No basta con repudiar a las FARC

30/11/2011
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Nuevamente la barbarie. Con el asesinato del sargento del Ejército Libio José Martínez, el coronel Edgar Yesid Duarte, el mayor Elkin Hernández Rivas y el subintendente Álvaro Moreno (los tres últimos de la Policía), sufren las familias y se evidencia el repudio de un acto tan inhumano y atroz. Las voces de condenas son múltiples y se hacen sentir, hay un cubrimiento mediático amplio y se prepara una movilización de rechazo a las FARC para el 6 de diciembre. Todo esto es comprensible, importante, pero tremendamente insuficiente para poner fin a tanta barbarie, a la que durante ya cerca de cincuenta años han concurrido todos los actores de este añejo conflicto armado, hoy presente en muchos territorios y que sufren muchas comunidades, donde la precaria democracia colombiana no crece y los autoritarismos y exclusiones han nadado como pez en el agua.
 
Ya sabemos del talante de las FARC: han decidido matar y morir, esto lo llevan en su ADN. Justifican cada una de sus acciones, han demostrado una persistencia en su actuar, tienen argumentos para sus repudiables, condenables y execrables acciones, todos los calificativos que se quieran, pero allí están, y debemos nuevamente pensar en qué tipo de conflicto estamos y para dónde vamos. Lo que sí puedo aseverar es que por la evidencia histórica, poco les importa que en las grandes ciudades millones nos volquemos a rechazarlas. Eso les resbala, pues leen estas legítimas e importantes manifestaciones ciudadanas como manipulación de quienes se han erigido como sus enemigos, o sea los que han detentado el poder económico y político, los que en sus comunicados califican como "la oligarquía". De modo que las FARC son una fuerza social y política en armas tremendamente minoritaria, esto es evidente, pero que no cejará en su actuación violenta si no encuentra un camino que la motive a ello.
 
Ahora bien, en medio de este dolor tan grande, con el asesinato aleve de cuatro colombianos secuestrados, es difícil pensar con la cabeza fría. Pero hay que hacerlo o atenernos a nuevos y dolorosos hechos, debemos pensar y volver a pensar en si hay posibilidades de un camino de entendimiento, de hablar, de encontrar fórmulas para poner fin a este medio siglo de violencia de FARC y ELN. Todo pareciera indicar que sí es posible, aunque haya sido una tarea no conquistada en décadas (en 2012 se cumplirán 30 años de la llegada al gobierno de Belisario Betancur y los primeros acercamientos con las FARC), pero sólo nos quedan dos caminos: o nos entendemos, o seguimos en esta barbarie.
 
Las FARC no se van a rendir, eso no está en su constitución, porque han forjado una voluntad de lucha y tienen convicciones sobre su actuación, se consideran con razones históricas y no les falta razón, tienen raíces en comunidades, se mueven en territorios, poseen finanzas y una amplia experiencia organizativa. En síntesis, descartemos la palabra rendición.
 
Tampoco se van a desmoronar en el corto plazo. Han soportado una ofensiva militar durante nueve años y están disminuidas y golpeadas, sí, pero siguen teniendo entre ocho mil y once mil combatientes, organizados, armados y con mandos, y un número más o menos igual de milicianos. Así las cosas, no nos hagamos ilusiones con que se van a desbaratar de un año para otro. Ante este panorama no queda otro camino que el de intentar (de nuevo) diálogos y concertaciones. Tarea llena de obstáculos, pero no imposible.
 
El presidente Juan Manuel Santos ha dicho (de nuevo) que tiene interés en buscar la paz. Creo en sus palabras. El quid está en cómo lograrla, con dos contendientes tan alejados como lo son hoy el Estado colombiano y las guerrillas de FARC y ELN. Cada uno debe dar pasos en la dirección de buscar el entendimiento. En este contexto, al gobierno le corresponde crear las condiciones sociales, políticas y económicas para que sea viable un acuerdo, lo cual se traduce en hacer las reformas –tantas veces anunciadas y nunca logradas- que han dado origen al conflicto: un campo más equilibrado, con más oportunidades para los millones de campesinos pobres, muchos sin ‘dónde caerse muertos’. Y unas posibilidades de competencia política con garantías, donde no se pierda la vida en el intento o se roben las elecciones. Estas son parte de las raíces de este largo conflicto que se deben atender, si queremos ponerle punto final al conflicto. A las guerrillas, por su parte, les corresponde dejar de creer que es a punta de plomo que se pueden hacer oír, y trabajar por la distensión del conflicto.
 
Marchar es importante, pues, aunque a las FARC les resbale. Pero sería mucho más productivo si se marchara contra todas las violencias organizadas que hoy se dan en el país. Eso sí sería un signo de mejor comprensión de lo que ocurre, considerando por un lado una sociedad que sufre los rigores de los violentos, y por otro un Estado que no ha logrado conservar el monopolio de las armas.
 
Luis Eduardo Celis es coordinador de Incidencia Política de la Corporación Nuevo Arco Iris.
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/154358
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