Nunca es tarde para amar

07/03/2011
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Hace treinta y seis años yo vivía en Vitória. Había allí una comunidad monástica, filial del monasterio de Taizé, en Francia, que congrega a protestantes y católicos.
 
El más joven, Henri, tenía 24 años. Como casi todos los europeos que llegan por primera vez a nuestro país estaba fascinado con el Brasil: el calor, la luminosidad, las frutas, la religiosidad del pueblo y sobre todo la acogida, ese don que tiene nuestra gente para quedar como amigos de la infancia cinco minutos después de haber conocido a una persona.
 
Lo llevé a Minas Gerais. Quería que Henri visitase Belo Horizonte, Ouro Preto, Congonhas do Campo. Ya otros europeos que yo había invitado a Alterosas se habían maravillado con la armonía barroca de la antigua Vila Rica. Más aún al saber que aquellos parajes conservan historias libertarias, mientras que sus iglesias, cuyas torres pinchan el cielo plomizo, exhiben el incomparable arte de Alejadinho. Si el Brasil no fuera un país periférico, Antonio Francisco Lisboa sería tan celebrado mundialmente como Miguel Ángel.
 
En Belo Horizonte presenté a Henri a mis amigos, entre los cuales estaba Claudia, de 34 años, recién divorciada después de ocho años de matrimonio, madre de un niño. Claudia había vivido algún tiempo en París y por tanto dominaba el francés, lo que facilitó la comunicación entre los dos. Henri quedó tocado por ella, llegando incluso a declarársele. Pero la seducción no fue recíproca. Claudia lo consideró un hombre inteligente, atractivo, y la diferencia de edad pesó menos que el escrúpulo de no querer ver al joven monje dejar el hábito para iniciar una relación después de un encuentro casual.
 
Meses después Henri regresó a Taizé. Durante una temporada sublimó su repentina pasión en la amistad alimentada por cartas frecuentes entre él y Claudia. Después la correspondencia cesó, Henri abandonó la vida monástica y Claudia ya no tuvo noticias suyas.
 
Gracias a su dominio del francés ella se colocó en una gran empresa brasileña con trabajos en África y vivió en Senegal, en Mauritania y en Argelia.
 
El año pasado -36 años después- Claudia, ahora de 68 años y con un nieto, navegaba por el Facebook cuando su nombre fue identificado por otro internauta. “¿Usted es usted misma?”, preguntó Henri desde el otro lado del mundo. Lo era, efectivamente. Se reanudó el contacto entre los dos y de repente estalló una pasión recíproca.
Henri, hoy de 60 años, es economista exitoso en Londres. Después de dejar el monasterio se casó con una asiática que ya tenía tres hijos, y con él otros dos. Esa relación duró 16 años. Hace 11 que Henri se separó de la madre de sus hijos.
 
Desde octubre pasado Henri ya ha venido dos veces al Brasil para encontrarse con Claudia. Ahora está queriendo jubilarse y llevarla a un viaje turístico por el Reino Unido: Escocia, Gales, etc. Le pregunté a Claudia si estaba apasionada. Y ella contestó con una sonrisa amplia de mujer feliz y respondió: “Estoy amando al amor”.
 
Nunca es tarde para amar es el título brasileño de una comedia usamericana dirigida por Amy Heckerling, con la estrella Michelle Pfeiffer. Real. Tengo una amiga alemana de 80 años, viuda de un brasileño, madre de cuatro hijos esparcidos por el mundo. Hace dos años llamó a una hija que vive en Frankfurt para avisarle que llegaría el miércoles por la mañana. Igual que hizo siempre, apartaba un tiempo al año para pasarlo junto a sus hijos. La joven se disculpó de no poder ir al aeropuerto, pues la escuela del niño había puesto una reunión de padres, pero le advirtió de que su vecino, un abogado jubilado de 84 años, se había ofrecido para ir a recogerla.
 
Al desembarcar vio al abogado con una foto de la viajera en sus manos. Entraron en el auto rumbo a la casa de su hija y, siete meses después, hicieron una recepción para los parientes y amigos por la fiesta de su casamiento, saliendo de luna de miel hacia una isla del Pacífico.
 
El doctor Anselmo, vecino de mi madre en un edificio de Savassi, en Belo Horizonte, cumplió 100 años en diciembre, con derecho a baile en el Automóvil Club y a un vals de debutantes con su enamorada de 82.
 
La vida enseña: el corazón no tiene edad (Traducción de J.L.Burguet)
 
- Frei Betto es escritor, autor de “El arte de sembrar estrellas”, entre otros libros.
http://www.freibetto.org/   twitter: @freibetto
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