Les sugiero un sencillo experimento. Pongan unos cuantos centavos estadounidenses (“pennies”) acuñados antes de 1982 en el platillo de una balanza sensible, e igual número, pero acuñados con posterioridad, en el otro platillo. Observarán ustedes que desciende el que contiene los fabricados antes de esa fecha. Esto se debe a que en 1982, por causa del alto precio del cobre, la Reserva Federal ordenó su reemplazo por zinc en las monedas de un centavo. A partir de entonces los “pennies” son de este metal en un 95.5 % y sólo están cubiertos superficialmente por una delgada capa de cobre.
Actualmente, le cuesta más al gobierno acuñar “pennies” y “nickels” (75 % cobre, 25 % nickel) que el valor de estas monedas. Fabricar un “penny” cuesta 2.4 centavos, y 11.2 centavos fabricar un “nickel”.
¿Con qué se pueden sustituir el zinc y el cobre?. -El estaño y el acero son caros y un “penny” construido de aluminio costaría no menos de dos centavos. El plomo es más barato pero tóxico. Una historia parecida se repite con el “nickel”. ¿Qué hacer? ¿Eliminarlos como moneda circulante?. Pero el problema no está en el “penny” ni en el “nickel” sino más arriba, en el dólar, que desde la creación de la Reserva Federal en 1913 ha perdido el 95 % de su poder adquisitivo. En otras palabras, si el dólar vale ahora 5 centavos (un “nickel) comparado con su valor hace casi exactamente un siglo, el “nickel” y el “penny” actuales valen 1/4 y 1/20 de centavo respectivamente.
La administración Obama ha solicitado al Congreso permiso para degradar la acuñación y se esperan medidas que acerquen el costo de manufactura al valor nominal. Esta situación ha sido aprovechada por la ultraderecha norteamericana para responsabilizar al gobierno actual por la pérdida de valor de la moneda pero, en realidad, como demuestran los gráficos publicados por el “Board of Governors” de la Reserva Federal (2011), en los últimos cuarenta años los descensos más bruscos en el valor del dólar tuvieron lugar durante el segundo período presidencial de Ronald Reagan y en ambos períodos de George W. Bush.
La historia indica que la degradación de los imperios se acompaña de la degradación de sus monedas. En Roma, el envilecimiento de la moneda condujo a un círculo vicioso que terminó con la destrucción del imperio. El denario, que originalmente se acuñaba con plata pura, al terminar el siglo I tenía un contenido de plata de 81 %; al comenzar el siglo III sólo el 43 % era plata y hacia mediados de ese mismo siglo el contenido de este metal se había reducido al 0.5 %. Por ultimo, a la caída del imperio romano el denario contenía solamente un 0.02 % de plata y nadie lo aceptaba ya como pago.
El dólar tiene los pies de barro pues sólo posee actualmente el amparo de factores subjetivos: la confianza y la percepción de mutua conveniencia, ambas muy resquebrajadas. Su respaldo en oro es historia antigua mientras que su vulnerabilidad está en aumento constante desde hace varias décadas.
Para Kevin Phillips, columnista de “Los Angeles Times” (1), los puntos vulnerables del dólar son los siguientes: (a) La venta por bancos centrales extranjeros de grandes cantidades de dólares con el fin de diversificar sus reservas. (b) La vinculación con el dólar de las monedas de algunos países como China, Arabia Saudita y los Emiratos Arabes Unidos. (c) El cese de la venta del petróleo en dólares y la exigencia de otras divisas, como euros o yenes, por los países de la OPEP y productores independientes. (d) El llamado “mercantilismo monetario” o tendencia de los principales países productores de petróleo o de poderosos exportadores de productos industriales, de acumular cantidades de divisas extranjeras muy por encima de las reservas normales de un banco central. (e) La utilización de estas reservas en exceso (trillones de dólares) obtenidas a través de la exportación de recursos naturales y el superávit comercial, mediante fondos de riqueza soberana (“sovereign wealth funds”), entes que pueden manejar los ahorros nacionales con fines de inversión.
Podrían añadirse otros dos puntos: (f) El creciente cambio de carácter, de largo a corto plazo, de las inversiones extranjeras en la deuda de Estados Unidos. Las inversiones a corto plazo son más exigentes e impredecibles y sus motivaciones más inciertas. (g) El abandono del dólar por la práctica de intercambiar directamente bienes y servicios entre países del Tercer Mundo, como ocurre entre Venezuela y países del Caribe.
Con tantos puntos vulnerables, el pronóstico de la salud del dólar es, cuando menos, reservado. Cualquiera de los señalados es vital para la estabilidad financiera de Estados Unidos. Es tal su importancia que, por ejemplo, se ha señalado como una de las causas principales de la invasión a Irak, la decisión del gobierno de Sadam Hussein de prescindir del dólar en la comercialización del petróleo.
Lawrence Summers, Secretario del Tesoro en la administración Clinton, advirtió: “Mucho se ha discutido sobre la dependencia de Estados Unidos de la energía extranjera, pero la dependencia del país del ‘cash’ extranjero es todavía más perturbadora. En realidad, los países que acumulan divisas y bonos del tesoro de Estados Unidos en sus bancos poseen también la prosperidad de Estados Unidos en sus manos. Esta perspectiva debiera inquietar a los norteamericanos”. (2)
Si los romanos hubiesen conocido el plástico, es posible que sus últimos emperadores hubiesen ordenado la acuñación de denarios con este material. De igual modo, no sería extraño ver en circulación, en plazo breve, “quarters”, “dimes”, “nickels”, “pennies” y hasta dólares de colección, fabricados con plásticos de colores metálicos; pero, con estas monedas ridículas, ¿qué sería entonces de la “estabilidad económica” que se supone proporciona la Reserva Federal? ¿de la confianza global en el sistema capitalista? ¿del prestigio imperial tan altanera y cruentamente conquistado?
Notas:
(1) Kevin Phillips: “Bad Money”, Viking, 2008, p.145.
(2) Lawrence Summers, Foreign Policy, July 1, 2004