El capitalismo en la encrucijada (2 de 2)
21/11/2010
- Opinión
En un análisis sobre la crisis actual y el tema de la deflación Joe Costello escribe en el portal Archein (Deflation, technology, and political economy ) que las deflaciones masivas, nacionales o globales, “representan desequilibrios y cambios fundamentales en las economías, en gran medida producidos por cambios tecnológicos”, recordando las tres experiencias de deflación de la era industrial: después de la Guerra Civil en Estados Unidos (EE.UU.) por la introducción del ferrocarril; durante la Gran Depresión con la expansión de la energía eléctrica y el avance en los procesos industriales; y en Japón desde los años 90 por la introducción masiva de la automatización en la producción industrial. Estas deflaciones fueron precedidas de enormes burbujas financieras que “fueron mucho más que el simple aumento de la cantidad de dinero” circulante, representando en efecto “grandes distorsiones subyacentes en la economía, por un lado los intentos de mantener el estatus quo económico, y por el otro el nacimiento de nuevas estructuras económicas empujadas por la adaptación de nuevas tecnologías”, lo que explica –según Costello- que hallar una solución a las causas de la deflación requiere “medidas mucho más importantes que la simple manipulación monetaria”, como intenta hacer actualmente Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, siguiendo las recetas de su maestro, el economista monetarista Milton Friedman.
La primera crisis del capitalismo pos-industrial se da en Japón a partir de comienzos de los años 90 porque fue en ese país donde tuvieron mayor avance las primeras etapas de la automatización de la producción. Costello cita al Gobernador Hayami del Banco (Central) de Japón que en el 2001, diez años después de comenzado el proceso deflacionista nipón, escribía que “cuando los precios bajan por el alza de una productividad basada en rápidas innovaciones tecnológicas, una forzada reducción de las tasas de interés con el objetivo de aumentar los precios (producir inflación para que las empresas puedan manejar sus políticas de precios y aumentar la tasa de ganancia) puede amplificar las sacudidas económicas”. O sea que no hay solución monetarista a un problema de fondo como es la aparición de un nuevo modo de producción –el paso de la manufactura industrial a la producción automatizada- que altera de manera irreversible la composición del capital (ver primera parte, Crisis de sobreproducción y crisis financiera).
La “mano” en manufacturero
La crisis financiera que en la década de 1930 llevó a la Gran Depresión y la deflación en Estados Unidos tiene sus raíces en la transformación del modo de producción industrial-manufacturero que incorporaba a millones de trabajadores asalariados en el proceso de producción, disparando el aumento de la producción de mercancías y acelerando la modernización de la economía, y como Costello recuerda las “soluciones de política económica del New Deal” del presidente Franklin D. Roosevelt –forzadas por un masivo movimiento de protesta de la masa trabajadora y sus organizaciones sindicales y políticas- fueron las de facilitar el crecimiento del movimiento sindicalista, impulsar el desarrollo de la electrificación del país y regular de manera estricta el sistema financiero que había creado la burbuja que condujo a la crisis financiera.
En la actual crisis del neoliberalismo el problema central de las economías pos-industriales –EE.UU., Japón y países de la Unión Europea- es que con la automatización posible gracias a los microprocesores y la revolución en las telecomunicaciones está desapareciendo la “mano” (el trabajo humano asalariado) implícita en la manufactura, porque las empresas transnacionalizadas –siguiendo a Costello- exportaron fundamentalmente a China y otras partes de Asia los procesos de manufactura, como el ensamblado de piezas y productos que aun requerían de mano de obra asalariada, con el consiguiente impacto en la eliminación de empleos y manufacturas, y la baja de exportaciones de productos industriales en los países centrales.
Las empresas transnacionales y el cada vez más poderoso sector financiero continuaron enriqueciéndose, pero la economía estadunidense se volvió dependiente, como alertaba hace unos años el economista Stephen Roach, de una demanda interna dependiente del crédito para el consumo, un endeudamiento facilitado por la especulación financiera en el sector de los bienes inmobiliarios –causa de la implosión de la burbuja financiera en 2008-, pero que mientras tanto permitió a millones de estadunidenses sacar créditos hipotecarios o usar sus casas como un “cajero automático” –como escribía Roach- para seguir consumiendo y compensar así la baja de los ingresos salariales por la falta de nuevos empleos y el desempleo que engrosa el “ejercito de reserva laboral”, el cual es usado por las empresas para bajar los salarios reales.
Falsas soluciones a un problema real
Los problemas reales de las economías centrales, como el alto desempleo y sus consecuencias sobre la demanda interna y la recaudación fiscal, la creciente concentración de la riqueza en un reducido grupo –menos del 1.0 por ciento de la población-, el empobrecimiento de la clase media y la pauperización de los jubilados, los jóvenes y de los trabajadores desempleados, son políticamente explosivos, al punto que los gobiernos de algunos de esos países, entre ellos el de EE.UU., están recurriendo o proponen medidas proteccionistas y devaluaciones monetarias.
Esto explica las ‘quiméricas’ (quimeras estadunidenses) propuestas que EE.UU. llevó a la reunión del G-20 en Seúl -como dice Marshall Auerback, miembro del Roosevelt Institute y estratega financiero-, de poner topes (de 4.0 por ciento) a los déficits y superávits de las balanzas comerciales entre los países que tienen fuertes desequilibrios comerciales, como China con EE.UU., lo que equivaldría a establecer un “comercio administrado”, es decir un proteccionismo acordado y administrado por los Estados, en particular el Estado importador. De paso cabe recordar que EE.UU. aplica desde hace años esta formula de “comercio administrado” a Canadá –su primer y principal socio en el libre comercio de América del Norte-, en la rama del sector forestal que exporta hacia EE.UU. madera para la construcción.
La respuesta de China y los países emergentes que se han beneficiado por la transferencia de la producción, de los empleos y la tecnología, y tienen ahora importantes superávits comerciales con los países centrales, ha sido negativa, como era de esperarse. Y también fue negativa la respuesta de estos países a las presiones de los países centrales para que eliminasen los controles de las tasas de cambio y de flujos de capitales en algunos casos de manera a permitir la apreciación de sus monedas para encarecer los productos de exportación y abaratar las importaciones provenientes de EE.UU., la Unión Europea y Japón.
En un artículo titulado “Pos-morten del G-20: La ‘quimérica’ ha sido una quimera”, Marshall Auerback escribe (www.newdeal20.org) que después del fiasco en el G-20 y con el control que los Republicanos ejercerán en el Congreso es concebible que por razones políticas internas, para recuperar el voto de los trabajadores en las regiones industriales afectadas por el alto desempleo, el gobierno de Obama no tendrá más remedio que adoptar barreras tarifarias contra China para frenar el déficit comercial. Los gobiernos estadunidenses, recuerda este analista, adoptaron la política de afianzarse en el sector financiero, de seguros y de bienes raíces –que producían el 40 por ciento del total de las ganancias empresariales antes de la implosión de la burbuja en 2008- mientras dejaban que las empresas “desplazaran” los empleos a China para favorecerse del bajo costo de la mano de obra, lo cual con los avances tecnológicos aumentó la mudanza de la producción hacia ese país.
Frente a la realidad política en EE.UU., mientras la tasa de desempleo siga por encima del siete por ciento y la cúpula empresarial continúe tratando de bajar costos mediante la mudanza de empleos a países con mano de obra barata, una guerra comercial, completa con barreras tarifarias, puede muy bien ser inevitable, agrega Auerback,
El proteccionismo comercial para reducir los déficits comerciales -sustituir importaciones y relanzar las exportaciones- requeriría eventualmente la repatriación de la producción y los empleos industriales que las empresas translaciones mudaron hacia el exterior para obtener una rentabilidad superior, como apuntan varios analistas. Pero una repatriación forzada de empresas y capitales a través de políticas fiscales, barreras tarifarias y otras medidas proteccionistas es algo incompatible con el vigente e institucionalizado sistema de libre circulación de bienes y capitales, y sin duda provocaría confrontaciones políticas, comerciales y eventualmente militares entre las principales potencias.
El viejo realismo frente a problemas reales
Un viraje hacia una forma de “comercio administrado” para disminuir los desequilibrios entre las naciones en materia de comercio exterior solo tendría sentido y razón de ser en el contexto de la formación de bloques regionales que además de disponer de políticas comerciales y de desarrollo económico propias, lo que excluye el tradicional esquema de libre circulación global de bienes y capitales, dispongan de su propia moneda o de acuerdos monetarios regionales para poner fin a la larga dictadura global del dólar como la abrumadora divisa de cambio. La formación de bloques regionales es una realidad, aunque se está dando con profundas diferencias de fondo entre lo que se puede avizorar o sucede en Asia y Sudamérica, y la realidad de los dos grandes y dominantes bloques regionales que son el TLCAN y la Unión Europea.
Por otra parte el relativamente buen funcionamiento de las economías de algunos países emergentes durante esta grave crisis puede explicarse, además de las ventajas comparativas en materia de mano de obra o de producción de materias primas de gran demanda –con ejemplos como China, Brasil o Argentina- por la aplicación de políticas claramente desafiantes al neoliberalismo, como el intervencionismo estatal –o la planificación estatal- en la economía, las políticas industriales, la ampliación de los programas de estimulo al desarrollo económico o por las políticas sociales.
Para revivir las economías centrales será necesario, según Costello, efectuar una “masiva reforma financiera y monetaria” en EE.UU. y el resto del mundo, pero apunta que esta reforma “no será en sí misma suficiente para enfrentar los desafíos de la economía en su conjunto”, y concluye en que por eso mismo “la totalidad de nuestra política económica necesita una reestructuración fundamental”.
Las soluciones realistas están al alcance de la mano de los países centrales afectados por un desempleo que se avizora prolongado, pero que a través de sus sectores financieros y las transnacionales siguen acumulando riquezas que van a parar a esa reducida oligarquía que cotidianamente se denuncia en EE.UU., Francia y otros países.
La primera medida realista es la de poner fin a las políticas que han servido para socializar las pérdidas de las grandes empresas y bancos, y comenzar la socialización de una considerable parte de las ganancias del sector productivo y de las finanzas –recaudadas bajo la forma de impuestos de hasta el 90 por ciento sobre las ganancias del capital-, para reducir las deudas estatales, financiar los programas sociales que favorecen a los más amplios sectores sociales, efectuar inversiones en la infraestructura y estimular la demanda interna mediante la creación de empleos.
Nada de radical ni amenazante en esta opción. El presidente Roosevelt la aplicó cuando se trató se salvar al sistema capitalista estadunidense de una crisis sistémica, como la actual. Pero todo dependerá de si la presión social y política de los pueblos supera la que viene del dominante sector financiero, como demostró la experiencia del New Deal.
- Alberto Rabilotta, Toulon, Francia.
https://www.alainet.org/es/articulo/145648?language=en
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