El gobierno de Cuba salva la vida de Reagan
- Opinión
Recientemente la emisora Radio Miami me entrevistó sobre este asunto. Pude recibir la grabación y traté de enviarla a todos los receptores de EL HERALDO, pero problemas técnicos impidieron que el fichero de voz llegara a ustedes.
El compañero Pedro Pablo Gómez, uno de los principales colaboradores de EL HERALDO me planteó la necesidad de hacer algo para que ustedes tuvieran la entrevista.
Entonces decidí copiar y enviarles el Capítulo 8 de mi libro DIPLOMACIA SIN SOMBRA, que describe con todos los detalles, muchos más que en la entrevista, todo lo sucedido.
Esto coincide con el 6 de junio, Aniversario del MININT, por lo que a la vez quisiera publicarlo como homenaje a la institución que ha sido la salvaguarda en el trabajo contra los enemigos, que en unión de la CIA y otros servicios estadounidenses, tratan de acabar con nuestra Revolución.
La máxima dirección de la Revolución Cubana, guiándose una vez más por sus principios, decidió hacer llegar al gobierno de Estados Unidos todos los detalles sobre el atentado que había preparado un grupo perteneciente a la ultraderecha de dicho país, para asesinar al presidente Reagan.
Nada se pidió a cambio y nada nos dieron, solamente una frase de agradecimiento, que en definitiva no marcó cambio alguno en la política hacia Cuba. Lo realmente importante, es que nuevamente Cuba mostró, en este caso a su enemigo principal, los valores de nuestra Revolución.
8.- El atentado a Reagan
Era una mañana del verano de 1984, un sábado realmente caluroso, como casi todos los días del verano en New York. Desde la ventana de mi apartamento, en el piso 34 del 1623 de la Tercera Avenida, se podía divisar el río del Este, tranquilo, el agua prácticamente no tenía movimiento; por ser sábado y cerca de las nueve de la mañana, realmente había poco trafico circulando por el Franklyn Delano Roosevelt Expressway, el FDR, como todos le decían para ahorrarse palabras.
Esta mañana tenía pensado levantarme un poco tarde, pues la noche anterior habíamos tenido un “domino party”, en mi casa, con un grupo de compañeros de la Misión, uno de los entretenimientos más frecuentes entre los que nos encontrábamos en aquellas tierras inhóspitas. Todavía no había desayunado cuando el clavista de la Misión me llamó por teléfono, a las ocho de la mañana, para decirme que debía pasar por la oficina, pues “tenía catarro y necesitaba que le llevara unas aspirinas”. Esa era la contraseña establecida entre nosotros, para cuando llegaba un mensaje, de tal urgencia, que debía verlo de inmediato.
Como es natural, trate de cerciorarme que “el catarro” mereciera la pena, pues como casi todos los días del año, iría a la Misión para ver los cables que habían llegado, enviar otros y revisar como se encontraba el trabajo, sin embargo un sábado o un domingo era lógico que no estuviera allí a las ocho de la mañana. Cuando le pregunte al “clavo” si se sentía muy mal, empezó a toser y me dijo que se había puesto el termómetro hacia poco tiempo y tenía 40 de fiebre, por lo que no dude un segundo más y salí para la Misión en cuanto termine de vestirme, sin esperar el café que Sarah, mi esposa, estaba preparando.
Esta mañana el recorrido hasta la Misión me llevó mucho menos tiempo que el normal. Evidentemente, el “catarro” del “clavo” y el poco tráfico de un sábado, en horas tempranas, ayudó a que en menos de veinte minutos pudiera estar entrando por la puerta del edificio. Cuando el elevador se abrió en el piso donde estaba mi oficina, allí estaba el “clavo” esperándome, el que sin pronunciar palabra entró detrás de mí en la local y ya dentro de este me dijo: “Oiga jefe, esto trae candela. Yo voy para mi oficina y espero cualquier orden suya”.
Recibí el cable, que tenía dos páginas, cuando comencé a leerlo me di cuenta que Dominguito, el “clavo” estaba en lo cierto, el cable traía candela. En dicho cable se trasladaba una información, recibida en La Habana, sobre el atentado que le harían al Presidente Ronald Reagan el martes siguiente, cuando como parte de la campaña para reelegirse en el cargo, visitara North Carolina.
La información estaba completa. Ofrecía nombres de los implicados en el plan; día, hora y lugar donde sería el atentado; tipo de armamento que poseían los terroristas y dónde guardaban las armas. Además de todo eso, el centro de reunión de los elementos que estaban planificando la acción y un breve relato de lo que habían conversado en la última reunión. En el propio cable se me ordenaba, que sin perder tiempo alguno, trasladara esa información al gobierno de Estados Unidos.
De inmediato pensé que la vía más rápida era por medio de Robert Muller, Jefe de Seguridad de la Misión de Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Con Muller tenía contactos eventuales para analizar distintas situaciones entre la Misión de Cuba y la de ellos como País Huésped. Muller era un funcionario de experiencia, serio, profesional. Por su forma de actuar y hablar era evidente que tenía contacto o pertenecía a los órganos de seguridad estadounidenses. Nadie mejor que él para trasladarle aquella información y la hiciera llegar cuanto antes a los niveles correspondientes.
Cuando me comuniqué por teléfono con la Misión de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, como es natural, por el día y la hora en que estaba llamando, me contestó el funcionario de guardia. Me identifique con éste, quién no pudo ocultar la sorpresa porque un funcionario de la Misión de Cuba estuviera tratando de localizar urgentemente a Muller, el Jefe de Seguridad y especialmente un sábado por la mañana.
El funcionario no quería localizar a Muller si yo no le explicaba cuál era la urgencia; además, dijo que bajo ninguna circunstancia me daría su teléfono particular. Yo trate de convencerlo, primero de que no podía decirle a él, por teléfono, cuál era el motivo de la urgencia en localizarlo, le esgrimí varios argumentos para que me comunicara con Muller, sin tener éxito. Entonces se me ocurrió utilizar la lógica. Le pedí que razonara un poco y le dije: “Mire, ¿Usted considera que si no fuera algo urgente de verdad, un miembro de la Misión de Cuba estaría localizando a Muller un sábado a las nueve de la mañana?
Al parecer, esto lo hizo pensar y unos segundos después, me pidió le diera el número de teléfono donde me encontraba, pues llamaría a Muller a su casa y le daría el recado, pero no podía asegurar que Muller me llamara. Yo le conteste eso era suficiente, por lo que le di el número del teléfono y me senté a esperar si Muller me llamaba o no. Mientras tanto, ya estaba pensando en localizar a Bernard Johnson, Oficial de Seguridad del Departamento de Estado, con el inconveniente que Johnson residía en Washington y para localizarlo tendría que volver a utilizar mis dotes de persuasión, esta vez con el funcionario de guardia en el Departamento de Estado, además, si al final podía localizarlo, este se tardaría al menos cuatro horas en reunirse conmigo en New York. También pensé en localizar a Larry Wacks, del FBI, pero con el mismo procedimiento, pues solamente tenía los teléfonos de las oficinas de ambos.
Estaba preparando la versión del cable que llevaría al encuentro, cuando sonó el teléfono; era Muller respondiendo la llamada. Después de los habituales saludos, le dije que necesitaba verlo lo antes posible, pues tenía que comunicarle algo de suma importancia. Muller se mantuvo en silencio por algunos segundos y me dijo: “Néstor, hoy es sábado por la mañana, mi hijo, que es pitcher, abrirá un juego a la nueve y media, un juego de la Liga Infantil, de ninguna forma puedo dejar de estar en ese juego”.
“Bob”, le dije “comprendo la trascendencia que eso tiene para ti y para tu hijo, pero te aseguro que lo que debo trasladarte es muy importante, te pido que vengas a verme. Esto no es de la Liga Infantil, es de las Grandes Ligas”.
Ante la insistencia, Muller siguió explicando. – “Yo vivo al sur de Satén Island, para ir a verte debo atravesar toda la isla, tomar el ferry, llegar al lugar que acordemos; aproximadamente una hora de camino. ¿Tú crees que vale la pena manejar todo ese tiempo y perderme el juego de mi hijo?
“Yo creo que vale la pena, Bob”, le conteste.-“Podemos vernos en el Pub Irlandés que está en la equina de Calle 37 y Tercera Avenida, a dos cuadras de la Misión cubana. Por lo que me dices, pudiéramos vernos allí a las diez y media”. “Okay Néstor”, respondió, “tu ganas, procura que valga la pena” (It better be good).
A las diez y cuarto estaba Muller entrando por la puerta del Pub. Venía vestido con unos zapatos tenis, un pantalón de mezclilla, un pulóver blanco y lo que no podía faltar, una gorra de pelotero. Realmente yo estaba vestido por el estilo, sin la gorra de pelotero, por lo que todo parecía un encuentro entre dos amigos que se habían citado en el lugar para tomarse unas cervezas.
Nos dimos la mano, lo invité a sentarse y le entregue un block de hojas y un bolígrafo; le dije que como venía de su casa, pensé que no traería donde escribir y seguramente, cuando le trasladara la información, necesitaría escribirla para no perder detalle de la misma. Cuando ya estaba preparado para escribir le dije, “Escribe primero el titulo; Atentado contra la vida del Presidente Reagan.”
Muller no escribió, levanto la vista y me miro a los ojos, yo le repetí, un poco más despacio, “Atentado contra la vida del Presidente Reagan.” De ahí en lo adelante, comencé a trasladarle, por motivos de seguridad, una versión modificada de la información contenida en el cable, sin que esta perdiera detalle alguno y garantizando que lo más importante como era los nombres de los involucrados, lugar, hora y tipo de armamento se recogiera sin alteración alguna.
Cuando terminé el dictado, en el cual iba traduciendo la versión del cable al idioma inglés, le expresé que había recibido instrucciones de mi gobierno de trasladar esa información a la mayor brevedad posible y por eso lo había seleccionado a él para realizar el traslado, por considerar que era un profesional en los problemas de seguridad.
Muller leyó todo lo que había escrito, para asegurarse de que no había alterado nada y estaban todos los elementos importantes. Cuando terminó me pidió le dijera si faltaba algo, como todo estaba recogido en el escrito, dijo, “Ahora no puedo ir para el juego de pelota, tengo que ir a la Misión, para enviar esta información de inmediato a Washington”.
Antes de irse, sin haber probado la cerveza que le habían servido, me dijo que seguramente el Servicio Secreto tendría necesidad de entrevistarse conmigo. Mi respuesta fue acompaña de un gesto de aceptación, contesté que no tenía inconveniente alguno, podían localizarme en la Misión, o en mi casa, pues no pensaba salir. Muller se dirigió hacia la puerta, pero cuando había dado unos pocos pasos se volteo hacia mí y dijo: “Gracias, Néstor; valió la pena” (It was really good)
Terminado el encuentro con Muller regresé a la misión y redacté un cable donde explicaba todos los pormenores de la actividad, en especial la hora en que había trasladado la información y lo planteado por Muller, de que seguramente los agentes del Servicio Secreto tratarían de entrevistarse conmigo. Si lo hacían, enviaría un nuevo cable informando de esa entrevista.
Aproximadamente a la una de la tarde me comuniqué con Sarah, que se había quedado en el apartamento, debido a lo intempestiva de mi salida hacia la Misión. Tenía buenas noticias, había preparado el almuerzo y todo estaba listo para cuando yo llegara; como todo marchaba normalmente en la Misión, salí para la casa. Durante el trayecto me siguieron dos carros, evidentemente del chequeo, quizás preocupados por los movimientos poco usuales que había realizado o las llamadas a la Misión estadounidense.
Aproximadamente a las cuatro de la tarde recibí una llamada en mi apartamento, eran los agentes del Servicio Secreto que habían viajado a New York, seguramente se habían entrevistado con Muller y ahora querían tener una entrevista conmigo, por lo que les dije los esperaba. Como es natural, no tuve que darles la dirección, ni ellos la pidieron.
Seguramente el control del chequeo era para tenerme localizado, pues los agentes del Servicio Secreto no llamaron a la Misión, evidentemente sabían que estaba en mi casa.
Serían las cuatro y media cuando Rubin, un puertorriqueño portero del edificio, llamó para saber si estaba esperando a “dos señores” y preguntó si los dejaba pasar. Mi respuesta fue positiva y a los cinco minutos estaban los agentes en mi apartamento. El primer comentario fue que el edificio tenía buena seguridad, pues en Washington hubieran podido llegar hasta la puerta del apartamento sin problema alguno y en New York, identificándose como del Servicio Secreto, el portero preguntaba si los dejaba pasar.
Los agentes eran dos hombres, jóvenes, blancos, pelados bien bajo, vestidos de traje, dentro de lo clásico, no tenían que decir a qué se dedicaban, por su presencia y aspecto se deducía fácilmente.
La entrevista se fundamentó, principalmente, en chequear lo que Muller les había informado, pues traían en sus manos copia del cable este había enviado. Como yo había previsto esa visita, tenía en mi poder la versión del cable de la Habana por la que le había dictado a Muller. Terminado el cotejo de ambos documentos, pudimos comprobar que no faltaba detalle alguno.
Las preguntas que realizaron los agentes pueden calificarse de clásicas en casos como este. Primeramente querían conocer quién había dado la información y cómo esta había llegado a mis manos. La respuesta era simple, yo no sabía quién había dado la información y esta había llegado a mis manos desde La Habana, por lo que desconocía como había llegado la información.
Al explicarles eso, asintieron con la cabeza y uno de ellos dijo que era lógico no quisiéramos dar la identidad de la persona que dio la información.
Ellos también se interesaron en saber si era posible me llegara alguna ampliación a dicha información. Yo les dije que era posible, pero no podía asegurárselo, que si llegaba algo se los trasladaría de inmediato. Ante esa posibilidad me dieron sus tarjetas y pidieron que si llegaba algo los llamara directamente, que no resultaba necesario hacerlo por medio de Muller. Evidentemente este era un negocio muy importante para tratarlo por medio de un intermediario.
Después que los agentes se marcharon, regrese a la Misión para informar a La Habana sobre la entrevista con el Servicio Secreto. Durante todo el trayecto, de mi casa a la misión, me siguieron dos carros, estos eran diferentes a los que me habían seguido anteriormente. Era evidente que habían cambiado la brigada de chequeo, pero la orden de mantenerme bajo control seguía vigente.
El lunes siguiente pudimos conocer que el Buró Federal de Investigaciones había detenido un grupo de personas en North Carolina, a las que se les hacían varias acusaciones, ninguna de ellas de estar preparando un atentado al Presidente Reagan. Este definitivamente viajó a dicho estado como parte de la campaña por la reelección al cargo de Presidente. Todo se encontraba bajo control.
A fines de esa propia semana, Muller me llamó por teléfono a la Misión para invitarme a almorzar, lo cual hicimos en el restaurante de delegados existente dentro del propio edificio de las Naciones Unidas.
Lo primero que hizo fue pedirme trasladara al Gobierno de Cuba el agradecimiento por la información brindada, también me informó que habían operado contra el grupo y que se había verificado todo lo informado. Cuando entramos en la parte menos formal del almuerzo, pude enterarme que su hijo era un buen pitcher zurdo y que ese sábado, había ganado el juego.
6 de junio 2015
- Dr. Néstor García Iturbe es editor del boletín electrónico El Heraldo (Cuba) sarahnes@cubarte.cult.cu
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