Conferencia en el Círculo Bolivariano “Negra Hipólita” de Miami

Jesucristo en su dimension revolucionaria

16/12/2010
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Hablar de Jesucristo es adentrarse en un tema inagotable, de inabarcables matices. Es como observar un poliedro de infinitas caras en el cual siempre podemos descubrir nuevas facetas, aristas y ángulos. Para los historiadores confesionales los Evangelios constituyen relatos históricos salpicados de leyendas que hacen más fácil la comprensión del mensaje bíblico, mientras que para los historiadores no creyentes, los Evangelios son leyendas ubicadas en un marco histórico. Pero pocos dudan actualmente de la historicidad de Jesucristo.
 
Para los que creemos que un mundo mejor es posible y luchamos por él, la dimensión que nos une al cristianismo es la dimensión revolucionaria de Jesucristo. Si queremos encontrarnos con Jesús, es mucho más fácil hallarlo junto a los millones de seres humanos que tienen “hambre y sed de justicia” que en la basílica sagrada de San Pedro o en cualquiera de las grandes catedrales del mundo. Por eso es importante, tanto para creyentes como para no creyentes, el conocimiento de los Evangelios, porque en las enseñanzas del Nazareno existe una fuerza emancipadora que es el sustento de la Teología de la Liberación y es capaz de levantar contra los opresores a las grandes masas cristianas de América Latina.
 
La vida de Cristo no transcurrió en un periodo de idílica paz como se ha querido hacer ver. La “Pax Romana” se imponía a sangre y fuego y no sin tenaz resistencia de los pueblos sometidos. Tras la victoria obtenida por los macabeos en el año 164 A.C., Judea logra y mantiene su independencia durante un siglo hasta que cae en 63 A.C. bajo la dominación romana. No obstante, el sentimiento de rebeldía siempre se mantuvo latente.
 
En el año 4 A.C. estalla en Jerusalén una revuelta popular que comienza al destruir un grupo de jóvenes el águila de oro que Herodes el Grande había hecho colocar encima de la puerta del Templo. A la muerte del sátrapa tiene lugar un período de caos en todo el país. En el año 6 D.C. Judea es incorporada a Roma y los abusos de los procuradores suscitan una insurrección muy cruenta durante la fiesta de Pentecostés, que se expande a Galilea y a otros territorios. El palacio de Herodes en Jericó fue incendiado. La insurrección termina con una derrota y la crucifixión de 2000 de los rebeldes.
 
Es en este ambiente de rebeldía contra la dominación romana y en la expectativa del Mesías que habían anunciado los profetas, que nace Jesús.
 
Las mismas circunstancias que rodean su nacimiento tienen ya un potencial subversivo en la jerarquizada estructura social de la época, pues no nace en un palacio sino en un pesebre, no es hijo de reyes o emperadores ni de altos magistrados sino de un humilde carpintero..
 
Los Evangelios están llenos de invectivas y condenas contra los ricos, los poderosos y los explotadores. Son numerosísimas las citas bíblicas en este sentido. Recordaré sólo algunas de las más importantes.
 
Las primeras palabras de Jesús que se conocen (Lucas 4: 16-21) van dirigidas a los pobres y a los oprimidos: “…para evangelizar a los pobres me ha enviado, (…) para libertar a los oprimidos”. En Lucas 6: 20,24: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” y “¡ay de vosotros los ricos porque en las riquezas tenéis vuestra consolación!”. En Lucas 12: 15: “Atended y guardaos de toda codicia”, a continuación, en 16-21, la parábola del rico necio que solo se preocupaba de comer, beber y darse buena vida. Y en 34 una frase que bien pudiera llevar las firmas de los autores clásicos del socialismo: “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. O dicho en términos marxistas: “Es la existencia social la que determina la conciencia”. Se piensa como se vive, no se vive como se piensa. El rico piensa como rico, el pobre piensa como pobre.
 
En numerosas ocasiones los Evangelios nos enseñan que la oposición a Jesús tenía una motivación clasista. Por ej., en Lucas 16: 13-14: “No podéis servir a Dios y al Dinero.” “Oían todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y hacían mofa de él.” Y en 19-31 la magnífica parábola de Lázaro, el pobre cubierto de úlceras que lamían los perros, y el rico glotón, “que vestía púrpura y lino fino” (¿no visten así los cardenales?) que dio origen al culto a San Lázaro, tan popular en Cuba. Estos y otros muchos ejemplos que podría citar demuestran por qué los Evangelios se convirtieron en una gran amenaza para la iglesia institucional. Cuando San Francisco de Asís encarnó la pobreza radical del Evangelio, la jerarquía eclesiástica apoyó a los que querían que los franciscanos llevasen una vida más “normal”. Cuando, después de la Segunda Guerra Mundial surgieron en Francia, Italia y España los llamados “curas obreros” y comenzaron a vivir y a trabajar con el pueblo al que servían, fueron suprimidos por el Papa Pío XII. De igual modo, las comunidades eclesiales de base (CEB) de la Teología de la Liberación fueron desaprobadas por Juan Pablo II. Todo ensayo de vida verdaderamente cristiano se enfrenta a la hostilidad de la alta jerarquía tanto de la iglesia católica como de muchas denominaciones evangélicas protestantes.
 
La imaginería religiosa está llena de manipulaciones clasistas. La Virgen María se aparece siempre a gente muy sencilla: la de Fátima a niños pastores, la de Guadalupe al indio Juan Diego, la Caridad a tres humildes pescadores pero, con demasiada frecuencia a través de la historia, las madonas han llegado a los altares con piel muy blanca, a veces con cabellos rubios y ojos azules, vestidas con ricas y anacrónicas vestiduras del Renacimiento y coronas de piedras preciosas engastadas en oro, como si la madre de Jesús no hubiese sido de etnia judía y no hubiera vestido acorde a su época, con la sencillez que corresponde a la esposa de un carpintero pobre.
 
Pero Jesús no sólo atacó a los ricos sino también a la arrogancia y a la soberbia de los que detentan el poder. Cuando le preguntaron quién sería más grande en el reino de Dios, llamó junto a sí a un niño y dijo: “el que se hiciere pequeño como este niño, es el mayor en el reino de los cielos.” Y dice luego algo que para los pedófilos, sobre todo los que tienen bajo su responsabilidad la formación de niños, debiera sonar como anatema terrible: “Y quien escandalizare [o sea, quien le robe la inocencia] a uno de estos pequeñuelos mejor fuera que le colgasen alrededor del cuello una rueda de molino y le sumergiesen en alta mar.”
 
Jesús ataca, además, la hipocresía de los líderes espirituales de su tiempo (saduceos, escribas y fariseos) con palabras que bien pudieran aplicarse a ciertos guías espirituales de la Iglesia en la actualidad: “Así pues –dice en Mateo 23: 3- todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardadlas, más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen.” (o sea, hagan lo que ellos dicen pero no lo que ellos hacen).
 
Después de la muerte de Cristo, en el año 51, se reunieron en Jerusalén Pedro, Santiago, Pablo y otros apóstoles y acordaron que los que quedasen en la ciudad se dedicarían a evangelizar a los circuncisos, es decir, a los judíos, mientras que Pablo marcharía a evangelizar a los paganos. Lo más trascendente, me parece, es la recomendación, de los que quedan en Jerusalén, a Pablo y a los que se van. Dice Pablo en Gálatas 2: 10: “Sólo nos pidieron que nos acordásemos de los pobres”.
 
Jesús fue un partidario radical de la igualdad. En la sociedad patriarcal en que vivió ni sus propios discípulos podían comprender que Jesús tratase a las mujeres en el mismo plano que a los hombres. Todo el mundo conoce el episodio de María Magdalena a quien, de acuerdo a la tradición, querían matarla a pedradas acusándola de prostituta. Jesús les dice que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra y cuando comienza a escribir en la arena los secretos más ocultos de los que querían apedrearla todos espantados se fueron retirando. En aquella sociedad era un escándalo que las mujeres viajaran siguiendo a Jesús. Sin embargo, muchas lo siguieron a través de Galilea.
 
Las mujeres continuaron jugando un papel relevante en los primeros tiempos del cristianismo. Tuvieron una presencia muchísimo más activa en las primeras comunidades cristianas que el que habían desempeñado en las sinagogas y el que desempeñarían con posterioridad en las iglesias cristianas. De esto hay abundante prueba documental en las Epístolas de San Pablo y en Hechos de los Apóstoles. Un fresco en la pared de la catacumba de Santa Priscila en Roma muestra a una mujer partiendo el pan de la Eucaristía para otras seis mujeres, privilegio que sólo han tenido posteriormente los sacerdotes hombres.
 
Las primeras comunidades cristianas han sido, hasta el presente, las sociedades más igualitarias que han existido. Representaron una especie de comunismo primitivo en el cual, por supuesto, no existían los pobres. En la Epístola a los Gálatas (3: 28) Pablo afirma: “No hay judío ni gentil, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni hembra, pues todos vosotros uno sois en Cristo Jesús.”
 
Hay términos que no deben usarse indiscriminadamente. Tomemos por ejemplo matar y asesinar. En ambos casos el resultado es la muerte de una persona, pero matar está permitido en determinadas circunstancias, digamos en defensa propia, mientras que asesinar nunca.. De igual modo, fuerza y violencia no tienen el mismo significado. Si alguien transgrede la ley y se resiste al arresto, las autoridades aplicarán la fuerza necesaria para dominarlo, pero si después de esposado continúan golpeándole ya no es fuerza sino violencia. Una revolución que trata de cambiar estructuras que oprimen a la población, estará utlizando la fuerza y no la violencia. En realidad, los que han utilizado siempre, invariablemente, la violencia para mantener sus riquezas y su poder han sido los ricos y los poderosos.
 
La violencia tiene a su vez distintas manifestaciones: física, biológica, psicológica, estructural. La más importante es esta última, que ocurre cuando los recursos y los poderes de un país están desigualmente distribuidos, concentrados en las manos de unos pocos. Estas oligarquías ejercen la peor forma de violencia que existe. El hambre que provocan en el mundo, por ejemplo, mata una persona cada 7 segundos. Esta violencia institucionalizada pone la ley, el orden, y con gran frecuencia la religión, a su servicio.
 
Durante siglos líderes religiosos han predicado a los cristianos la resignación, manipulando con este objetivo la frase de Jesús que dice: “si uno te abofetea en la mejilla derecha vuélvele también la otra.” Al citar esta frase fuera de contexto, se olvidan del Jesús de otro sitio del Evangelio que tomó el látigo y arrojó fuera del Templo a los mercaderes. Y, por cierto, en esta acción utilizó la fuerza necesaria, no la violencia.. ¿O alguien se atreve a decir que Cristo fue violento?
 
Algo similar ocurre con el José Martí de los versos de la Rosa Blanca, equivalente a la otra mejilla de Jesús, que sirvió para tratar de limar las aristas revolucionarias al Héroe Nacional de Cuba. Pero en las expediciones que organizó para la guerra necesaria, en la Fernandina por ejemplo, los barcos iban cargados de guerreros, pertrechos y armas, no de flores, y no ciertamente para depositar rosas blancas a los pies de los españoles.
 
Aún admitiendo que sea cierto todo lo que dicen que Jesús dijo y que las traducciones del arameo al griego, del griego al latín, y del latín y el griego a todas las demás lenguas hayan sido honestas y precisas, lo cual sería ya de por sí un milagro, la tesis que esgrime Jesús a través de los Evangelios no es de resignación sino de oposición a la ley hebrea existente con relación a la violencia. La ley que existía era la llamada Ley del Talión, que se resume en la frase “Ojo por ojo y diente por diente”. Jesús atacó su fundamento, la venganza, y la relación entre los seres humanos basada únicamente en la ley. La ética del cristiano no era compatible con la Ley del Talión ni tampoco podía ser la ética de la ley sino la ética del amor al prójimo, pero no de un amor sentimental, sino de un amor radical, exigente, total.
 
Lo que Cristo demostró es la fuerza de las ideas, invencibles cuando se acompañan del ejemplo y del amor, De hecho, sus palabras han sido un látigo contra los malvados a través de los siglos. ¿Qué significa, por ejemplo, esta frase: “En verdad os digo, cuanto hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”? (Mateo: 25: 40). Significa que los sacerdotes que abandonan a los pobres, los televangelistas que extraen sus ahorros a los ancianos que embaucan con sus prédicas, los que asesinan a miembros de otras religiones a causa de su fe, los que discriminan al inmigrante, los que desprecian a los humildes, los que persiguen a otros hombres por las ideas que profesan, están abandonando, robando, asesinando, discriminando, despreciando o persiguiendo a Jesús. En este sentido Cristo era un radical, un extremista, el más radical y el más extremista de todos los revolucionarios que han existido. No utilizó la violencia pero la fuerza de sus palabras era infinita.
 
La violencia existe, es permanente, es consustancial al capitalismo, no la generan los revolucionarios. Las clases y los antagonismos de clase constituyen un hecho social, estructural, forman parte del sistema. La lucha de clases existe, haya o no partidos marxistas. La clase dominante nos impone a todos, cristianos o no, su ideología. Y no existe nada más contrario a las enseñanzas de Cristo que la división de la sociedad en clases. Cualesquiera que sean nuestros criterios con respecto a la lucha de clases, debemos convenir en que no se puede equiparar a la víctima con el victimario; no puede haber “negociación”, “entendimiento”, “armonía” o “reconciliación” entre las clases cuando una de ellas cuenta con todo el poder, la cultura y la riqueza y la otra sólo con su indefensión y su pobreza. No se logra la paz entre las clases tratando de pacificar a los pobres.
 
 En su etapa insurreccional, la revolución tendrá que utilizar la violencia siempre que sea necesario. Si la pura cuestión administrativa de decidir sobre los impuestos sirvió para justificar la revolución en norteamérica, cómo no van a justificarla la pobreza, la injusticia, la opresión y las desigualdades en América Latina y en el resto del Tercer Mundo.
 
Sin embargo, una revolución en el poder puede y debe evitar la violencia. Lo que no puede es prescindir de la fuerza necesaria para llevar adelante los cambios sociales. La nacionalización de una empresa extranjera, la expropiación de tierras para la reforma agraria, la intervención de un canal de televisión que incita al golpe de estado, etc., son medidas legales que pueden convertirse en medidas de fuerza de acuerdo al grado de resistencia que se les oponga. En todo caso, serán medidas de fuerza pero no de violencia.
 
Hagamos por último una distinción semántica con el término pacifista. Todos los hombres de buena voluntad, creyentes y no creyentes, deseamos la paz y, por tanto, somos pacifistas. Pero no lo es el que desea una paz a ultranza, una paz a cualquier costo; éstos son seguidores de la doctrina de la resignación, de no importa cuales sean las circunstancias, hay que aceptar cobardemente el sufrimiento, como si Dios se complaciese con el dolor humano; sin embargo, como hemos visto, una exégesis, una interpretación legítima de los Evangelios, conduce a conclusiones totalmente diferentes.
 
Las oligarquías utilizan un doble estándar: justifican la violencia para mantener el statu quo pero prohiben el uso de la fuerza a quienes pretenden modificarlo. No en balde se dice que los que hacen imposible la revolución pacífica, hacen la revolución violenta inevitable.
 
Estoy firmemente convencido de que no hay nadie más subversivo para el régimen capitalista que aquel que vive en consecuencia con la doctrina social bíblica, sobre todo la contenida en los Evangelios. En cierto modo, Isaías, Mateo y Lucas, son autores intelectuales de la revolución que avanza en América Latina. Con optimista espíritu navideño hagamos votos por que comiencen a producirse las ya largamente esperadas convergencias de la caridad con la justicia; de la verdadera Iglesia, la de los pobres, con los oprimidos; del amor cristiano con la solidaridad y el internacionalismo socialistas. 
https://www.alainet.org/es/articulo/146269?language=en
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