Más allá de la VII Cumbre de las Américas: elementos para un balance político (I)

14/04/2015
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Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el cielo, que van por el aire dormido engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. (José Martí, Nuestra América, 10 de Enero de 1981)

 

Como un rayo que atraviesa el tiempo y la geografía, las palabras de Martí nos sacuden la conciencia y la voluntad. Repitámoslo una y mil veces más, desde 1823 cuando el secretario de Estado John Quincy Adams bajo la visión geopolítica de que Estados Unidos “no tiene amistades permanentes, tiene objetivos e intereses permanentes”, se estableció el principio de “América para los Americanos”, punto de partida de la llamada Doctrina Monroe y de los casi 200 años de intervención política, económica, militar y cultural, de ese país sobre América Latina y el Caribe [1].

 

La profecía del Libertador Simón Bolívar se cumplió, Estados Unidos plagó a la América de miseria en nombre de la libertad. Y desde ese primer momento en que el gigante de las siete leguas asomó su bota sobre Nuestra América, nuestros pueblos comenzaron un proceso de lucha y resistencia que hicieron las veces de parteras, de un proceso sangriento y doloroso, hasta el nacimiento del cambio de época de este siglo XXI. Nuestro actual ciclo histórico de revoluciones es producto de un largo proceso de luchas populares y de un acumulado de fuerzas que logró, en este siglo XXI, construir un polo de poder contrahegemónico y anti-imperialista con caracteres multidireccionales y multinacionales diferenciados. La existencia de este polo es indudable en la actualidad, y los desafíos que se presentan para preservarlo, profundizar sus logros y alcanzar nuevos espacios multidimensionales ante las fuerzas contrarevolucionarias e imperialistas, están concentrados en determinados puntos nodales que merecen la mayor atención en la próxima década.

 

En su intervención en el cierre de la Cumbre de los Pueblos en Panamá, el Presidente Nicolás Maduro Moros, afirmó que en dicho país se asistió a un debate de ideas entre quienes quieren “democracia con pueblos politizados, con conciencia de la historia, y los que quieren borrar la historia, porque están avergonzados de la historia que han vivido los imperios durante cien años en estas tierras”. En contraste, el Presidente Barack Obama hizo énfasis en que los Estados Unidos “miran hacia el futuro, nosotros no queremos estar atrapados en la ideología, por lo menos yo no lo estoy, me interesa el progreso, y me interesan los resultados. No me interesan las argumentaciones teóricas, me interesa poder proporcionar efectos tangibles para las personas”, rematando con la absurda afirmación de que “y a mi [Obama] no me interesa que siguen habiendo guerras que francamente comenzaron antes de que naciera, lo que me interesa es resolver problemas, trabajar con ustedes, es lo que le interesa los Estados Unidos”. Esta contraposición es significativa y evidencia que la historia continúa siendo una de las más poderosas armas que tenemos los pueblos para levantar nuestra voz crítica y consciente. Obama, aunque no quiso hablar con argumentos teóricos, defendió una postura política totalmente liberal e idealista, que saca la política de su contexto histórico, y defiende “ideas justas” por encima de las realidad contextual y material que viven nuestros pueblos.

 

Precisamente, las clases de historia -como calificó Obama la intervención del Presidente Rafael Correa-, que dieron con dignidad, no sólo el compañero Correa, sino también el Presidente Raúl Castro, quién recordó la historia de agresiones de Estados Unidos sobre Cuba e hizo un análisis político de la misma, y la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien argumentó que la historia sirve para conocer el porqué de nuestra situación actual, no fueron dirigidas a “educar” al actual administrador del imperio, sino a construir un sentido común entre los pueblos de Nuestra América y avanzar más allá de una visión de aldeanos, para pensarnos como Patria Grande, asumiendo las luchas pasadas y presentes de cada uno como luchas de todo el continente.

 

Por ello, la declaración de la Cumbre de los Pueblos recoge el espíritu de comunidad que actualmente impregna el Sur Global, al hacer en voz unisona la denuncia de los conflictos que viven países como Iraq, Afganistán, Somalia, Palestina, Mali, República Centroafricana, Siria, Ucrania, Nigeria, Pakistán, Congo, Mauritania, Libia, y Yemen, (conflictos en los Estados Unidos tiene injerencia directa); pero fundamentalmente busca conformar un sentido común desde las luchas actuales de Latinoamérica y el Caribe: la colonización de Puerto Rico y la necesidad de liberar a Oscar López Rivera, la salida al mar para Bolivia, la desmilitarización de las Malvinas (y de toda la región), el cese a la ocupación de Haití, el proceso de diálogo en Colombia, el cese del bloqueo contra Cuba, la denuncia del decreto ejecutivo contra Venezuela, la desaparición de los estudiantes en Ayotzinapa (México), y muchas otras aquí no reflejadas, son situaciones que para nada tiene que ver con algo local, sino que incumben a todos los países del continente si hemos de pensarnos como una Patria Grande. Esto es fundamental para lograr la verdadera unidad, negociar como bloque ante el imperialismo, avanzar en la construcción de nuevos espacios alternativos para la vida de nuestros pueblos y alcanzar nuestra independencia definitiva.

 

No es casual, entonces, que en la apertura de la Cumbre de las Américas, el secretario de la OEA, José Miguel Insulza, intentara hacer una sinonimia discursiva entre monroismo y bolivarianismo que, al parecer, pasó desapercibida. En el comienzo de su discurso, afirmó: “Le agradezco sobre todo, Presidente Juan Carlos Varela, por haber sido quien, como lo hizo hace casi dos siglos el Libertador Simón Bolívar, dio el paso definitivo para que todos estemos aquí. Por eso, esta cumbre de Panamá, sede del congreso Anfictiónico, tiene un contenido tan especial”. Con estas palabras, Insulza pretendió asimilar la propuesta de Unión Bolivariana, cuyo antecedente histórico se ubica en el Congreso Anfictiónico de Panamá -que fue saboteado por Estados Unidos-, con las conferencias panamericanas impulsadas por este último país bajo la visión colonialista del moroísmo. Estas dieron como resultado la fundación de la OEA en 1948, organización desde la cual se promoverán las Cumbres de las Américas a partir de 1994. No podemos confundir uno y otro proyecto. El monroísmo es igual a colonización y dominación, el Bolivarianismo es unión soberana para la liberación. Esta diferencia es fundamental y no hay que dejar que la memoria histórica que nos alimenta sea tergiversada y utilizada para los fines de dominación, puesto que la historia, la memoria de lo qué hemos sido y de dónde venimos, es el horizonte que permite encontrarnos como unidad en la diversidad, único suelo que posibilita crear el sentido político común necesario para avanzar hacia la unidad continental.

 

Precisamente, luego de su balance histórico, el Presidente Correa señaló: “La OEA ha sido históricamente capturada por intereses y visiones de América del norte, y sus sesgos y atavismos acumulados la vuelven ineficiente y poco confiable para los nuevos tiempos que viven Latinoamérica y el Caribe”, y se atrevió a proponer en el mejor espíritu bolivariano y martiano “La CELAC debe ser el foro para las discusiones latinoamericanas y caribeñas, y la OEA debe convertirse en el foro que, como bloque, CELAC y América del Norte procesen sus coincidencias y conflictos”. Este es el camino hacia donde debe continuar el andar de Nuestra América para trascender definitivamente lo que en ella quede de aldeano y lograr la Unidad de la Patria Grande.

 

Notas:

[1] Para una visión panorámica y mínima de las intervenciones de Estados Unidos en Nuestra América, véase la cronología presentada en Humanidad en Red n° 4, pp. 41-50. Disponible en: Humanidad en Red

https://www.alainet.org/es/articulo/168955?language=es
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