La economía de Costa Rica en el atascadero

28/05/2015
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Los diversos indicadores sobre empleo en Costa Rica, experimentan en 2009 un brusco deterioro. Lo cual no resulta extraño, tan solo con que recordemos que fue el año en que impactó de lleno la crisis económica mundial. La recuperación registrada en los años siguientes fue apenas parcial. Si se evalúa con base en el ritmo de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), el trienio 2010-2012 fue simplemente mediocre. Pero lo fue mucho más desde el punto de vista del empleo: éste simplemente no mostró mejoría. Desde 2013 el crecimiento económico se debilitó significativamente, mientras el empleo sigue un curso de paulatino deterioro el cual se visibiliza no tanto en los índices de desempleo abierto –que de todas maneras son deprimentes- cuanto más bien en los de subempleo e informalidad laboral. Con más de 230 mil personas desempleadas, unas 265 mil subempleadas y 929 mil en empleos informales, el panorama que observamos hoy es realmente desastroso.

 

Entretanto, el empresariado costarricense se queja de “altos costos”. Dicen que la electricidad es cara (lo cual es básicamente falso); que los salarios son altos (la enorme mayoría de las personas asalariadas seguramente no estarán de acuerdo); que las mal llamadas “cargas sociales” son onerosas (y, sin embargo, ello les provee de una mano de obra saludable, educada y más productiva); que los trámites son excesivos (cierto, aunque difícilmente tiene la importancia que se le atribuye); que la infraestructura es defectuosa (innegable, solo que al propio empresariado le caben en esto responsabilidades sustanciales). Y, por supuesto, se niegan a pagar más impuestos no obstante que, relativamente hablando, la carga tributaria en Costa Rica cae principalmente sobre grupos medios y populares.

 

Hace apenas pocos años esas quejas no se escuchaban, mucho menos durante aquel bienio 2006-2007 de especulativo e insostenible auge económico, no obstante que por esos días los índices de inflación era mucho más elevados (por un múltiplo de seis o siete) de lo que son hoy día. En aquellos alegres días los empresarios andaban muy sonrientes, libre de preocupaciones sobre salarios, trámites, precios de la electricidad o “cargas” sociales.

 

Ahora, en cambio, se sienten agobiados por los “altos costos”. Admitámoslo: ello no carece de sentido; es seguramente cierto que una parte considerable de la planta empresarial costarricense –incluso empresas grandes- está experimentando una situación de pérdida de competitividad. Para mejor entender esto, recordemos que en el contexto del sistema capitalista en que vivimos, el concepto de “competitividad” es relativo: una empresa es más o menos competitiva respecto de otras empresas similares. Cuando algunos empresarios costarricenses se quejan de “costos altos”, en realidad están diciendo que su competitividad, es decir, su posición relativa frente a empresas competidoras, se ha debilitado.

 

Ciertamente influye el problema de la infraestructura –en especial la vial- y probablemente también el exceso de trámites, aunque seguramente se exagera su incidencia. Pero si hoy se percibe que incluso la mano de obra es “cara”, siendo que, en todo caso, sigue siendo más productiva (es decir, capaz de producir más en un día de trabajo) que la de cualquier otro país centroamericano, es porque está incidiendo otro factor que distorsiona la cuantificación de los costos. Es el tipo de cambio, cuyo nivel actual es artificial en un sentido fundamental: no refleja apropiadamente los niveles de productividad relativa de la economía costarricense vis-a-vis los de los países con los que se comercia y aquellos con los que se compite en el comercio internacional. De ahí las angustias de tantas empresas turísticas pequeñas y medianas y el manifiesto decaimiento de las exportaciones, el cual no puede ser explicado por el retiro de Intel puesto que impacta asimismo en muchos otros sectores. Pero también salen perjudicadas actividades cuya producción se orienta al mercado interno, cuando les toca competir con productos importados.

 

El valor actual del tipo de cambio trastoca el cálculo de los costos relativos: las empresas costarricenses vinculadas a las exportaciones, el turismo o que compiten con importaciones, chocan con la amarga realidad de que los precios que ofrecen sus competidores ponen en tensión sus posibilidades de rentabilización. Ese agudizado estrés competitivo provoca que el humor empresarial se vuelva penumbroso y hasta fatalista. Y, sin embargo, es posible que en la mayoría de los casos, se opte por un diagnóstico que queda enredado en los síntomas y pierde de vista los factores subyacentes principales. Así por ejemplo, no se percibe que cuando hablan de “salarios altos” están haciendo comparaciones tomando como referencia un tipo de cambio irreal. Y, sin embargo, es probable que ello lleve a las empresas –al menos las de cierto tamaño- a optar por inversiones que promueven la automatización, por lo tanto la destrucción de puestos laborales, lo que no hace sino agravar la situación del empleo.

 

Hay además un serio problema con las elevadas tasas de interés, las cuales exceden de la inflación en 12 o más puntos porcentuales. Ahí se hacen manifiestos el juego rentístico de la banca, la rígida ortodoxia del Banco Central y la laxitud de los organismos reguladores del sistema financiero, que permanecen impasibles frente a los abusos cometidos por los bancos.

 

Es importante tener esto claro para no caer en la vulgar trampa ideológica asociada al argumento de que las expectativas empresariales son negativas a causa del elevado déficit fiscal. Sin duda esta idea nace de la “teoría de las expectativas racionales”, la cual atribuye a las “agentes económicos racionales” la capacidad de anticipar con precisión los presuntos efectos futuros asociados al déficit fiscal. Se trata de una teoría desacredita y comprobadamente falaz; incoherente, irreal e irrelevante. A lo sumo el déficit fiscal introduce un plus en la demanda global de la economía, lo cual muy probablemente tiene un efecto positivo, puesto que seguramente ha impedido que caigamos en índices negativos de crecimiento. Por lo demás, el común de los empresarios perciben el problema del déficit fiscal más o menos como lo hace el común de la gente: se sabe de su existencia pero nadie tiene muy claro qué consecuencias pueda tener.

 

La economía costarricense está efectivamente atascada, lo cual tiene dolorosas consecuencias sobre el empleo y la pobreza. Los factores subyacentes son complejos y posiblemente advierten acerca del agotamiento de la estrategia neoliberal, lo cual necesariamente obliga a replanteamientos profundos con implicaciones de mediano y largo plazo. A corto plazo, ámbitos en los que es urgente incidir son: el tipo de cambio, el irresponsable juego rentístico de la banca y el nivel de las tasas de interés.

 

24 de mayo de 2015

 

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https://www.alainet.org/es/articulo/169947?language=en
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