Los vaivenes de una guerra consagrada
- Opinión
Colombia, por un siglo consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, sólo de labios para afuera practica los perdones anunciados en el Nuevo Testamento, una indiscutible evolución y consolidación de la armazón religiosa:
“Entonces Pedro se acercó y le dijo: «Señor; ¿cuántas veces debo perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No digas siete veces, sino hasta setenta y siete veces.» (Mat 18: 21-22).
El país suramericano prefirió permanecer en los rudimentos feroces del Antiguo, que en esa línea de números siete dice apenas abriendo el repertorio canónico: “…si Caín ha de ser vengado siete veces, Lamec ha de serlo setenta y siete veces.» (Gén 24: 4).
Del Pentateuco a los Sapiensales, Yahveh es un dios vengativo, a nombre de los fieles o las tribus apadrinadas, o a título personal. Para ejecutar los arrebatos se vale de la mano justiciera de los partidarios surgidos del desierto, o de hombres resplandecientes llovidos del cielo (Mac 10: 29), especie de equivalentes evangélicos de las bombas inteligentes del siglo XXI.
Explícito en su rencor es Yahveh en Deuteronomio 32: 41-42: …cuando afile el rayo de mi espada, y mi mano empuñe el Juicio, tomaré venganza de mis adversarios, y daré el pago a quienes me aborrecen./ Embriagaré de sangre mis saetas, y mi espada se saciará de carne: sangre de muertos y cautivos, cabezas encrestadas de enemigos.
En Números 31: 3 también se aprecia el carácter camorrista del dios que funge de pastor (¿arriero?) de las primera almas: Moisés habló al pueblo y le dijo: «Que se armen algunos de vosotros para la guerra de Yahveh contra Madián, para tomar de Madián la venganza de Yahveh.
Desde tan pretéritos días el dios cristiano azuzaba a los israelitas para vengarse de los madianitas, y eso que Séfora, mujer de Moisés, era madianita. Moisés, el patriarca imprescindible por cuyo cuerpo muerto habrían de pelearse el arcángel Miguel y el mismo diablo. (1)
Ni arcángel ni otra sustancia de jerarquía celestial que se le parezca, Juan Carlos Pinzón, ministro de Defensa colombiano, con incuestionable cara angelical dice a los contendientes encarcelados en las cientos de cárceles de máxima seguridad que repuntan de punta a punta en el país: El Señor (debe ser el señor Santos) los reprenda, en tanto que Fuerzas Militares y FARC se pelean los muertos con el exclusivo fin de ponerlos o quitarlos de cifras y reportes.
Por vía de la religión hemos de implorar y hacer lo mismo mucho tiempo después. Miles de años no son nada. …y nada más, cantó Benedetti, porque el cielo ya está de nuevo torvo/ y sin estrellas/ con helicóptero y sin dios. (2) Muchos helicópteros y aviones y misiles y plomo.
Todopoderosa costumbre de intolerancia que caló hondo y que sólo nuestro particular dinamismo cultural pudo amoldar debidamente:
A mayor fervor, más fidelidad al odio de Yahveh. Ante un abanico de tranquilos emblemas religiosos, acogemos la representación del corazón físico del Jesús de Nazareth, lleno de espinas y heridas y llamas, y nos postramos aturdidos diciéndonos que es el símbolo del dolor de Jesucristo por los colombianos. A una alta necesidad de misericordia, mucha hipocresía. A unos requerimientos improrrogables de paz, nuevas zancadillas.
Es devoto, por ejemplo, el Procurador General de
Como la violencia no es algo individual, pues requiere, al menos, de dos participantes, y si el bueno–bueno y el malo–malo son clichés de películas clase B, el bueno–malo contra el malo que tiene algo de bueno es lo que queda en esta guerra sin cuartel de acuartelados a la brava y de inocentes rebosantes de culpa.
Las fechorías no son sólo las FARC, como exponen de memoria los funcionarios y repiten los analistas. Para la identificación del violento no bastan los dedos índice pagos de los miembros de las redes de denunciantes. La sangre afana a muchos en una sociedad acostumbrada por décadas a los réditos de la guerra.
No cesan los caídos, para ventaja de los industriales de la munición, los traficantes de las armas, los compradores de misiles, los portadores de soles y medallas, los asesores mercenarios estadounidenses o los expertos israelíes, técnicamente, ya tan descendientes como los israelitas de los doce hijos de Jacob y sus tribus.
Y es que aquí no hay madianitas, pero hay dinero y alianzas para que no haya pacto entre los contendientes. No es el Arca de
Exorbitante presupuesto y recursos y últimas tecnologías del espionaje y del ataque hacen posible que mueran más civiles, ciudadanos indocumentados, numerosos campesinos, cientos de defensores de los Derechos Humanos. Sin embargo, hay que reconocerlo, es lo importante, también permiten que mueran menos guerreros.
Pero algunos caen, qué se le va a hacer. Ni el ex presidente Álvaro Uribe, a pesar del andamiaje de engaños, persecuciones, asesinatos y puestas en escena, es infalible y caerá como ya caen sus piezas. Ni lo fue el mismo Dios hecho hombre, que terminó siendo vendido por la temprana red de informantes en cabeza de Judas.
Y así, en el conflicto con cara de guerra que vivimos la guerrilla de las FARC mata once soldados en un ataque con cara de combate.
El Ejército sostiene que fue una emboscada posible por un error estratégico fuera de lo común. Puede que sea cierto y se trató de un error de cálculo: dos días de más relajados sin moverse; abriendo fuego los aviones Tucán donde no era; un poco desviados sonando el sonajero los tanques Cascabel.
Pero no lo es que en la funesta circunstancia existiera algo fuera de lo común.
Los once soldados corresponden a los miles y cientos de miles de soldados que esta patria recluta a punta de culatazos de fusil en las esquinas y campos de cualquiera de sus partes.
Son los muchachos pobres que se salvan de ser enlistados por un bando y son condenados por el otro a la ruleta rusa de una muerte en la que no se sabe con exactitud quién es el asesino: El guerrillero que les dispara o el estado que los pone allí como carne de cañón.
Entonces sobreviene la venganza, más mediática que cierta, no por eso menos cruenta y dolorosa. Si mataron once, les matamos treinta y tres, en Arauca. Y después treinta y seis, en Meta. Y se bombardean terroristas, guerrilleros o qué importa a quiénes con tal de lograr el monto propuesto. Ay, ahí hay qué mostrar.
A Dios y a que el profesionalismo desbordante es posible porque el estado se ha vuelto bueno para ahorrar dinero en salud, educación, vivienda, alimentación, cultura, y ha aprendido a dedicarlo a las justas venganzas.
Paz en su tumba a los tumbaos, que no son los soldaditos o los guerrilleros enterrados hace poco o hace años, sino los que sobrevivimos, a quienes nos están tumbando cualquier posibilidad de una vida digna.
Santos considera que eso es una victoria y dio ufano el parte de muerte. Uno se creyó una vez por muchos años el Mesías, el otro procede hoy con la misma rabia de Yahveh.
En todo esto, se celebra el heroico golpe en respuesta al alevoso golpe. Los medios se valen de los adjetivos para calificar la guerra, definirla y proseguirla: ¡La valoración es el mensaje!
En todo esto, sea bendito nuestro Dios, que ha entregado los impíos a la muerte, vigente titular extraviado en el Segundo Libro de los Macabeos (1: 17).
Mientras un sinnúmero no para de propugnar por esa vuelta atrás, a la primaria sociedad de las cifras bíblicas: si siete, setenta y siete, setecientos setenta y siete. Toda salvajada pasada fue mejor. Ojo por ojo, diente por diente.
¡Alabado sea Dios mi Salvador!
El Dios que me da la venganza
y quebranta los pueblos debajo de mí.
(Sam 22: 47-48).
David dirigió estas palabras a Yahveh cuando éste lo libró de Saúl, el primer rey de Israel, para más señas su suegro. Al pequeño David el tal dios le daba la venganza reclamada, como da fe el resto de su resentido cántico uribista, digamos, cuando describe cómo deja a los enemigos gracias al intervencionismo de su Dios:
Los machaco como polvo de las plazas,
y los piso como el barro de las calles.
Me libras de las rebeldías de mi pueblo,
y me pones a la cabeza de las naciones,
me obedecen pueblos desconocidos.
y los piso como el barro de las calles.
(Sam 22: 43-44).
No hay paz pasadera, de tal guisa. Se hace movediza, excusa de nuevas soberbias para quienes debían haberla hallado hace años. Al bilioso entender, la retórica de la búsqueda palia la realidad del desangre. Apelando a Mutis, armamos otro caro titular de prensa: Los elementos del desastre (6) para Un bel morir (7). Pues esa, por desgracia, es la única esperanza institucional ciertamente promovida.
Demasiados intereses no permiten que el estado y los colombianos nos liberemos del enorme rencor que, muchas veces fundado y tantas otras infundado, llevamos por dentro. Aunque ningún creyente lo reconozca, o aunque no seamos tales, todos sabemos bien por dónde va la verdadera procesión.
Las FARC actúan en contravía de la conveniencia de demasiados poderosos, no porque intensifiquen la guerra, ni siquiera porque asuman el riesgo de acabarla, sino sólo porque hablan de buscar una salida y dan algunas pruebas de querer hacerlo de verdad.
Asustan las cartas en tono místico del jefe subversivo conocido como Timochenko. Intimidan las liberaciones de unos soldados y policías que a nadie le importan. No se aguanta que la amenaza del diálogo ronde en algunas cabezas.
La misma hipocresía que se opone a capa y espada al ejercicio de las libertades fundamentales legitimadas por
Qué benéfico fuera que muchos cristianos católicos fanáticos no se apegaran tanto al Yahveh de las zarzas ardientes que no se consumían (Ex 3: 2) y que apunten los ojos a esta conflagración que tampoco disipa.
Al fin y al cabo, no son el soldado que apunta ni el guerrillero que dispara los causantes de nada. Quienes día tras día le dan vida a esta guerra infame son:
gentuza que se cree pura, pero cuyo pecado no ha sido borrado,
gentuza de mirada orgullosa y sus párpados son altaneros,
gentuza de dientes como puñales y de colmillos como cuchillos, para devorar a los débiles del país y a los pobres del mundo.
Con tal acierto los puntualizó Agur, el hijo de Yaqué, de Massa, en Proverbios 30: 12-14, aún sin oírlos por la radio o verlos engominados por la televisión, tan acicalados, como altaneros.
En estos días en que los prelados llaman al recogimiento, los actuales adeptos de esta persistente religión del Libro tendrían que ojear su propia monumental y versátil cartilla, para concebir mejor lo que son y lo que no, percatarse de dónde están los legados y de qué lado están sus prelados, dejando en paz por unos días los eslóganes espirituales poco espirituosos, que predican por igual Santos y malditos.
NOTAS:
(1) “Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Judas 1:9).
(2) BENEDETTI, Mario. Poemas de otros. Ed. Alfa Argentina. Buenos Aires, 1974. Pág. 5.
(3) RUIZ NAVARRO, Catalina. “Procurador entutelado”. El Espectador. Bogotá, 1 de octubre de 2011.
(4) Radio Nacional de Colombia. http://bit.ly/H6GU3q
(5) Portal del Sistema Informativo del Gobierno. Presidencia de
(6) MUTIS, Álvaro. Los elementos del desastre. Losada. Buenos Aires, 1953.
(7) MUTIS, Álvaro. Un bel morir. Oveja Negra – Mondadori, 1989.
- Juan Alberto Sánchez Marín es periodista y realizador de cine y televisión colombiano.
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