El gobierno griego ganó bien el referendo pero enseguida capituló
- Opinión
En cuestión de días el primer ministro griego, que había ganado la votación contra el ultimátum de la Unión Europea, pasó a capitular frente a ese bloque de poder. Ahora Grecia será víctima de los ajustes, pese a la votación popular.
El 5 de julio fue una fecha trascendente para la democracia griega. Es que el 62 por ciento de los votantes rechazó el ultimátum de la Unión Europea y especialmente Alemania frente a pedidos de refinanciación de Grecia.
Toda esa gente, por planteo del primer ministro Alexis Tsipras, votó la opción del NO. Y así superó ampliamente a los que, seducidos o prisioneros del chantaje de Angela Merkel y Unión Europea, votaban por el SÍ.
El fondo del conflicto es conocido. El país helénico es víctima de cinco años de ajuste y endeudamientos que condujeron a nuevos ajustes y a más graves endeudamientos, un círculo perverso que los argentinos sufrieron en carne propia hasta 2003. En Atenas ese vaciamiento fue conducido por la socialdemocracia (PASOK) y la derecha de Nueva Democracia, siempre allanados a las exigencias en espiral de “troika”: Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI.
El país fue arrojado al fondo del Egeo, con una recesión galopante, un desempleo del 25 por ciento (duplicado en las franjas de los jóvenes) y una deuda que llegó al 180 por ciento del PBI, o sea impagable.
En los últimos años aquellos tres poderes extranjeros, tomando a Grecia de vasallo, condicionaron dos paquetes “de ayuda”, con recetas típicas del neoliberalismo. Y así, en el apogeo de la crisis y la pauperización, apareció una voz de rebeldía en el escenario político, pues en enero de 2015 triunfó un partido de centroizquierda, con el 36 por ciento de los votos. Era Syriza, con su joven dirigente Tsipras, proveniente de las juventudes comunistas y luego corrido a posiciones menos radicalizadas. Llegó a la jefatura del gobierno en alianza con ANEL, Griegos Independientes.
Sus promesas eran terminar con la austeridad reclamada por la “troika”, y reducir o reprogramar la deuda externa, para que no se pagara con las privaciones de las mayorías. Así se pobló de multitudes, sobre todo jóvenes, la plaza Sintagma (Constitución) de Atenas, cuando Syriza accedió al gobierno.
En febrero, a poco de asumir, comenzó un tire y afloje con la UE en términos políticos y con el Euro-grupo de 19 naciones que usan el euro como moneda común. No hubo acuerdos. Entre tanto, en junio pasado, el país deudor no pudo hacer frente a un vencimiento de 1.600 millones de dólares, por lo que a fin de ese mes ingresaría en el default. Antes de eso, el 25 de junio, los popes de Europa reclamaron a Syriza que accediera a condiciones, muy severas, de ajuste. Y el joven primer ministro no las aceptó. Más aún, contestó al ultimátum con una salida irreverente: convocó a un referendo que el país se expresara mediante el voto sobre si se aceptaban o no esos reclamos imperiales. Y Tsipras pidió el voto por el NO. Las bases lo apoyaron masivamente pues el resultado fue de 62 por ciento por esa opción contra 38 por una claudicación nacional.
De pronto la traición
La victoria popular del referendo tuvo gran impacto en Europa y el resto del mundo. El martes 7 esta columna tituló: “Atenas, capital pro-témpore de la democracia no fondomonetarista. Sin embargo el autor estaba muy lejos de pensar que lo de “pro-témpore” iba a ser tan efímero. Es que a 24 horas del escrutinio ya los dirigentes griegos viajaban a Bruselas para ofrecer nuevos términos de negociación. Se suponía que el impacto de la votación ablandaría la resistencia de Merkel y sus secuaces.
No fue así. La “troika” pidió que el gobierno helénico formulara una propuesta concreta con concesiones más amplias y dolorosas que las solicitadas con anterioridad.
Y lejos de rechazar esas pretensiones, Tsipras y su gabinete económico aceptaron esa exigencia, previo paso por el parlamento. Los jefes de la UE quisieron que el primer ministro sufriera el baldón de ir al Congreso a pedir exactamente lo contrario de lo que había pregonado la semana anterior, para entrar en una negociación humillante.
No le fue fácil al jefe de gobierno lograr ese voto de respaldo. Hubo 17 parlamentarios de Syriza que le votaron en contra, entre ellos la presidenta del parlamento, Zoe Konstantopoulou; miembros de Plataforma de Izquierda y 4 legisladores provenientes del maoísmo. Otros 15 diputados apoyaron a Tsipras pero a la vez declararon que comprendían el voto contrario de aquellos 17 y se juramentaban a votar en contra de paquetes de ajustes. Estos centristas procuraron salvar al gobierno, porque si su líder no lograba la aprobación iba a caer y debían hacerse nuevas elecciones por carecer de respaldo parlamentario. Así y todo, se evidenciaron grietas muy profundas al interior de Syriza y también de su socio de coalición, ANEL.
La rendición
Con el respaldo bien que relativo del Congreso para volver a negociar, aún en los peores términos exigidos por la “troika”, Tsipras se reunió con Merkel y el francés Francois Hollande, este último preocupado por salvar la zona del euro y que Grecia permaneciera allí.
En simultáneo, el nuevo ministro de Finanzas, Tsakalotos, también debió comparecer ante el Euro-grupo en Bruselas y aguantarse el bombardeo político e ideológico de su titular, el holandés Jeroen Dijsselbloem. En esos aprietes también participaban los presidentes del Banco Central Europeo, Mario Draghi, y de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, además de funcionarios del FMI, que mantenían a su jefa Christine Lagarde al tanto de los acontecimientos.
El sábado 11 se reunió el Euro-grupo para considerar la claudicante propuesta helénica y reclamarle más ajuste. Lo considerado fue llevado al día siguiente, siempre en Bruselas, al cónclave de los jefes de gobierno de la Euro zona, que en los hechos conduce Merkel aunque formalmente el titular del Consejo Europeo sea el polaco Donald Tusk.
La discusión duró 17 horas y fue muy complicada, pero la peor parte la llevó Tsipras, porque terminó aceptando casi la totalidad de los planteos de ajuste de la vieja Europa y que él había siempre puesto como ejemplo de lo que no debía hacerse. Esos líderes de potencias imperiales se deben haber cebado con el izquierdista moderado para que pague por lo que supuestamente debe Grecia, pero también se cobraron un sobreprecio para castigar su fugaz intento de rebeldía. De ese modo las altas burguesías del viejo continente creen asegurarse la tranquilidad de que no habrá nuevos gobiernos que apelen al voto popular para zafar de los ajustes y mucho menos apelarán a la movilización de las clases afectadas.
Duro ajuste
La verdad sea dicha, este cronista no imaginó semejante y veloz capitulación del progresismo helénico. Lo único que alcanzó a objetar, en la nota de LA ARENA del 7/7, fue que Tsipras hubiera pedido la renuncia de su valiente ministro de Finanzas, quien había lidiado con la “troika”. Esa advertencia decía: “Contradictoriamente a esa fortaleza del vencedor, llamó la atención la renuncia al día siguiente de su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, y su reemplazo por Euclid Tsakalotos. El funcionario había sido uno de los principales negociadores con los acreedores, ejecutando las orientaciones del presidente. Se ganó la fama de duro por ello. Y en su renuncia dijo que esos acreedores no querían verlo en la nueva negociación y renunciaba por ello para facilitar las chances de un arreglo en un todo de acuerdo con Tsipras. Pareció una concesión exagerada y fuera de lugar, cuando los que debían entregar algunas piezas eran los poderes fácticos europeos tras su derrota”.
El que entregó la cabeza de Varoufakis y las de muchos trabajadores, jubilados y pensionados fue Tsipras, desairando sus promesas de la elección de enero y del referendo de julio.
Las condiciones exigidas por Europa son: aumento de la edad jubilatoria a 67 años, elevación del IVA para la mayoría de los productos, cambio en la legislación laboral para favorecer despidos, recortes del gasto y aumento del superávit fiscal hasta el 3.5 por ciento en 2018, etc. Y una de las exigencias más dolorosas, la privatización de empresas, entre ellas la de distribución de energía, ferrocarriles, aeropuertos y puertos. El gobierno griego debe poner empresas públicas dentro de un fondo fiduciario hasta un monto de 50.000 millones de euros, controlado por la “troika”, que irá privatizando esas firmas y bancos para asegurarse el cobro de los préstamos anteriores y este tercer paquete por hasta 82.000 millones de euros.
La única “ventaja” para Grecia es que los acreedores podrían aceptar una reprogramación de su deuda, pero eso se concretaría en octubre próximo, cuando ya el ajuste sea una realidad sangrante. Y no habrá quita de la deuda sino, a lo sumo, estiramiento de plazos y rebaja de intereses.
Es muy doloroso decirlo, pero Atenas dejó de ser la capital pro-témpore de una democracia no fondomonetarista. En días su gobierno pasó a flamear la bandera de la capitulación, aunque su población, sorprendida y desmoralizada, no se ha rendido aún. Si Grecia no se rindió en 1941 ante la ocupación alemana se puede tener confianza que va a resistir de muchas maneras esta ocupación distinta en las formas pero con similar signo de deshumanidad.
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