En el Gran Norte

22/03/2012
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La llegada de la primavera es de gran importancia para los pueblos nórdicos, y muchos de ellos ligaron este acontecimiento de la naturaleza a su espiritualidad. He aquí, al llegar la primavera, un escenario fruto de la imaginación, pero probable en aquel amanecer de nuestro tiempo, cuando el ser humano caminaba por todos los rumbos del planeta para poblarlo.
 
Una mañana de primavera en el gran norte del continente, un pequeño grupo compuesto por hombres, mujeres, niños y personas mayores, avanzaba penosamente en la nieve rumbo al horizonte por donde sale el sol. El cielo era azul y limpio de nubes, las últimas corrientes de viento frío del norte las habían empujado hacia el sur.
 
El grupo parecía extenuado, habían atravesado una hondonada llena de rocas y pequeñas extensiones de agua congelada. Era el inicio de la primavera cuando el hielo y la nieve se derriten. Forzaban el paso para salir de esa región, sabían que al entrar la primavera esos parajes eran de difícil tránsito, por sus pantanos y la maleza que comenzaba a crecer.
 
Casi habían ganado las tierras que suponían existir al otro lado de esa hondonada llena de pantanos salados. Durante numerosas estaciones habían visto internarse en ella manadas de animales buscando nuevos pastos, y por los decires de otros aventureros y grupos que iban y venían por esos lugares. Así, aquellos antiguos caminantes atravesaban lo que un día sería y se llamaría "Estrecho de Bering". Después de atravesar tal extensión de tierra en bajo relieve, aquel grupo humano puso los pies en otras tierras continentales a las que miles de años más tarde se le llamó América. Cómo podían imaginar aquellos seres humanos, que un día numerosas líneas de fronteras dividirían esas nuevas tierras a las que habían llegado.
 
La caravana compuesta de unas veinte personas se detuvo para descansar, comer raíces, granos y frutas secas que llevaban consigo, mientras el Sol terminaba de levantarse en el horizonte. Cada día caminaban desde muy tempranas horas del amanecer hasta que tenían el Sol a la altura de la vista y los destellos acerados de sus rayos en el hielo y la nieve hacían difícil la marcha. Después de unas horas, cuando el Sol estaba en el cenit, emprendieron de nuevo la marcha. Seguían las huellas de una manada de animales, probablemente bisontes o renos que buscaban como ellos nuevas tierras donde procurarse que comer al llegar la primavera y derretirse la nieve que cubría el suelo. Caminaron parte de la tarde y se detuvieron antes de que la oscuridad se instalara. Necesitaban tiempo para escarbar en la nieve y cortar unas ramas en los árboles vecinos, que aunque desnudos de hojas, sus ramas agrupadas en el suelo servían como aislante de la tierra húmeda y fría.
 
 Colocaron unos palos en círculo que se juntaban arriba y liaron con unas tiras de piel. Sobre los palos hicieron una especie de muro protector colocando pieles para cortar el viento frío. En el suelo, sobre las ramas extendieron otras pieles y pasaron la noche. Más tarde hemos conocido esa típica tienda de forma cónica, llamada "tipi", usada por las naciones indígenas del norte. Algunas veces cuando el cansancio había ganado a todo el grupo por los numerosos días de marcha, se instalaban por más de una noche. Entonces la tienda la hacían alrededor de una piedra en la que juntaban fuego, para que al calentarse sirviera durante la noche como fuente de calor. Así, la pequeña caravana lograba reponer las fuerzas necesarias para proseguir el viaje, que siempre apuntaba hacia el horizonte rumbo a donde nace el sol, pero del que nadie conocía el destino exacto. 
 
Miles de años más tarde, cuando los europeos llegaron por el Océano Atlántico a las tierras del Gran Norte, encontraron en la región que hoy corresponde a Canadá, naciones agrupadas en confederaciones, muchas de ellas con lenguas que aunque distintas, pertenecientes a la misma familia lingüística. Las dos grandes familias de naciones que encontraron son la Algonquina y la Iroquesa.
 
Los de Más Allá del Río
Nación Algonquina
 
Al llegar los europeos a las márgenes del río San Lorenzo en Canadá, sin duda preguntaron quienes eran los habitantes que vivían al otro lado del río, y la gente de los pueblos autóctonos que vivían al lado del río por donde ellos llegaron, seguramente les respondieron que eran los de más allá del río, “los algonquinos”, que es lo que su nombre significa, “Los de más allá del río”.
 
 Esta gran familia comprendía varias naciones, cada una con rasgos culturales y estructuras de organización en parte común a toda la gran familia y en parte propia a cada nación. Sus lenguas eran diferentes pero hacían parte del mismo grupo lingüístico. La región donde vivían se extiende desde el Gran Norte donde comienza la región en la que viven los pueblos inuits (erróneamente llamados esquimales), hasta los territorios de los actuales estados de Massachusetts, Illinois, Ohio, Wisconsin y la región del rio Misisipi. Al oeste, sus territorios llegaban hasta las montañas rocosas. En Estados Unidos varias ciudades y estados llevan nombres de origen algonquino, como los estados mencionados, y las ciudades de Milwaukee y Chicago. En Canadá las provincias de Québec, Manitoba y Saskachewan también llevan un nombre algonquino, y la capital Ottawa es una palabra de origen algonquino, que viene del nombre de la nación Outaouais. Esta palabra significa: el lugar donde se hace el comercio, porque era un punto a donde numerosas naciones indígenas convergían para sus trueques.
 
Los algonquinos se desplazaban constantemente, probablemente por tradición ancestral ligada al rigor del clima, al ritmo de la naturaleza y a la migración de animales. La nación más numerosa es la de los Montañeses, que actualmente viven en el norte de Québec. Su alimentación dependía principalmente de la caza, la pesca, la recolección, y el maíz que trocaban con otros pueblos del sur. En tiempo de escasez se comían los retoños de los árboles y una clase de liquen llamado “Tripa de las rocas”, lo que les valió de la parte de los iroqueses, probablemente como burla, el sobrenombre de Routaks “Comedores de árboles”. Los algonquinos fabricaban recipientes vaciando troncos de árboles, especialmente de abedules. En estas vasijas colocaban carnes, legumbres y agua para luego echar adentro piedras que calentaban en el fuego, que una vez en el recipiente hacían hervir el agua y cocían las carnes. Durante el verano ahumaban y secaban al sol pedazos de carne y de pescado que conservaban para comérselos en invierno.
 
 “Verdaderas Serpientes”
Nación Iroquesa
 
Los iroqueses eran pueblos sedentarios que vivían en lo que hoy es el sur de Quebec y de Ontario, el norte de Vermont y el Estado de Nueva York. Su nombre proviene de los vocablos: "rim" y "ako", que significa “Verdaderas Serpientes”, de donde los franceses compusieron el nombre de la gran Nación Iroquesa. En realidad esta familia de naciones era una confederación que comprendía cinco naciones. Posteriormente en 1713, los Tuscaroras, un pueblo de la Carolina del Norte, perseguidos por los ingleses, pidieron asilo a los iroqueses, formando así la confederación de seis naciones que conocemos ahora. Cada pueblo tenía una organización social y política similar, pero con un gobierno independiente.
 
 Los Iroqueses eran sedentarios, cultivaban el maíz, los frijoles, calabazas y recolectaban frutos salvajes. Producían jarabe de "maple" (arce), practicaban la caza y la pesca y secaban y ahumaban el pescado y carnes para conservarlas como provisiones. Usaban recipientes hechos con troncos de árboles que vaciaban. En estos cocinaban alimentos, también con el mismo método de los algonquinos. Tenían la costumbre de organizar fiestas que reunían a la familia alrededor de la comida.
 
Algonquinos e Iroqueses recogían fresas, frambuesas, moras, y otros pequeños frutos de la región. Además comían un tubérculo que los europeos nombraron topinambur. El plato nacional de estas naciones era la “Sagamite”, hecha a base de maíz tostado en la ceniza caliente y molido en un mortero. Ese maíz servía para hacer una sopa a la que agregaban lo que tenían a la mano, carne, pescado, frijoles, granos de girasol y pequeños frutos. No usaban sal ni especies.
 
Los Iroqueses son el pueblo de quien aprendimos a comer las palomitas de maíz. Al llegar el otoño, cuando las noches se ponen frías en el norte, acostumbraban sentarse alrededor de una fogata y se entretenían poniendo granos de maíz en la ceniza, que con el calor explotaban produciendo las palomitas de maíz.
 
Según los europeos, los algonquinos y los iroqueses creían en un ser supremo que se manifestaba en todas partes, incluso en los animales y en los seres humanos. Sin embargo cabe preguntarse si su espiritualidad no era un esfuerzo para comprender las leyes de la naturaleza y estar en armonía con la fuerza vital que se manifiesta en todo cuanto existe. El medio que los rodeaba era inclemente y sin duda aprendieron que su supervivencia dependía de seguir el ritmo de la naturaleza y estar en armonía con ella. Cuando cazaban no desperdiciaban nada y trataban con respeto las osamentas de los animales. Ese respeto lo tenían también cuando recolectaban plantas medicinales, actividad durante la cual hacían pequeños rituales para sentirse en armonía con la naturaleza, y predisponerse para la curación.
 
Fue con la llegada del hombre europeo que surgieron todos los países que ahora conforman la geografía del continente, después de guerras y disputas para apropiarse las tierras de esas primeras naciones. Ahora, esa América original con sus tradiciones y valores, más cercanos de la naturaleza, nos parece lejana y profunda en el tiempo. Pero esa América Profunda a la que el pueblo Kuna de Panamá y Colombia llaman Abya Yala existe, sigue existiendo en el corazón de todos los pueblos originarios, y urge rescatarla de la voracidad de las transnacionales que de manera egoísta sólo ven en la naturaleza una fuente de enriquecimiento.
https://www.alainet.org/es/articulo/156691?language=en
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