El sueño de Nabucodonosor

19/02/2011
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Los países ricos de Occidente, cuya democracia se basa en el poder del dinero,  no tienen principios sino solamente intereses. Acusan a Cuba de ser una dictadura que no respeta los derechos humanos por no admitir el carácter socialista de aquella Revolución, que resiste desde hace más de 50 años las agresiones del mayor imperio económico y bélico de la historia de la humanidad.

Sin embargo le cantan loas a China. Hacen la vista gorda con el régimen esclavócrata de mano de obra barata, donde se fabrica todo lo que, en Occidente, exigiría pagar salarios más altos, reduciendo el margen de ganancia de las empresas occidentales. Innumerables productos que se ofrecen en nuestros mercados, incluso aunque lleven marcas originarias de Occidente, son “made in China”.

Para gobiernos como los de EE.UU., Reino Unido, Francia y Alemania, el hecho de que un dictador como Hosni Mubarak ocupara durante 30 años el poder en Egipto no tenía la menor importancia. Mientras sirviera a los intereses geopolíticos en una región explosiva. Valió para Mubarak lo que John Foster Dulles decía del dictador Anastasio Somoza, de Nicaragua: “Es un hijo de p., pero es nuestro hijo de p.”

Con la mirada puesta en el petróleo, los gobiernos occidentales siempre han respaldado gobiernos tiránicos del mundo árabe. Negocios son negocios; los principios aparte. ¿Qué potencia europea rompió con alguna de tantas dictaduras militares que asolaron América Latina durante las décadas de 1960 y 1970?

Occidente nunca se incomodó con la ausencia de elecciones periódicas en los países árabes, la opresión de la mujer, la persecución a los homosexuales, el lujo insultante de los gobernantes ante la miseria de la gran mayoría de la población. ¿Cuántos dictadores africanos engordan las arcas de los bancos europeos?

Ahora los EE.UU. están como el rey de la historia de  Hans Christian Andersen: desnudo, despojado de su arrogancia supuestamente democrática, de su prepotencia imperial. Y, lo peor, colocado entre la cruz y la espada: si Mubarak hubiera permanecido, la Casa Blanca apoyaría una dictadura y despreciaría el clamor del pueblo egipcio. Ahora derribado, hay el peligro de que Egipto se convierta, como Irán, en una nación islámica, hostil a Israel y a los propósitos occidentales.

Cuenta la Biblia que el profeta Daniel (2, 31-36) fue citado para interpretar un sueño que le inquietaba mucho al rey Nabucodonosor de Babilonia. “Una estatua, una enorme estatua, de extraordinario brillo, de aspecto terrible, se levantaba ante ti. La cabeza de esta estatua era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, su vientre y sus lomos de bronce, sus piernas de hierro, sus pies parte de hierro y parte de arcilla. Tú estabas mirando cuando de pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano alguna, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla y los pulverizó. Entonces quedó pulverizado todo a la vez: hierro, arcilla, bronce, plata y oro; quedaron como el tamo de la era en verano, y el viento se lo llevó sin dejar rastro. Y la piedra que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra”.

La piedra, en el caso del mundo árabe,  es el ansia popular de democracia entendida como justicia social y paz. ¿Qué pensará un iraquí viendo a su país dominado durante años por tropas occidentales que tratan a sus habitantes como escoria de la humanidad? ¿Qué pensará un afgano viendo cómo aviones occidentales bombardean aldeas, matando niños, mujeres, ancianos, con la disculpa de que se trata de un refugio talibán?

La piedra es la cultura religiosa, musulmana, que está extendida por aquellos países y que no tiene nada que ver con el supuesto cristianismo de Occidente. En nombre de Dios y de Jesús el Occidente subyugó durante siglos África, Asia y América Latina. Esclavizó a sus habitantes, se apropió de sus riquezas, transfirió a Europa preciosidades arqueológicas, como la piedra de Roseta -hoy en el Museo Británico-, fragmento de una estela de granodiorita del antiguo Egipto, cuyo texto fue crucial para la comprensión moderna de los jeroglíficos egipcios. Su inscripción describe un decreto promulgado en el 196 a.C., en la ciudad de Menfis, en nombre del rey Ptolomeo V.

El pensamiento islámico no distingue frontera entre religión y política. Ésta debe ser guiada por aquélla. Y la autoridad religiosa es considerada, como sucedía en el Occidente medieval, detentadora del poder político.

En tal coyuntura Occidente sólo conoce una respuesta: armas, guerras, ocupaciones, sobornos y dictaduras. Porque es incapaz de mantener un diálogo interreligioso, de reconocer el derecho de aquellos pueblos a su autodeterminación, de regirse por principios y no por la voracidad obsesiva del mercado y las ganancias.

Si el fundamentalismo islámico inyecta en los jóvenes la mística del martirio, introduciendo una forma de terrorismo incontrolable, el fundamentalismo del mercado inyecta en nosotros, occidentales, la convicción de que las iglesias y las mezquitas deben ceder su lugar a los centros comerciales, templos del consumismo y miniaturización del paraíso en la tierra.

He aquí la pregunta que esta semana se repite en Dakar, en el Foro Social Mundial, y que exige una respuesta urgente: ¿Otro mundo es posible? (Traducción de J.L.Burguet)

- Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros.
http://www.freibetto.org/>    twitter:@freibetto.

Copyright 2011 – Frei Betto -  No es permitida la reproducción de este artículo  por cualquier medio, electrónico o impreso, sin autorización. Le invitamos a que se suscriba a todos los artículos de Frei Betto; de este modo usted los recibirá directamente en su correo electrónico. Contacto – MHPAL – Agência Literária (mhpal@terra.com.br)
https://www.alainet.org/es/articulo/147719?language=es
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS