Cartografías de la crisis civilizatoria
18/01/2015
- Opinión
La agencia de noticias rusa RT publicó recientemente, en su portal de internet, una nota en la que se presentan una serie de mapas elaborados a partir de los datos incluidos en el Índice de Adaptación Global (IAG), que divulga anualmente la Universidad de Notre Dame, en los Estados Unidos. Este índice da cuenta de los países que estarían mejor preparados para enfrentar el cambio climático y nos muestra un panorama alarmante para América Latina, África, Asia Meridional y el Sudeste Asiático: amplios territorios continentales, poblados por miles de millones de personas y con una enorme riqueza en biodiversidad, se ubican en la franja de mayor riesgo (de 30 a 59 en el coeficiente del IAG) ante la incidencia del conjunto de fenómenos hidrometeorológicos (huracanes, temporales, aumento de temperaturas y sequías), marítimos (mareas más altas) y socioambientales (reducción del rendimiento de los cultivos, impacto de las inundaciones en los asentamientos humanos, explotación insostenible de recursos) asociados al cambio climático.
En nuestra América, solo Chile y Uruguay alcanzan los indicadores suficientes para estar un escalón por encima de esta calificación y ser considerados como países de menor riesgo relativo, aunque todavía lejos de Noruega, primer lugar del IAG y al que califican como “el país que tiene mayores probabilidades de sobrevivir”.
Estos mapas, si bien constituyen ejercicios científicos de representación de los problemas ambientales y sociales, también pueden ser interpretados como un cuadro desgarrador del infortunio y las injusticias globales bajo las que se encuentra millones de seres humanos del Sur global, y que responden a estructuras históricas de dominación, desposesión, acumulación y explotación, que se encuentran en la génesis del capitalismo como patrón civilizatorio. Quien tenga dudas de esto, puede consultar otros reportes gráficos preparados anualmente por organismos internacionales: por ejemplo, el mapa del hambre y la desnutrición del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas; los mapas de indicadores sobre desigualdad social del Banco Mundial y desarrollo humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo; o el Índice de Estados Fallidos de la organización Fund for Peace.
En todos estos documentos, cualquier persona que se acerque a ellos con honestidad intelectual, e incluso el observador más escéptico, podrá comprobar los escándalos éticos que determinan la dimensión más perversa de nuestro mundo, la huella ominosa que, al decir del poeta uruguayo Mario Benedetti, ha dejado sobre el Sur ese Norte que ordena con “sus gases que envenenan / su escuela de Chicago / sus dueños de la tierra”. Es la huella que el sistema colonial, primero, y capitalismo, después, dejaron en territorios y pueblos de América, África y Asia, con repercusiones no solo en términos de definir unas ciertas relaciones económicas y de producción, sino, sobre todo, en la configuración de experiencias históricas, culturales y sociales de violencia física e ideológica, que han impregnado los empeños por civilizar, modernizar y desarrollar desde afuera al llamado Tercer Mundo.
Riesgo ambiental, hambre, desigualdad social y rezagos en el desarrollo humano dan cuenta de la cartografía de la crisis civilizatoria actual, entendiendo por esta un momento de ruptura o quiebre profundo, en el que se agota el modelo hegemónico de organización económica, productiva, social, cultural e ideológica que Occidente, o mejor dicho, las potencias noratlánticas, lograron globalizar e imponer durante varios siglos. Esa civilización hace aguas y se desgrana ante nuestros ojos todos los días, reafirmando la certeza de que no hay futuro para la especie humana en el capitalismo.
Abrir camino a las alternativas civilizatorias; e imaginar, pensar y trabajar por el mundo que vendrá –y que apenas vislumbramos en medio del caos- es la utopía necesaria a la que nos convoca nuestra tiempo. A la que no podemos ni debemos renunciar.
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
https://www.alainet.org/es/articulo/166875
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