mediante actos calculados de genocidio, o simplemente reproduciéndose en mayor medida, hasta conducirlos a la extinción. Según establecen los científicos, el número de genes que hacen que unas personas tengan la piel oscura y los ojos almendrados, y otros tengan la piel blanca como la cal, o rasgos como la inteligencia, el talento artístico y las aptitudes sociales, representan una pequeña porción de los aproximadamente 80.000 genes que forman el genoma humano, todos trabajando de una forma combinatoria compleja.
Entre los estudiosos que a pesar de estos descubrimientos siguen defendiendo la existencia de al menos tres razas humanas principales, cuyas diferencias tendrían que ver con el tamaño del cerebro, están J. Philippe Rushton, psicólogo de la Universidad de Ontario Occidental en Canadá, y autor del libro Race, Evolution and Behaviour (Raza, evolución y comportamiento), partidario de la creencia de que estas razas difieren genéticamente en aspectos que afectan al cociente intelectual medio del grupo y a la propensión hacia el comportamiento criminal. Afirma que su trabajo revela que los asiáticos orientales tienen el mayor tamaño cerebral medio y mayor cociente intelectual; los de ascendencia africana tienen el tamaño medio cerebral más pequeño y el menor cociente intelectual; y los de ascendencia europea están en el medio. Pero muchos científicos han puesto objeciones a sus métodos e interpretaciones, alegando, entre otras cosas, que el vínculo entre el tamaño total del cerebro y la inteligencia no está nada claro. El cerebro de las mujeres, por ejemplo, es más pequeño que el de los hombres, incluso después de realizar correcciones para tener en cuenta su menor masa corporal, y sin embargo, las puntuaciones medias de cociente intelectual masculinas y femeninas son iguales. Por lo mismo, las pruebas fósiles indican que los neandertales tenían un cerebro muy grande, y ni siquiera duraron lo suficiente como para inventar pruebas homologadas. Por otro lado, si de comportamientos criminales se trata, la historia de la humanidad demuestra que han sido principalmente las personas de “color” las principales víctimas de innumerables genocidios perpetrados por etnias “blancas” o caucásicas precisamente en nombre de una supuesta superioridad racial.
Por un estudio de material genético neutralmente representativo de humanos contemporáneos, los investigadores han descubierto que entre el 88-90% de las diferencias entre las personas se producen dentro de sus propios grupos étnicos. Esta variabilidad hace referencia a los marcadores de ADN silencioso. El material genético responsable de las funciones básicas de los órganos, no muestran prácticamente ninguna variabilidad de un individuo a otro, lo que significa que son incluso menos específicos de cada una de las denominadas “razas” que los marcadores genéticos neutros. Los genes que muestran una enorme variabilidad con los del sistema inmune, pero esto ocurre dentro de los propios grupos étnicos. Finalmente están los genes que controlan la pigmentación y otras características físicas que al contrario que los genes relacionados con la inmunidad, a menudo se distribuyen en grupos específicos de población, lo que da como resultado que los suecos se parezcan mucho más a otros suecos que a los aborígenes australianos. Es probable que estos genes estén siendo intervenidos, como al parecer ocurrió con el cantante afro-americano Michael Jackson, caso que no fue posible ocultar por la gran popularidad del personaje. En cuanto a las diferencias de pigmentación de la piel, la presión del medio ambiente para desarrollar un rasgo grupal generalizado es poderosa.
Primeras conclusiones
El infundado temor por la “alteridad” que emerge ante la presencia de personas de diferente color de piel (origen nacional, idioma, etc.) responde a una larvada ideología racista. Sin embargo ahora sabemos que los caracteres físicos del ser humano, se alteran mucho más por las condiciones de vida que por la selección genética, ya que las características psicológicas de los individuos y los pueblos no están escritas en sus genes.
No existiendo un problema racial fundado en diferencias biológicas, siendo los colores de la piel un asunto de hábitat y otros factores externos y no de genes (los que además están en proceso de permanente cambio), siendo el de las razas una construcción social y no genética, entonces el problema del racismo es un asunto ideológico y cultural, una forma de pensar que se enseña y se aprende y por lo tanto puede y debe desaprenderse. De allí la necesidad e importancia de analizar y sobre todo debatir públicamente el tema, este no sólo es un asunto de la comunidad científica, es sobre todo un tema social y cultural, y debe ser debatido particularmente entre los sectores populares, principales víctimas del crimen racista. Seguir evadiendo el tema del racismo, como si éste no existiera, es sencillamente permitir que se siga perpetuando.
La necesaria corrección léxica se está ya produciendo en el campo de las ciencias biológicas y sociales, al haberse reemplazado el término “raza” por el de etnia, para referirse (y diferenciar) a los grupos que comparten aspectos comunes como las creencias, la religión, la nacionalidad, el territorio y otras categorías no necesariamente biológicas; entendiendo además que tales creencias son también construcciones sociales y no tienen bases objetivas en el reino natural o supernatural (Gordon 1964).
A través del tiempo, casi todos los grupos étnicos conocidos, por distintas causas han debido emigrar de sus lugares de origen y lo van a seguir haciendo, lo que les permite conocer otras culturas, enriqueciéndose con ello y haciendo evolucionar las culturas propias y ajenas. Atravesando las fronteras disciplinarias, los científicos (Rita Levi es una de ellas) proponen también abordar el tema del mestizaje (étnico, cultural), considerando que todas las culturas y etnias han experimentado o tienden a experimentar este proceso, el mismo que en el contexto de la migración humana contemporánea nos abre a la diversidad, constituyendo este fenómeno una de nuestras mayores riquezas.
Rita Levi-Montalcini, Neurobióloga. Premio Nobel de Medicina (1986). Fue la cuarta mujer que consiguió este galardón. Nació en Turín, Italia en 1909. Se graduó en Medicina y Cirugía en 1936, especializándose en Neurología y Psiquiatría. Por su origen judío sufrió persecución siendo en 1943 expulsada de la Universidad de Turín, donde ejercía docencia, a consecuencia de las leyes antisemitas. En Florencia continuó con sus investigaciones en forma clandestina. En 1945, al terminar la II GM , vuelve a su labor académica. Invitada por el bioquímico y zoólogo Viktor Hamburger, en 1947 se trasladó a la Universidad Washington de Saint Louis, Missouri, donde investiga los factores de crecimiento del tejido nervioso en el embrión de pollo, labor que se extiende hasta 1969. Colaborando con el bioquímico Stanley Cohen, descubrió una molécula requerida para el crecimiento y desarrollo del sistema nervioso sensorial y simpático de los vertebrados. Desde 1956, Rita ejerció docencia en la Universidad de Saint Louis, hasta jubilarse en 1977. Mantuvo su trabajo de investigación en su Italia natal. En 1962 creó una unidad de investigación en Roma y desde 1969 hasta 1978 dirigió el Instituto de Biología Celular del Consejo Nacional Italiano de Investigación. En 1986, junto al bioquímico Stanley Cohen, recibió el premio Nobel de Fisiología y Medicina por el descubrimiento de los factores de crecimiento nervioso, fundamentales para la compresión de los mecanismos de control que regulan el crecimiento de células y tejidos, permitiendo, a su vez, un mayor entendimiento de las causas de ciertos procesos patógenos como los defectos hereditarios y las mutaciones degenerativas. Publicó un trabajo autobiográfico Éloge de l'imperfection (1988). Entre sus publicaciones científicas destacan NGF: apertura di una nuova frontiera nella neurobiologia (1989) y Il tuo futuro (1994).
Sao Paulo, Brasil, mayo del 2010
https://www.alainet.org/es/articulo/141546
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