Crisis civilizatoria e indignación generalizada
07/12/2011
- Opinión
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 471: América Latina en Movimiento No 471 06/02/2014 |
“Tenemos una crisis económica, hay crisis financiera, crisis militar, crisis medioambiental, crisis de agotamiento de combustibles y minerales, crisis del Estado, crisis de alimentos, crisis de corrupción y criminalidad de las instituciones a nivel internacional y por lo menos 20 grandes crisis que simultáneamente están explotando en esto que nosotros consideramos un momento sumamente peligroso; y por eso es precisamente que creemos que esto hace una crisis de la civilización en el siglo XXI”. Con esas palabras el médico y sociólogo nicaragüense Antonio Jarquín sintetiza el diagnóstico que hace el Observatorio Internacional de la Crisis, equipo interdisciplinario latinoamericano-europeo formado hace más de dos años, con el propósito de dar seguimiento a los distintos componentes de estas crisis y analizar cómo se interrelacionan entre sí conformando una situación muy compleja.
ALAI dialogó con Antonio Jarquín, Andrés Piqueras, sociólogo español y profesor de antropología social Universidad de Castellón, y el economista y sociólogo holandés Wim Dierckxsems, quien reside en Costa Rica. Los tres, junto a otros intelectuales, integran el Observatorio Internacional de la Crisis.
La actual crisis económica-financiera
Antonio Jarquín considera que hay un agotamiento del sistema capitalista para resolver sus propios problemas, que se manifiesta en la actual crisis económica, que en buena parte es producto del derroche de los recursos, del endeudamiento de las naciones ricas, de la extracción de riqueza de las naciones ricas sobre las naciones pobres, de la acumulación y el endeudamiento masivos en países como EEUU y del derroche de estos recursos que surgen de la economía real y que son utilizados, entre otros, en el complejo militar industrial. "Para dar una idea más precisa, EEUU en este momento tiene una deuda acumulada de aproximadamente 57 billones de dólares (millones de millones), mientras el ingreso total por todos los conceptos de EEUU apenas es de unos 14.4 billones de dólares. Esto quiere decir que EEUU está gastando y endeudándose en una proporción del 400% con relación a lo que es su ingreso bruto total, o su PIB. Muy buena parte de este endeudamiento está dado por el enorme gasto militar que el complejo industrial militar de EEUU está haciendo, que lleva un acumulado en los últimos 60 años, de aproximadamente 26.5 billones de dólares, o sea que buena parte de la crisis se produce por la desviación masiva de recursos de la economía real hacia el sector de armamento".
Otro factor de la crisis es que, ante la incapacidad del capital de seguir acumulando a niveles normales en el ámbito de la producción, se ha refugiado cada vez más en el ámbito especulativo para poder seguir creciendo. Pero esto lo ha hecho a costa del incremento exponencial del capital ficticio. El Banco de Basilea estima que los productos derivados –deudas, pagarés- que circulan en el mercado suman aproximadamente mil billones de dólares, cuando el producto mundial bruto asciende como mucho a 60 billones de dólares. Para Andrés Piqueras, esto supone "una absoluta inmanejabilidad de ese capital ficticio y una dimensión sobrecogedora, sin precedentes hasta ahora, de lo que puede ser el acabar con ese capital ficticio, de la crisis tremenda, el gran shock que puede provocar. Por eso hablamos de un shock civilizatorio, en estos momentos, que se agudizará todavía más cuando los límites infraestructurales o ecológicos del sistema se vayan agudizando”.
Escenarios
Jarquín advierte que estos números "nos llevan a pensar que el problema es de tal magnitud que ya se salió de las manos del sistema". Entonces, lo que se perfila es la evaporación masiva de todo este capital ficticio. Ello significará la quiebra de bancos; y en el esfuerzo por salvar a los bancos, la transferencia de estas deudas a los Estados, que ahora también están quebrando. Y a su vez, los Estados están transfiriendo estas deudas como obligaciones a ser pagadas por los pueblos, que se traduce en disminución de salarios, recorte de beneficios sociales y un conjunto de otras medidas restrictivas, que implica el deterioro progresivo y acelerado de las condiciones de vida de la gente. Por esta razón se multiplican las protestas sociales.
“Un segundo escenario que vemos –dice Jarquín- es una lucha, una verdadera guerra, entre los distintos grupos de poder de este gran capital, intentando buscar cómo transferirse esas deudas ficticias los unos a los otros, o bien cómo transferirlas a los países del tercer mundo para intentar convertirlas en deudas reales, buscando comprar o cambiar esas deudas o esos valores falsos por nuestros productos minerales, petróleo, energía, tierra, empresas rentables. En los últimos 20 años, las 4 mil empresas más rentables de América Latina cambiaron de mano y se internacionalizaron y ahora son propiedad de las grandes corporaciones internacionales”.
Sin embargo, parece que esto no sería suficiente para resolver el problema de los valores falsos en circulación. De ahí surge el peligro de un nuevo ciclo de guerra fría, como la del siglo pasado, o de una cadena de nuevas guerras -como las de Afganistán, Irak, Libia-. "Incluso no descartamos la posibilidad de una gran guerra de mayor dimensión entre las grandes potencias –advierte Jarquín-, como ocurrió con la crisis de 1929, que dio como resultado el ascenso del nazismo en Europa, el nazifasismo, y pocos años después de la llegada de Hitler, se desencadenó la segunda guerra mundial. Creemos que ese es un escenario que podría volver a repetirse. En este sentido vemos muy parecido el fenómeno de la crisis de 1929 con el de la crisis en este momento, con el agravante de que el deterioro de la relación PIB de EEUU versus endeudamiento es muchísimo mayor que él que existía con la crisis del 1929".
Mirando un poco más allá de la crisis económica inmediata, Piqueras plantea la crisis de civilización como una encrucijada para la humanidad: “Estamos en el pico de una buena parte de los recursos energéticos. Ahora mismo estamos ya en 7 mil millones de seres humanos en el planeta. Estamos justo en el límite de la capacidad de carga del planeta, es decir, de la capacidad de satisfacer las necesidades de una población. Obviamente no satisface las necesidades de toda la población hoy en día ni muchos menos, por lo tremendamente injusto que es el sistema capitalista en cuanto que es un sistema que tiende constantemente a la concentración y la centralización del capital y por tanto de la riqueza. Pero habría posibilidades de tener un mínimo de necesidades cubiertas para el conjunto de la población. Ahora bien, según la proyección de la población y la proyección de recursos, en 2025 probablemente estaremos ya en torno a los 8500 millones y los recursos serán menores. En 2050, no hay posibilidades, por las vías normales de control demográfico, de que seamos menos de 10 mil millones de seres humanos. Los recursos para entonces serán muchísimo menores. Esto quiere decir que dentro de este orden económico no hay posibilidades de supervivencia para la humanidad en su gran mayoría".
Entre las salidas posibles, hay una, "que puede estar en la agenda inmediata de los grandes poderes transnacionales, la eliminación drástica de una buena parte de la humanidad". Y eso va unida a la segunda posibilidad, según Piqueras, que es "una gran catástrofe bélica que al mismo tiempo, no solamente elimina una buena parte de la humanidad, sino que al mismo tiempo elimina competencia entre sí, o elimina un montón de capitales obsoletos y sobre todo, todo el capital ficticio que había estado generando, para empezar, si no de cero, de casi cero. Con lo cual solo unos pocos acumularán ese poder, para una reducida minoría de la humanidad con un poder muy concentrado e incluso, puede que sea desterritorializado, una especie de control mundial a través de redes de dominio y de poder, para lo que vaya quedando de la humanidad".
Un cambio de modelo
Ante esta perspectiva catastrófica, Piqueras ve una alternativa posible, que es “la transformación del orden socioeconómico vigente, de cara a un orden en el que los medios de producción estén en manos del conjunto de la población, en el que la producción esté basada fundamentalmente para valores de uso, para satisfacer necesidades y no para la acumulación privada, para la riqueza privada de unos pocos, es decir para dejar de fabricar mercancías como tales en vez de valores de uso y que cada vez se basen más en la generación de servicios útiles para la humanidad, que se tenga satisfecha las cuestiones de educación, de sanidad, de infraestructuras mínimas para una vivienda digna, etc. que en unas poquísimas palabras significa un nuevo orden socioeconómico. Obviamente, es un orden pos capitalista, el único que puede dar alguna posibilidad de supervivencia a la humanidad como tal en su conjunto en este siglo XXI”.
Se trataría de construir "un nuevo orden socio-económico o -como se ha llamado clásicamente- un nuevo modo de producción, que esté basado en el alargamiento de la vida útil de los productos y en la prevalencia del valor de uso de las cosas, de los productos, de los servicios, por encima del valor de cambio de esos productos. Es decir, por encima de su tratamiento como mercancías, que solo se producen porque tienen una utilidad para la ganancia de unos pocos. Y por tanto, un proceso de desmercantilización de las cosas, de los productos, nos llevaría a poder disfrutar por más tiempo de los productos generados, con lo cual habría que trabajar menos para no tener que producir continuamente los mismos productos, habría que consumir mucho menos recursos energéticos y generaríamos muchísimo menos desperdicios", según Piqueras, quien añade: “Todo eso significa la prevalencia de un nuevo tipo de relaciones sociales, un nuevo tipo de relaciones humanas y una estructura de distribución y de consumo, sustancialmente diferente a la que tenemos".
Wim Dierckxsens recuerda cómo llegamos al modelo actual de despilfarro de recursos. Al salir de la depresión de los años 30, dice, se aplicaron políticas keynesianas que contemplaban "la demanda efectiva, que significa muchas cosas pero, entre otras, una que no se menciona expresamente -o se le dice ‘elasticidad de la demanda’-, que es acortar la vida media de las cosas. Si acortó la vida media de todos los productos duraderos, que son productos que exportaban los países centrales, entonces llegamos a la vida media útil casi cero de hoy. Eso significa que el ciclo de realización se acorta y el ciclo para acumulación se acorta y por lo tanto la expansión del capital aumenta. Pero al mismo tiempo asaltas a la naturaleza al doble, triple, cuádruple y quíntuple de velocidad. Entonces contaminas el medio ambiente, los desechos se multiplican. Eso liga inmediatamente la salida de la crisis con la crisis ecológica donde entramos. Hoy en día ya tenemos 20% de los recursos mineros con más demanda que oferta, ni hablar del petróleo del cual se está hablando hace tiempo y por eso los agrocombustibles". Por ello -y más con la especulación- sube el precio de las materias primas.
Esta constatación lleva a Dierckxsens a pensar que es desde los países del Sur que puede venir un impulso para el cambio necesario, para romper la racionalidad a nivel global. Primero, porque la mayoría de recursos estratégicos se encuentran en el Sur, y como lo está haciendo Bolivia con el litio –al exigir que las baterías con litio se fabriquen en su país-, o China con las "tierras raras" utilizadas para fabricar desde Ipods hasta misiles. Con eso, "todavía no hemos cambiado la racionalidad, lo que quiero decir es que los países del sur cada vez son más capaces de decir que nosotros queremos más recursos para nosotros mismos y no para otros. Es decir, por tener concentradas las materias primas y mano de obra más barata que en el norte, el Sur si sale de la crisis, va a apoderarse cada vez más del proceso productivo, cada vez más en beneficio de sí mismo". Incluso, dice, los países del Sur podrían optar por dejar sus recursos minerales en tierra como ancla de las monedas (como lo hizo Alemania luego de la primera guerra mundial, al basar su deuda en la tierra).
Implicaciones para América Latina
¿Cuáles son las implicaciones de estas crisis para las políticas en América Latina? Ante la crisis actual, Antonio Jarquín opina que una salida racional es refugiarnos en nuestra región: "primero para contener el contagio que nos llega del hemisferio Norte, de los países ricos; en segundo lugar, para sobrevivir ante el deterioro de la situación mundial, dado que conservamos una serie de ventajas objetivas. Por ejemplo, los países de América Latina poseemos todos los climas del mundo, entonces podemos producir todos los alimentos del mundo. Poseemos agua potable, poseemos grandes reservas minerales que están hoy ante los ojos de estas grandes corporaciones. Poseemos en síntesis un conjunto de ventajas que pueden permitir a los pueblos de América Latina sobrevivir y enfrentar esta crisis del siglo XXI”.
En este sentido, él ve que América Latina avanza por el buen camino, con su proceso de integración. Toda vez, insiste que hay que acelerar esos pasos, y además, que el proceso de integración no debe estar limitado a América del Sur, sino que debe ir desde el Río Colorado hasta la Tierra de Fuego, incorporando a el Caribe, América Central, México, para poder unir toda la potencialidad continental.
Los actores del cambio
¿Quiénes serían los actores capaces de provocar un cambio de fondo del modelo? ¿Acaso las actuales rebeliones que brotan a través del mundo tienen este potencial?
Wim Dierckxsems considera que el movimiento, cuya denominación común es la indignación, es diverso y hay que diferenciar a los movimientos financiados por la OTAN como el de Libia o Siria que “eventualmente aprovechan la coyuntura actual como para cambiar regímenes que no son del agrado de Occidente”. Agrega, sin embargo, que en “un mundo cansado de un neoliberalismo cada vez más excluyente, cada vez más indignante” está en camino un proceso potencialmente revolucionario que no se podría catalogarlo “como un movimiento que cuestiona el sistema en sus raíces, pero potencialmente tiene la capacidad de radicalizarse porque esta crisis no ha terminado, la gran depresión del siglo XXI está apenas arrancando”.
Andrés Piqueras expresa que las multitudes de indignados que salen a la calle “traducen una frustración creciente en el núcleo duro, en el corazón del sistema, en tanto en cuanto, el deterioro de lo que fue el estado social, eso que algunos llamaron Estado de bienestar, se hace cada vez más patente, sobre todo para las nuevas generaciones que llegan a edad laboral sin perspectivas, prácticamente, de integrarse a la economía productiva y por tanto sin perspectivas de realizar su ciudadanía”. En estos sectores, señala, surgen demandas de por qué no pueden tener lo mismo que tuvieron sus padres, las posibilidades adquisitivas, la seguridad social, la vivienda.
Es decir: “de momento hay una reacción -valga la redundancia- reactiva en la que gran parte de la población empieza a sentirse frustrada, e incluso indignada, por perder esta capacidad de engancharse a la ciudadanía de consumo que significó el capital keynesiano de los años centrales del siglo XX fundamentalmente. Y esa frustración se está traduciendo de momento en salidas espontáneas a la calle, en manifestaciones de rechazo al orden social vigente, etc. Pero de momento, no hay una identificación generalizada -sí que la hay en algunos sectores por supuesto, pero no generalizada-, sobre el sistema excluyente, sobre el sistema que excluye en sí. Entonces esta indignación y frustración por no poder acceder a los derechos elementales básicos y todas las prerrogativas que van asociadas a la ciudadanía, de momento se manifiesta en lo individual. Cuando muchos individuales se juntan, forman colectividades coyunturales o pasajeras que salen a la calle, pero que luego se vuelven a disolver, en cuanto que de momento no hay una identificación ni un proyecto común, de cómo y por qué se excluye, y cómo y por qué se llega a este estado de cosas en el sistema capitalista globalizado”.
Wim Dierckxsems destaca la importancia de que los movimientos sociales en América Latina y en los países del Sur entiendan que actualmente las materias primas son un punto estratégico para romper con la racionalidad del capitalismo a nivel mundial. Señala que tiene más fe y esperanza en el Sur que en el Norte (“tal vez porque soy del Norte y vivo en el Sur”) advirtiendo que es posible que en el Norte surjan manifestaciones neofascistas e incluso un “fascismo popular” de corte anti-inmigrante, sin embargo destaca que “en Estados Unidos hay un movimiento que está apuntando a lo estratégico que son los banqueros”.
“Mi pregunta es si el Norte con el Sur podremos encontrarnos, porque si bien hay un movimiento mundial todavía no está integrado para nada. O sea, coincide en el panorama pero no necesariamente es un movimiento mundializado todavía”, señala Dierckxsems, agregando que es necesario avanzar en la politización del mismo.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No. 471, diciembre 2011 que tiene como tema central De indignaciones y alternativas
https://www.alainet.org/es/articulo/154548
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