Casamiento real
30/04/2011
- Opinión
En Cambridge, donde viví en 1987, descubrí por qué la BBC no produce telenovelas. Un país gobernado por una legendaria familia real, como lo es Inglaterra, prescinde de los cuentos de hadas. Basta con encender la tele. La pantalla, al enfocar a la monarquía, exhibe escenas tan exuberantes que la realidad parece superar a la fantasía.
Aristóteles, maestro de teoría literaria, enseña que la ficción no necesita ser verdadera, lo que necesita es que sea verosímil. El espectador o el lector debe quedar convencido de que toda aquella fantasía surgida de la imaginación posee cierta coherencia. Que lo digan Julio Verne y Monteiro Lobato.
¿Qué pasaría, lector(a), si yo le dijera que acabo de leer una novela en la cual una princesa, Ana, después de veinte años de casada, decide divorciarse de su marido, Mark, por sospecha de adulterio? Como las narraciones centradas en la nobleza requieren su dosis de romanticismo e intriga, seducción y traición, el hermano de la princesa, Charles, heredero del trono, también se separa de su hermosa mujer, Diana, madre de sus dos hijos, para juntarse con una mujer divorciada, la inexpresiva Camila.
Indignada con la actitud de su hijo, la reina se niega a abdicar, impidiéndole su acceso al trono. La princesa Diana cae en los brazos de un millonario árabe, con el riesgo de dar a luz, en la distinguida imagen de la Casa de Windsor, cabeza de la Iglesia Anglicana, el primer retoño musulmán…
Pero hete aquí que el destino la conduce a la muerte en un trágico accidente automovilístico en un túnel de París. Destronada de la nobleza y de la vida, Lady Di pasa a lograr una veneración mundial por su belleza y su dedicación a las causas sociales.
Andrew, otro hijo de la reina, se casa con una tal Sarah. Seis años después fracasa este matrimonio. Sarah pierde sus privilegios nobiliarios y, desesperada, es captada in fraganti negociando con empresarios, por una cuantía superior a US$500 mil, el acceso a su exmarido, representante comercial de Gran Bretaña.
Son todas ellas historias reales, en el doble sentido del adjetivo. ¿Qué autor de novelas imaginaría una trama tan atractiva y picante?
Ahora el mundo parece olvidar guerras y dolores, trabajos y dificultades, para entretenerse con el matrimonio del príncipe William, hijo de Charles y Diana, con la plebeya Kate Middleton. ¡El sueño hecho realidad! ¡Un verdadero reality show!
Pero no sólo los novios reflejan felicidad. La maltrecha economía británica, afectada por la crisis del capitalismo iniciada en el 2008, también se complace. Como atractivo turístico y ventas de recuerdos, la familia real británica garantiza a las arcas del país cerca de US$ cinco mil millones cada año. Se prevé una facturación de más de US$ dos mil millones, gracias a los miles de turistas que afluyen a Londres por el placer de repetir el resto de su vida: “¡Aquel día yo estaba allí!”
La UK Gift Company, especializada en la venta de recuerdos tales como llaveros, encendedores, tazas con la foto de los novios, bolsos estampados…, calcula un aumento del 40% en las ventas.
Y por el ancho mundo más de dos mil millones de personas, que miraron las bodas reales por la tele o internet, hicieron las delicias de las agencias de publicidad y de las empresas anunciantes.
Pero por encima de toda esa noble parafernalia surge una pregunta: ¿merece la pena que los súbditos británicos mantengan a la familia real? Pues la Casa de Windsor le cuesta a cada súbdito la bagatela de US$ 0.75 por año. La mayor parte de ese patrimonio está alquilado, y sus ingresos van directos al erario público. En caso de que fuese abolida la monarquía, la familia tendría derecho a quedarse con esas entradas.
¿Y nosotros, pobres plebeyos, que admiramos extasiados las bodas reales y no tenemos monarquía? Elemental, querido Watson: revestimos a nuestros ídolos de majestad: el rey Pelé; Roberto Carlos, el rey; misses coronadas y escuelas de samba en pompas principescas…
Pero tenemos el caso de nuestro príncipe destronado, don João Henrique de Orleans e Bragança, biznieto de la princesa Isabel, que asume tranquilo su condición de plebeyo feliz. Fotógrafo y hostelero, vive en una bucólica casa en Paraty y no pierde oportunidad de ofrecer a sus amigos un delicioso aguardiente. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Conversación sobre la fe y la ciencia”, junto con Marcelo Gleiser y Waldemar Falcão, entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
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