Monólogo infinito

05/03/2015
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Al camarada Hugo Chávez, Revolucionario inmortal.
  
I
Este es el río que separa la vida de la muerte.
Aguas estigias que navegan en mi cuerpo
Consumido y tenue
Quitan de mi poro el polvo del pino,
El aire del océano, el barro de la tierra.
 
Sobre el cóndor vuelo hacia la estepa inmensa
Y hacia el brillo de la estrella que me acoge.
 
Nada llevo porque nada tuve, todo fue un sueño absoluto
Que hice realidad con estas manos ahora yertas e inmóviles,
Con estos puños que fueron antorcha incendiaria
Con este volcán  en el torrente que fue boca
Con estos pasos endurecidos de batalla. 
 
Todo fue un sueño fulgurante y corto
Llama que floreció en otros pechos
Ola tremebunda concentrada en la tierra
Que fue diseminada como brisa,
Todavía traigo el horizonte gigantesco
Su abrigo de jinete que roza la hierba estremecida.
 
En los dedos conservo el olor de los jazmines
Que cultivé en los amaneceres,  a la orilla
De mis ríos y mis  lagos que cubren rostro y piel
Sobre el mar inmediato del recuerdo.
 
Mi voz no viene ronca sino más bien tibia
Con su calor de mano acumulada
Todavía siento el susurro que tiene la palabra
Cuando anida en la llanura del abrazo.
 
Tengo en los hombros el peso enternecido
Por otros brazos que tomé de la tersura
En los encuentros donde el amor era campana viviente.
 
El pecho, es cierto, viene adolorido, pero es que no cabían
En su hueco tantas entrañas generosas y siempre cálidas
Debí ensancharlo a más no poder casi hasta el límite,
Quería albergar toda la justicia y toda la igualdad posible,
Algunas veces más de un músculo debió desgarrarse.
 
Ah qué pecho y qué tanto amor agigantado.
 
En la entraña hubo siempre una fuerza
Que parecía fuelle sin cansancio
Con ella construí raíces de todos los sueños,
Horizontes, vértices, cúmulos,
Abracé  los hermanos  que en cada esquina
Poseían una esperanza en ruinas
Y les di mi alimento de árbol
Que nunca deja de crecer a pesar de la tiniebla.
 
Con esta entraña que dejé allá en la ínfima lejanía
Cuando la sangre era caudal de fuego
Con esta médula raída a veces
Fui colocando en cada recodo del sendero
Luz, viento, barro y cielo sin límite.
 
Todos los hombres fueron el poro mismo de mi piel
Curtida, mestiza y callosa cuando era necesario.
 
Todos los brazos rodearon mi pecho y todas las voces
Pronunciaron el nombre verdadero de las cosas humanas,
Colectivas, sencillas, trascendentes en mi oído.
 
Mis muslos sostuvieron esqueleto y nervio,
Pensamiento, sueños y fracasos,
Derrotas y sobre todo triunfos generosos.
 
Mis pies fueron peregrinos de la patria,
Peregrinos de la solidaridad permanente,
Fueron viajeros sin descanso y a veces sin aliento,
Pisé tierras vírgenes, holladas, lejanas,
Donde alcancé otros luceros que alumbran
Estas playas, estos ríos, estos valles,
Caminé en todas direcciones que la brújula
Misteriosa y mágica me mostró para el futuro.
 
No hubo silla con descanso para mis huesos
Ni lecho  mullido en la oscura noche plácida,
Viví en el insomnio del día convertido
En una máquina humana sin tregua,
Sin respiro, pausa, o alivio.
 
Mi vida fue incesante, continua,
Jamás creí que pronto, antes del anochecer,
La parca, dueña de todo cuanto existe,
Vendría a visitarme una tarde de la cual
Tengo el recuerdo guardado en el pulmón sin aire.
 
Si me despedí fue solo para el consejo:
Mañana vendrá una visita, después tendremos
Que poner algunas comas, abran las ventanas dulces,
Escuchen el rumor que vivifica, no presten
Su oído a la calumnia con cedazo de muerte,
Vuelvan sus ojos al detalle, allí anidan los demonios,
Crispen sus puños en el instante puntual y contundente.
 
El mañana no existe por eso hay que tomar
Las aguas y sus cuernos, el torbellino con fuerza,
Volverlo de nuevo un torrente de magia cabal y justa,
Todos son iguales y todos son humanos,
A cada quien repartan lo que es correspondido,
Nada guarden para sí, la desnudez y la transparencia
Pertenecen a una parte del amor y sus designios.
 
Oigan, escuchen, atiendan siempre sin tropiezo y mala espina,
No dejen afuera de la puerta al que nada tiene,
Recíbanlo como un rey porque es hijo de Dios,
Sigan la estrella que me acoge, hay brillos en los astros
Que deben entender, son brillos extraños, lúcidos,
Que pasan de tanto en tanto, así nació el Mesías.
 
Y dije que el amor se paga siempre con amor
Porque nada puede construirse en el marasmo
Si el amor está ausente, por eso el vacío
Redobla su maldad que hiere el alma de cada cosa,
De cada objeto, de cada sueño,
Solo el amor devuelto como un beso
Podrá convertir la arena del desierto
En tierra fértil, ubérrima y florecida.
 
Y es que dejé de pertenecerme al cuerpo, al alma,
Al hueso, al puño mío, al pie que me conduce.
 
En fin, dejé de ser este nombre y este rostro
Y me fui haciendo aquella piel, esos ojos,
En fin, un día amanecí sin vida propia,
Fui entonces la masa perfecta, cálida, colectiva, única,
La masa del amor y de la luz, del viento efervescente,
De la esperanza total, fui la masa convertida
En hombre de la calle, de la casa, del trabajo,
De la tierra y del mar, el hombre universal
Aquel  humano que le pintan de blanco el pan
Cuando el hambre está negra de tanta espera.
 
II
Si cometí yerros humanos,
Los errores del día y de la noche,
Aquellos que parecen sombra de borrasca
Fueron  a lo mejor la consecuencia de un cálculo
De la utopía que  siembra en los caminos polvorientos
La niebla que es jardín y  confusiones.
 
Pero, repartí el sol que nacía entre los brazos,
Repartí este pulmón, el hígado, el páncreas
Y todo aquello que me habitaba convertido en llamas,
A nadie dejé de sorprender con fragmentos de la entraña,
A nadie pude negar el amor y su cauce de vértigo,
Mi rostro fue agua en el torrente
Y alma compartida como una hostia en su  alimento.
 
El sueño parecía luciérnaga o  más bien estrella
En cada mano, con su aliento  de corazón extenso,
Todos tuvimos en el regazo esa luz que no fenece
Esa luz que toca la íntima fibra de la ternura sin nombre.
 
Repetí tantas veces el mismo verbo, la sustancia y su adjetivo
Lo decía allá por la montaña, acá por la llanura
Y acullá donde los ríos suelen estremecer la tierra florecida,
Somos un todo, yo soy tú y tú eres yo,
Como decía el poeta, yo no sé por qué crees tú
Que yo soy tú y tú eres yo, así lo creo hermanos del sendero
Porque en cada sílaba, en cada poro estoy siempre
Convertido en hueso, carne, coyuntura de todos nosotros:
¿Se han fijado acaso en la madrugada
Cuando se retira la noche y llega despuntando el día?,
Pues nadie puede separar la oscuridad de la luz,
¿O cuando el café se revuelve con la leche inmaculada?,
Nadie podría separar, hijos míos, alondras del canto dulce,
Lo blanco del negro, o viceversa, nadie, aunque así lo desearan
Los enemigos del amor y sus vestigios.
 
Los enemigos son los mismos, aquellos que inventaron
La propiedad y sus esquinas, el pronombre posesivo
Que recorre la tierra con pólvora y garrote,
Es un pronombre que lleva la entraña de la sangre derramada,
La guerra, el despojo, la conquista, el arrebato, la ofensa,
Es un pronombre que pervive en la oscura soledad
Como un depredador siempre a la caza
De todo aquello que ha nacido limpio,
Compartido, colectivo, y a veces místico,
Todo lo que era nuestro pasó por el pronombre
Como un asunto de gramática y de lengua, lo mío,
Lo tuyo, la propiedad introdujo en el sustantivo y en el verbo
Aquello que separa al hombre de sus congéneres.
 
Todos pueden entrar en este reino de la comunión social
Donde se reparten los bienes colectivos, la esperanza,
Y todo aquello que no produce esclavos, ni cautivos,
Debemos repartir todos los dones de la tierra,
Los frutos y los granos, la carne y sus abrigos,
El árbol, la vid, los cereales perfectos, la casa libre,
El excedente del amor que fulgura convertido en sol.
 
Todos deberían entrar hermanos,
Abrazarse siempre solidarios
Pues no habrá esto mío ni aquello tuyo
Sólo el necesario alimento que no es comprado
Ni es medido por monedas simples
Verdaderamente crueles como la sangre
Arrebatada por la viña del odio.
 
Vayan por el mundo y conversen, hablen, conviertan la palabra
En antorcha que no muere, pongan luz en la oscura cueva,
Donde se ocultan felinos y cómplices mortíferos,
Que todos compartan la llama y la desparramen por la tierra
Y nadie ponga su bota sobre el rostro del hermano,
Y que no exista el arma homicida de Caín sobre ningún Abel,
Tal es mi consejo y mi legado de hoy y para siempre.
 
Este es el río que separa la vida de la muerte.
 
Datos biobibliográficos de Galel Cárdenas
 
San Pedro Sula, Cortés,  (1945). Poeta, narrador, ensayista, columnista, animador cultural, investigador y docente universitario. Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Honduras (UEAH),  miembro del Tribunal de Honor del Partido Libre y de la Comisión de Cultura del FNRP. Premio Rubén Darío a nivel latinoamericano con su obra de Poesía Pasos de Animal grande, otorgado por el gobierno Nicaragüense del FSLN, en 1986.  Premio Centroamericano de Poesía Juan Ramón Molina,  por su obra Sendero Abierto y Luminoso, en 1987Premio Nacional de Poesía Universitaria Colombiana, otorgada por la Universidad Tadeo Lozano, en 1976, con su obra Puerta de Golpe. Autor de 20 libros de poesía, narrativa, ensayo  y  textos académicos universitarios. Es miembro de la Academia Hondureña de la Lengua Española. Pertenece a la Secretaría de Formación Política del Partido Libre.    
 
 
 
https://www.alainet.org/es/articulo/167974
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