Libia: ¿revolución desde abajo?

23/08/2011
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La llamada Revolución de los Jazmines que se desarrolló en Túnez en diciembre de 2010 y que llevó a la salida del Presidente Zine El Abidine Ben Alí el 14 de enero de 2011, constituye un punto de partida en las diversas protestas que se han venido en diversos países del norte de África y Medio Oriente. Los factores que contribuyeron a la caída de Ben Alí incluyen el alto desempleo, el aumento en los precios de los alimentos, la corrupción, la falta de libertad de expresión y del respeto a las garantías individuales, y, en general, pobres condiciones de vida. Sin embargo, este no es un escenario exclusivo de Túnez, dado que es una situación común en la mayor parte de los países del área e incluso de otras partes del mundo. Con todo, se ha insistido en que estas injusticias son la principal motivación de los manifestantes que han protestado en Túnez, Egipto, Libia y otros tantos países de la región, sugiriendo un escenario de revoluciones desde abajo. Nada más alejado de la realidad.
 
En el caso de Egipto, el ejército ha jugado un papel central en las transformaciones políticas del país. Desde el ascenso al poder por parte del nacionalismo árabe encabezado por Gamal Abdel Nasser, que surgió como reacción ante el nacimiento del Estado de Israel, hasta el ahora defenestrado Hosni Mubarak, claro aliado del gobierno israelí y de los intereses de Estados Unidos, el ejército es una entidad que ha concentrado en sí mismo todos los niveles de poder. Incluso, en medio de las protestas contra el Presidente egipcio los manifestantes de la Plaza Tahrir de El Cairo llamaron al ejército para que tomara el poder, depusiera a Mubarak e iniciara una transición, que le diera más participación a los egipcios y que resolviera sus problemas económicos, que eran considerados como parte central de la crisis.
 
Es interesante hacer notar que fue la policía y no el ejército, quien reprimió y disparó contra los manifestantes en las primeras etapas del conflicto. El ejército, en contraste, fue quien verdaderamente produjo el cambio histórico que reclamaban los congregados en la Plaza de la Libertad. De ahí que no sea tan apropiado asumir que fueron las masas egipcias quienes lograron la caída del régimen de Mubarak. Más bien parece un reacomodo de fuerzas en donde el ejército buscará mantener los privilegios de que ha gozado por décadas, claro, abriendo algunos canales para la transición democrática sin que el proceso se le vaya de las manos.
 
Ciertamente hay diferencias importantes entre Egipto y Libia, destacando la conocida alianza entre El Cairo y Washington, en contraste con relaciones exteriores más diversificadas por parte de Trípoli, que enfatiza los vínculos con Europa, la República Popular China y África. En términos demográficos y de calidad de vida también hay situaciones muy distintas: Egipto es un país de poco más de un millón de kilómetros cuadrados, que alberga una población de casi 80 millones de habitantes, mientras que Libia, con un millón 760 mil kilómetros cuadrados, tiene apenas 6 millones y medio de habitantes. En consecuencia, aunque Egipto posee un producto interno bruto (PIB) mayor al libio, de 496 mil millones contra 96 mil millones, el ingreso per cápita de Libia es uno de los más altos de África, y asciende a 14 884 dólares, contra 6 394 del egipcio.
 
Libia es un importante productor de petróleo y el descubrimiento reciente de yacimientos de hidrocarburos de excelente calidad eleva la relevancia del país a los ojos de los potencias de cara a sus necesidades en materia energética. Egipto, en contraste, ha visto declinar la producción petrolera a la par del auge de la demanda energética interna, por lo que reposa su prosperidad económica en otras esferas como el turismo y las remesas.
 
La crisis económica de 2008 ha tenido severos impactos en los dos países, y es un factor importante que ha contribuido al malestar social, en primer lugar porque reduce los beneficios del comercio exterior, dado que los países destinarios, que son, sobre todo, naciones desarrolladas, han reducido sus niveles de consumo. Asimismo, el desempleo y el auge de la economía informal son igualmente incentivados por la crisis. En el caso de Egipto, el declive de los turistas internacionales y de las remesas de sus expatriados, ha sido un problema severo para las finanzas nacionales. Por lo tanto, los gobiernos disponen de menos recursos para desarrollar políticas anti-crisis y de apoyo para los sectores más vulnerables de la población. Sin embargo, es difícil afirmar que la crisis económica es un factor que explica y estimula por sí misma, las revueltas populares. Si así fuera, prácticamente todos los países en desarrollo –y muchos desarrollados- se encontrarían en situación de guerra civil ante las carencias materiales y el declive en la calidad de vida de sus habitantes.
 
Por eso es que, como se sugería líneas arriba, la hipótesis de las revoluciones desde abajo en el caso de Egipto y Libia, es insostenible. A propósito de Libia, es evidente que a lo largo de los años ha existido y crecido una oposición al régimen de Kadafi, que, sin embargo, poco podía hacer en un sistema tan autoritario e irrespetuoso de los derechos humanos. Empero, factores exógenos como la ya citada crisis económica y la caída de los regímenes en Túnez y Egipto, sumados a la situación interna –que incluye una sociedad más urbana, el desarrollo de la clase media, el aumento del nivel educativo, etcétera- allanaron el camino para que la oposición fuera encaminando a los rebeldes a la impugnación del régimen de Kadafi. Aquí es importante destacar el apoyo que la oposición y los rebeldes han recibido de Occidente, en especial de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de Naciones Unidas, quien ha decretado sanciones contra Kadafi, su familia y su gabinete.
 
La suerte de Kadafi parece haber quedado definida tras la represión inicial, en febrero, por parte de sus tropas contra los manifestantes, dado que ésta le proporcionó un pretexto perfecto a la oposición para invocar la ayuda internacional. No se pierda de vista que, a pesar de que Kadafi ha buscado desde hace muchos años reconciliarse con Occidente, sobre todo Estados Unidos y algunos países europeos mantienen un fuerte recelo contra su régimen por considerarlo proclive al terrorismo, en especial por aquel incidente de 1988 que involucró a una maleta con explosivos colocada en un avión de Panam que explotó en pleno vuelo sobre la localidad de Lockerbie y en el que murieron 270 personas. El atentado fue ejecutado, aparentemente, por agentes de los servicios de inteligencia de Libia. Y como Occidente presume de “no tener tratos con terroristas”, la oportunidad de librarse de Kadafi, aun cuando ya hace tiempo que el tema del vuelo de Panam fue finiquitado, no se debe dejar pasar.
 
La figura clave por parte de la oposición libia, es el ex Ministro de Justicia, Mustafa Abdel Jalil, quien estando al frente de dicha responsabilidad en el momento de la represión contra los manifestantes (15 de febrero), dimitió al cargo, siendo secundado por un grupo importante de diplomáticos libios que representaban a su nación en países u organismos internacionales estratégicos, incluyendo, además de Estados Unidos y Naciones Unidas a la Liga Árabe, la Unión Africana y la República Popular China. Cabe destacar que estas importantes dimisiones acontecieron al mismo tiempo, lo que genera la sospecha de que se trataba de un escenario largamente anticipado. Así, sin negar que el régimen de Kadafi ha sido autoritario, irrespetuoso de los derechos humanos, cleptócrata y con otros tantos agravantes, no está siendo depuesto por el activismo de la población, sino, sobre todo, por acciones efectuadas por la oposición –con el apoyo decidido de Occidente-, que busca, a todas luces, acceder al poder. Tal vez sería muy rudo considerar que la oposición libia ha orquestado un golpe de Estado con la complicidad y el apoyo de Occidente, dado que Kadafi ha cometido muchos errores y su imagen internacional es muy negativa, por lo que no faltará quien diga, como se hizo y dijo en el caso de Saddam Hussein, que bien valió emplear los medios necesarios, con tal de librarse del tirano. Sin embargo, las acciones de la oposición en Libia sientan un peligroso precedente ante la gran cantidad de regímenes en el mundo con tintes similares a los de Kadafi. ¿No sentirán los opositores a diversos gobiernos en distintas partes del planeta, que pueden seguir el “modelo” planteado por el ex Ministro de Justicia de Libia para librarse del líder, Presidente o primer Ministro en turno? Es claro que Kadafi debía irse, pero ¿tenía que ser de ésta manera? Porque al final parece que el remedio es peor que la enfermedad.
 
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
 
etcétera, 24 de agosto, 2011
https://www.alainet.org/es/articulo/152060?language=en
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