Günter Grass

20/04/2015
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La vida Es cuento largo. Los dibujos y la escultura refugio para el alma. La cebolla metáfora para expiar la culpa de un pasado nazi. Así les toca a los alemanes que vivieron su adolescencia en la época del Fhürer. Uno a uno ha pasado al patíbulo. Unos han preferido negarlo. Otros acusan al engaño. Otros hablan de los malos pasajes que deja la inocencia.

 

Grass lo dijo sin reserva: fue un miembro activo de las juventudes hitlerianas. Llevó el fusil al hombro. Boina, botas altas y uniforme verde olivo. No lo hizo por error. Lo hizo por convicción. La historia no podría ser de otra manera. Alemania estaba predestinada. No tenían opción los judíos. Los alemanes tampoco. Su pasado es tanto innegable como inadmisible. Pero es el pasado. No el que uno escoge sino el que se debe vivir. El miedo le partió los huesos y solo la literatura hizo posible el milagro de mirar su vida con el retrovisor de la transparencia. Exponiendo el merecido Nobel de literatura que obtuvo en 1999.

 

La guerra, el hambre, los rusos y la muerte rozaron su nariz. El frío congeló el aliento y solo el humo del cigarrillo retornó el calor. Desde ahí hasta el último día de su muerte siempre llevaría un tabaco entre sus dientes. Peló la cebolla. Cada capa afuera, en medio de las lágrimas, lo hacía más honesto. Más vivo. Más humano. Su deber era decir la verdad. Por vanidad o por culpa. La verdad a rajatabla. Y así lo hizo. Paso a paso. De frente a sí mismo. Y los lectores expectantes, aterrados o agradecidos. Grass de frente al mundo a través del arte, de la pintura y de la música. A través de golpes de tambor. De Tambor de hojalata o de El rodaballo. A través de sí mismo y de lo que mejor supo hacer: confundir su historia más personal en los retratos del siglo XX. Desde El perro y el gato hasta Encuentro en Telgte.

 

Pelando la cebolla, su obra autobiográfica es una puesta en escena de sí mismo. De su familia, de la pobreza, de la esperanza alemana en el nazismo, del desaliento que produjo tirar la cultura por la borda, perder la guerra, del arte como proceso de redención, de la literatura como el acto más humano posible. Grass fue más que un nazi. Fue un testigo de su época. Un artista. Un redactor del siglo XX. Un Nobel de literatura. Capaz de acumular en Mi siglo 100 relatos políticos, poéticos, caricaturescos, ficticios en los que retrata su vida como artista. Cada obra es una pieza vital. En ella aparece la vida del niño pobre que padeció el hambre física. La soledad del adolescente feo y torpe enfrentado al hambre sexual.

 

La obsesión por superar el hambre artística. Capaz de reinventarse para parecerse más a sí mismo. Capaz de pelar de cebolla para decir que fue lo que quiso ser. Para pedir perdón por los errores y exigir que se le juzgue como escritor y no como conciencia moral de una nación. Para irse sin deudas y abandonar sorpresivamente Lübeck al primer aviso de la primavera.

 

18 de abril 18 de 2015

 

John Fernando Restrepo Tamayo

Politólogo y profesor de Teoría constitucional

Jfrestr1@gmail.com

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/169075
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