Educación en un mundo en crisis: límites y posibilidades frente a RIO +20

26/02/2012
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 472: Educación, justicia social y ambiental 06/02/2014
La coyuntura, diversidad de sujetos y los desafíos de una agenda estratégica
 
Río+20 se desarrolla en una coyuntura global de crisis. No sólo asistimos a las consecuencias residuales de la crisis financiera de 2008, sino a una crisis de mayor magnitud en todos los indicadores sociales y económicos.  Aunque focalizada la mirada de analistas y de la opinión pública en Europa y Estados Unidos, la coyuntura manifiesta señales de colapso (en un sentido más dramático) o de agotamiento de un modelo de desarrollo capitalista de sello neoliberal. Los organismos multilaterales alertan acerca de las modalidades de la crisis y las necesarias políticas de ajuste que permutan retomar el crecimiento y reducir el déficit fiscal de los países en bancarrota. Sin embargo, existe una creciente toma de conciencia  acerca de las consecuencias basales de esta crisis, de manera especial en materia de recorte del gasto social, tanto de parte de los propios observadores económicos como de los movimientos ciudadanos.
 
Desde la óptica del capital, la crisis actual es vista como una oportunidad de recomposición de la economía de mercado, incorporando ajustes institucionales, mayores custodias a los mecanismos de evaluación de riesgos y una fiscalización más estricta de los sistemas financieros y de la industria bancaria.  Sin embargo, los indicadores van demostrando que la voluntad de los gobiernos no está siendo suficiente para restablecer la “confianza” de los actores económicos y de los mecanismos sensores del funcionamiento del “mercado”, y que al tenor de los impactos sociales de la crisis y de las políticas de ajuste se va suscitando un “sentido común global” acerca de los límites del actual modelo económico para responder a cuestiones basales del desarrollo humano y del cuidado de los ecosistemas, de la gobernanza del cambio climático y de los recursos hídricos, de la generación de una matriz energética independiente de las fuentes fósiles, de la habitabilidad de las ciudades y de las zonas rurales, del aprendizaje del cuidado del medio ambiente, de la salud y de las comunidades.
 
Asociado con este entramado asistimos a niveles muy altos de descrédito de las formas tradicionales de organizar la política democrática, y de sus formas más convencionales que son los partidos políticos y los Parlamentos. El desarrollo de la participación ciudadana y la generación de redes sociales activas frente a situaciones de violación de derechos humanos y de catástrofes medioambientales están siendo un factor de cambio muy significativo en la política de los países. Llevando el debate sobre las formas institucionales del sistema democrático a puestos prioritarios de las agendas nacionales. Existen movimientos muy fuertes orientados a desarrollar procesos auto-constituyentes, de iniciativas populares de ley y de generación de nuevas Constituciones. Estas demandas civiles de alcance institucional están plenamente integradas en los movimientos anti-dictaduras en los países árabes, en las movilizaciones de los “indignados-as” y las estudiantiles, que hemos visto progresar en los últimos meses en el mundo.
 
Lo inédito de esta coyuntura es que, a diferencia de la crisis de 2008, la fuerza movilizadora de los movimientos ciudadanos ha recompuesto una agenda global y dinamizado el debate acerca de las posibilidades de recomposición del modelo neoliberal. Los movimientos ciudadanos se han expresado en diversas modalidades impactando de manera sustantiva en el reacomodo de la política de varios países y regiones: sea por las reivindicaciones por los derechos humanos y la democratización, la indignación por el desempleo y la exclusión de sectores importantes de la población de los servicios sociales básicos, el descontento de los ciudadanos-as con los modos existentes de organizar la política democrática, la movilización estudiantil por una educación gratuita universal, o las luchas de organizaciones ecologistas contra Estados y grandes corporaciones depredadoras del medio ambiente. El movimiento ciudadano global enfrenta desafíos de corto y mediano plazo de gran alcance ético y político.
 
Los movimientos ciudadanos globales coordinan sus propuestas y articulan formas de colaboración y acción en todos los niveles en los cuales se debate la agenda de la sustentabilidad. Un dato importante es la transversalidad de esta agenda, que orienta y da sentido integrador a muchos movimientos sectoriales, que en el pasado actuaban de una manera particular, sin llegar a tener una capacidad de manifestación global, que respetando la diversidad, pone el acento en los giros civilizatorios que requieren las sociedades y el planeta para enfrentar el futuro. Conceptos como justicia ecológica y el “futuro” como derecho están a la base de nuevas formulaciones sobre el llamado “desarrollo”, cuya formulación predominante es sostenida por los “consensos” de los organismos multilaterales y las corporaciones transnacionales.
 
Ante este contexto, nos planteamos el tema de los actores del cambio, de los sujetos que pueden desarrollar una nueva manera de hacer ciudadanía democrática, desde los márgenes de lo “establecido”, desde las luchas contra las discriminaciones, desde movimientos de dignificación y de defensa de derechos humanos, desde la “indignación”…  Para todos-as es preciso profundizar en el cómo es posible sustentar estos movimientos no sólo desde la perspectiva de una lucha coyuntural, sino, también, de cambio paradigmático, de las formas de concebir la civilización, la humanidad y el planeta.  El tema de la “subjetividad” es un aspecto clave en la pedagogía ciudadana en la actualidad.  Se trata de restablecer un sentido emancipador de los procesos de empoderamiento, entendidos como el desarrollo de recursos cívicos y metodológicos para hacer política, generar conocimientos, potenciar los saberes y aprendizajes que se producen en las luchas democráticas, y que precisan liderazgos inclusivos, organizaciones participativas, alianzas con organizaciones democráticas de la sociedad civil y la permanente y necesaria “ponderación radical-pragmática” (inédita-posible, diría Paulo Freire) en las definiciones de acuerdos, consensos y asociatividad con la diversidad de actores que tiene la política realmente existente, sin renunciar a tests incontestables como son los derechos humanos, la no discriminación por ningún tipo de razón, el sexismo, la “desechabilidad” social por razones de estigmatización cultural, sanitaria o religiosa.
 
Para algunos sectores, Río+20 es una oportunidad para enverdecer la salida a las crisis, hacer llamamiento a la responsabilidad social y ambiental de las empresas, establecer acuerdos “en la medida de lo posible” ante el cambio climático y generar un movimiento “progresista” que “ambientalice” la agenda global, en consonancia con los objetivos del milenio, poniendo el acento en la lucha contra la pobreza y las discriminaciones.  En el proceso preparatorio hemos visto muchas expresiones de estas tendencias liberales o progresistas, usando el lenguaje en uso en la actualidad.  Desde una mirada crítica y cualitativamente diferente entendemos que Río+20 debe ser un proceso que amplifique la movilización neo paradigmática, para avanzar hacia sociedades justas e integralmente sustentables, capaces de responder a las necesidades tangibles y no tangibles de los seres humanos y sus comunidades, habitando el planeta de manera inclusiva con las lógicas de la tierra (la casa común) y generando un nuevo modo de entender la convivencia, la diversidad y la solidaridad en cuanto recursos cívicos y éticos básicos para una democracia de participación.
 
Referencias y argumentos para una agenda estratégica
 
En esta encrucijada, es preciso hacer un llamado a generar condiciones para vivir en un mundo sustentado en una justicia inter-generacional, asumida como cultura política y sistema organización institucional que potencie las dimensiones participativas de la democracia y el reconocimiento de las diversidades de las culturas y de sus visiones del mundo y del bienestar o buen vivir.  Está en curso un debate acerca de las contribuciones del sentir cultural profundo de los pueblos originarios, en particular, sobre la relación de “lo humano” con los ecosistemas que está siendo profusamente socializado dando pistas e inspiración a nuevas formas de concebir y practicar las políticas sociales en nuestros países.  De igual forma, las contribuciones de las experiencias de economía solidaria, presentes en nuestra comunidades y la “matriz epistémica y ética del Cuidado”, tan cara a feministas y ecologistas, están dando lugar a un campo de desarrollo político que nutre también los recientes movimientos ciudadanos.
 
La “sustentabilidad” en todas sus dimensiones supera el paradigma “progresista” del desarrollo sustentable. Sustentabilidad es dignificación, justicia y democracia prticipativa. Esto implica un giro político y cognitivo, y en esos términos de “disputa” y de apertura a nuevos paradigmas de buen vivir, debe darse el debate en el camino a Río+20, así como deben orientarse los procesos educativos y de aprendizaje, entendidos como la creación de capacidades de los ciudadanos-as, de las comunidades, de los movimientos ciudadanos para actuar y crear nuevas condiciones de “ser humano” y de “estar-habitar-el-planeta”.  Estos nuevos paradigmas no sólo deben ser mapas para moverse en los nuevos contextos sino también hojas de contenido consecuentes con las finalidades que buscamos como movimiento ciudadano de educadores y educadoras.  Podemos señalar que en la actualidad estamos siendo partícipes de una disputa de paradigmas. Y por esta razón urge potenciar las redes que sistematizan el saber de los movimientos sociales y las prácticas de las cuales emergen las señas de nuevas formas de entender el sentido de lo humano y de la civilización.
 
Predomina, en las agencias multilaterales,  una agenda de “modernización” que se sustenta en objetivos de gobernabilidad global cuyos componentes son: estabilidad macroeconómica, seguridad y transparencia financiera, legitimidad de los sistemas políticos, modernización del Estado, “desarrollo con cuidado del medio ambiente”, economía verde de mercado y ampliación de los procedimientos de participación ciudadana en el marco democrático existente.
 
En una segunda agenda, planteada desde una visión de “gestión global” de una “sociedad de riesgo”,  se acentúan otras dimensiones sustantivas de los procesos de transformación que de manera más sofisticada nos ofrecen una mirada más crítica de las “agendas modernizadoras” aproximándose a una mirada de más largo plazo y de mayor compromiso con el futuro del planeta: en esta agenda cobra más relevancia las consecuencias de los procesos de globalización cultural y los impactos del capitalismo tecno-neoliberal en el medio ambiente, así como de las dimensiones de la llamada “sociedad del conocimiento” en los planes de democratización de los países y de sus respectivas políticas sociales y educacionales. Algunos de los ejes más importantes de esta agenda son: los requerimientos y competencias demandadas por los procesos de reconversión industrial y deslocalización de las actividades productivas, el desarrollo de la alfabetización tecnológica y la formación permanente, la generación de capital social como pilar de las políticas de desarrollo comunitario, el desarrollo de procedimientos participativos en los sistemas democráticos como factor desde la cohesión social y de la legitimidad del régimen político, la valoración de la diversidad de sujetos sociales y sus demandas de inclusión y no-discriminación modernizando los marcos legales relacionados con los derechos humanos a la diferencia, en particular los relacionados a los ámbitos de género y etnicidad, la generación de un consenso acerca de que el Estado tiene el rol de garantizar “mínimos” de satisfacción en el repertorio de los derechos sociales y económicos, los procesos de integración regional y suprarregional para potenciar la cooperación en el tema del cambio climático.
 
Ambas agendas no ponen en cuestión las bases del modelo de producción, consumo y ordenamiento financiero dominante, como tampoco se plantean desde lógicas capaces de desmontar no sólo un modelo económico sino de planear una agenda de transformación bio-poli-civilizatoria que encamine a los humanos-as hacia “otra-manera-de-vivir-y-convivir”.  Por ello, es preciso avanzar en un sentido crítico y establecer coordenadas alternas, tales como las siguientes:
 
- Entender los procesos sociales y humanos desde una óptica de complejidad en los cuales concurren diversas matrices de necesidades humanas, el desarrollo de capacidades tanto cognitivas, como afectivas, organizativas, convivenciales y de “cuidado”, y un repertorio amplio de formas de organizar las acciones colectivas.
 
- Concebir la política como una corriente de vida que se expresa en redes sociales y en liderazgos democráticos e inclusivos, y de cuyo desarrollo surgen saberes, que se distribuyen socialmente y constituyen el poder ciudadano.
 
- Sustentar la habitabilidad humana y su conexión planetaria desde una cultura del Cuidado, que en sus dimensiones de ética pública redimensiona la “ética moderna de la justicia” centrada en el ámbito político del Gobierno y de sus relaciones con los ciudadanos-as, convergiendo ambas hacia una ética de “ciudadanía” y de con-ciudadanía” que integra las éticas de la polis con la del “mundo de la vida”.
 
- Desarrollar una teoría política que redimensione la democracia como un espacio humano deliberativo, de proximidad, igualitario en sus relaciones de género y “des-patriarcalizado”, fecundado por la práctica del reconocimiento, la reciprocidad y el respeto a las diversas formas de ser-con-otros-as, de vivir la sexualidad y de habitar el “mundo de la vida”
 
Potenciando los movimientos educativos y sociales para el desarrollo de una agenda estratégica
 
La crisis global es una oportunidad para la configuración de nuevas formas de acciones colectivas en todo el planeta. El discurso que cruza transversalmente estas movilizaciones es la democratización del poder, de la economía, de la educación. Los educadores-as no son actores ausentes, a la inversa: junto a los estudiantes y las comunidades conforman una poderosa expresión ciudadana de carácter global. La educación y sus instituciones convencionales están en discusión de manera sustantiva. No sólo por un asunto de acceso y calidad a los servicios escolares, sino por su incapacidad para entregar nuevas respuestas a los cambios globales, y para orientar a las personas y sus comunidades hacia una sociedad justa y sustentable. Las movilizaciones globales asocian diversos tipos de sujetos: jóvenes indignados; activistas ciudadanos de base; excluidos de los beneficios de la globalización; endeudados e hipotecados; consumidores abusados; mujeres temporeras explotadas laboralmente; universitarios sin empleo; cesantes crónicos víctimas de procesos de des-localización productiva y degradación de las economías regionales; comunidades afectadas por la depredación de sus recursos naturales; poblaciones originarias que ven fenecer los eco-sistemas en los cuales se desarrolla su micro-economía y su cultura ancestral; emigrantes y desplazados; profesionales conscientes de la crisis climática del planeta, y más. Todo este mapa de sujetos y contenidos de cambio aluden a la necesidad de refundar modos de hacer política y educación. No obstante, es mucho más que una legítima indignación y resistencia: es un llamado a la acción, para trabajar juntos por una sociedad que produzca y distribuya los bienes de manera equitativa y justa, que desarrolle patrones de consumo sustentables y organice la convivencia política en base a una democracia de real participación ciudadana.
 
En este contexto global, lo propio de la contribución del “movimiento social de educadores-as” está siendo configurado por algunas claves fundamentales: la crisis nos lleva a plantear nuevas formas de entender el “desarrollo humano”: para ello la educación se entiende como un proceso de creación de capacidades de las personas y sus comunidades, que las habiliten para organizarse, expresarse, asociarse, actuar en redes, entender las coordenadas de la actual crisis y participar en la generación de una “opinión pública global y local” crítica y deliberativa. La educación debe plantearse, como tema crucial, los contenidos de una transformación paradigmática del pensamiento social, político y económico, que imagine y cree las condiciones culturales de un nuevo modo de “configurar” el futuro.
 
El futuro y la sustentabilidad social y planetaria (eco-política) son núcleos vitales de una propuesta educativa en los actuales tiempos de movilización.  Esta propuesta implica desarrollar una pedagogía ciudadana que habilite a los jóvenes y a todas las personas a manifestarse como sujetos activos; para ello las instituciones escolares y comunitarias deben abrirse a descubrir nuevas modalidades de aprendizajes, de concebir las aulas y el rol de los-as docentes y de la relación de las escuelas con sus comunidades y sus entornos eco-sociales.
 
Existe una capacidad virtuosa de los educadores para hacer emerger una sociedad justa y sustentable: junto a otras profesiones sociales y a voluntarios-as y activistas, los educadores-as producen bienes simbólicos y culturales infra valorados en una economía neoliberal, y que son las bases para el “buen vivir”, tales como la educación de los afectos, de la solidaridad, la reciprocidad, la confianza y el diálogo, el respeto de la diversidad, la no-discriminación y el aprendizaje de los derechos humanos.  Esta constatación debería potenciar la autoconciencia del poder de transformación que tienen los educadores-as y ponerlo a disposición de los movimientos sociales: promoviendo los aprendizajes necesarios para desarrollar sujetos críticos y activamente responsables con el presente y futuro de las sociedades y del planeta.
 
La educación es una tarea compleja por la diversidad de los contextos culturales en los que se desarrolla, por los tipos de instituciones escolares y no-escolares que la implementan, por los sujetos sociales que participan y por la dimensión multicultural de sus propósitos: por ello, estamos requeridos de desarrollar pedagogías plurales y acrecentar los contingentes docentes que estén dispuestos a potenciar sus prácticas profesionales a través de comunidades y movimientos que sistematicen sus saberes y sus desafíos, a la vez que acentúen su auto-convicción acerca de su fundamental rol en la búsqueda de nuevos paradigmas bio-civilizatorios.
 
La dimensión educativa de las movilizaciones globales, en todas las regiones del planeta, está dejando como aprendizaje en los movimientos de educadores-as, la necesidad de conjuntar el pensamiento pedagógico y las prácticas docentes con los movimientos de cambio que se expresan en la sociedad.  A nuestro entender, se trata de promover estratégicamente una educación que contribuya a una redistribución social de los conocimientos y del poder, y que potencie el sentido de autonomía, solidaridad y diversidad que expresan los nuevos movimientos sociales.
 
¿Qué rol cumple el movimiento global de los educadores-as en este contexto? ¿Cómo potenciamos los aprendizajes que se generan en los más diversos espacios de socialización? ¿Qué tipo de capacidades docentes deberemos desarrollar para hacer posible un “giro paradigmático” en la educación local y global? ¿Cómo desarrollamos los recursos culturales e institucionales para movilizarnos por lo que creemos para visibilizar y empoderar nuestros pensamientos y prácticas transformadoras?
 
La educación crítica y transformadora debe desarrollarse en todos los espacios humanos de socialización, y por ello se requieren crear capacidades en los educadores-as para generar procesos de aprendizajes bajo distintas modalidades, con diversos tipos de sujetos y comunidades y en consonancia con sus formas culturales; entender los complejos procesos históricos actuales desde una mirada holística, reflexiva, ecológica, y desarrollar sus recursos cívicos y cognitivos para que participen en la vida pública y ejerzan-defiendan sus derechos humanos.
 
Las políticas educativas de los países y de las regiones deben ser expresión de procesos culturales y políticos de amplia participación ciudadana. Por ello es preciso fortalecer los movimientos ciudadanos de estudiantes y docentes que globalmente trabajan por la democratización de la política y el reconocimiento del derecho universal a una educación inclusiva sin exclusiones ni discriminaciones.
 
La prioridad de los recursos financieros en educación debe ir dirigida a la plena inclusión de niños-niñas, jóvenes y personas adultas a los servicios educativos públicos, para asegurar de esta manera tal derecho universal a la educación y al aprendizaje. Es preciso exigir procesos institucionales de accountability y la existencia de consejos ciudadanos que velen por la orientación inclusiva y participativa de las políticas educativas.
 
La demanda social por educación en la sociedad actual no puede expresarse sólo en referencia a los servicios escolares: incluye el acceso a las nuevas herramientas y redes tecnológicas de comunicación, la alfabetización digital y el fortalecimiento de los espacios comunitarios como espacios de aprendizajes cognitivos, cívicos, ecológicos, humanitarios.
 
Las acciones educativas deben manifestar una opción significativa por la formación integral de los-as jóvenes, que fortalezca en ellos-as el sentido (la razón de ser) de aprender y participar cívicamente, de intercambiar saberes y expresarse culturalmente, especialmente, en aquellos lugares donde son sometidos-as tempranamente al trabajo abusivo, al sometimiento sexista, al desempleo o al poder de los carteles criminales y el narcotráfico. En este plano la educación comunitaria y popular y los movimientos sociales tiene un papel crucial que cumplir para generar redes de derechos humanos, de protección e inclusión social, de participación ciudadana y de entidades formativas post-escolares.
 
El cambio paradigmático en educación, como condición para avanzar hacia sociedades justas y eco-sustentables, debe suponer un cambio en los enfoques tecnicistas y economicistas de las políticas educativas vigentes. Propiamente podemos decir que se requiere una “revolución educativa”, como han sostenido los movimientos estudiantiles chilenos o colombianos: es preciso reivindicar el derecho a aprender “de todas las personas durante toda su vida”, sin embargo, esta consigna no debe entenderse como la expresión de un tipo de capacitación permanente, sólo para satisfacer las necesidades de los mercados y los requerimientos de las viejas y nuevas industrias.  Se trata de desarrollar “educaciones” que desarrollen capacidades humanas que permitan el “buen vivir”, incluyendo las capacidades cognitivas, de pertenencia y participación social, de convivir con otros-as en la diversidad y la diferencia, cuidar y planificar la propia vida con pleno apego solidario a la vida de los ecosistemas en los cuales se desarrolla la Vida.
 
Las organizaciones educativas y los movimientos globales de los educadores-as tenemos una tarea común: desarrollar itinerarios pedagógico-políticos en función de los requerimientos formativos de territorios concretos, a partir de sus culturas propias, de sus economías locales y de su relación con los mercados globales, de sus propias estructuras del empleo, de las capacidades de carga de sus ecosistemas y de las necesidades insatisfechas de sus poblaciones para disfrutar un bienestar eco-humano.
 
“Mover el futuro” es una consigna global que impacta en los educadores-as, en cuanto los hace responsables de los aprendizajes que las comunidades necesitan desplegar para crear un capital cívico y un poder ciudadano suficiente que llegue a ser capaz de democratizar la política y distribuir socialmente el poder.
 
- Jorge Osorio es integrante del  Consejo Internacional de Educación de Adultos (ICAE, por sus siglas en inglés).  Este texto es una síntesis del Grupo de Trabajo de Educación.
 
* Este texto es parte de la revista América Latina en movimiento, No 472, correspondiente a febrero del presente año y que trata sobre "Educación, justicia social y ambiental" (http://alainet.org/publica/472.phtml)
https://www.alainet.org/es/articulo/159825
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