Cuba: Verdad y dignidad contra la infamia
- Opinión
En el año 2002, cuando la Casa Blanca recién empezaba esa locura bélica que, con acierto, Ramón Grosfoguel definió como “la guerra terrorista contra el terrorismo”, una cruzada seudojustificada por George W. Bush con los peores argumentos del conservadurismo político, el fundamentalismo religioso, y la supuesta predestinación de los Estados Unidos para imponer su manera de entender la democracia en todos los confines, el entonces subsecretario de Estado norteamericano, John Bolton, acusó a Cuba fabricar armas biológicas en sus centros de investigación médica, siendo así la más cercana amenaza a la seguridad nacional de la potencia paranoica. Nunca, en más de cuatro décadas de agresiones imperiales contra la Revolución Cubana, un gobierno se había atrevido a formular tales acusaciones. Pero los halcones lo hicieron.
Equiparando a Cuba con Libia, Siria, Irak o Corea del Norte, el eje del mal que el mesiánico Bush y sus consejeros perfilaban como los nuevos enemigos globales, contra los que se podía aplicar cualquier acción bélica sin reparar en las normas elementales del derecho internacional, Bolton no dudó en proferir su amenaza: “La Habana ha provisto por mucho tiempo un paraíso para terroristas”, argumentó el funcionario; “pueden esperar convertirse en nuestros blancos”.
Otto Reich, por entonces subsecretario de Estado para el hemisferio occidental, y responsable de numerosas operaciones de guerra sucia en Centroamérica durante los años del conflicto armado, también advertía por aquellos días que el gobierno estadounidense estaba dispuesto a llevar la democracia a la isla y “ayudar a los cubanos a lograr ese sueño universal de ser libres”, como ya lo hacían con la invasión de Afganistán y como se disponían a hacerlo en Irak al amparo de una espuria coalición internacional. Y Colin Powell, el secretario de Estado que mintió cínicamente ante la Asamblea de Naciones Unidas sobre las armas de destrucción masiva en Irak, lanzaba su dictum: “Cuba no puede permanecer siendo por siempre el único freno en la marcha del hemisferio hacia la democracia y los mercados libres”. No faltaron voces desnaturalizadas de la derecha apátrida, en Miami, Madrid y en muchas capitales latinoamericanas, que incluso deslizaron la idea de que era necesario que Estados Unidos interviniera militarmente en la isla.
Eran tiempos oscuros para la razón, la justicia y la humanidad. Desde Sancti Spíritus, en el centro de Cuba, Fidel Castro levantaba las banderas cubanas de la verdad y la dignidad, y respondía a las acusaciones y mentiras que se divulgaban a la opinión pública estadounidense: “Duele profundamente que a ese pueblo, de esencia noble, se le trate de engañar con la diabólica invención de que en los laboratorios donde nuestros abnegados científicos descubren, producen y desarrollan vacunas, medicinas y tratamientos terapéuticos... se desarrollan programas de investigación y producción de armas biológicas”.
Trece años después de aquel vergonzoso episodio de la infamia imperial, parece que los esquemas políticos y mentales impuestos por la lógica criminal del bloqueo empiezan quebrarse; y aunque el odio a la Revolución Cubana, a su proceso de construcción del socialismo –con aciertos y errores-, y al poderoso ejemplo de su internacionalismo, de su solidaridad y del humanismo de sus acciones, especialmente las médicas y educativas, todavía campea en Washington, se van dando pasos esperanzadores con miras a restablecer las relaciones entre ambos países: esta semana conocimos la noticia de que una representación política, médica y comercial del estado de Nueva York, en misión oficial, alcanzó un acuerdo entre Centro de Inmunología Molecular (CIM) de Cuba y el Instituto Roswell Park contra el Cáncer, que permitirá “exportar a Estados Unidos una vacuna terapéutica contra el cáncer de pulmón desarrollada en la isla”, creada en el 2011, con patente cubana a nivel mundial, que ya se encuentra registrada en Perú y en trámites de inscripción en países como Brasil, Argentina y Colombia.
Como latinoamericanistas, vibramos con el discurso del presidente Raúl Castro en la reciente Cumbre de las Américas, celebrada en Panamá, especialmente en aquel pasaje en que recordó el enorme desafío al que se enfrentó la revolución: “Cuando estábamos acorralados, arrinconados y hostigados hasta el infinito, solo había una alternativa: rendirse o luchar. Ustedes saben cuál fue la que escogimos con el apoyo de nuestro pueblo”. Porque Cuba luchó, porque no se rindió ante el imperialismo, aquellos científicos y médicos que hace poco más de una década fueron difamados al vincularlos con el terrorismo, hoy son los responsables de que el pueblo estadounidense tenga a su disposición una vacuna que puede prolongar la vida de miles de pacientes de cáncer, en lo que representa una contribución invaluable a la búsqueda de soluciones a los grandes prEn el año 2002, cuando la Casa Blanca recién empezaba esa locura bélica que, con acierto, Ramón Grosfoguel definió como “la guerra terrorista contra el terrorismo”, una cruzada seudojustificada por George W. Bush con los peores argumentos del conservadurismo político, el fundamentalismo religioso, y la supuesta predestinación de los Estados Unidos para imponer su manera de entender la democracia en todos los confines, el entonces subsecretario de Estado norteamericano, John Bolton, acusó a Cuba fabricar armas biológicas en sus centros de investigación médica, siendo así la más cercana amenaza a la seguridad nacional de la potencia paranoica. Nunca, en más de cuatro décadas de agresiones imperiales contra la Revolución Cubana, un gobierno se había atrevido a formular tales acusaciones. Pero los halcones lo hicieron.
Equiparando a Cuba con Libia, Siria, Irak o Corea del Norte, el eje del mal que el mesiánico Bush y sus consejeros perfilaban como los nuevos enemigos globales, contra los que se podía aplicar cualquier acción bélica sin reparar en las normas elementales del derecho internacional, Bolton no dudó en proferir su amenaza: “La Habana ha provisto por mucho tiempo un paraíso para terroristas”, argumentó el funcionario; “pueden esperar convertirse en nuestros blancos”.
Otto Reich, por entonces subsecretario de Estado para el hemisferio occidental, y responsable de numerosas operaciones de guerra sucia en Centroamérica durante los años del conflicto armado, también advertía por aquellos días que el gobierno estadounidense estaba dispuesto a llevar la democracia a la isla y “ayudar a los cubanos a lograr ese sueño universal de ser libres”, como ya lo hacían con la invasión de Afganistán y como se disponían a hacerlo en Irak al amparo de una espuria coalición internacional. Y Colin Powell, el secretario de Estado que mintió cínicamente ante la Asamblea de Naciones Unidas sobre las armas de destrucción masiva en Irak, lanzaba su dictum: “Cuba no puede permanecer siendo por siempre el único freno en la marcha del hemisferio hacia la democracia y los mercados libres”. No faltaron voces desnaturalizadas de la derecha apátrida, en Miami, Madrid y en muchas capitales latinoamericanas, que incluso deslizaron la idea de que era necesario que Estados Unidos interviniera militarmente en la isla.
Eran tiempos oscuros para la razón, la justicia y la humanidad. Desde Sancti Spíritus, en el centro de Cuba, Fidel Castro levantaba las banderas cubanas de la verdad y la dignidad, y respondía a las acusaciones y mentiras que se divulgaban a la opinión pública estadounidense: “Duele profundamente que a ese pueblo, de esencia noble, se le trate de engañar con la diabólica invención de que en los laboratorios donde nuestros abnegados científicos descubren, producen y desarrollan vacunas, medicinas y tratamientos terapéuticos... se desarrollan programas de investigación y producción de armas biológicas”.
Trece años después de aquel vergonzoso episodio de la infamia imperial, parece que los esquemas políticos y mentales impuestos por la lógica criminal del bloqueo empiezan quebrarse; y aunque el odio a la Revolución Cubana, a su proceso de construcción del socialismo –con aciertos y errores-, y al poderoso ejemplo de su internacionalismo, de su solidaridad y del humanismo de sus acciones, especialmente las médicas y educativas, todavía campea en Washington, se van dando pasos esperanzadores con miras a restablecer las relaciones entre ambos países: esta semana conocimos la noticia de que una representación política, médica y comercial del estado de Nueva York, en misión oficial, alcanzó un acuerdo entre Centro de Inmunología Molecular (CIM) de Cuba y el Instituto Roswell Park contra el Cáncer, que permitirá “exportar a Estados Unidos una vacuna terapéutica contra el cáncer de pulmón desarrollada en la isla”, creada en el 2011, con patente cubana a nivel mundial, que ya se encuentra registrada en Perú y en trámites de inscripción en países como Brasil, Argentina y Colombia.
Como latinoamericanistas, vibramos con el discurso del presidente Raúl Castro en la reciente Cumbre de las Américas, celebrada en Panamá, especialmente en aquel pasaje en que recordó el enorme desafío al que se enfrentó la revolución: “Cuando estábamos acorralados, arrinconados y hostigados hasta el infinito, solo había una alternativa: rendirse o luchar. Ustedes saben cuál fue la que escogimos con el apoyo de nuestro pueblo”. Porque Cuba luchó, porque no se rindió ante el imperialismo, aquellos científicos y médicos que hace poco más de una década fueron difamados al vincularlos con el terrorismo, hoy son los responsables de que el pueblo estadounidense tenga a su disposición una vacuna que puede prolongar la vida de miles de pacientes de cáncer, en lo que representa una contribución invaluable a la búsqueda de soluciones a los grandes prEn el año 2002, cuando la Casa Blanca recién empezaba esa locura bélica que, con acierto, Ramón Grosfoguel definió como “la guerra terrorista contra el terrorismo”, una cruzada seudojustificada por George W. Bush con los peores argumentos del conservadurismo político, el fundamentalismo religioso, y la supuesta predestinación de los Estados Unidos para imponer su manera de entender la democracia en todos los confines, el entonces subsecretario de Estado norteamericano, John Bolton, acusó a Cuba fabricar armas biológicas en sus centros de investigación médica, siendo así la más cercana amenaza a la seguridad nacional de la potencia paranoica. Nunca, en más de cuatro décadas de agresiones imperiales contra la Revolución Cubana, un gobierno se había atrevido a formular tales acusaciones. Pero los halcones lo hicieron.
!!br0ken!!oblemas de salud de la civilización contemporánea.
El tiempo se encargó de revelar las imposturas y la historia, una vez más, emitió su veredicto absolutorio.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
URL: http://connuestraamerica.blogspot.com/2015/04/cuba-verdad-y-dignidad-contra-la-infamia.html
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