1. Relíguese. Evite el solipsismo, el individualismo, la soledad nefasta. Relíguese a lo más profundo de sí mismo, allí donde se cultivan los bienes infinitos; a la naturaleza, de la que todos somos expresión y conciencia; al prójimo, de quien inevitablemente dependemos; a Dios, que nos ama incondicionalmente. Esto es religión, re-ligar.

 

2. Tenga presente que las religiones surgieron en la historia de la humanidad hace unos ocho mil años, pero que la espiritualidad es tan antigua como la misma humanidad. Ésta es el fundamento de toda religión, así como lo es el amor en relación a la familia. Busque en su religión perfeccionar su espiritualidad. Desconfíe de la religión que no cultiva la espiritualidad y da prioridad a los dogmas, preceptos, mandamientos, jerarquías y leyes.

 

3. Verifique si su religión está centrada en el don mayor de Dios: la vida. Una religión centrada en la autoridad, en la doctrina, en la idea de pecado, en la predestinación, es opio del pueblo. “Vine para que todos tengan vida y vida en abundancia”, dice Jesús (Juan 10,10). Por eso la religión no puede mantenerse indiferente a todo lo que impide o amenaza la vida: opresión, exclusión, sumisión, discriminación, descalificación de quien no abraza el mismo credo.

 

4. Júntese a una comunidad religiosa comprometida con el perfeccionamiento de la espiritualidad. La religión es comunión. E imprima a su comunidad un carácter social: combate a la miseria; solidaridad con los pobres y víctimas de la injusticia; defensa intransigente de la vida; denuncia de las estructuras de muerte; anuncio de “otro mundo posible”, más justo y libre, en donde todos puedan vivir con dignidad y felicidad.

 

5. Interiorice su experiencia religiosa. Transforme su creer en su obrar. Reduzca la contradicción entre su oración y su acción. Haga a los demás lo que quisiera que le hicieran a usted. Ame como Dios nos ama: incondicionalmente.

 

6. Ore. Religión sin oración es banquete sin alimentos. Reserve un momento de su día para encontrarse con Dios en lo más íntimo de sí mismo. Medite. Permita al Espíritu divino pulir su espíritu, desatar sus nudos interiores, ensanchar su capacidad amorosa.

 

7. Sea tolerante con las demás religiones, así como quisiera que lo fuesen con la suya. Libérese de cualquier tendencia fundamentalista de quien se cree dueño de la verdad y auténtico intérprete de la voluntad de Dios. Procure dialogar con quienes manifiestan creencias diferentes de la suya. Quien ama no es intolerante.

 

8. Recuerde: Dios no tiene religión. Somos nosotros los que, al institucionalizar diferentes experiencias espirituales, creamos las religiones. Todas ellas forman parte de este mundo en que vivimos y mantienen con él una relación intrínseca. Toda religión desempeña, en la sociedad en que está inserta, un papel político, sea legitimando injusticias, manteniéndose indiferente ante ellas, sea al denunciarlas proféticamente en nombre del principio de que todos somos hijos e hijas de Dios. Por tanto tenemos el derecho de hacer de la humanidad una familia.

9. El árbol se conoce por sus frutos. Constate si su religión es amorosa o excluyente, sembradora de bendiciones o heraldo del infierno, servidora del proyecto de Dios en la historia humana o del poder del dinero.

 

10. Dios es amor. La religión que no conduce al amor no es cosa de Dios. Más importante que tener fe, abrazar una religión o frecuentar templos es amar. “Aunque tuviese una fe capaz de trasladar montañas, si no tuviese amor, de nada me serviría”, dice el apóstol Pablo (1 Corintios 13,2). Vale más un ateo que ama que un creyente que odia, discrimina y oprime. El amor es la raíz y el fruto de toda verdadera religión; y la experiencia de Dios, de toda auténtica fe (Traducción de J.L.Burguet)

 

- Frei Betto es escritor, autor de la novela “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros.

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