La identidad de los progresismos en la balanza

21/12/2015
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 510: ¿Fin del ciclo progresista? 03/12/2015

La situación de los progresismos está bajo un intenso debate.  Se suman evidencias de problemas en varios frentes, se extienden los desencuentros con movimientos sociales, y asoman resultados electorales negativos, como acaba de ocurrir en Argentina.  Debatir sobre los progresismos está muy bien, pero no siempre es sencillo.

 

Es que abundan las posturas dogmáticas refugiadas en los extremos, donde unos atacan a los progresismos buscando revanchas y acusándolos de todos los males, y otros los defienden ciegamente como si representaran a los paraísos que soñamos.  Propongo, en cambio, un examen más mesurado y riguroso.

 

Precisar los conceptos

 

El primer paso es evaluar la situación actual de los progresismos frente a esas posiciones extremas.  Hay quienes sostienen que se han derechizado o que expresan un nuevo neoliberalismo.  Eso es un error, ya que los progresismos están muy lejos de esas prácticas, aunque para dejar esto en claro es necesario precisar el sentido de la categoría “neoliberalismo”.

 

En sus formulaciones estrictas (inspiradas en L. von Mises y F. Hayek), se refieren a defensas extremas del mercado, la ampliación de la mercantilización, remoción del Estado de muchos sectores, rechazo de la idea de justicia, e incluso una anulación de la democracia para defender un régimen distinto, la demarquía.

 

La ampliación de la mercantilización encierra otros tantos extremismos, tales como convertir a casi todo en mercaderías, asignándoles un valor económico y derechos de propiedad.  Buscan un Estado mínimo que debe asegurar algunas funciones básicas y el funcionamiento del mercado.

 

Obviamente cualquiera de los progresismos actuales, desde los moderados a los más radicales, están lejos de ese extremo neoliberal.  En los progresismos, el Estado está presente en varios sectores, se regulan segmentos del mercado, se reivindican medidas para la justicia social, y todos actúan bajo regímenes democráticos formales.  Sin duda se discutirá, por ejemplo, si esas empresas estatales son eficientes o si los programas contra la pobreza son exitosos, pero el punto es que ninguna de esas prácticas serían posibles bajo administraciones neoliberales en sentido estricto.

 

Buena parte de esa confusión se debe a que muchos analistas y la prensa han inflado el concepto de neoliberalismo, sumándole también a conservadores, liberales y neoconservadores.  De la misma manera, parecería que cualquier instrumento económico sería neoliberal.  Y por si faltara algo más, los propios progresismos acusan de ese mismo mal a cualquier crítica.  Se llega así al estado actual, donde progresistas y opositores se acusan mutuamente de neoliberales.

 

Los progresismos

 

Al abordar las posiciones contrarias, como los que proclaman que los progresismos son la mejor y más pura izquierda, también se debe reconocer que ese no es el caso.  Dejando en suspenso qué se quiere decir por “izquierda”, está claro que los progresismos están profundamente insertados en los capitalismos, tanto a nivel nacional como local.  Mantuvieron, e incluso incrementaron, su papel económico como proveedores de materias primas, aceptaron las estructuras y dinámicas de la globalización, y en casi todos esos países el sector bancario no ha dejado de crecer.  Insistieron tanto con las compensaciones económicas que mantuvieron, por otras vías, la mercantilización de la vida social y de la naturaleza.

 

Es cierto que se ensayaron emprendimientos que buscaron desengancharse del capitalismo, como pueden ser algunas empresas nacionalizadas o circuitos económicos locales (por ejemplo, en Venezuela).  Pero todo indica que fueron dependientes de inyecciones de capital, solo posibles en esos tiempos de altos precios de las materias primas.

 

En realidad, los progresismos expresan regímenes políticos heterodoxos, donde coexisten novedades que podrían identificarse como de izquierda, junto a otras más conservadoras; se hicieron algunas innovaciones pero a la vez permanecieron componentes que se arrastran desde las décadas neoliberales.

 

También es necesario considerar que los progresismos no son estáticos y cambiaron mucho en la última década.  Por ejemplo, el progresismo inicial en Argentina, con un Néstor Kirchner devolviendo los dineros adeudados al FMI para liberarse de sus condicionalidades, es muy distinto de las acciones finales de Cristina F. de Kirchner, tales como el contrato secreto por explotación de hidrocarburos que firmó con Chevrón.  Aquellos progresismos iniciales, con todo su entusiasmo, tenía mucho de las izquierdas, pero en su forma actual son más contradictorios y aparecen fatigados.

 

Discurso y práctica

 

Finalmente, es indispensable analizar tanto los discursos como las prácticas.  Los progresismos han desplegado discursos floridos con elementos de la izquierda, como citar repetidamente a Marx o Lenin, y con reivindicaciones de enorme importancia, como invocar a los pueblos indígenas.  Eso tiene muchos aspectos positivos; por ejemplo, contribuir a un pensamiento propio latinoamericano o derribar los miedos a citar autores marxistas.

 

Pero las prácticas concretas, lo que realmente hacen esas administraciones o sus integrantes, pueden ser muy distintas.  Hay ejemplos donde las medidas gubernamentales terminaron sirviendo a intereses empresariales, cobijaron la corrupción, manipularon a sectores como los indígenas, e incluso los reprimieron.

 

También hay pequeñas historias que, como se repiten en todos los países, tienen grandes efectos.  Es el caso de empresarios o funcionarios (o sus familiares) convertidos en “nuevos ricos” al amparo del Estado, o gobernantes que exhiben con ostentación costosas vestimentas y alhajas.  Todo eso sin dudas está reñido con los ideales de la izquierda.

 

Siguiendo este tipo de análisis se llega a una conclusión clave: los progresismos actuales son una postura política distinta de las izquierdas que le dieron origen a finales de los años noventa.  Ha tenido lugar una gran divergencia, y eso ha desembocado en los progresismos como una expresión política distintiva y con identidad propia.

 

La denominación de “progresista” es muy apropiada porque estas administraciones se llaman a sí mismas de esa manera, pero además porque son enérgicos defensores del “progreso”, expresado en su compromiso con el crecimiento económico, aumento de exportaciones y captación de inversiones.

 

Izquierdas y progresismos

 

Las izquierdas de finales de 1990, eran abiertas, lo que permitió la coparticipación de amplios sectores sociales, y plurales al aceptar distintos énfasis sin rechazarlos o demonizarlos.  Entre otras cosas, también cuestionaban las concepciones del desarrollo, apostaban a extender los derechos y radicalizar la democracia, y tenían una visión ampliada de la justicia.   Como se acaba de repasar, los progresismos poco a poco se apartaron de ese sendero, y maduraron hacia otras estrategias y posturas.   

 

Es importante advertir esta distinción entre izquierdas y progresismos para no caer en debates que son tanto confusos como estériles.  Es necesario poder llevar adelante un balance de los progresismos, identificando en su propia heterodoxia, que tendrán aspectos positivos y otros negativos.

 

Entre los efectos positivos se cuentan su éxito en detener la ola de las reformas de mercado y refortalecer al Estado, mantener mecanismos democráticos básicos y sostener algunos avances en la integración continental.  En algunos casos se han apoyado derechos ciudadanos (incluyendo novedades como el casamiento igualitario en algunos países), libertades sindicales y se redujo la pobreza.  Otros elementos se señalaron arriba.

 

Pero también tienen impactos negativos, tales como su dependencia de los extractivismos y los inversores internacionales, sus programas sociales muy dependientes de compensaciones económicas y el consumismo.  Se han conformado “Estados compensadores” que oscilan entre ceder al capital para asegurar exportaciones, inversiones y crecimiento económico, y restringirlo, para poder implantar algunas medidas sociales.

 

De esa manera, el Estado lleva adelante estrategias de desarrollo apelando una y otra vez a distintas compensaciones para amortiguar algunos impactos sociales y controlar la protesta ciudadana.  Son gobiernos que han quedado atrapados en la lucha por los excedentes.  Por esto, han caído en restricciones de los derechos ciudadanos cuando la movilización social cuestiona, por ejemplo, a los extractivismos, y han llegado a usar la represión (por ejemplo en Bolivia y Ecuador).

 

La democracia no se radicalizó ni profundizó, pero en cambio se fortaleció un hiperpresidencialismo ensimismado en personalismos (obsesionados en conservar todos los espacios de poder estatal, como se aprecia en Venezuela).  Todo esto desembocó en crecientes rupturas y enfrentamientos con movimientos sociales (como campesinos, indígenas, mujeres, ambientalistas, etc.).  En todos los países, nos dejan un legado ambiental muy negativo y enormes pérdidas del patrimonio ambiental.

 

Agotamiento

 

Establecidos estos claroscuros, se puede concluir que no nos encontramos ante un “final” de los progresismos.  Buena parte de ellos se mantienen en sus gobiernos, e incluso si pierden una elección presidencial, como ocurrió en Argentina, tendrán su representación parlamentaria.  En cambio, lo que se observa es un agotamiento en sus capacidades de innovación, de buscar alternativas y en radicalizar la democracia.  Escasean las explicaciones convincentes sobre muchas medidas recientes, y entonces se refugian en sostener que no existe una izquierda más allá de ellos mismos, cayendo en una nueva versión del “no hay alternativas” que antes solo se escuchaba en labios de los defensores del “pensamiento único”.

 

El debate que ahora necesitamos no está tanto en insistir en lo bueno o malo de los progresismos, sino en analizar las implicancias de su agotamiento.  Por un lado, está el riesgo que las actitudes progresistas más recientes alimenten reacciones ciudadanas que desemboquen en gobiernos conservadores.  Por otro lado, hay que analizar las posibilidades y límites que nos heredan los progresismos para retomar transformaciones comprometidas con unas izquierdas abiertas, plurales e independientes.

 

- Eduardo Gudynas es analista en temas de desarrollo en Montevideo (Uruguay); twitter: @EGudynas

https://www.alainet.org/es/articulo/174393
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