Muchas bajas propias y aliadas, y un gran gasto

Diez años sin que EE UU alcance sus objetivos en Afganistán

13/10/2011
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En 2001 George Bush inició la invasión a Afganistán. Barack Obama dice que se marchará de allí en 2014. Ya pasaron diez años de una guerra que no logró sus objetivos. Los talibanes no fueron derrotados y pueden volver.
 
El ataque terrorista a las Torres Gemelas funcionó como una perfecta excusa. Los más de 3.000 muertos dieron pie a la supuesta venganza. Bush sacó allí patente de “patriota”, junto toda la runfla militarista: Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Colin Powell, Condoleezza Rice y otros halcones, con perdón de estos pájaros.
 
La justificación de esa invasión lucía más o menos coherente. Washington decía: pedimos al mulá Omar que nos entregue la cabeza de Osama Bin Laden y nos dijo que no. Como éste es el responsable del 11-S, lo vamos a buscar nosotros y de paso “ordenamos” este país que nos debe su liberación de los rusos.
 
Así razonaron la Casa Blanca, el Departamento de Estado y, sobre todo, del Pentágono. Y miles de soldados y pertrechos bélicos se fletaron para la lejana Kabul. En pocas semanas no había allá rastros del régimen talibán, pero eso no debía tomarse como una derrota de ese fenómeno. El mulá Omar se había esfumado, ordenando una retirada a sus seguidores para de a poco ir reorganizándose y resistiendo en forma armada a los invasores. De Bin Laden se había perdido el rastro.
 
La expedición de Bush contó con buen acompañamiento. La OTAN formó la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de Afganistán), con hasta 140.000 efectivos de cuarenta y cuatro países. Las potencias imperiales y los aspirantes a ser tratados como sus respetables aliados sacaron pasaje de ida al país del opio y heroína.
 
Afortunadamente en octubre de 2001 el gobierno de Fernando de la Rúa consumía sus últimos cartuchos y no llegó a considerar la participación de Argentina en aquel contingente. Capaz que si EE UU y los organismos financieros le condicionaban un último blindaje a esa participación, en una de esas…
 
Al principio esa guerra se fue desarrollando con pocas bajas de los agresores (ver cuadro adjunto). Hasta 2006 no morían más que unas pocas decenas de soldados estadounidenses, menos de cien al año.
 
Después esta cifra se fue empinando hasta rozar los 500 caídos en 2010, la cifra más elevada de la serie hasta el momento. En total el sitio http://www.icasualties.org/ tenía relevados hasta ayer 1.805 norteamericanos muertos y un total de la ISAF de 2.758, donde los británicos siguen en orden de bajas, con 382.
 
Ese frente se fue tornado más adverso, con una sangría mayor en las filas extranjeras. Esa transición tuvo que ver con una mayor actividad guerrillera talibán, que se hizo fuerte en los estados del sudeste (Kandahar, Zabul, Paktiya y Helmand), con bases de apoyo en Waziristan, del lado paquistaní.
 
Los aviones y helicópteros de la OTAN empezaron a bombardear en forma masiva, provocando aquí y allá masacres entre la población civil. Los afganos festejaban un casamiento y le caían misiles como si fueran una concentración armada de Bin Laden. También napalm, como en Vietnam.
 
Guerra costosísima
 
A medida que se engrosaba la lista de muertos, heridos y locos entre los socios de la ISAF, la guerra se hacía más impopular en EE UU y sus 43 aliados.
 
Mientras los muertos y lisiados fueran afganos, la opinión pública en los invasores no levantaba una ola suficiente de repudio, salvo los sectores de izquierda, progresistas y pacifistas que sí lo hicieron.
 
Cuando los féretros empezaron a aterrizar en los aeropuertos estadounidenses y europeos, aún cuando Bush y Rumsfeld prohibieran fotos y filmaciones, allí empezó a levantar el rechazo a la guerra.
 
En marzo de 2003 el texano bruto inició otra guerra en simultáneo, contra Irak. Los motivos ya no tuvieron contenido seudo nacionalista, pues se afirmaba que Saddam Hussein tenía vínculos con Al Qaeda y armas prohibidas. No había ni una ni otra cosa.
 
Lo que sí tenía Irak era una interesante reserva petrolera y una proximidad con Irán que la hacía ideal para que el imperio se asentara, con vistas a guerrear  contra Teherán. Así podría dar un largo paso en su plan estratégico de marchar hacia el este y arrimarse a China, el enemigo principal a atacar en el mediano plazo.
 
De nada sirvió que los expertos de la ONU dijeran que no habían encontrado ni una bala prohibida en Bagdad y que las acusaciones de supuesta relación de Saddam con Bin Laden se cayeran por su propio peso. Bush siguió con su guerra injusta, esta vez más claramente por el crudo y bases militares.
 
Esta movida hacia Bagdad perjudicó el plan del invasor en Kabul. Es que echó tierra sobre sus justificaciones “patrióticas” de esas campañas y también obligó a un doble esfuerzo militar. Más, durante varios años el frente iraquí fue el que demandó más tropas, armas y dinero. Por lo tanto, los talibanes tuvieron un panorama más propicio para su reorganización y efectividad política y militar.
 
Ese reforzamiento tuvo a su favor el luchar en su propio país, conocer el terreno y explotar un elemento político importante en la guerra como es el “factor nacional”.
 
El aumento de las bajas propias se ligó a otra causa de animadversión en EE UU: el gasto de la guerra. En junio pasado Obama anunció una retirada parcial de Afganistán para fines de 2012 y otra más significativa para 2014. Uno de sus argumentos fue el costo financiero, de un billón de dólares para los dos frentes.
 
¿Vuelven los talibanes?
 
Ese costo de las guerras estimado por el presidente fue muy conservador, pese a lo exorbitante. “La cuenta final será de al menos 3.7 billones de dólares y podría llegar a 4.4 billones, según el proyecto de investigación “Costos de la guerra” del Instituto Watson de Estudios Internacionales de la Universidad Brown. (http://costsofwar.org/)”, se podía leer en el cable de Reuters/Notimex (30/6).
 
Hasta este momento lo gastado por Washington supera la marca de Obama. “En los 10 años desde que se enviaron las tropas estadounidenses a Afganistán para erradicar a los líderes de Al Qaeda tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, los gastos en los conflictos sumaron entre 2.3 y 2.7 billones de dólares”, agregaba la fuente citada.
 
No hay que ser un master en Ciencias Económicas para darse cuenta que semejante gasto fue impactando en el frente interno. Un gobierno que gastaba tanto dinero en frentes de guerra no contaba con esos recursos para atender programas sociales ni para aplicar políticas de reactivación de su economía.
 
Y eso se siente más con las crisis. La población estadounidense fue entendiendo que una parte de su empobrecimiento se debía a los gastos del Pentágono y sus contratistas industriales, más sus ejércitos oficiales y contratistas de Blackwater (léase mercenarios). Una parte de los soldados, de regreso a casa, abrieron los ojos. Por eso en el movimiento “Ocupa Wall Street” se ven algunos uniformados con carteles que dicen: “Luché por mi país en dos guerras y aquí veo al enemigo”.
 
Miles de millones de dólares sirvieron para negocios de las industrias de armamento, logística, infraestructura y otros renglones asociados con la muerte, al cabo la única industria floreciente en el imperio… Pero también lubricaron los negocios del presidente afgano Hamid Karzai y sus señores de la guerra, corruptos hasta los tuétanos y relacionados con el narcotráfico.
 
Vaya contradicción: los norteamericanos invadieron Panamá con la excusa de que Manuel Noriega estaba ligado supuestamente a ese tráfico. Pero en Afganistán sostienen a un mandatario como Karzai, que está sentado sobre un mar de amapolas y está acusado de lucrar con el negocio de la heroína y el opio. El jefe del Servicio Federal ruso de Control de Drogas (FSKN), Víctor Ivanov denunció que desde 2001 el volumen de la producción de heroína aumentó en Afganistán 40 veces. Y que Obama se niega a dar la orden de destruir los cultivos, contradiciéndose con su modus operandi en Colombia.
 
Esa negativa norteamericana supone que los campesinos afganos viven en tal miseria que si les destruyen sus sembrados de amapolas podrían volcarse más a favor de los talibanes.
 
La evolución de las bajas norteamericanas y aliadas les da más ínfulas a esos milicianos. Los anuncios de retirada de la ISAF, aunque no se cumplan exactamente, refuerzan esa posibilidad de retorno del talibán al gobierno. Según las cuentas del Consejo de Seguridad de la ONU, hubo 7.000 acciones del talibán en el último trimestre. Esas acciones contra la OTAN se producen en las provincias del sur pero también en las centrales de Wardak y Logar, en Kabul y en el norte, Balkh. Desde el 2 de mayo, cuando anunció su muerte en Pakistán, Obama se quedó sin la siempre útil excusa de Bin Laden.
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/153284
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