Globalización de la revolución

09/09/2010
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Desde que la institucionalizaron los atenienses, la democracia ha ido perdiendo significado y valor a manos de los siglos y de los incontables tiranos que la han llegado a corromper por completo. Su significado inicial, tan claro y directo de “poder del pueblo” hoy apenas tiene vigencia. La palabra se ha debilitado, ha caducado. Todo ciudadano, esto es, aquel que no fuera esclavo o extranjero, podía representarse a sí mismo en el gobierno de la ciudad.
 
La representación ciudadana es hoy en día poco menos que una ilusión, casi un mito. La llamada democracia es, en la actualidad, un eufemismo con poderosos efectos sedantes sobre la población aletargada. Los gobiernos llamados democráticos mantienen a sus súbditos en un estado de hipnosis ilusoria idiotizante, por medio de la cuál les hacen creer que sus intereses, en tanto que ciudadanos, están representados y protegidos por un puñado de personas con las que poco o nada tienen en común.
 
Para ello, los usurpadores de las democracias modernas se han servido de poderosas armas de control de la sociedad. Tradicionalmente ha utilizado contra el pueblo, la fe y la bala, y más recientemente la palabra.
 
Con la fe, en franco y celebrable retroceso, y la bala relegada a democratizar lejanos países ricos en recursos naturales, la palabra se ha convertido en el arma estrella para usurpar las democracias occidentales. La palabra ha sido moldeada a imagen y acechanza del capitalismo globalizador, que la ha convertido en la más eficaz de cuantas armas ha utilizado contra el pueblo.
 
Los medios de “comunicación” masiva suponen el último paso para ceñir en torno al cuello del pueblo la soga del capitalismo.
 
Ahora ya no precisan amenazarnos con dioses que están en los cielos ni siquiera con balas que están en la recámara y que llevan grabada la palabra “democracia”. La palabra es ahora la droga que se fuerza al pueblo a consumir hasta dejar completamente anulada su capacidad de pensar por sí mismo. Se lanza una consigna que se replica al instante en casi cada medio, y la sensación de estéreo adquiere una nueva dimensión, y un efecto demoledor en la voluntad del individuo, y por ende, en su libertad. Cada cuál es libre de pensar lo que yo le inculco, se diría que repiten hasta la saciedad. En una suerte de Mundo Feliz, que Huxley hubiera reescrito, este sistema totalitario que es el capitalismo, piensa por nosotros, consume por nosotros, habla por nosotros, vive por nosotros. Todo por nosotros, pero nada para nosotros. Sin nosotros. (Obsérvese en este mismo texto que la palabra “nosotros” pierde su significado de tanto repetirla. Tómese este como buen ejemplo de las prácticas globalizadoras del capitalismo)
 
Como pueblo nos han robado la palabra y la han puesto a trabajar a su servicio, en nuestra contra, en contra de la democracia. Se sirven de ella para utilizarnos, para manipularnos, para convertirnos en números de una larga lista de esclavos o extranjeros a los que no permiten una representación y una participación directa en esto que sólo ellos llaman democracia.
 
No es democracia el sistema que va contra el pueblo, no es democracia el sistema de gobierno que preconiza el interés privado de unos pocos y atenta a diario contra el interés general ¿Cómo hemos permitido que se siga utilizando el término “democracia” para definir precisamente lo contrario?
 
Pero aún hay una esperanza, aún le queda algo por hacer al pueblo pisoteado. Como si se les hubiera pasado por alto, han depositado en nuestras manos una suerte de poder que sí emana de nosotros: el dinero, su dinero, el alimento de esa fiera voraz, devoradora de hombres y corruptora de almas que es el capitalismo. El círculo que describe la soga alrededor de nuestro cuello sólo se cerrará si dejamos emanar ese poder de nosotros. El círculo sólo se cerrará si consumimos y devolvemos al circuito financiero todo el dinero que esperan que emanemos.
 
Más allá de lo imprescindible, no consumas.
Más allá de una vida digna y suficiente, no consumas.
Más allá de lo que soporte el planeta, no consumas.
Más allá de lo que resulte moral, no consumas.
Más allá de lo que te sacie, no consumas.
Más allá de lo que considerarías justo y racional para tu vecino, no consumas.
 
Si no consumimos más allá, su máquina, esa máquina que nos degrada como personas se detendrá tarde o temprano. Toda cárcel necesita sus presos, todo supermercado necesita sus clientes, todo capitalismo necesita sus víctimas.
 
Queda demostrado pues, que no vivimos en una democracia, vivimos como aquellos esclavos o extranjeros, que esperaban en Atenas una liberación que no llega, que hay que salir a buscar a donde quiera que esté. Entre todos podemos encontrarla. Otro mundo es posible.
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/144011?language=en
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