Nuestra América, los caminos alternativos y los medios
06/06/2010
- Opinión
Casi un año después de su exitosa presentación en el Festival de Cine de Venecia, por fin empieza a exhibirse en algunas ciudades latinoamericanas el documental Al sur de la frontera (South of the border), en el que el cineasta Oliver Stone analiza los procesos de cambio político y social en América Latina, desde las voces y la mirada de sus líderes protagonistas, en lo que se presenta como un contrapunteo con “la manera de informar” de los grandes grupos mediáticos norteamericanos (y sus apéndices en la región).
En Bolivia, ante una consulta de la prensa sobre la “dictadura mediática”, Stone afirmó en que “la lucha contra los monopolios de la información se está convirtiendo en un combate de vida o muerte”[1]. Nada más cierto para nuestra América.
Gestado al amparo de las dictaduras militares, los gobiernos autoritarios y las democracias mínimas y de baja intensidad, que han caracterizado el desarrollo político de la región en las últimas cuatro décadas, el espacio comunicacional latinoamericano se asemeja, cada vez más, a un gran latifundio mediático: controlado por unos cuantos grupos mediáticos –regionales y transnacionales-, y distribuido según su poder económico y sus vínculos políticos.
En este sentido, no es poca cosa lo que augura el inminente triunfo electoral de Juan Manuel Santos en Colombia: se trata de la continuidad del modelo de sociedad de la seguridad democrática y de la política exterior de la “guerra preventiva uribista” (como ocurrió en el ataque del ejército colombiano a territorio de Ecuador, en marzo del 2008), junto al apuntalamiento del dominio de los grupos empresariales y mediáticos asociados a la Casa Editorial El Tiempo (de la familia Santos Calderón) y el Grupo Planeta, de capital español.
Más allá de la metáfora del latifundio, el fenómeno de la concentración de la propiedad de los medios de comunicación, y sus implicaciones negativas para la expresión de la diversidad cultural, política y la construcción de la democracia son inobjetables.
Una investigación realizada por Gustavo Mastrini y Martín Becerra[2] sobre la concentración de medios en nueve países de América Latina, publicada en el 2006, determinó que solo el primer operador o grupo mediático acapara, en promedio, más del 30% del mercado, mientras que los cuatro primeros, juntos, superan el 80%.
El medio con mayor índice de concentración es la TV abierta, con 85%, seguido por la TV por cable (84%) y la prensa (62%). La radio es el medio menos concentrado, con 31% de cuota de mercado para los cuatro primeros operadores. Entre esos primeros operadores figuran empresas de los grupos: Televisa de México, Cisneros de Venezuela, Globo de Brasil y Clarín de Argentina. En la práctica, estos consorcios han asumido las funciones de oposición política, ante la descomposición y vaciamiento ideológico de los partidos tradicionales.
El periodista uruguayo Aram Aharonian, uno de los fundadores de TeleSur y director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia, sostiene que la concentración de la propiedad de los medios tiende a unificar tres dimensiones clave de la comunicación social: información, cultura de masa y publicidad.
Puestos al servicio de los sectores hegemónicos y los negocios del capital internacional, dice Aharonian, hoy los grandes medios cumplen una misión ideológica: “Su finalidad no es dar al ciudadano el conocimiento objetivo del sistema social en que viven, sino ofrecerles por el contrario una representación mistificada de este sistema social, para mantener a los ciudadanos en su lugar, dentro del sistema de explotación”[3].
Desde el inicio de la Revolución Bolivariana en 1999, y hasta nuestros días, buena parte del acoso sufrido por los gobiernos nacional-populares y progresistas, así como por aquellos movimientos políticos y sociales que intentan avanzar en otra dirección diferente al neoliberalismo, y labrar con ello caminos alternativos al sistema capitalista dominante, han debido enfrentar una furiosa oposición de grupos de poder económico y de élites políticas serviles, concertados a partir de las acciones de un puñado de consorcios mediáticos (dicho sea de paso, aliados del nuevo golpismo que hemos conocido en Venezuela y Honduras).
¿Quién habla, entonces, cuando hablan los medios? ¿Qué tipo de discursos se difunden y legitiman –o bien, se condenan- desde estos nuevos poderes? Son preguntas que estremecen al pensar en las descomunales desigualdades que, todavía, debemos vencer para avanzar en la democratización de nuestra América.
La comunicación social, popular, alternativa e inclusiva, por lo tanto, constituye una dimensión de la política que no puede ser obviada por ningún gobierno o movimiento que aspire, realmente, a emprender transformaciones sociales y culturales orientadas al beneficio de las grandes mayorías populares.
Como lo anunció en alguna ocasión el poeta Mario Beneddetti, en el reverso de la imagen que presenta a América Latina como una “inmensa provincia del subdesarrollo”, hay también una historia “evidente e inconfundible: la que se escribe con hechos, con batallas, con trabajo, con dependencias y liberaciones”[4].
En el ámbito de las comunicaciones, la liberación es una batalla pendiente de librar en nuestros países, y un nuevo capítulo de su historia que deberá ser escrita desde la trinchera de las ideas.
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
[1] “Al cine con Oliver Stone y Evo Morales”, en Página/12, Argentina. 3 de junio de 2010. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-146856-2010-06-03.html
[2] Mastrini, Gustavo y Becerra, Martín (2006). Periodistas y magnates. Buenos Aires: Instituto Prensa y Sociedad. Pp. 307-319.
[3] Aharonian, Aram (2007). Vernos con nuepropios ojos. Caracas: Fundación Editorial la rana y el perro. Pp. 19.
[4] Benedetti, Mario (1987). Subdesarrollo y letras de osadía. Madrid: Alianza Editorial.
https://www.alainet.org/es/articulo/141988
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