Los sueños de Kepler
19/02/2011
- Opinión
En el siglo 20 el ser humano conquistó lo “imposible”. Sabemos volar como los pájaros, navegar bajo el agua como los peces y correr más rápido que las liebres, y somos capaces de comunicarnos a distancias antes inimaginables. Somos la generación automotora. El reloj mide cada segundo de nuestro tiempo; caballos y carruajes cedieron el lugar a los automóviles y a los aviones; trovadores invisibles cantan a través de nuestro equipo de sonido, heraldos sin rostro divulgan los hechos de inmediato, el circo y el teatro irrumpen en nuestra sala con las dimensiones de una pequeña pantalla electrónica.
Mejor que dividir la historia en antigua, medieval, moderna y contemporánea sería distinguirla por las eras: agrícola, que duró diez mil años; industrial, en los últimos cien años; y ahora la cibernética. Johannes Kepler, nacido en Alemania en 1571, atraído por el olfato estético de los griegos -que creían que el Universo tenía una simetría natural-, descubrió la arquitectura del sistema solar y empleó cuatro años para calcular la órbita de Marte, una elipse perfecta. Con un ordenador le hubiera bastado con cuatro segundos.
Mejor que dividir la historia en antigua, medieval, moderna y contemporánea sería distinguirla por las eras: agrícola, que duró diez mil años; industrial, en los últimos cien años; y ahora la cibernética. Johannes Kepler, nacido en Alemania en 1571, atraído por el olfato estético de los griegos -que creían que el Universo tenía una simetría natural-, descubrió la arquitectura del sistema solar y empleó cuatro años para calcular la órbita de Marte, una elipse perfecta. Con un ordenador le hubiera bastado con cuatro segundos.
Kepler, que escribió un libro titulado El sueño, hubiera envidiado a nuestra generación si imaginase cuánto tiempo podríamos ahorrar. Daría alas a la imaginación, soñando con hacer todo lo que un trabajo exhaustivo no le permitía: disfrutar de la vida campestre, perder tiempo con los amigos, permanecer en la iglesia oyendo embebido el sonido del órgano, contemplar el cielo nocturno para captar la música de las estrellas… Lo que él nunca habría podido imaginar es que con tanta tecnología nuestra generación cada vez más dispone de menos tiempo.
Somos incorregiblemente voraces. Queremos procesar el máximo de información en el menor tiempo. A cada momento desafiamos las barreras del espacio. Ansiamos estar allá -no en el camino- y por eso metemos el pie al acelerador del poderoso automóvil y espantamos a los peatones, disputándole al conductor de al lado un palmo de asfalto, como si enfrente no hubiera señales rojas contrarias a nuestra impaciencia. Reducimos las distancias con teléfonos celulares y operaciones digitales en el ordenador.
Lo mismo de viaje que en el aeropuerto, en el trabajo o en el club, la “pulsera electrónica” impide que nos pierdan de vista. Entre una gestión y otra, una flexión abdominal y otra, una decisión y otra en el trabajo, controlamos a los hijos, las operaciones financieras, los negocios geográficamente distantes. Cual Prometeo queremos arrebatar el fuego de los dioses, tal como si no recordáramos que somos frágiles y mortales.
Somos incorregiblemente voraces. Queremos procesar el máximo de información en el menor tiempo. A cada momento desafiamos las barreras del espacio. Ansiamos estar allá -no en el camino- y por eso metemos el pie al acelerador del poderoso automóvil y espantamos a los peatones, disputándole al conductor de al lado un palmo de asfalto, como si enfrente no hubiera señales rojas contrarias a nuestra impaciencia. Reducimos las distancias con teléfonos celulares y operaciones digitales en el ordenador.
Lo mismo de viaje que en el aeropuerto, en el trabajo o en el club, la “pulsera electrónica” impide que nos pierdan de vista. Entre una gestión y otra, una flexión abdominal y otra, una decisión y otra en el trabajo, controlamos a los hijos, las operaciones financieras, los negocios geográficamente distantes. Cual Prometeo queremos arrebatar el fuego de los dioses, tal como si no recordáramos que somos frágiles y mortales.
Porque necesitaba pensar, Kant no salió nunca de Königsberg, donde construyó una obra filosófica monumental. Hoy día pensamos: ¿para qué los libros si hay miles de videos interesantes? Basta saber que el patrimonio cultural de la humanidad se encuentra almacenado en las bibliotecas.
Tranquilos, pasamos horas, días, meses y años de nuestras vidas viendo a un puñado de hombres correr detrás de una pelota y vehículos veloces desafiando las curvas mortales. Nuestros héroes quedan lejos del arte musical de Mozart, de la física de Planck o de la literatura de Machado de Assis. Veneramos a los que rompen los límites. El evangelio de la ‘posmodernidad’ son los índices del mercado financiero. La biblia el Guiness Book of the Records. Pelé hizo mil goles. Michael Jackson coloreó de blanco su piel negra. Ayrton Senna corrió más aprisa pegado al suelo que cualquier otro mamífero.
Sólo nos queda por descubrir el elixir de la felicidad. ¿Por qué ninguna empresa vende lo que más necesitamos? Pero quizás podamos dejar de pagar, con el sacrificio de la propia vida, el precio letal de esa búsqueda, si abrazamos los sueños de Kepler: la vida campestre, el corro de amigos, el coro de ángeles en una iglesia y la melodía de las estrellas. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de la novela “Un hombre llamado Jesús”, entre otros libros.
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