El trabajo es una de las conquistas de más hondas raíces en la lucha por derechos humanos y la construcción de un sentido de humanidad y de ser humano que vive con dignidad. Este derecho ha sido usado por la clase trabajadora como herramienta de liberación y como representación de la organización social fundada en identidades de clase. El derecho al trabajo tiene una esencia colectiva, de solidaridad y respeto mutuo entre humanos concretos que se construyen en el hacer humano. A través de el se pueden leer las relaciones entre clases sociales respecto al poder y el capital. El trabajo es también un dispositivo de autonomía personal y colectiva que sirve para direccionar las decisiones del estado y para limitar el afán desmedido de los dueños del capital.
Del trabajo hay memoria de grandes luchas humanas, de hombres y mujeres, de metalúrgicos, de médicos, de costureras, de mineros, que han fortalecido la causa de humanización y solidaridad entre pueblos y grupos sociales. Las grandes luchas por el trabajo ocurren en las calles, en los puestos de trabajo, en las movilizaciones, en la democracia de todos sin mediaciones electorales ni representaciones políticas ajenas. Son relevantes las luchas de las mujeres contra los explotadores de las antiguas fabricas de tejidos convertidas en prisiones, con encargados de disciplina y vigilancia que median el tiempo de trabajo minuto a minuto con cronómetro y descontaban un cuarto de salario por minuto perdido o por ir demasiadas veces al baño o por hablar. Han sido luchas vitales contra las técnicas de amarrar a las obreras a la pata de las máquinas de coser para evitar sus movimientos o las prohibiciones a la risa o a las ansias de libertad.
De las luchas obreras asociadas a las épocas de la fábrica, la toma masiva de calles y centros de producción, del sabotaje a los medios de producción o de ir con lentitud respecto a los tiempos exigidos de producción, se ha pasado a otros tiempos en los que aun quedan partes del viejo modelo que se mezclan con otras. Hay otras mordazas, otros silencios, otros amarres, se controlan las necesidades, las tripas que revientan en hambre y desesperación y desfallecen ante el contrato, se administra el miedo al desempleo, a la exclusión, a la muerte. La técnica es de control mediante contratos basura por días, semanas, cortos meses, sin garantías ni condiciones vitales. Se exigen en cambio lealtades a los patrones, adhesión a sus causas.
El capital en su fase neoliberal ha apostado a congelar el derecho al trabajo, a degradar sus contenidos y eliminarlo de la memoria histórica y colectiva. El derecho al trabajo tiende a ser presentado como una oportunidad que le pertenece al mercado sin intervención del estado para quedar a salvo de los compromisos del pacto social vigente. El derecho al trabajo tiene a su favor la capacidad de potencia creadora y transformadora de dinámicas y modos de organización social y el capital la capacidad de fácil renovación y ajuste que desborda el ritmo rezagado de la clase trabajadora para encontrar nuevas prácticas de lucha.
En la nueva era del despojo neoliberal la precarización del trabajo es una de sus consecuencias, como lo es también la violencia generada al condenar a la miseria a la clase trabajadora. Las transnacionales del capital son hoy la referencia principal en la avanzada de desmonte del derecho al trabajo, pero también lo son las empresas con ánimo de lucro e incluso instituciones que adoptan sus modelos de gestión del trabajo. Es común que eliminen los contenidos relacionados a otros derechos como jubilación, educación, salud, vivienda, alimento, vestido, ocio, vacaciones pagadas, formación y en general los elementos básicos que soportan la vida con dignidad, radicalmente distinta a la sobrevivencia casi biológica que ofrecen con trabajos precarizado basados en contratos sin condiciones ni garantías para vivir como humanos en este siglo XXI.
La clase trabajadora, depositaria del legado de luchas anteriores para alcanzar el derecho al trabajo, padece con mayor intensidad los rigores de la acumulación sin límites que destruye al planeta y sus sistemas de vida humana y natural. Las antiguas conquistas del estado de bienestar del siglo XX que consignaron por primera vez el derecho al trabajo en la constitución mexicana de 1917, están siendo desmontadas una a una desde hace tres décadas. Han puesto en evidencia que no basta tener derechos formales y acumular más derechos, que lo valioso es la disposición de lucha y resistencia y la acción directa del día a día. La fuerza de las luchas sociales aun no logra debilitar las estructuras del capital y del mercado que de primero se apropiaron de las técnicas de dominación incrustadas en las estructuras políticas y sociales del estado para ponerlas al servicio del capital y luego las han sostenido con reglas propias para desmontar legalmente las políticas sociales.
Las reivindicaciones por el derecho al trabajo están llamadas a cambiar de forma, crear nuevos modos de lucha y resistencia que complementen o superen los tradicionales órganos de partido o sindicatos, que pongan en el centro al ser humano en sufrimiento, excluido, víctima de la arremetida del capital que hace la guerra o apoya la paz para garantizar el despojo. El capitalismo de hoy controla el tiempo y se reproduce a través de la velocidad de sus fluctuaciones gracias al saqueo de las riquezas incluida la misma vida humana. El capital se ha extendido a todos los lugares reales, simbólicos y figurados para crear mercancías, para convertir todo a capital y acumular a costa de la distorsión y degradación del derecho al trabajo como medula de transformación y creación de otro poder, que reorganice las luchas de la clase trabajadora y los excluidos.