Algo sobre lo bello

01/06/2015
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Tres dilectos amigos míos, pensadores ellos y de los buenos,: el español Javier Ruiz Portella, director del periódico El Manifiesto; el portugués Duarte Branquihno, director de O Diabo y el francés Alain de Benoist, director de las revistas Krisis y Élements, se reunieron en París en la realización de un coloquio para hablar “contra la fealdad y por la belleza”.

 

¡Qué extraordinario!, ¡Qué fuera de lo común! Cosas como esta llenan de entusiasmo y alimentan el espíritu. Nos sacan del derrotismo natural a que nos lleva nuestra sociedad de consumo y nos insuflan fuerzas para seguir en esta lucha desigual contra la vulgaridad, la chatura, lo soez, la estulticia, la fealdad, el mal gusto y las mil agresiones que sufrimos a diario tanto desde los mass media como desde las carteleras y vidrieras callejeras.

 

Desde hace veinticinco siglos y atribuida a Platón se viene repitiendo en la tradición filosófica de Occidente que la belleza es el esplendor de la verdad (splendor veri). Esta frase encierra dos términos splendor y veritas. El esplendor no es un resplandor difuso sino un fulgor de luz que emana de la cosa bella y la verdad es lo que brilla. La obra de arte es entonces aquello a través del cual brilla la verdad. Y para los griegos la verdad, alétheia que significa desocultamiento, develar, correr el velo que cubre la esencia de las cosas. Y es este des-ocultar que produce la obra de arte el que le hace afirmar a Heidegger: “En la obra de arte se ha puesto en operación la verdad del ente. La obra de arte abre a su modo el ser del ente” (1).

 

Pero ¿cómo es, cómo se produce este enraizamiento de la obra de arte con la verdad? Esta es la cuestión del millón, y acá, cada maestro con su librito.

 

En nuestra opinión, la obra de arte expresa la verdad en forma simbólica, esto quiere decir que remite a algo que está más allá de lo que presenta. La obra de arte re-presenta algo, presenta de otra manera las cosas tal como se dan a la mirada vulgar, la trasciende. Incluso el arte no figurativo, no representativo a pesar de la intención de sus cultores también representa. Al menos intenta ser la representación de la no representación. Y dado que el arte como todo símbolo es un signo arbitrario, (cada pintor pinta lo mismo pero distinto) que se distingue de la señal que es un signo natural, vgr. la nube es señal de lluvia. Y como la captación del símbolo sólo es posible por analogía, de igual forma, el acceso a la obra de arte se realiza por el mismo medio, de modo indirecto.

 

Debido a su carácter simbólico es que la obra de arte vincula lo singular con lo universal, lo contingente con lo necesario. Es en la conocida definición de Hegel “expresión sensible de la Idea”, presenta en lo sensible lo suprasensible.  

 

Entonces, en la obra de arte no se trata de la reproducción de los entes singulares existentes, sino al contrario de la representación de la esencia general de las cosas” nos viene a decir, a su vez, Heidegger. (2)

 

 Y en la tarea de comprender la obra de arte como símbolo, en su decodificación interviene la hermenéutica, la ciencia de la interpretación, donde se destaca el agudo filósofo mejicano Mauricio Boicot: “Si la hermenéutica ha tenido como labor acercar y casi conjuntar la comprensión y la explicación aplicada a las obras del arte, hace que ellas nos den una comprensión (un sentido) pero también una explicación (una referencia). Ponen ante nuestro intelecto algo que nos da un sentido y una referencia a ciertos aspectos humanos que son universales” (3).

 

Así cuando ante la obra de arte que por bella place a los sentidos, sobre todo la vista y el oído, podremos gozarnos comprendiéndola sin perder la referencia, llegamos a la representación plena, al unir en un solo acto comprensión y explicación.

 

Existe además de acceso intelectual a la obra de arte, una aproximación emocional que se ubica en el observador. El splendor, se aprecia sobre todo en las grandes obras de arte, que se traduce en conmoción del observador. La obra de arte lo saca a uno de la trivialidad, de la cotidianeidad, nos transporta otro mundo, más trascendente o más profundo. Esto lo llamó Aristóteles catharsis. Claro está, que él le dio una connotación moral como expurgación de las pasiones. Pero el hecho cierto es que una obra de arte se valora por su mayor o menor conmoción. Pensemos en los efectos de la Antígona de Sófocles que muere en desafío al poder político por ser fiel a la ley divina y a la piedad fraterna. O cómo nos conmueve una sinfonía, un cuadro, una escultura, un film, una danza bien bailada y las cientos de expresiones estéticas cuando están acabadas, cuando son bellas.

 

La misma idea misma de mundo se define en primer lugar por lo bello, pues tanto mundus como cosmos significan eso. De ahí todavía hoy hablamos de cosmética o arte de hacer bellas a las mujeres o de inmundo como lo sucio y feo.

 

Y, ¿cuándo el mundo nos muestra su belleza? Lo hace en lo bello grande, que caracterizamos como lo sublime: una puesta de sol, una cumbre nevada, una catarata, el mar “como un vasto cristal azogado”, la pampa, “ese vértigo horizontal”, del que nos habla Drieu la Rochelle.

 

Pero Platón no solo se limitaba a la vinculación trascendental, esto es, más allá de toda categoría entre la belleza y la verdad sino que también incorporaba lo bueno con su idea de kalokagathia, esto es la sumatoria de kalós (lo bello) y agathós (lo bueno). Y así lo expresa en el Filebo: “la potencia del bien se nos ha refugiado en la naturaleza de lo bello”.

 

Todo esto nos lleva a los abismos más insondables de la metafísica pues caemos en el tratamiento del los trascendentales del ente o los horizontes del ser de que nos habla hoy Eugen Fink, ese gran colaborador de Heidegger. Así a los cuatro horizontes clásicos del ser que dominan la filosofía antigua, medieval, moderna y, en algunos casos contemporánea, on, ens, ente- en, unum, uno- agathón-bonum-bueno y alethés-verum-verdadero, debemos agregar en nuestro tiempo el kalós-pulchrum-bello.

 

La idea es que llegado el ser a la plenitud de su realización, tanto en los entes como en las acciones, todos ellos se convierten entre sí

 

Bueno, pero esto ya es tema para un tratado. 

 

Notas

 

1.- Heidegger, M.: Arte y poesía, México, FCE, 1978, p.68.-

2.- Heidegger, M. Op.cit, p.64.-

3.- Beuchot, M.: Estética y hermenéutica analógica, en Logos N°88, México, enero-abril, 2002.

 

Alberto Buela

buela.alberto@gmail.com

www.disenso.info

https://www.alainet.org/es/articulo/170011
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