A los miembros del secretariado de las FARC: No los han matado Santos…tampoco

Uribe… tampoco Pastrana…

08/11/2011
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Cuando la pre- acompañan dos perversas circunstancias,  no tiene gracia ni  mérito mostrar “grande y enorme” al Estado y declarar “héroes” a sus soldados por haber dado de baja a un contrincante al que se le ha arrebatado todo valor humano. Esas circunstancias nos recuerdan que ese mismo Estado, en muchos de sus niveles,  ha sido cooptado por criminales y que un núcleo importante de sus agentes ha mantenido y mantiene nexos con la criminalidad y la ilegalidad. Por lo tanto, ese Estado carece de autoridad moral para distribuir a sus socios “en hombres de bien y hombres de mal”. De todas maneras, se trata de un Estado real con fuerte peso simbólico en la intimidad de muchos colombianos, así como con variados  espacios y componentes de legalidad y de legitimidad.

Aunque en las calendas del 60 coincidimos con él   en  la Universidad Nacional, no recordamos  a Guillermo León Sáenz. Pero, ahora, alimentábamos  la buena esperanza de la que nos hablaba Borges para momentos de crisis y de incertidumbre: Que entre el insurrecto Cano y el muy institucional Santos “alguna aguja”, más mágica que humana, empezara a enhebrar un tejido, si no de una  paz sin fusiles y con justicia social, por lo menos si, de una  pacificación sin guerrillas ni paras ni bacrim ni violencia intrafamiliar ni criminales como empresarios.

En la actual pugna por definir cuál presidente pasará a la historia, a favor de la contabilidad política personal de cada uno de ellos (de la de Pastrana o de Uribe o de Santos)  se han venido cargando los más importantes triunfos militares  de los soldados sobre las guerrillas; como contraste, cuando se ha tratado de definir responsables indirectos por los más de 50 militares dados de baja por las guerrillas en el  último mes, todo  simpatizante de cada uno de ellos la ha ubicado en el “otro”. Entonces, para comprender, de modo más cabal, lo que ha acontecido con  nuestra guerra interna, importa  reemplazar la mirada cortoplacista por el lente de mediano y largo plazo preguntándonos qué es lo que ha acaecido con la evolución del Estado colombiano entre 1998 y el 2001. Sólo así  lograremos entender que ningún presidente empírico ha matado a algún importante guerrillero empírico. Sobre todo y ante todo, ellos han venido quedando fuera de combate, producto del aparato coercitivo y represivo más racionalmente tecnificado que existe en la actualidad y que quizá ha existido   en la historia de América Latina.

No obstante el fracaso del Caguán, la reingeniería de las Fuerzas armadas colombianas la inició Andrés Pastrana. Como lo atestiguara en varias oportunidades el General Mora, los Generales ya  venían preocupados por el ostensible ascenso militar de las guerrillas; en un  segundo momento, aunque obedecieron al poder civil, no les gustó para nada la   manera como las Farc sobre-determinaron la opción del Caguán; y finalmente, metidos ya en unos diálogos más procesales que substantivos realizados en medio de una  guerra exacerbada, con el Presidente y su Ministro de Defensa, decidieron iniciar una reingeniería  de fondo, en lo estructural y funcional, de las Fuerzas Amadas. Vino enseguida Uribe Vélez, quien, subordinando las políticas públicas y el presupuesto nacional a las lógicas y  ritmos de la Seguridad democrática, ahondó el proceso abriéndole camino fáctico a un “todo vale con tal de derrotar al enemigo” y  llevó al Estado colombiano, como fenómeno de fuerza, a su máximo nivel de desarrollo histórico y de ilegalidad en muchos casos.[1] En un tercer momento del proceso, llegó Santos: Ha mantenido  en alto la estrategia de Seguridad democrática, ha buscado darle relativa independencia frente a otras políticas públicas, ha reducido “el todo vale” hasta donde se lo han permitido algunos generales, y, sobre todo, con el actual Ministro de Defensa, ha tratado de ajustar algunas de sus más notoria fallas  operativas en un marco en el que las guerrillas han retornado a una guerra de guerrillas de nuevo tipo.

Múltiples son las evidencias empíricas de ese nuevo Estado como fenómeno de fuerza: una inteligencia militar cada vez más efectiva, mejor coordinada y racionalmente compartida; fortalecimiento cualitativo de la capacidad área de combate incorporando una tecnología militar de punta así como estrategias militares innovadoras; unas Fuerzas Armadas con medio millón de miembros. Todo ello alimentado por el 4% del PBI cuando la educación Superior no alcanza a arañar ni el 0.50%.

Entonces, a Alfonso Cano no lo mató el gobierno de Santos, sino un Estado, que como fenómeno estructural y operativo de fuerza ha dejado a años luz a su otra dimensión o componente estructural-operativo, al Estado como fuerza constructora de nación, de ciudadanía, de condiciones democráticas para la existencia social. Pero, no obstante, esa enorme brecha, por razones sobre todo extra-militares, ese Estado no ha podido poner en cintura las violencia entrecruzadas, que ensangrientan a toda hora lo social: conflicto interno armado, paramilitares y bacrim, violencia intrafamiliar y  violencia  contra-ciudadana.

“Mincho” lo apodaban sus compañeros de bachillerato; Guillermo León Sáenz fue su nombre de ciudadano; se autobautizó “Alfonso Cano cuando en la década del 80, bajo el manto ideológico de Jacobo Arenas, ingresó a las Farc; y ahora, cuando cayó en combate,  en los discursos oficiales, con no disimulado “despectivismo”, lo han llamado “individuo”. El viernes 4 de noviembre, en Chirriadero-Suárez-Cauca, las pistas dadas por algunos desmovilizados, la información suministrada por media docena de militares infiltrados, y la eficacia de un aparato estatal coercitivo en su máxima altura de modernización técnica, lo sacaron del combate ideológico –práctico aparejado a la dirección de las Farc. Bombardeado primero de modo preciso por una tecnología militar aérea de punta, que hizo saltar en añicos lo que le quedaba de sus tres anillos de seguridad, fue luego confrontado en tierra por un ejército regular agigantado cuando ya no tenía armas en su poder ni compañeros que lo blindaran. Desde julio pasado, cuando tomó forma la “Operación Odiseo”[2] , un avión militar dotado de una tecnología militar de punta, le había venido copiando al detalle las huellas desde que, de modo equívoco y equivocado- “si hubiera seguido  en la parte alta del Cañón de las Hermosas no habríamos podido darle de baja, lo destacó así un Comandante de esa Operación- salió de de ese sitio para correr por las montañas del Tolima y Huila  hasta llegar al Departamento del Cauca, región en la que, como paradoja,  las Farc, por razones ligadas a su cambio de estrategia, ha puesto en dificultades a la Política de Seguridad democrática.

El imaginario social que, sobre Cano, se ha proyectado, ha sido el asociado a un ideólogo, que en la lucha guerrillera, privilegiaba los aspectos políticos sobre los militares, lo que ha creado la representación de un guerrillero abierto siempre al diálogo y a la negociación.  Sin embargo, en su propia práctica individual no se logra sustentar esa visión. En nuestro concepto, Cano era, más bien,  un guerrillero orgánico y clásico  que creía que la lucha militar era medular y que pensaba que en ella había que privilegiar las consecuencias  políticas sobe las militares. Como decir, que toda acción militar tenía unos importantes efectos políticos, que siempre había que resaltar por su contribución a  la aproximación al objetivo estratégico, que era subvertir el actual Estado para iniciar la construcción de un Estado socialista. Y en esto jugaba un papel importante la correlación de fuerzas y Cano siempre pensó, quizá no en el último período, que, por la vía armada, era posible ganar esa correlación. Alfredo Molano nos recuerda que en las conversaciones de Caracas, donde fue uno de los negociadores, Cano precisamente no fue “el más flexible”. [3] Por su parte, Héctor Riveros nos ha dicho que Cano no era un intelectual ni  una persona proclive a una negociación: Era un letrado, estudiante de antropología que, en el  contexto de una guerrilla campesina,[4] no volvió a leer ni a posibilitarse la evolución de su pensamiento, lo que “lo convertía en un obstáculo en una mesa de negociación”. Esto no obstante, en mi concepto, en los últimos años  el intelectual y analista Alfonso Sáenz si había venido examinando que, tras las transformaciones que estaba teniendo el Estado colombiano como fenómeno de fuerza, las correlaciones de poder no le alcanzarían   para acceder al socialismo por la vía armada y por eso se estaba abriendo a una posible negociación.

De todas maneras, la baja de Cano, de modo necesario no significa el fracaso de la estrategia de reorientación y de reactivación que puso en acción  desde el 2009. Su deceso fue el resultado de una operación colateral,  específica y compleja, que obligó al Estado a comprometer voluminosos recursos para lograr un efecto burbuja  tras la muerte, por primera vez en la historia, de su máximo jefe. Baste recordar que, no obstante los presagios de muchos analistas, ese efecto burbuja no se produjo en el caso de la desaparición de dos líderes más protagónicos que Cano al interior de las Farc, Marulanda Vélez y el Mono Jojoy,  en términos de un desplome acelerado, de bandolerización, de desmovilización y de deserciones masivas.

Desde su elección como Jefe del Secretariado, Cano puso en acción un proceso de reorientación estratégica, que los ha llevado a una ofensiva en algunas regiones del país. Por otra parte, descentralizó la organización y paró los choques  con el Eln en distintos puntos del país.

¿Qué vendrá ahora?, es la pregunta que todos  nos hacemos.

Si las Farc estuviesen militarmente vencidas, uno podría pensar que utilizarían esta coyuntura de oportunidad  brindada por la muerte de su líder, para abrirse a un arreglo. Pero, las Farc se encuentran muy golpeadas en lo político, quizá aplastadas en este momento en lo sicológico, disminuidas en lo militar, pero todavía mantienen, por lo menos, el control territorial sobre el 50% de las regiones  que dominaban en el 2002  cuando se inició el primer gobierno de  Uribe, y, por lo tanto, militarmente no están derrotadas. Por lo tanto, la apertura de una negociación no es un asunto inmediato, pues una guerrilla en esas condiciones no va a pasar de una sala de velación, donde la marca es la muerte, a una mesa de negociaciones, donde el signo,  es la esperanza de un mejor horizonte vida para el país. Pero, más allá del corto plazo, todo dependerá del sucesor, que con seguridad ya tenían previsto, así como de la ubicación de éste en las relaciones de poder dentro de la organización.  No es ilógico, entonces, pensar que el nuevo Secretario del Secretariado retome el horizonte de negociación dejado medio-esbozado por Cano.

Como nos lo acaba de recordar Vicenc Fisas,

…en el corto plazo las farc no están maduras para la paz, “…la insurgencia no piensa en  el mañana, sino en el presente, lo cual puede ser comprensible  por la presión militar, pero ello le resta visión estratégica para pensar en términos de paz, y entiendo por paz no la simple dejación de las armas, sino un pacto de Estado por el que se diseñan una serie de transformaciones en procura de justicia social”. [5]

Hoy más que nunca sabemos que la voluntad de paz es sincera cuando es irreversible, es decir, cuando no  se tira el primer esfuerzo al carajo ante el primer tropiezo. Entonces, si el nuevo jefe del Secretario retoma al Alfonso Cano de los últimos años debería ser para aprestar  la apuesta hecha explícita en mayo pasado cuando al cumplir 47 años las Farc, los farquianos, bajo el liderazgo de Mincho y del ciudadano Guillermo Sáenz y del guerrillero Alfonso Cano, le dijeron al país,

“la paz es un derecho que hay que hacer realidad y la barbarie no puede seguir siendo parte del destino, y menos ahora que con la movilización se puede tener un destino cierto y civilizado”.

Es por esto por lo que desde los Atisbos Analíticos, que alientan la acción política desde la Academia, reiteramos nuestro llamado a los universitarios en general para que, bajo la inspiración del profesor  Alfredo De Andreis, un pilar fundamental de REDUNIPAZ ENTRE 1998 Y el 2002, reactivemos la Red De Universitarios por la Paz y contribuyamos así a hacer realidad el derecho a la paz con justicia social.

ATISBOS ANALITICOS 135, No 3 de noviembre 2011.

Fundación Estado, Comunidad y País (ECOPAIS)

Equipo responsable: Humberto Vélez Ramírez y Jorge E. Salomón, profesores del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos, IEP-Universidad del Valle.



[1] . Al respecto se pueden consultar los Atisbos Analíticos, en los que, con reiteración, se levantan y fundamentan, en lo teórico y empírico,  esas y otras hipótesis. “atisbos analíticos humberto velez”, en, google.com

[2] . El Espectador. Bogotá. Domingo 6 de noviembre 2011.

[3] . Molano, Alfredo. “Se llamaba Mincho”. El Espectador. Domingo 6 de noviembre 2011. Pgs. 10-11

[4] . Riveros, Héctor. “Alfonso Cano, delirio Mortal”. El Espectador. Domingo 6 de noviembre 2011. Pag. 12.

[5] . Frisas, Vicenc. “Una Oportunidad para Colombia”. Barcelona 07-11-2011

https://www.alainet.org/es/articulo/153898?language=es

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