La ONU autorizó la injerencia extranjera
El imperio de los poderosos
18/03/2011
- Opinión
Con el voto favorable de diez países y la abstención de otros cinco, las Naciones Unidas autorizan acciones militares extranjeras en Libia.
Desesperados ante la posibilidad de que el líder libio Muammar Kadaffi conserve el poder, los líderes de las potencias centrales impusieron su criterio en la Organización de las Naciones Unidaas (ONU) para atacar militarmente ese país.
A diferencia de lo que ocurrió al momento de la invasión en Irak, cuando se intervino en un país soberano sin la autorización del organismo –cuestión que no motivó sanción alguna que castigara al país invasor-, esta vez, la resolución 1973 aprobada el 17 de de marzo transformó la aprobación internacional en un simple trámite que sienta un peligroso antecedente para el futuro y hace del mundo un lugar muy inseguro.
Si algo le faltaba a las Naciones Unidas para demostrar que el organismo debe ser reformado era la prueba fehaciente de que su existencia sirve al solo efecto de avalar los deseos de las potencias centrales.
El cuestionamiento a la existencia de un Consejo de Seguridad integrado por poderosos que deciden, rodeado del resto que acompaña para dar “imagen” de pluralismo democrático es una situación largamente denunciada y con suficiente cuerpo como para impugnar la utilidad de la organización.
Pero en este caso particular, la acción de las Naciones Unidas se inserta como el último eslabón de un plan complejo y urdido al solo efecto de despojar a Libia de sus recursos naturales a través de la imposición de un gobierno títere que se avenga a los intereses de las corporaciones petroleras occidentales.
El plan de despojo se inició cuando la corporación mediática, al servicio de los intereses de los países centrales, movilizó su maquinaria para hacer creer al mundo que Kadaffi era un asesino por atacar a pacíficos manifestantes armados hasta los dientes que demandaban cambios democráticos cuando en realidad se trataba de un golpe de Estado, finalmente devenido en guerra civil.
Acompañó esta visión artificialmente creada la diplomacia, que instaló la idea de una crisis humanitaria producto de violaciones de los derechos humanos. En esa idea se centró la opción militar internacional para corregir el rumbo de los acontecimientos.
Con interesantes conceptos, la campaña mediática en contra de Libia fue denunciada por el director del diario venezolano Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel, y el profesor universitario argentino Carlos Aznares.
Ellos coinciden en que los medios internacionales han mantenido –y aún mantienen- una estrategia para convencer al mundo de la necesidad de una intervención militar extranjera en Libia.
En sus reflexiones -publicadas en la web de la cadena Telesur- ambos profesionales afirman que existió mucha desinformación en los primeros días del golpe de Estado y resaltan que todas las agencias de noticias tienen una política informativa en armonía con los intereses de los países correspondientes.
Es interesante aquí comparar el silencio de la prensa corporativa en el caso de Bahrein, dónde sí se dan manifestaciones pacíficas violentamente reprimidas por las autoridades aliadas de Estados Unidos -Bahréin es la sede de la V Flota estadounidense- y dónde han irrumpido tropas de Arabia Saudita -otro fiel aliado de Estados Unidos- para prestar ayuda represora.
Reportes de la BBC informaron que, además de la injerencia de tropas sauditas, vehículos militares que incluyen tanques y helicópteros, fueron empleados para romper las barricadas instaladas por los manifestantes que demandan reformas políticas en ese pequeño reino del Golfo Pérsico. Hubo al menos 6 muertos reportados pero, en ausencia de información veraz, pueden ser más.
En Libia, la agitación del tema humanitario motivó que la secretaria de Estado estadounidense, la demócrataHillary Clinton, motorizara la idea de llevar a Kadaffi al Tribunal Penal Internacional (TPI) cuando su país se ha negado siempre a reconocer la competencia del organismo. Posteriormente, la funcionaria equiparó la ayuda humanitaria para justificar el apoyo directo a los rebeldes cuando manifestó que “estamos incrementando nuestra ayuda humanitaria. Estamos buscando maneras de apoyar a la oposición".
Nótese que en el caso de Bahrein no hay TPI que valga, ni denuncias, ni nada que condene la represión a una sí pacífica manifestación ciudadana en contra de régimen nada democrático. No se escucha a nadie rasgarse las vestiduras pidiendo la renuncia del rey Hamad Ben Isa Al Jalifa acusándolo de “genocida”, ni voces que clamen por una “transición ordenada” hacia una “democracia al estilo occidental”. De hecho, la noticia apenas si registra repercusión en los diarios hegemónicos.
Nótese también el rol político del TPI que mide con rigor el caso Libio y deja de lado el de Bahrein.
El plan occidental para el despojo de Libia se inició en los días posteriores a los incidentes de Túnez y Egipto que, desde el norte de África, amenazaba con extenderse por todo el mundo árabe afectando la histórica política de Estados Unidos para Medio Oriente.
Así, la idea de una ola de pueblos en la calle reclamando pacíficamente por sus derechos democráticos amenazaba la estabilidad de gobiernos genuflexos a los intereses occidentales.
Las manifestaciones no dieron tiempo para salvar a Ben Alí en Túnez y a Mubarak en Egipto, pero era evidente para el eje Europa-Estados Unidos que había que tomar previsiones para controlar lo que fuera que surgiese de esos cambios y prevenir que la ola se tornara incontrolable para los regímenes de Arabia Saudita; Barhein; Yemen; Argelia y otros.
Así es cómo la rápida reacción de las diplomacias centrales ha dejado hoy en punto muerto a los cambios en Túnez y controlada por el Ejército la situación egipcia –un ejército jamás controla democráticamente nada, simplemente porque no es esa su función.
El actual caso Libio fue distinto porque parece pensado con otra lógica. Aprovechando la ola de manifestaciones democráticas las potencias centrales concibieron la idea de explotar artificialmente el malestar existente en el interior de Libia para deponer a un líder molesto como Kadaffi y abrir la puerta a un gobierno permeable a los manejos occidentales.
A partir de esa concepción, y apoyados en una formidable campaña desinformativa por los medios de prensa corporativos, las potencias centrales propiciaron manifestaciones de desestabilización en las ciudades libias que rápidamente pasaron a la violencia.
Ya el 27 de febrero, Hillary Clinton decía que la administración Obama estaba preparada para ofrecer “cualquier tipo de ayuda” a los libios que tratan de derrocar a Kadaffi y que Estados Unidos estaba “tendiendo la mano a muchos libios que intentan organizarse en el este, y cuando la revolución se extienda hacia el oeste, también lo haremos ahí. Se están llevando a cabo esfuerzos para formar un gobierno provisional en la parte oriental del país, donde empezó la rebelión a mediados del pasado mes.”
Más tarde, la comunidad occidental se encargó de ningunear el plan de paz propuesto por Hugo Chávezel eje europeo-estadounidense no estaba dispuesto al fracaso de un útil golpe de Estado.
En realidad el plan inicial para desestabilizar y deponer a Kadaffi implicaba que la oposición libia hiciera sola el trabajo sucio, mientras que europeos y estadounidenses les aseguraban el paraguas de sus corporaciones mediáticas combinado con un flujo ininterrumpido de armas; municiones, asesores y apoyo aéreo a la distancia. Sólo si eso fallaba se recurriría a la intervención militar directa, de ser posible con autorización internacional.
Anticipando esa eventualidad, Estados Unidos inició desde el principio una formidable concentración de fuerzas en aguas del Mediterráneo, que se sumó al aporte europeo en el marco de la OTAN.
La idea de intervenir militarmente fue demorada hasta el último momento, cuando se hizo evidente que la contraofensiva de Kadaffi doblegaría a las fuerzas opositoras y dejaría a occidente frente a un problema mayúsculo.
En efecto, el virtual triunfo de Kadaffi y su mantenimiento en el poder generó para occidente la posibilidad de un escenario inadmisible en el que Libia negaría el acceso al petróleo y al gas a sus multinacionales.
Sumado a lo anterior, Kadaffi quedaría en libertad de abrir la canilla de la inmigración africana, cuestión que horroriza al hombre blanco europeo, como lo ha demostrado el pueblo de la isla italiana de Lampedusa, convertida durante el conflicto en la receptora de una corriente infinita de “indeseables” refugiados.
Un Kadaffi enojado con Occidente representa también la amenaza de hacer públicos secretos muy comprometedores –una versión libia de “wikileaks”- como el del aporte económico libio a la campaña electoral del actual presidente francés, Nicolás Sarkozy. Ante esa posibilidad, fue manifiesta la reacción visceral del francés exigiendo desesperado la intervención militar para aplastar al libio y ahogar lo que sería un escándalo para la política interior gala.
De regreso a la situación militar, la ridícula idea de proteger derechos humanos sembrando una lluvia de plomo sobre las fuerzas de Kadaffi abre un panorama espantoso.
Por un lado, se necesitan miles de aviones en vuelo permanente para cubrir un extenso territorio y, por otro, los mandos militares cuentan con información de inteligencia en el sentido de que Kadaffi posee en sus arsenales modernos misiles antiaéreos y sofisticados radares de defensa aérea. Nótese que todos los países del eje europeo-estadounidense suman aviones al esfuerzo en previsión de las potenciales bajas del enorme despliegue.
La capacidad bélica del líder libio fue confirmada por el director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, James Clapper: “Libia cuenta con el segundo mayor sistema de defensa aérea de Oriente Próximo. Dispone de 31 enclaves desde los que puede disparar misiles tierra-aire y de un gran número de lanzadores transportables.”
Es por esa causa que el carácter pasivo del “paraguas aéreo” es una falacia que encubre ataques directos de Occidente sobre blancos selectivos a fin de desarticular la defensa antiaérea Libia. Es decir, se trata de un ataque multinacional con mayúsculas sobre una nación soberana, y ese ataque busca influir sobre la situación interna de Libia en beneficio de intereses extranjeros. En otras palabras, la humanidad ha retrocedido a los tiempos en que las potencias colonialistas imponían la ley del más fuerte.
Queda espacio para hablar de los cómplices silencios. En primer lugar de Rusia y China, países que han evitado vetar la barbaridad que va a perpetrar la ONU y que los pinta del color que en realidad tienen. En algún momento trascenderá qué fue lo que aceptaron a cambio de evitar la invasión.
Para el resto de los países, que deberían estar unidos en una sola voz de rechazo, vale aquello de “cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar”, porque hoy le toca a Libia, pero mañana puede ser Venezuela, Irán, Corea del Norte o el mismísimo Brasil; si es que algún día, alguien decide apoderarse del Amazonas.
A diferencia de lo que ocurrió al momento de la invasión en Irak, cuando se intervino en un país soberano sin la autorización del organismo –cuestión que no motivó sanción alguna que castigara al país invasor-, esta vez, la resolución 1973 aprobada el 17 de de marzo transformó la aprobación internacional en un simple trámite que sienta un peligroso antecedente para el futuro y hace del mundo un lugar muy inseguro.
Si algo le faltaba a las Naciones Unidas para demostrar que el organismo debe ser reformado era la prueba fehaciente de que su existencia sirve al solo efecto de avalar los deseos de las potencias centrales.
El cuestionamiento a la existencia de un Consejo de Seguridad integrado por poderosos que deciden, rodeado del resto que acompaña para dar “imagen” de pluralismo democrático es una situación largamente denunciada y con suficiente cuerpo como para impugnar la utilidad de la organización.
Pero en este caso particular, la acción de las Naciones Unidas se inserta como el último eslabón de un plan complejo y urdido al solo efecto de despojar a Libia de sus recursos naturales a través de la imposición de un gobierno títere que se avenga a los intereses de las corporaciones petroleras occidentales.
El plan de despojo se inició cuando la corporación mediática, al servicio de los intereses de los países centrales, movilizó su maquinaria para hacer creer al mundo que Kadaffi era un asesino por atacar a pacíficos manifestantes armados hasta los dientes que demandaban cambios democráticos cuando en realidad se trataba de un golpe de Estado, finalmente devenido en guerra civil.
Acompañó esta visión artificialmente creada la diplomacia, que instaló la idea de una crisis humanitaria producto de violaciones de los derechos humanos. En esa idea se centró la opción militar internacional para corregir el rumbo de los acontecimientos.
Con interesantes conceptos, la campaña mediática en contra de Libia fue denunciada por el director del diario venezolano Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel, y el profesor universitario argentino Carlos Aznares.
Ellos coinciden en que los medios internacionales han mantenido –y aún mantienen- una estrategia para convencer al mundo de la necesidad de una intervención militar extranjera en Libia.
En sus reflexiones -publicadas en la web de la cadena Telesur- ambos profesionales afirman que existió mucha desinformación en los primeros días del golpe de Estado y resaltan que todas las agencias de noticias tienen una política informativa en armonía con los intereses de los países correspondientes.
Es interesante aquí comparar el silencio de la prensa corporativa en el caso de Bahrein, dónde sí se dan manifestaciones pacíficas violentamente reprimidas por las autoridades aliadas de Estados Unidos -Bahréin es la sede de la V Flota estadounidense- y dónde han irrumpido tropas de Arabia Saudita -otro fiel aliado de Estados Unidos- para prestar ayuda represora.
Reportes de la BBC informaron que, además de la injerencia de tropas sauditas, vehículos militares que incluyen tanques y helicópteros, fueron empleados para romper las barricadas instaladas por los manifestantes que demandan reformas políticas en ese pequeño reino del Golfo Pérsico. Hubo al menos 6 muertos reportados pero, en ausencia de información veraz, pueden ser más.
En Libia, la agitación del tema humanitario motivó que la secretaria de Estado estadounidense, la demócrataHillary Clinton, motorizara la idea de llevar a Kadaffi al Tribunal Penal Internacional (TPI) cuando su país se ha negado siempre a reconocer la competencia del organismo. Posteriormente, la funcionaria equiparó la ayuda humanitaria para justificar el apoyo directo a los rebeldes cuando manifestó que “estamos incrementando nuestra ayuda humanitaria. Estamos buscando maneras de apoyar a la oposición".
Nótese que en el caso de Bahrein no hay TPI que valga, ni denuncias, ni nada que condene la represión a una sí pacífica manifestación ciudadana en contra de régimen nada democrático. No se escucha a nadie rasgarse las vestiduras pidiendo la renuncia del rey Hamad Ben Isa Al Jalifa acusándolo de “genocida”, ni voces que clamen por una “transición ordenada” hacia una “democracia al estilo occidental”. De hecho, la noticia apenas si registra repercusión en los diarios hegemónicos.
Nótese también el rol político del TPI que mide con rigor el caso Libio y deja de lado el de Bahrein.
El plan occidental para el despojo de Libia se inició en los días posteriores a los incidentes de Túnez y Egipto que, desde el norte de África, amenazaba con extenderse por todo el mundo árabe afectando la histórica política de Estados Unidos para Medio Oriente.
Así, la idea de una ola de pueblos en la calle reclamando pacíficamente por sus derechos democráticos amenazaba la estabilidad de gobiernos genuflexos a los intereses occidentales.
Las manifestaciones no dieron tiempo para salvar a Ben Alí en Túnez y a Mubarak en Egipto, pero era evidente para el eje Europa-Estados Unidos que había que tomar previsiones para controlar lo que fuera que surgiese de esos cambios y prevenir que la ola se tornara incontrolable para los regímenes de Arabia Saudita; Barhein; Yemen; Argelia y otros.
Así es cómo la rápida reacción de las diplomacias centrales ha dejado hoy en punto muerto a los cambios en Túnez y controlada por el Ejército la situación egipcia –un ejército jamás controla democráticamente nada, simplemente porque no es esa su función.
El actual caso Libio fue distinto porque parece pensado con otra lógica. Aprovechando la ola de manifestaciones democráticas las potencias centrales concibieron la idea de explotar artificialmente el malestar existente en el interior de Libia para deponer a un líder molesto como Kadaffi y abrir la puerta a un gobierno permeable a los manejos occidentales.
A partir de esa concepción, y apoyados en una formidable campaña desinformativa por los medios de prensa corporativos, las potencias centrales propiciaron manifestaciones de desestabilización en las ciudades libias que rápidamente pasaron a la violencia.
Ya el 27 de febrero, Hillary Clinton decía que la administración Obama estaba preparada para ofrecer “cualquier tipo de ayuda” a los libios que tratan de derrocar a Kadaffi y que Estados Unidos estaba “tendiendo la mano a muchos libios que intentan organizarse en el este, y cuando la revolución se extienda hacia el oeste, también lo haremos ahí. Se están llevando a cabo esfuerzos para formar un gobierno provisional en la parte oriental del país, donde empezó la rebelión a mediados del pasado mes.”
Más tarde, la comunidad occidental se encargó de ningunear el plan de paz propuesto por Hugo Chávezel eje europeo-estadounidense no estaba dispuesto al fracaso de un útil golpe de Estado.
En realidad el plan inicial para desestabilizar y deponer a Kadaffi implicaba que la oposición libia hiciera sola el trabajo sucio, mientras que europeos y estadounidenses les aseguraban el paraguas de sus corporaciones mediáticas combinado con un flujo ininterrumpido de armas; municiones, asesores y apoyo aéreo a la distancia. Sólo si eso fallaba se recurriría a la intervención militar directa, de ser posible con autorización internacional.
Anticipando esa eventualidad, Estados Unidos inició desde el principio una formidable concentración de fuerzas en aguas del Mediterráneo, que se sumó al aporte europeo en el marco de la OTAN.
La idea de intervenir militarmente fue demorada hasta el último momento, cuando se hizo evidente que la contraofensiva de Kadaffi doblegaría a las fuerzas opositoras y dejaría a occidente frente a un problema mayúsculo.
En efecto, el virtual triunfo de Kadaffi y su mantenimiento en el poder generó para occidente la posibilidad de un escenario inadmisible en el que Libia negaría el acceso al petróleo y al gas a sus multinacionales.
Sumado a lo anterior, Kadaffi quedaría en libertad de abrir la canilla de la inmigración africana, cuestión que horroriza al hombre blanco europeo, como lo ha demostrado el pueblo de la isla italiana de Lampedusa, convertida durante el conflicto en la receptora de una corriente infinita de “indeseables” refugiados.
Un Kadaffi enojado con Occidente representa también la amenaza de hacer públicos secretos muy comprometedores –una versión libia de “wikileaks”- como el del aporte económico libio a la campaña electoral del actual presidente francés, Nicolás Sarkozy. Ante esa posibilidad, fue manifiesta la reacción visceral del francés exigiendo desesperado la intervención militar para aplastar al libio y ahogar lo que sería un escándalo para la política interior gala.
De regreso a la situación militar, la ridícula idea de proteger derechos humanos sembrando una lluvia de plomo sobre las fuerzas de Kadaffi abre un panorama espantoso.
Por un lado, se necesitan miles de aviones en vuelo permanente para cubrir un extenso territorio y, por otro, los mandos militares cuentan con información de inteligencia en el sentido de que Kadaffi posee en sus arsenales modernos misiles antiaéreos y sofisticados radares de defensa aérea. Nótese que todos los países del eje europeo-estadounidense suman aviones al esfuerzo en previsión de las potenciales bajas del enorme despliegue.
La capacidad bélica del líder libio fue confirmada por el director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, James Clapper: “Libia cuenta con el segundo mayor sistema de defensa aérea de Oriente Próximo. Dispone de 31 enclaves desde los que puede disparar misiles tierra-aire y de un gran número de lanzadores transportables.”
Es por esa causa que el carácter pasivo del “paraguas aéreo” es una falacia que encubre ataques directos de Occidente sobre blancos selectivos a fin de desarticular la defensa antiaérea Libia. Es decir, se trata de un ataque multinacional con mayúsculas sobre una nación soberana, y ese ataque busca influir sobre la situación interna de Libia en beneficio de intereses extranjeros. En otras palabras, la humanidad ha retrocedido a los tiempos en que las potencias colonialistas imponían la ley del más fuerte.
Queda espacio para hablar de los cómplices silencios. En primer lugar de Rusia y China, países que han evitado vetar la barbaridad que va a perpetrar la ONU y que los pinta del color que en realidad tienen. En algún momento trascenderá qué fue lo que aceptaron a cambio de evitar la invasión.
Para el resto de los países, que deberían estar unidos en una sola voz de rechazo, vale aquello de “cuando las barbas de tu vecino veas cortar pon las tuyas a remojar”, porque hoy le toca a Libia, pero mañana puede ser Venezuela, Irán, Corea del Norte o el mismísimo Brasil; si es que algún día, alguien decide apoderarse del Amazonas.
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