Justicia social y gobernanza de Internet

12/01/2015
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Por qué la gobernanza de Internet concierne a los defensores y las defensoras de la justicia social
 
¿Qué tiene que ver la forma de administrar Internet con el desarrollo o la justicia social? ¿No sería un asunto solo para los especialistas técnicos, para que aseguren que todo funcione correctamente? Pues, en realidad, no.
 
El problema es que Internet, y cómo lo usamos, está reformulando una dimensión fundamental de la existencia humana: la comunicación; es decir, el espacio en el cual las personas se comunican; las formas, tradiciones y culturas de la interacción; cómo conformamos nuestras afinidades y construimos nuestras identidades a través de los ojos de los demás; y crecientemente también, cómo manejamos la economía.
 
La gobernanza de Internet, es decir, cómo se desarrollan y se implementan los estándares, reglas y procesos de toma de decisiones que dan forma a la evolución de Internet, resulta fundamental en cuanto a si -y cómo- este espacio motiva o desmotiva la creatividad, la innovación, el compartir, la igualdad, la privacidad, la libertad de expresión; y también si las personas, sin importar quienes sean o donde estén, pueden acceder a este espacio y sus herramientas de manera justa y equitativa para todos y todas.  En resumen, la gobernanza de Internet determina, en última instancia, a favor de qué intereses operará este nuevo espacio de comunicación actualmente en desarrollo.
 
La gobernanza internacional de Internet aún no está del todo definida.  Más bien existe un gran desorden[1].  Cómo se resuelva ese desorden en los próximos años configurará Internet, y en gran medida la misma comunicación humana, durante las décadas por venir.
 
La expansión explosiva de Internet, aprovechando en parte la estructura existente de telecomunicaciones, le permitió pasar a un lado de la gobernanza institucional existente, o incluso desbaratarla; así, inclusive la iniciativa más chiquita basada en Internet, en cierto sentido nace global.  Internet está gobernado actualmente por un conjunto de entidades ad hoc, que en mayor o menor medida interactúan entre sí, con procedimientos a menudo no documentados.  Los titulares de las noticias denuncian a gobiernos que tratan de “capturar” Internet y estrangularlo con burocracia; o (en menor medida), hablan del control oculto que manejan las grandes corporaciones y algunos países muy poderosos.
 
En el debate mismo, existe un acuerdo amplio de que la participación “multisectorial”[2] en la gobernanza es vital, pero no hay discusión sobre lo que esto significa.  Pero tras una fachada de frases bonitas, se libra una férrea lucha.  Al centro de esta lucha, desde una perspectiva de justicia social, está la cuestión de hasta qué punto la gobernanza de Internet será, a futuro, democrática y genuinamente incluyente; si será diseñada para crear un espacio de comunicación que promueva el interés público y la justicia social, y si será dirigida a abordar la creciente brecha entre una élite privilegiada y el resto de la humanidad.
 
O bien, si se adoptará un proceso de toma de decisiones a favor de un espacio incluso más comercial, tallado y configurado según los intereses de algunas corporaciones globales y unos pocos gobiernos neoliberales de occidente.[3]
 
Mientras tanto, muchos defensores y defensoras de la justicia social, incluyendo del ámbito de la comunicación, permanecen a un lado, desconcertados por la terminología hermética e impenetrable, con dudas sobre cómo integrarse a tal debate, y sobre todo, poco convencidos de que la problemática merece el gran esfuerzo que implicaría intervenir.  Después de todo, mientras el acceso a Internet siga expandiéndose, el email y la web se mantengan aparentemente abiertos, los medios sociales se puedan utilizar de formas cada vez más creativas, y cada vez más servicios innovadores sean “gratis” - ¿por qué deberían preocuparse los defensores de la justicia social?
 
La vigilancia y el derecho a la privacidad
 
La vigilancia generalizada de Internet por parte de gobiernos, en unos casos principalmente a escala nacional, en otros a nivel global, como fue expuesto de forma espectacular por las revelaciones de Edward Snowden, es el motivo más evidente de preocupación. Con mucha razón los defensores y defensoras de la justicia social se sienten horrorizados en principio, no solo ante el descarado atropello a los derechos humanos, especialmente al derecho a la privacidad; sino también, en la práctica, al pensar que cada email, cada campaña, cada lucha, sea abierta al escrutinio y al darse cuenta de que la comunicación cotidiana no es segura de ninguna manera, y carece de la protección básica que se tomaba por sentada con el uso del teléfono o del correo postal.
 
Pero poca gente ha vinculado este monstruoso sistema de vigilancia a la misma gobernanza de Internet.  Normalmente, incluso los grupos más progresistas asignan la culpa a las agencias de seguridad nacional excesivamente recelosas e incapaces de resistir la tentación de utilizar las herramientas técnicas que les dan acceso a más información de la que jamás soñaron tener.  Pero, de hecho, esta negación de la privacidad está profundamente arraigada en el sistema actual de gobernanza de Internet, tanto técnicamente, como desde sus fundamentos históricos.
 
Hace veinte o treinta años, los ingenieros que construyeron la base de lo que hoy es Internet, se empeñaban simplemente en compartir información científica en una red cerrada de computadoras que para su época eran poderosas.  No lo usaban para compartir fotos en Facebook, realizar transacciones bancarias, organizar demostraciones o planificar sus vacaciones.  La privacidad no era una preocupación porque solo unos pocos centenares de miles de personas estaban conectados.
 
Los protocolos de comunicación que desarrollaron no anticipaban la masificación de Internet, no tomaban en cuenta el interés de las agencias de seguridad estatales de monitorear nuestra actividad online, y no contemplaban que empresas como Google o Facebook pudieran analizar el contenido de cada mail que enviamos, y cada “like” que damos para enviarnos publicidad personalizada.  Y nunca se imaginaron que los perfiles en línea desarrollados por empresas del sector privado para personalizar la publicidad, se pondrían a disposición, con o sin orden judicial, de las agencias de seguridad gubernamentales.
 
Que Internet favorezca la privacidad y facilite la libertad de expresión, por sobre la vigilancia y la censura, es en gran medida una cuestión de las normas técnicas que se acuerden, como parte de la gobernanza.  Pero muchos de los actores importantes prefieren estándares técnicos que comprometen tu privacidad.  Google, Facebook y otros quieren poder escanear tus comunicaciones y entregar publicidad personalizada.  Otros quieren escanearlas con propósitos aún más invasivos.  Los estándares técnicos que podrían asegurar una comunicación segura no han sido implementados, simplemente porque la estructura actual de gobernanza de Internet no lo ha priorizado.  Es por eso que estas estructuras tienen tanta importancia.
 
Si la situación actual es mala, en el futuro podría ser mucho peor.  Las mismas tecnologías de vigilancia son capaces de mucho más.  En junio de 2014, se mostró que Facebook había manipulado información en los canales de noticias que reciben 700,000 usuarios, en un experimento que concluyó que podía alterar su estado emocional.[4]  ¿Qué pasaría si Facebook decidiera alterar las noticias de los usuarios de manera que afecte el resultado de las elecciones nacionales, por ejemplo?
 
Hay abundantes ejemplos de cómo los magnates de los medios de comunicación tradicionales, que son relativamente regulados (pensemos en Rupert Murdoch) han afectado los resultados electorales, a menudo con la publicación a última hora de grandes titulares alarmistas.  ¿Cuánto poder tendría, en una campana electoral, o en un momento crucial de decisión gubernamental, un Facebook desregulado, armado con datos masivos sobre gran parte del electorado, y con el control sobre los algoritmos que determinan lo que este electorado ve en su suministrador de noticias?
 
El costo de la “comida gratis”
 
Aparte de la privacidad, un segundo conjunto de problemáticas de justicia social surge del uso de los abundantes servicios “gratis” ofrecidos por corporaciones como Google, Twitter y Facebook, y del modelo de negocios que los sustenta.  Por supuesto, los servicios no son gratuitos.  A cambio de ellos, Los usuarios proveen información valiosa que es usada para dirigirles publicidad personalizada, con fines lucrativos.  De hecho, los datos son considerablemente más valiosos que los servicios, como lo evidencian las grandes ganancias que generan para estas corporaciones.  Más allá del hecho de que las personas no reciben pago por la gran cantidad de información que proveen involuntariamente[5], ¿qué está en juego aquí y qué relación tiene con la gobernanza de Internet?
 
Para empezar, está el tema de poder elegir.  Cada vez más, las sociedades saturadas por Internet no tienen más remedio que utilizar, por ejemplo, Twitter, Facebook y Google.  Una vez que llegan a una masa crítica de usuarios, como en su momento lo hizo el sistema operativo Microsoft Windows, se vuelve prácticamente imposible ofrecer una alternativa.  La “red” da lugar a un monopolio natural que presenta barreras insuperables para los demás, y ofrece oportunidades gigantes de generar ganancias de monopolio, recursos que utilizan para extender su control aún más.  Sin embargo, la gobernanza de Internet se caracteriza por negar la existencia de los monopolios naturales.  Su mantra dominante es que “los gobiernos deben quedar fuera y permitir que la competencia tome su curso”, competencia que de hecho no existe, y no puede existir.
 
Pero de nuevo, la pregunta se debe plantear claramente: ¿Qué implicación tiene para la justicia social la cuestión de tales monopolios?  Ciertamente, las ganancias excesivas no corresponden al interés público.  El control monopólico de la infraestructura digital sobre el cual funciona Internet conlleva a tarifas más altas que tienden a excluir a los usuarios de bajos ingresos, lo que en sí mismo es un problema.  Pero existen también preocupaciones más profundas sobre el modelo de monopolio corporativo de las plataformas de Internet, alcanzado mediante la entrega de servicios aparentemente gratuitos.
 
La comercialización de cada rincón de la esfera de la comunicación
 
Estas preocupaciones más profundas se relacionan con el sistema principal de negocios de Internet y el credo que proyecta hacia los usuarios, lo cual gradualmente permite internalizar sus principios profundamente dentro de la psique pública.  Y eso porque no solo se asienta en la entrega gratuita de informaciones por parte de un grupo de usuarios siempre en expansión, sino que estos usuarios también deben ser consumidores, y mientras más los usuarios se concentren en consumir, mayor es la ganancia de los dueños de estas corporaciones.  Mientras más usuarios se conviertan en consumidores meta de la publicidad finamente individualizada, cuando no en anunciantes corporativos, mayor es el lucro.  Ello a su vez, en forma sutil, o a veces no tan sutil, empieza a dar forma a la naturaleza de toda la esfera comunicacional emergente.  Sobre este tema está apareciendo una considerable literatura académica.
 
Tomemos Facebook como ejemplo. El efecto neto de proyectar “imágenes cuidadosamente controladas de uno mismo”[6] en la red podría significar reforzar las jerarquías existentes y reforzar aún más las comunidades cerradas, en lugar de abrir a nuevas ideas y horizontes más amplios.  Las identidades podrían, por ejemplo, priorizar el consumo por sobre la construcción de comunidad, cuando se trata de expresar gustos musicales, películas, libros o programas de televisión.[7]  La libertad de expresarse puede generar la ilusión de controlar nuestra vida, cuando en realidad se trata apenas de controlar la imagen propia dentro de un rango definido de piezas preseleccionadas.
 
La publicidad personalizada y los filtros de los motores de búsqueda podrían tender a reforzar los prejuicios y la identidad existentes.  “Nuestros intereses pasados determinarán a qué estaremos expuestos en el futuro, dejando menos espacio para los encuentros inesperados que despiertan la creatividad, la innovación y el intercambio democrático de ideas”.[8]  Como algunas personas limitan la mayor parte de su experiencia en Internet a uno o varios sitios de redes sociales, éstos se convierten en “jardines amurallados”, cada uno separado del resto de Internet y conteniendo información altamente controlada y filtrada[9]; con lo que se exponen a la manipulación, como en el caso del experimento de Facebook mencionado arriba.
 
Los Smart-phones y algunas tablets también ofrecen un acceso a Internet restringido y atado a servicios y contenido propietarios, lo que por último lleva a un Internet “estéril”.[10]  Otras preocupaciones se refieren a la forma arbitraria en que algunas corporaciones de medios sociales controlan e incluso censuran contenidos; por ejemplo, un pequeño equipo legal corporativo decide qué es lo adecuado para la circulación en YouTube y Google.[11]
 
Así, en paralelo al potencial de Internet -especialmente de las redes sociales- para fomentar la comunicación innovadora y la cooperación, existen dinámicas inexorables que moldean, filtran, censuran, restringen y controlan el uso de Internet.  El modelo de negocio bien puede colocar herramientas potencialmente poderosas en manos de la gente, sin costo, pero también impulsa gran parte de la manipulación y de las restricciones en este espacio público.  La extracción y análisis de la información personal, la creación de “filtros burbuja” y la localización de la publicidad sirven justamente para maximizar el valor del perfil de los usuarios para los anunciantes; el énfasis en las identidades propias basadas en el consumo deriva de la necesidad de expandir la base de usuarios rápida y fácilmente; los “jardines amurallados” sirven para mantener a los usuarios acorralados como blancos idóneos de publicidad; y la atadura de los Smart-phones y otros dispositivos de comunicación a ciertas fuentes y contenidos sirve para crear un mercado cautivo.  Incluso la (injustificable) censura de ciertos sitios y contenidos por parte de empresas de medios sociales está relacionada en última instancia a decisiones comerciales, más que en responder a procedimientos basados en acuerdos democráticos o participativos.
 
Hay unas pocas excepciones honrosas a este modelo –por ejemplo Wikipedia y otros servicios y plataformas gratuitas y abiertas– que siguen un modelo basado en los bienes comunes y que persiguen activa y deliberadamente el interés público.  ¿Podemos idear estructuras de gobernanza que los alienten?  Sin duda alguna podemos.  Pero esto no está acorde con los intereses de quienes dominan actualmente.
 
Lo que aquí está en juego tendrá enorme importancia a largo plazo; va mucho más allá de las preferencias o de la banalización y la manipulación de contenidos.  Tiene que ver con la esfera de la comunicación en la cual, cada vez más, las personas, y sobre todo la juventud, construyen su entendimiento básico de la sociedad y de sí mismas.  Tiene que ver con los parámetros de lo que podemos aspirar, para nosotros mismos y la sociedad, y con los límites de lo que podemos lograr a nivel individual y colectivo.
 
Se trata de un bombardeo de mensajes implícitos que exhorta a las personas a consumir, que continuamente nos dice que el consumismo es el único camino a la felicidad, que deja pocas rutas abiertas para la resistencia y aún menos para que colectivamente ideemos y prioricemos una existencia más justa y creativa para todos y todas.  Por supuesto, a lo largo de los años, otros medios de difusión han sido y siguen siendo sometidos a fuerzas similares de comercialización.  No obstante, la esfera de comunicación mediada por Internet se está configurando como la más poderosa y envolvente de todas.
 
Desigualdades
 
La promesa original de Internet era muy distinta.  Era un espacio que eliminaría las desigualdades: de localidad, de estatus, de oportunidades.  Sin embargo, aun en el marco del Internet más amplio, parece que lo opuesto ocurre en una amplia gama de áreas.  No es accidental que las desigualdades, tanto globales como dentro de los países, coincidan con el advenimiento de Internet y la digitalización de tanta actividad comercial, incluyendo el surgimiento de productos y de producción completamente digitales.[12]
 
Lejos de igualar las oportunidades, con la dispersión en términos de localización de los recursos y de los medios para una participación efectiva, Internet desplaza las ventajas: la riqueza y los medios de subsistencia se están traspasando de ubicaciones geográficas y sociales marginales a otras más privilegiadas.  Por lo tanto, el acceso a una conexión rápida o lenta, o el no tener conexión alguna, está relacionada a la ubicación, y con ello, la oportunidad de participar en o beneficiarse de la actividad económica u otra cuando migran a una plataforma de Internet.  Los requerimientos cada vez más altos de ancho de banda dejan a quienes se encuentran en desventaja de ubicación –que viven en zonas rurales y remotas, en barrios más pobres y relegados, en zonas del mundo con bajo nivel de servicios-, cada vez más marginados.
 
Del mismo modo, las desigualdades existentes de riqueza y educación, o por privilegios de idioma y género, se reproducen y se amplifican en la esfera de Internet, allí donde se ha dejado crecer las barreras técnicas, cognitivas, lingüísticas y culturales, lo que determina quién tiene acceso a los recursos basados en Internet y quién no.  El privilegio acordado a ciertos idiomas, a algunas prácticas y estilos culturales basados en el género, a ciertos modos de comunicación, actúan en la práctica como una barrera para que amplios sectores sociales no sean otra cosa que consumidores pasivos de productos digitales y de las comunicaciones, y eso apenas cuando éstos estén técnicamente disponibles.
 
La concentración de la propiedad de los recursos de Internet –infraestructura, software, servicios– en relativamente pocas manos y ubicaciones se acelera por el “efecto de la red”, donde quienes más tienen (y están interconectados con mayor efectividad) reciben más, y quienes menos tienen (con menos medios para un uso y acceso efectivo de las redes) reciben menos.  Y por supuesto, con la riqueza viene el poder y los recursos para usar ese poder en el diseño de estrategias cada vez más sofisticadas a fin de evitar el pago equitativo de impuestos; a la vez que se monopolizan las actividades digitales (de nuevo usando los efectos de la red) para concentrar la actividad digital comercial en pocas manos y en unos pocos países favorecidos.
 
Abriendo camino para influenciar la gobernanza del Internet
 
El debate actual sobre el futuro de Internet y cómo será gobernado podría enriquecerse bastante si más defensores de la justicia social aportan desde su conocimiento y experiencia.  De hecho, su contribución activa es sin duda crucial para lograr soluciones que permitan que prime el interés público.  La actual correlación de fuerzas está sesgada por la enorme cantidad de recursos que las corporaciones globales, algunos gobiernos y un puñado de entidades con un interés en el statu quo[13] destinan para asegurar que el resultado seguirá favoreciendo sus intereses.  Su influencia en las filas de la sociedad civil es inquietante.  Algunas ONGs son poco más que organizaciones de fachada para los intereses corporativos; otras están influenciadas, a sabiendas o no, por las grandes donaciones y otras formas de dependencia de la financiación privada.
 
La idea de que todas las partes interesadas (multi-stakeholders en inglés – ver nota 2) puedan participar en la gobernanza es un concepto central en el debate.  La idea es atractiva para los intereses de las corporaciones, ya que en principio empodera a las empresas al mismo nivel de los demás actores -específicamente los gobiernos-.  Es más, en la práctica, son ellas quienes llevan la voz cantante, gracias a sus recursos ilimitados y el respaldo de algunos gobiernos poderosos.
 
Para varios actores de la sociedad civil, incluyendo los miembros de la Coalición Just Net, su demanda principal es que el sistema multisectorial debe ser democrático, transparente y responsable.  Un principio que se limita a abrir la participación a todas las partes interesadas significa simplemente entregar el poder a quienes sean más acaudalados y con los megáfonos más grandes.  Las voces de las áreas más pobres del mundo, de las comunidades marginadas, de los sectores sin conectividad y del interés público general, quedan ahogadas.  Sin embargo, son éstos sectores cuyos intereses están mayormente en juego y por lo tanto se les debe escuchar.  La legitimidad de los gobiernos de representar a su pueblo –no obstante las fallas que algunos tienen- también se merece el debido reconocimiento.
 
El peso adicional que defensores y organizaciones por la justicia social pueden aportar, al unirse a quienes ya participan en el debate, podría ser decisivo para generar una discusión más clara y afinada, sobre dónde debe orientarse Internet.  La Coalición Just Net aglutina a varias de tales voces e invita a sumarse a otras que trabajan en temas de justicia social y desarrollo.  (Traducción ALAI)
 
Para más información, visite el sitio de la Coalición Just Net (por un Internet Justo y Equitativo) [http://www.justnetcoalition.org/] Vea también http://www.waccglobal.org/news/net-freedom
 
- Seán Ó Siochrú, Sally Burch, Bruce Girard, Michael Gurstein, Richard Hill.
Los autores son miembros de la Coalición Just Net, una red global de actores de la sociedad civil comprometidos con un Internet abierto, libre, justo y equitativo.  Los principios fundadores y objetivos de la Coalición se encuentran en la Declaración de Delhi: http://justnetcoalition.org/delhi-declaration (en español: http://alainet.org/active/72842.)
 
Artículo publicado en inglés en: Media Development 4/2014, revista internacional sobre comunicación para el desarrollo, editado por WACC, http://www.waccglobal.org/home
 


[2] NdT: Multi-stakeholder, en inglés, que significa literalmente, de las múltiples partes interesadas.  Aquí le traducimos como multisectorial.
[5] Fuchs, Christian (2011) ‘A Contribution to the Critique of the Political Economy of Google’ in Fast Capitalism, Volume 8 (1), http://www.uta.edu/huma/agger/fastcapitalism/8_1/fuchs8_1.html
[6] Fenton, Natalie (2012:127). “The Internet and Radical Politics”. Chapter 6 of: Curran, James, Natelie Fenton, Des Freedman (2012) Misunderstanding the Internet. Routledge: London and New York.
[7] Marwick Alice (2005) Selling Your Self: Online Identity in the Age of Commodified Internet. Washington : University of Washington Press. http://www.academia.edu/421101/Selling_Your_Self_Online_Identity_In_the_Age_of_a_Commodified_Internet
[8] Pariser, Eli (2011) The Filter Bubble: What the Internet is Hiding from you. Penguin Press: New York.
[9] Berners-Lee, Tim (2010) “Long Live the Web: A Call for Continued Open Standards and Neutrality”. Scientific American, December. http://www.scientificamerican.com/article/long-live-the-web/
[10] Zittrain, Jonathan (2008) The Future of the Internet and how to Stop it. Caravan Books. http://futureoftheInternet.org/files/2013/06/ZittrainTheFutureoftheInternet.pdfAccesado 14 de mayo de 2012.
[11] Freedman, Des (2012) “Web 2.0 and the Death of the Blockbuster Economy”. Chapter 3 in Curran et al (2012).
[12] Schiller, Dan (2014), Digital Depression: Information Technology and Economic Crisis, University of Illinois Press.
[13] El más grande de éstos es ICANN, la organización responsable de coordinar los nombres y números de dominio, basada en EEUU.  ICANN prevé ingresos en 2015 por US$ 159 millones. https://www.icann.org/en/system/files/files/adopted-opplan-budget-fy15-16sep14-en.pdf
https://www.alainet.org/es/articulo/166747
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