Tres décadas

25/11/2010
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En este mes es cuando más se habla de un hecho cotidiano, unas veces secreto, oculto, vergonzante, indignante; otras, evidente, público, aceptado y fomentado. Se trata de la violencia hacia la mujer, que no se circunscribe a un acto físico, sino que tiene múltiples manifestaciones, que hace unos años se veían como naturales, pero hoy se denuncian, se combaten y se repudian.
 
Esta es una violación a un derecho humano, de esas que están naturalizadas porque el terror nos ha cambiado la sensibilidad y la humanidad y no nos importa ni nos altera si seres humanos pierden la vida o son maltratados; en fin, que cada una(o) tiene sus propios desasosiegos. Esta forma de relacionarnos nos envilece como sociedad.
 
Hay que reconocer los avances logrados por las organizaciones de feministas que han conseguido que el Estado haya impulsado acciones, tanto en el ámbito legislativo como de política pública, y también han trabajado intensamente para sensibilizar a funcionarios, diputados, juezas y jueces, profesionales de distintas ramas y población en general para construir alianzas para la defensa de derechos y dignidades y, sobre todo, para acabar con la impunidad.
 
Estamos mal, mal en mortalidad materna, reportando indicadores de los más elevados en América Latina, siendo en algunos departamentos tan altos como en África. A muchas trabajadoras, especialmente de casa particular y de las maquilas, no se les reconocen salarios mínimos ni prestaciones.
 
Numerosas mujeres son martirizadas por sus compañeros de vida, insultadas, maltratadas y menospreciadas. Las que han sido violadas tienen, además de la congoja, el sufrimiento y la vergüenza, el estigma social. Madres que tienen que demandar a los padres de sus hijos (as) para que se paguen las pensiones alimenticias. Miles de niñas no van a la escuela, y ellos comen mejor que ellas; otras son víctimas de trata y no se les garantiza justicia. El calvario de las migrantas no recibe atención y protección. ¿Acaso todo eso no es violencia contra las mujeres y no solo el terrible femicidio?
 
Las acciones y omisiones que dañan a las mujeres en lo inmediato o en su futuro, que le causan sufrimiento físico, sexual, económico o psicológico, así como las amenazas, la coacción y la privación de su libertad, son formas de violencia de género, tanto en el ámbito público como privado, según la Ley contra el Femicidio y otras formas de violencia hacia la mujer.
 
Hay un caso paradigmático de una mujer luchadora por los derechos humanos, especialmente de sus congéneres, que fue desaparecida y todavía preguntamos ¿dónde está Alaíde Foppa?, insigne guatemalteca, feminista, poetisa, académica, periodista, mujer valiente y decidida a conquistar sus sueños. Hoy, 30 años después de su desaparición, sus hijos, familiares, el Grupo de Apoyo Mutuo y otras organizaciones han interpuesto a su favor una exhibición personal. Cerigua y la Red por el Intercambio de la Libertad de Expresión (IFEX) han levantado una campaña internacional en acompañamiento a estas acciones que buscan un quiebre a la impunidad.
 
El llamado del secretario general de la ONU es fundamental para avanzar y terminar con este drama. Hay cabida para todos en esta cruzada; los gobiernos en primera línea, la sociedad civil, el sector privado y los medios de comunicación, cada persona cuenta, y todas y todos haremos la diferencia. ¡Únete! para poner fin a la violencia contra las mujeres.
 
Guatemala, 24 de noviembre de 2010
 
-          Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, es directora de la Agencia CERIGUA. http://cerigua.info/portal/
https://www.alainet.org/es/articulo/145771
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