Dime quién es tu ministro de Hacienda y te diré quién eres
- Opinión
Como lo lees. El o la presidente se dedican a inaugurar los crisantemos, a dar el puntapié inicial de algún pinche partido de futbol, o a hacer claque en una de las innumerables reuniones internacionales en las que deciden China, EEUU, Rusia, Japón y Europa, en ese orden. En estricto rigor… ¿a quién le importa quién es el o la presidente?
El ministro de Hacienda es otro cuento. En el orden de las cosas trascendentes, este economista (suele ser un economista) precede a dios y a la virgen María, al Papa desde luego, así como a todo dignatario segundón por muchas medallitas que ostente en el pecho o en la solapa. En los gobiernos fungen de Messi: son los que hacen los goles.
Dos grandes países, Argentina y Brasil, acaban de sustituir al suyo, lo que nos da una inmejorable oportunidad para saber cómo llegan al trono. En la materia hay una alternativa simple: o bien son el producto de la influencia de los mercados –léase de la comunidad financiera– o bien son unos hijos de la chingada que sólo vienen a crear incertidumbre e inestabilidad, y a socavar la confianza.
Al iniciar su segundo mandato Dilma Roussef creyó oportuno satisfacer a los mercados nombrando ministro de Hacienda a Joaquim Levy, un menda venido directamente de un Banco: el Bradesco. Poco importó que Dilma ganase las elecciones apoyada en un programa económico en las antípodas de la doxa neoliberal del ministro. Había que restaurar la confianza, disipar la incertidumbre, dopar la estabilidad, asentar la gobernabilidad, tú ya sabes, la panacea del crecimiento y la felicidad en la tierra según Tironi, Correa y Lagos.
Ni corto ni perezoso Levy emprendió las reformas que le gustan a los mercados: “endurecimiento de las reglas para tener acceso al seguro de desempleo y a la previsión, (…) posibilidad de acuerdos de indulgencia para con las empresas investigadas por esquemas de corrupción” y reducción del gasto público. Como el remedio iba matando al enfermo, Dilma Roussef lo sustituyó por Nelson Barbosa, economista que arrastra el pecado original de ser “desarrollista”. Mala cosa.
Dilma ya había pensado en él como ministro de Hacienda, pero, como dice el diario O Estado de Sao Paulo “sabía que el mercado financiero le tenía reparos…”. Su llegada a Hacienda provocó, ipso facto, la caída de la Bolsa de Valores de Sao Paulo en un 2,98% mientras que el dólar subió en un 1,75% llegando a 3,96 reales.
Celso Ming, columnista del citado diario, escribe que Nelson Barbosa “fue y será recibido con reservas por los empresarios y por los analistas económicos, por su fuerte identificación con una política desarrollista…” lo que en su vocabulario es asimilado a intervención del Estado. Desde Brasilia, Adriana Fernandes previene que Barbosa debe “alejar la desconfianza del mercado financiero…”.
Áecio Neves, presidente de la socialdemocracia brasileña, derrotado por Dilma Roussef en las elecciones presidenciales del 2014, declara: “El mérito de Barbosa es agradarle al PT”. ¿Qué imagina el fracasado Áecio? ¿Qué hay que agradarle a él?
Como no podía faltar, el imperio también se pronunció. Altamiro Silva Junior, corresponsal en New York, informa: “Wall Street ve la designación (de Barbosa) como una decepción”.
Luis Gonzaga Belluzzo, ex secretario de Política Económica, da consejos: “La economía capitalista no crece sin la expansión del rendimiento de los asalariados y del lucro de las empresas. Hay que estimular el crecimiento. Todo el mundo está esperando eso.” Parece economista chileno.
Belluzzo es una copia de Ricardo Lagos, en más franco. Su pócima milagrosa son las concesiones públicas al sector privado. La “ciencia” de estos caretas es el apoyo mutuo: se citan unos a otros, lo que da la impresión de la cosa juzgada. Belluzzo asegura que “las concesiones públicas son una tesis muy defendida por muchos economistas bien conceptuados en el mundo, incluido Olivier Blanchard”.
Olivier Blanchard, francés, economista jefe del FMI, fue el que vino a la TV a confesar que el FMI se equivoca en sus calculitos un día sí y el otro también, lo que contribuyó mucho al hundimiento de Grecia, perdone la muerte del niño. La ciencia circuital funciona: lo dijo Blanchard, que a su vez cita a Belluzzo, que si fuese necesario citaría a Lagos. La misma ignorancia, los mismos intereses, repetidos hasta la nausea, generan la verdad revelada.
Mientras tanto, Joaquim Levy, el tipo adorado por Wall Street y la comunidad financiera brasileña, deja un país en el que el desempleo en noviembre fue el peor en 24 años. Para los hogares, el gasto en transporte y comida es el mayor desde el año 2002 (IPCA-15: índice amplio de precios al consumidor).
Liberada de las maniobras que buscaban hacerla dimitir, Dilma Roussef parece haber escuchado a quienes, desde su partido (PT) y los movimientos sociales, para no mencionar a Lula, le decían que la política económica iba por mal camino.
Sin embargo, nada está resuelto. Nelson Barbosa debe equilibrar las cuentas públicas, y el Estado brasileño debe proceder alguna vez a una profunda reforma tributaria que simplifique la vida de las empresas y restaure la justicia fiscal.
Los pobres no pagan impuestos porque no tienen con qué. Los ricos no pagan impuestos porque ¿dónde se ha visto? Queda la muy cacareada “clase media” que, a fuerza de pagar impuestos llega a pobre. Jodida tarea tiene Barbosa. Pero a su haber tiene que Brasil es un país riquísimo, en donde la formación profesional aporta una masa de trabajadores altamente calificados.
Lo que podría hacer realidad el sueño de Belluzzo: “La economía capitalista no crece sin la expansión del rendimiento de los asalariados y del lucro de las empresas.” Sólo que los trabajadores brasileños quieren compartir la riqueza generada con el aumento de su propia productividad. Ahí está el detalle. Nelson Barbosa parece ser sensible a ese deseo, lo que lo transforma, a ojos de los mercados financieros, en un hijo de la chingada.
¿Y Argentina? Es lo mismo, pero pidiendo por abajo. Allí, sigue mandando la influencia de los mercados.
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