Neoliberalismo y cultura de la corrupción
10/07/2011
- Opinión
El neoliberalismo tiene ideología. Más allá de los postulados económicos que lo guían en la presente globalización: el libre comercio, el libre flujo de capitales y las privatizaciones o la tasa de ganancia del capital invertido, como criterio superior; el neoliberalismo induce, para las decisiones de vida de las personas, valores que maximizan el interés individual como norma básica del progreso; la prioridad es ser competitivo y exitoso a toda costa. El neoliberalismo reemplazó, el desarrollo por el crecimiento; es decir, el bienestar común por la sumatoria de las bonanzas individuales, para los que puedan tenerlas.
Las políticas neoliberales se orientan a brindar oportunidades y no a garantizar derechos. Se engaña a la sociedad, en particular a los más débiles, con que el Estado sólo está obligado a facilitar la existencia de la oferta, dentro de las leyes del mercado, de la salud, la educación, la vivienda y los servicios públicos. Como los oferentes, a su vez, deben obtener provecho de estas actividades, el ingreso económico, al final, resulta determinante para la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos.
El neoliberalismo está anclado al utilitarismo de Bentham que define lo “útil” como lo bueno. O lo dicho por otro: “No importa que el gato sea blanco o negro, el todo es que coma ratones”. Esto abre una Caja de Pandora: no hay límites para el lucro, se extiende a todos los negocios y se vuelve más cierto que nunca que el capitalismo “por el 100 por ciento pisotea todas las leyes humanas; con el 300 por ciento no hay crimen que no se atreva a cometer”. O como cree Miguel Nule: “La corrupción es inherente a la naturaleza humana”.
La podredumbre contemporánea no se circunscribe a la contratación pública, ni a la DIAN, la DNE, al “cartel de las EPS” o al Fosyga; es global. ¿No es lo mismo lo de Madoff, lo de Stanford o lo de Enron y Lehman Brothers? La periodista Michelle Malkin escribió en 2009 un éxito editorial, La cultura de la corrupción”, sobre “Obama y su grupo de defraudadores de impuestos, pícaros y compinches”.
López Michelsen aseveró que la corrupción empezó en Colombia con la llegada de la United Fruit Company; Turbay Ayala habló de contenerla “dentro de sus justas proporciones” y ahora, en tiempos del neoliberalismo, la ladronería sobre el erario se salió de madre. Si Santos quisiera acabar la corruptela empezaría por eliminar el caldo de cultivo de la nueva cepa: el modelo neoliberal. No apuntalarlo, como en realidad hace. He ahí la raíz de su inconsecuencia y lo infructuoso de su publicitada campaña moralizadora.
Bogotá, julio 11 de 2011
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