Estados Unidos y la UE caminan juntas
07/07/2010
- Opinión
La crisis europea pareciera esconder el intento por establecer una nueva unión de mercados. Washington es la que gana. La voz de alerta de la presidenta argentina Cristina Fernández.
En los esfuerzos por entender los efectos de la denominada “crisis financiera” que se iniciara en Estados Unidos, ha cobrado fuerza la hipótesis que describe al “efecto europeo” como un movimiento estratégico, impulsado desde Washington, en el sentido de implementar una relación más estrecha entre el mercado estadounidense y el viejo mundo.
La idea implica sacrificar a la zona del euro, preservar a los países que han sido los motores de la Unión Europea -y también los más fuertes productores de valor agregado-, librando a su suerte a los socios menores, en momentos en que estos se encuentran gravemente afectados en sus economías.
Por otra parte, la iniciativa permitiría a Estados Unidos sumarse tardíamente a una corriente mundial que privilegió la creación de bloques económicos supranacionales y, de esa forma, mejorar su competitividad en la disputa de mercados y de fuentes de materias primas.
Son varias las razones que abonan la hipótesis. En primer lugar el fracaso en 2005 del proyecto para constituir la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA) fue un escollo que impidió potenciar el liderazgo mundial pretendido por Washington. Dicho de otra manera, la situación, así planteada, significaba el fin del sueño estadounidense de constituirse en cabeza de un mundo unipolar cimentado desde el potencial de todo el continente Americano.
Paralelamente al hundimiento del ALCA, la Casa Blanca asistió al vertiginoso surgimiento y consolidación de asociaciones regionales –MERCOSUR; ALBA; BRIC o Unión Europea-, capaces de rivalizar y de discutir con serias perspectivas de éxito a las solitarias pretensiones hegemónicas estadounidenses.
Percatados de esa situación, las posibilidades de rectificar el error para recuperar el terreno perdido -creando una asociación comercial competitiva- se vio dificultada por no existir actores disponibles que, además de Gran Bretaña y Canadá, estuviesen a la altura de las circunstancias.
La cuestión dejaba a Washington un curso de acción: crear artificialmente las condiciones necesarias para conseguir socios confiables y dispuestos a seguir su liderazgo.
Es aquí cuando se produce en territorio estadounidense la “crisis financiera” qu
e inmediatamente se internacionalizaría atacando de lleno a la Unión Europea y provocando, entre otras cosas, la caída del euro.
Precisamente es esa variable la que debe considerarse en segundo lugar para fundamentar la hipótesis inicial: la caída del euro ha posibilitado un aumento de la capacidad exportadora de productos generados por los países más industrializados de la Unión Europea.
En efecto, la matriz de la Unión Europea implicaba que las producciones del viejo mundo estaban destinadas al intercambio interno dentro de la Unión, con roles productivos determinados que otorgaban sustanciales ventajas comparativas a países industrialmente fuertes como Alemania, Francia o Italia, y dejaba relegados a otros como España; Grecia y Portugal.
Sin embargo, la depreciación del euro, acompañada de fuertes medidas de ajuste fiscal en los países más afectados, ha reducido la capacidad de intercambio intraeuropea.
Las medidas adoptadas -tendientes a reducir las cuentas deficitarias de los países que han visto estallar la crisis con más fuerza- les impediría, por carencia de capitales, seguir participando de los intercambios interbloque. Esta situación genera a los países más industrializados un gran saldo de productos exportables que deben, forzosamente, ser ubicados en otros mercados del planeta.
En tercer lugar debe considerarse que, para enfrentar la caída económica de los países menos industrializados, se recurrió a políticas de ajuste con la llamativa intervención del Fondo Monetario Internacional, siendo que en esta organización financiera multinacional es predominante la influencia de Estados Unidos.
Es interesante pensar que existían otras maneras de facilitar una salida a las economías más débiles, cuestión que fue discutida en la última cumbre del G20 de Toronto y que motivara el famoso fuerte cruce entre el presidente Francés, Nicolás Sarkozy, y la mandataria argentina Cristina Fernández.
En Toronto quedó claro que en lugar de adoptar políticas estatales para estimular a la industria y a las demandas internas, se optaría por la alternativa de privilegiar la reducción de los déficits por la vía del ajuste, lo que privilegia el salvataje de bancos. Y siendo que estas medidas aumentan la recesión, se hace necesario redirigir los flujos de exportación.
No es casual entonces que, casi sin solución de continuidad, surgieran las protestas de la Unión Europea en el sentido de denunciar políticas proteccionistas de países fuera de la zona del euro. Y es que ante esta situación, la pelea -como tantas otras veces en la historia- será para ganar nuevos mercados extranjeros.
La disputa comercial internacional involucra de fondo a China, a Rusia y a Estados Unidos.
El problema chino estriba en la necesidad de adoptar medidas tendientes a generar demanda dentro de sus fronteras. El problema estadounidense consiste en colocar saldos fuera para aliviar a sus endeudados ciudadanos y, también, requiere inyectar dinero genuino en los circuitos locales.
El caso ruso se explica por la eterna rivalidad con Estados Unidos en cuestiones de hegemonía y se resuelve con la participación de Moscú en el BRIC.
En este escenario una asociación de Estados Unidos con Alemania y Francia equilibraría la pelea, pero ocurre que esos países europeos ya están encerrados dentro de la eurozona. ¿Cómo se resuelve esa cuestión?
Aquí se abre paso la cuarta consideración que pasa por explicar la influencia que aún conservan las calificadoras de riesgo, siendo que cargan con rotundos fracasos cuyo historial se remonta al sonado caso Enron de la década de 1990.
De nuevo, los mejores cuestionamientos a las calificadoras han sido expuestos por la presidenta argentina Cristina Fernández, quién reiteradamente las ha acusado de actuar con total impunidad y de generar crisis que golpean a las economías reales, afectando al empleo y a las familias.
La principal función de estas sociedades es la de analizar las emisiones de renta fija, con el fin de evaluar la certeza de pago puntual y completo de capital e intereses de las emisiones, por la situación financiera del emisor. Sin embargo, en la práctica, se transforman en operadores de la política económica estadounidense.
Cristina Fernández expone sus razones desde bases estrictamente empíricas. Desde el anuncio de su default en 2001, Argentina ha sido foco de examen de estas empresas privadas, con base en Estados Unidos, y sus títulos fueron castigados en reiteradas oportunidades, a pesar del cumplimiento del país en el pago de vencimientos de la deuda desde 2003.
Por citar un ejemplo puntual, en 2006 la agencia Moody´s le atribuyó la nota “AAA” –máxima calificación posible para un activo bursátil– a más de 9 mil títulos, que representaban unos 869 mil millones de dólares, de los cuales sólo el 17 por ciento logró mantener esas calificaciones durante la crisis.
Posteriormente la calificadora reconoció que “fallas en sus sistemas de análisis” contribuyeron a la crisis financiera que explotó con la quiebra del banco de inversiones y gestión de activos Leman Brothers, en setiembre de 2008, punto de origen de una crisis que hoy internacionalizada.
Según el relato de los propios ex empleados de Moddy’s, las calificaciones de la firma respondían antes de la crisis mundial a los intereses de los bancos que emitían los títulos a evaluar, por lo que esta compañía se convirtió en una fábrica de notas de riesgo cero.
Tomando como base las denuncias de Cristina Fernández no puede dejar de llamar la atención que las mismas calificadoras armasen durante años los números de Grecia, país que actualmente se encuentra inmerso en el centro de un verdadero tornado económico.
En particular, la calificadora Standard and Poor’s, fue la que en abril rebajó la nota de la deuda soberana griega a largo plazo, de BBB+ a BB+, y con ese simple acto relegó a Grecia a la categoría de inversiones especulativas, lo cual agravó notoriamente su crisis interna.
Posteriormente, la misma calificadora también rebajó la nota a corto y largo plazo de Portugal, considerado como el miembro más débil de la Eurozona, después de Grecia, por su elevado endeudamiento.
En estas circunstancias no es descabellado pensar que el trabajo deficiente de las calificadoras de riesgo estadounidenses no ha sido del todo inocente, sino que fue pensado –o al menos aprovechado- estratégicamente desde el gobierno de Estados Unidos, a efectos de debilitar la eurozona, forzando a sus países más representativos –Alemania, Francia, Italia- a un acercamiento interbloque Washington-UE, en el que participaría activamente el FMI como fiscal de la adopción de políticas de corte neoliberal, que garanticen la recuperación del dinero.
Al esfuerzo de Estados Unidos para debilitar a la eurozona también han contribuido los dichos de prominentes funcionarios de ese país. En efecto, bastará citar a Paul Volcker, asesor de Barack Obama y profeta de la posible destrucción de la zona del euro.
Con 82 años de edad, Paul Volcker preside el Consejo Asesor para la Recuperación Económica, creado por Barack Obama para desarrollar ideas y sacar a Estados Unidos de la peor crisis desde la Gran Depresión. Antes sirvió como presidente de la Reserva Federal en las administraciones Carter y Reagan.
En mayo de este año Volcker señalaba que “Washington debería controlar sus déficits para evitar el ataque de los especuladores. Los países más endeudados de la zona euro, entre los que cita a España, están poniendo en entredicho la continuidad y viabilidad del euro”. De esa manera, sus dichos se sumaban a las calificadoras en una campaña en contra de la eurozona.
En quinto lugar habría que entender que las medidas económicas adoptadas por Estados Unidos apuntan a satisfacer la urgencia de Washington por redirigir a su territorio los capitales extranjeros, necesarios para cubrir su deficitaria balanza financiera. Dicho de otra manera Estados Unidos necesita refinanciarse en los mercados internacionales. En el orden local el esfuerzo puede leerse en la ofensiva de Obama contra el fraude fiscal tendiente a nutrirse de fondos frescos de cabotaje.
Para finalizar, la hipótesis de cabecera no contempla que las potencias industriales europeas se estén suicidando al adoptar políticas de ajuste. Por el contrario la creación de una zona comercial atlántica, fundada en el reverdecimiento de una alianza occidental que naciera durante las Guerras Mundiales podría considerarse –desde la óptica de Alemania o Francia- como un “Plan B”.
Dicho plan –el establecimiento de una organización comercial fuerte en ambos lados del Atlántico- se presenta como una opción para enfrentar la competencia de China y de Rusia – y de las organizaciones que estas integran- e implica el abandono a su suerte a países como Grecia, Portugal o España en momentos en que pasan por una de las peores crisis económicas de su historia.
La idea implica sacrificar a la zona del euro, preservar a los países que han sido los motores de la Unión Europea -y también los más fuertes productores de valor agregado-, librando a su suerte a los socios menores, en momentos en que estos se encuentran gravemente afectados en sus economías.
Por otra parte, la iniciativa permitiría a Estados Unidos sumarse tardíamente a una corriente mundial que privilegió la creación de bloques económicos supranacionales y, de esa forma, mejorar su competitividad en la disputa de mercados y de fuentes de materias primas.
Son varias las razones que abonan la hipótesis. En primer lugar el fracaso en 2005 del proyecto para constituir la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA) fue un escollo que impidió potenciar el liderazgo mundial pretendido por Washington. Dicho de otra manera, la situación, así planteada, significaba el fin del sueño estadounidense de constituirse en cabeza de un mundo unipolar cimentado desde el potencial de todo el continente Americano.
Paralelamente al hundimiento del ALCA, la Casa Blanca asistió al vertiginoso surgimiento y consolidación de asociaciones regionales –MERCOSUR; ALBA; BRIC o Unión Europea-, capaces de rivalizar y de discutir con serias perspectivas de éxito a las solitarias pretensiones hegemónicas estadounidenses.
Percatados de esa situación, las posibilidades de rectificar el error para recuperar el terreno perdido -creando una asociación comercial competitiva- se vio dificultada por no existir actores disponibles que, además de Gran Bretaña y Canadá, estuviesen a la altura de las circunstancias.
La cuestión dejaba a Washington un curso de acción: crear artificialmente las condiciones necesarias para conseguir socios confiables y dispuestos a seguir su liderazgo.
Es aquí cuando se produce en territorio estadounidense la “crisis financiera” qu
e inmediatamente se internacionalizaría atacando de lleno a la Unión Europea y provocando, entre otras cosas, la caída del euro.
Precisamente es esa variable la que debe considerarse en segundo lugar para fundamentar la hipótesis inicial: la caída del euro ha posibilitado un aumento de la capacidad exportadora de productos generados por los países más industrializados de la Unión Europea.
En efecto, la matriz de la Unión Europea implicaba que las producciones del viejo mundo estaban destinadas al intercambio interno dentro de la Unión, con roles productivos determinados que otorgaban sustanciales ventajas comparativas a países industrialmente fuertes como Alemania, Francia o Italia, y dejaba relegados a otros como España; Grecia y Portugal.
Sin embargo, la depreciación del euro, acompañada de fuertes medidas de ajuste fiscal en los países más afectados, ha reducido la capacidad de intercambio intraeuropea.
Las medidas adoptadas -tendientes a reducir las cuentas deficitarias de los países que han visto estallar la crisis con más fuerza- les impediría, por carencia de capitales, seguir participando de los intercambios interbloque. Esta situación genera a los países más industrializados un gran saldo de productos exportables que deben, forzosamente, ser ubicados en otros mercados del planeta.
En tercer lugar debe considerarse que, para enfrentar la caída económica de los países menos industrializados, se recurrió a políticas de ajuste con la llamativa intervención del Fondo Monetario Internacional, siendo que en esta organización financiera multinacional es predominante la influencia de Estados Unidos.
Es interesante pensar que existían otras maneras de facilitar una salida a las economías más débiles, cuestión que fue discutida en la última cumbre del G20 de Toronto y que motivara el famoso fuerte cruce entre el presidente Francés, Nicolás Sarkozy, y la mandataria argentina Cristina Fernández.
En Toronto quedó claro que en lugar de adoptar políticas estatales para estimular a la industria y a las demandas internas, se optaría por la alternativa de privilegiar la reducción de los déficits por la vía del ajuste, lo que privilegia el salvataje de bancos. Y siendo que estas medidas aumentan la recesión, se hace necesario redirigir los flujos de exportación.
No es casual entonces que, casi sin solución de continuidad, surgieran las protestas de la Unión Europea en el sentido de denunciar políticas proteccionistas de países fuera de la zona del euro. Y es que ante esta situación, la pelea -como tantas otras veces en la historia- será para ganar nuevos mercados extranjeros.
La disputa comercial internacional involucra de fondo a China, a Rusia y a Estados Unidos.
El problema chino estriba en la necesidad de adoptar medidas tendientes a generar demanda dentro de sus fronteras. El problema estadounidense consiste en colocar saldos fuera para aliviar a sus endeudados ciudadanos y, también, requiere inyectar dinero genuino en los circuitos locales.
El caso ruso se explica por la eterna rivalidad con Estados Unidos en cuestiones de hegemonía y se resuelve con la participación de Moscú en el BRIC.
En este escenario una asociación de Estados Unidos con Alemania y Francia equilibraría la pelea, pero ocurre que esos países europeos ya están encerrados dentro de la eurozona. ¿Cómo se resuelve esa cuestión?
Aquí se abre paso la cuarta consideración que pasa por explicar la influencia que aún conservan las calificadoras de riesgo, siendo que cargan con rotundos fracasos cuyo historial se remonta al sonado caso Enron de la década de 1990.
De nuevo, los mejores cuestionamientos a las calificadoras han sido expuestos por la presidenta argentina Cristina Fernández, quién reiteradamente las ha acusado de actuar con total impunidad y de generar crisis que golpean a las economías reales, afectando al empleo y a las familias.
La principal función de estas sociedades es la de analizar las emisiones de renta fija, con el fin de evaluar la certeza de pago puntual y completo de capital e intereses de las emisiones, por la situación financiera del emisor. Sin embargo, en la práctica, se transforman en operadores de la política económica estadounidense.
Cristina Fernández expone sus razones desde bases estrictamente empíricas. Desde el anuncio de su default en 2001, Argentina ha sido foco de examen de estas empresas privadas, con base en Estados Unidos, y sus títulos fueron castigados en reiteradas oportunidades, a pesar del cumplimiento del país en el pago de vencimientos de la deuda desde 2003.
Por citar un ejemplo puntual, en 2006 la agencia Moody´s le atribuyó la nota “AAA” –máxima calificación posible para un activo bursátil– a más de 9 mil títulos, que representaban unos 869 mil millones de dólares, de los cuales sólo el 17 por ciento logró mantener esas calificaciones durante la crisis.
Posteriormente la calificadora reconoció que “fallas en sus sistemas de análisis” contribuyeron a la crisis financiera que explotó con la quiebra del banco de inversiones y gestión de activos Leman Brothers, en setiembre de 2008, punto de origen de una crisis que hoy internacionalizada.
Según el relato de los propios ex empleados de Moddy’s, las calificaciones de la firma respondían antes de la crisis mundial a los intereses de los bancos que emitían los títulos a evaluar, por lo que esta compañía se convirtió en una fábrica de notas de riesgo cero.
Tomando como base las denuncias de Cristina Fernández no puede dejar de llamar la atención que las mismas calificadoras armasen durante años los números de Grecia, país que actualmente se encuentra inmerso en el centro de un verdadero tornado económico.
En particular, la calificadora Standard and Poor’s, fue la que en abril rebajó la nota de la deuda soberana griega a largo plazo, de BBB+ a BB+, y con ese simple acto relegó a Grecia a la categoría de inversiones especulativas, lo cual agravó notoriamente su crisis interna.
Posteriormente, la misma calificadora también rebajó la nota a corto y largo plazo de Portugal, considerado como el miembro más débil de la Eurozona, después de Grecia, por su elevado endeudamiento.
En estas circunstancias no es descabellado pensar que el trabajo deficiente de las calificadoras de riesgo estadounidenses no ha sido del todo inocente, sino que fue pensado –o al menos aprovechado- estratégicamente desde el gobierno de Estados Unidos, a efectos de debilitar la eurozona, forzando a sus países más representativos –Alemania, Francia, Italia- a un acercamiento interbloque Washington-UE, en el que participaría activamente el FMI como fiscal de la adopción de políticas de corte neoliberal, que garanticen la recuperación del dinero.
Al esfuerzo de Estados Unidos para debilitar a la eurozona también han contribuido los dichos de prominentes funcionarios de ese país. En efecto, bastará citar a Paul Volcker, asesor de Barack Obama y profeta de la posible destrucción de la zona del euro.
Con 82 años de edad, Paul Volcker preside el Consejo Asesor para la Recuperación Económica, creado por Barack Obama para desarrollar ideas y sacar a Estados Unidos de la peor crisis desde la Gran Depresión. Antes sirvió como presidente de la Reserva Federal en las administraciones Carter y Reagan.
En mayo de este año Volcker señalaba que “Washington debería controlar sus déficits para evitar el ataque de los especuladores. Los países más endeudados de la zona euro, entre los que cita a España, están poniendo en entredicho la continuidad y viabilidad del euro”. De esa manera, sus dichos se sumaban a las calificadoras en una campaña en contra de la eurozona.
En quinto lugar habría que entender que las medidas económicas adoptadas por Estados Unidos apuntan a satisfacer la urgencia de Washington por redirigir a su territorio los capitales extranjeros, necesarios para cubrir su deficitaria balanza financiera. Dicho de otra manera Estados Unidos necesita refinanciarse en los mercados internacionales. En el orden local el esfuerzo puede leerse en la ofensiva de Obama contra el fraude fiscal tendiente a nutrirse de fondos frescos de cabotaje.
Para finalizar, la hipótesis de cabecera no contempla que las potencias industriales europeas se estén suicidando al adoptar políticas de ajuste. Por el contrario la creación de una zona comercial atlántica, fundada en el reverdecimiento de una alianza occidental que naciera durante las Guerras Mundiales podría considerarse –desde la óptica de Alemania o Francia- como un “Plan B”.
Dicho plan –el establecimiento de una organización comercial fuerte en ambos lados del Atlántico- se presenta como una opción para enfrentar la competencia de China y de Rusia – y de las organizaciones que estas integran- e implica el abandono a su suerte a países como Grecia, Portugal o España en momentos en que pasan por una de las peores crisis económicas de su historia.
APM | Agencia Periodística del Mercosur | http://www.prensamercosur.com.ar
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
https://www.alainet.org/es/articulo/142909
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