El cono del helado
09/09/2012
- Opinión
Usted conoce el cono abizcochado del helado: se coloca la bola encima y cuando se derrite se derrama un poco del helado por la parte inferior. Al comer el final del cono la punta inferior suele estar seca, sin helado.
Pues algo parecido es la distribución de la riqueza en el mundo, según la ONU: un 20 % de la población mundial, el equivalente a 1.320 millones de personas, concentran en sus manos el 82 % de la riqueza mundial. Se hartan con la bola del helado. Y en la punta estrecha inferior del cono los más pobres -mil millones de personas- sobreviven con apenas el 1.4 % de la riqueza mundial.
El indicador de la riqueza de una economía se mide por el PIB (Producto Interno Bruto). Cuanto mayor sea el PIB, mayor es el crecimiento de un país. Tanto que el gobierno de Lula lanzó el PAC (Programa de Aceleración del Crecimiento), aunque debiera haberse lanzado el PADS (Programa de Aceleración del Desarrollo Sustentable).
Un país crece cuando su economía total se engrosa con más cifras. Lo que no significa que cumplió su cometido, o sea que imprimió más calidad de vida y de felicidad a su población. El crecimiento tiene que ver con la producción agropecuaria, industrial y la expansión de la red de servicios. Desarrollo implica escolaridad, salud, saneamiento, vivienda, cultura y preservación del medio ambiente.
El economista Ladislao Dowbor, de la PUC-SP, tiene un buen ejemplo para demostrar la diferencia: la Pastoral de la Niñez favorece, con su red de 450 mil voluntarios, a miles de niños hasta los seis años. Por lo que contribuye a la reducción del 50 % de los índices de mortalidad infantil y al 80 % de las hospitalizaciones. Cuantos menos niños enferman, menos medicinas se compran, menos servicios hospitalarios se utilizan y las familias viven más felices.
¿Estupendo, no? No para el gobierno ni para los economistas fanáticos del PIB. Afirma Dowbor que “el resultado, desde el punto de vista de las cuentas económicas, es completamente diferente: al bajar el consumo de medicamentos, el de ambulancias, el uso de hospitales y de horas trabajadas por los médicos, también se reduce el PIB”. Al obtener salud con un gasto de apenas US$ 0.80 por niño/mes, la Pastoral de la Niñez hace caer el PIB, aunque sube la felicidad de la nación.
Alegrarnos por el crecimiento del PIB no significa que el país vaya en la dirección correcta. Vea por ejemplo la China, cuyo PIB es el que más crece en el mundo. Ni por eso nos causa envidia la calidad de vida de su población. Si el despalamiento de la Amazonía -pelada ahora en un 17 % de su área total- aumenta, más se introducirán allí el agronegocio y rebaños inmensos, lo que haría crecer el PIB, así como reducir el equilibrio ambiental y nuestra calidad de vida.
El problema número 1 del mundo no es económico, es ético. Perdimos la visión del bien común, de pueblo, de nación, de civilización. El capitalismo nos ha infundido la noción perversa de que la acumulación de riqueza es un derecho y que el consumo de lo superfluo una necesidad.
Compare estos datos: según la ONU, para facilitar la educación básica a todos los niños del mundo sería preciso invertir, hoy, US$ 6 mil millones. Y sólo en los EE.UU. gastan cada año en cosméticos US$ 8 mil millones. El agua y el alcantarillado básico de toda la población mundial quedarían garantizados con una inversión de US$ 9 mil millones.
El consumo de helados por año en Europa representa el desembolso de US$ 11 mil millones. Habría salud elemental y buena nutrición de los niños de los países en desarrollo si se invirtieran US$ 13 millones. Pero en EE.UU. y Europa se gastan cada año en alimentos para perros y gatos US$ 17 mil millones; US$ 50 mil millones en tabaco en Europa; US$ 105 mil millones en bebidas alcohólicas en Europa; US$ 400 mil millones en estupefacientes en todo el mundo; y US$ 780 mil millones en armas y equipamientos bélicos en el mundo.
El mundo y la crisis que le afecta sí tienen solución. Siempre que los países fueran gobernados por políticos centrados en otros paradigmas que huyan del casino global de la acumulación privada y de la incontenible espiral del lucro. Paradigmas altruistas, centrados en la distribución de la riqueza, en la preservación ambiental y en el compartimiento de los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano.
Ponga mucha atención a los candidatos que este año merecerán su voto para alcaldes y concejales. Investigue su pasado para saber con quién se va a comprometer de hecho.
Ah, ¿que a usted no le gusta la política? No sea ingenuo: quien se aparta de la política será gobernado por aquellos a quienes sí les gusta. Precisamente lo que los políticos corruptos desean es que la omisión de usted asegure la perpetuación de ellos en el poder.
Frei Betto es escritor, autor de “Calendario del poder”, entre otros libros. www.freibetto.org twitter:@freibetto
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Traducción de J.L.Burguet
https://www.alainet.org/es/articulo/160845?language=es
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