Barak Obama profundizó las políticas de su antecesor republicano George W. Bush Foto: AP
La razón de la fuerza
18/09/2011
- Opinión
A 11 años de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, la actitud belicista de Estados Unidos en Medio Oriente continúa vigente. La llegada de Obama ha derivado en un endurecimiento de la política exterior de Washington.
Los atentados perpetrados el 11 de septiembre de 2001 sobre los símbolos financiero y militar del Imperio produjeron un cambio de paradigma: Estados Unidos demostraba ser tan vulnerable como cualquier otro Estado del planeta.
A partir de ese momento, la administración de George W. Bush declaró la “Guerra contra el Terrorismo” a nivel global, al anunciar que “aquellos que alberguen terroristas son tan culpables como los mismos terroristas”, y al agregar: “O están con nosotros o están con los terroristas”.
Estas declaraciones de Bush anticiparon la nueva situación que afrontaría el mundo: todo Estado perdería su soberanía a partir de la implementación de la doctrina del “Ataque Preventivo”.
De esta manera, un país puede convertirse en blanco de una intervención militar, ante la mera sospecha de que en él se encuentran alojados “terroristas”, lo que automáticamente convierte a esa nación en terrorista.
El primer país al que se le aplicó la doctrina del ataque preventivo fue Afganistán. El 7 de octubre de 2001 la Casa Blanca inició los ataques en ese país, actitud que en 2003 continuaría en Irak. La guerra contra el terrorismo había comenzado.
Pero no solo la doctrina del ataque preventivo se instauró para arrasar países, sino que también tuvo -y tiene- su correlato a nivel individual: cualquier persona “sospechosa” de ser “terrorista” es pasible de ser detenida inmediatamente.
Para los casos de “sospechosos” de “terrorismo”, el Imperio cuenta con un aceitado circuito de centros clandestinos de detención y tortura, como el caso de la base naval en Guantánamo, Cuba, donde los reclusos son brutalmente torturados.
Las medidas contra el terrorismo no recayeron meramente en la política exterior, sino que existieron consecuencias a nivel interno.
Así, el 26 de octubre de 2001, el Congreso estadounidense promulgó la Ley Patriótica que otorga al Estado un mayor potencial en la tarea de inteligencia dirigida sobre los propios ciudadanos estadounidenses.
El espionaje sobre la población civil incluye la intervención de teléfonos y cuentas de correo electrónico, como también la revisión de las compras realizadas con tarjeta de crédito y hasta los libros que retiran de las bibliotecas públicas. Una verdadera instauración del reality “Gran Hermano” en la realidad.
Si bien luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se emitió un video en el que el saudí Osama bin Laden se proclamaba como gestor del atentado, en ningún momento la Casa Blanca demostró, en base a pruebas concretas, su verdadera autoría.
Desde un primer momento el accionar llevado adelante por la administración Bush fue motorizado por una supuesta venganza. Las leyes internacionales, como las estadounidenses, perdieron así todo su valor.
Pero para que esto ocurriera, el Imperio debió contar con el apoyo de la comunidad internacional, es decir, de sus aliados del bloque europeo, quienes inmediatamente se hicieron eco del accionar intervencionista.
Con respecto a las pruebas de la verdadera autoría de los atentados de 2001, todo parece comenzar a diluirse en un mar de dudas. No solo debido a que no parece existir una verdadera investigación oficial encargada de esclarecer los hechos, sino a que la decisión adoptada por la Casa Blanca es la de eliminar a los principales sospechosos.
Cuando en 2003 el Imperio implementó la doctrina del ataque preventivo sobre Irak, las falsas acusaciones no sólo eran por albergar terroristas de Al Qaida, sino que se acusaba al gobierno de Saddam Hussein de poseer armamento de destrucción masiva.
Tras el asesinato de unos 650 mil iraquíes, en 2006 Saddam Hussein fue capturado y posteriormente enjuiciado, no por un Tribunal Internacional, sino por el Alto Tribunal Penal Iraquí, manejado por Estados Unidos, que sentenció a muerte al líder irakí. De esta manera el Imperio silenciaba a un testigo clave y ex aliado, cuyas declaraciones podrían haber comprometido a muchos funcionarios de la Casa Blanca.
Pero la metodología de “silenciar sospechosos” no se detuvo con Saddam Hussein. El 1º de mayo de 2011, un equipo de los comandos de elite de la Marina estadounidense ingresó ilegalmente en territorio pakistaní y asesinaron a Osama bin Laden, quien se encontraba desarmado e indefenso, en la denominada Operación Jerónimo.
Pero para algunos analistas, Bin Laden ha conseguido mucho más de lo que se cree en su guerra contra el Imperio. El lingüista y analista Noam Chomsky, en el artículo “Rememorando el 11 – S una década después. ¿Había otra alternativa?”, coincide sobre esto con el analista Eric Margolis.
Margolis, según cita Chomsky, señaló que Bin Laden “afirmó repetidamente que el único camino para sacar a Estados Unidos del mundo musulmán y derrotar a sus sátrapas era involucrar a los estadounidenses en una serie de pequeñas pero onerosas guerras que les llevaran finalmente a la bancarrota”.
Cuando en 2008 el demócrata Barak Obama se impuso en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, muchos creyeron presenciar el comienzo de una nueva era.
Y la era Obama si trajo cambios: la profundización de las políticas adoptadas por su antecesor republicano George W. Bush. Los centros de detención y torturas que Estados Unidos mantiene fuera de su territorio continúan abiertos, mientras que las tropas del Imperio continúan ocupando territorio afgano e iraquí.
Pero tal vez lo más significativo en materia de política exterior, por parte de la administración Obama, fue la implementación de una nueva doctrina: la de Responsabilidad de Proteger (R2P).
La doctrina del Ataque Preventivo utilizada tanto en Afganistán como en Irak había dejado en evidencia las verdaderas razones de la ocupación estadounidense en esos territorios: la apropiación, principalmente, del petróleo irakí y del tráfico del opio afgano.
Por lo tanto, lo que Estados Unidos y sus aliados intentan lograr con la doctrina de la Responsabilidad de Proteger es demostrar al mundo su “vocación por la libertad y la democracia”. Así, quedan habilitados a atacar países a los que consideren bajo dictaduras.
El ejemplo más notorio de la aplicación de la doctrina R2P se vio en los ataques y bombardeos en Libia. En el marco de la supuesta “Primavera Árabe”, el mejor alumno del Imperio, el Pequeño Napoleón Sarkozy demostró a Washington que está a la altura del maestro.
El presidente francés, con apoyo estadounidense, propició las condiciones para crear los “rebeldes libios” que comenzaron la lucha contra la “dictadura de Kadafi”. Rápidamente el Pequeño Napoleón recibió la bendición de la Casa Blanca para encargarse de aplicar la doctrina R2P, para llevar a Libia la “libertad y la democracia”.
Tras la aparente victoria en Libia de Estados Unidos y el bloque europeo, lo que queda por definir es cual será el próximo país soberano a invadir bajo la excusa de estar gobernado por una dictadura. Todo parece indicar que los cañones apuntan a Siria e Irán.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 forjaron el escenario ideal para que el Imperio lleve adelante sus acciones bélicas a Medio Oriente.
A diez años de los ataques a Estados Unidos, tanto Afganistán como Irak continúan ocupados por tropas extranjeras, y las doctrinas que permitieron esas intervenciones se han depurado a tal punto que hoy permiten acciones tendientes a subvertir los movimientos conocidos como “primavera árabe”.
https://www.alainet.org/es/articulo/152683?language=en
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