El ambiente y los Carnavales
- Opinión
El despilfarro de agua durante los Carnavales se ha convertido en el tema central de las fiestas de 2016. El debate en torno al desenfreno generalizado y los daños colaterales – borracheras, riñas, conflictos domésticos, accidentes de tránsito, entre otros – fue desplazado por la discusión en torno a la práctica de sacar tanques cisternas para bañar a jóvenes y viejos durante los culecos de los cuatro días de fiesta.
El país y, especialmente, Azuero pasan por un período de sequía que ha convertido a los ríos prácticamente en quebradas. La mayoría de la población del país ha manifestado que los Carnavales se pueden celebrar sin el derroche de agua que caracteriza a estas fiestas desde hace dos o tres décadas.
Los grandes camiones cisternas que se ubican en lugares estratégicos para literalmente ‘bañar’ a los entusiasmados fiesteros es una costumbre reciente. En el pasado, los niños salían con sus baldes de agua para ‘mojar’ a los transeúntes. Los más entusiastas perseguían a sus pretendidas lanzando agua por el parque, incluso internándose en las casas de familia. Era el relajo – los culecos - en el mejor sentido de la palabra.
El debate destaca un aspecto relevante de la cultura del país y de quienes gobiernan. No existe política ambiental que oriente a los panameños en su accionar frente a la naturaleza. El Ministerio del Ambiente está atrapado en un juego de intereses políticos y económicos. El presidente Varela no logra elevarse sobre el ‘dime y direte’ y cae víctima de sus propias limitaciones.
Varela y su equipo ambiental regresaron recién de una reunión sobre el cambio climatológico. Propuso organizar un plan de acción en la lucha contra la contaminación global. Sin embargo, frente a las denuncias de importantes sectores del país en contra del despilfarro de agua durante los Carnavales, no fue capaz de definir con claridad el problema y tomar la acción necesaria.
El despilfarro de agua está íntimamente asociado con el desenfreno de quienes sólo ven en las fiestas una forma de hacer ganancias económicas sin responder por los daños que le hacen al ambiente. La política gubernamental que se impone en Panamá desde hace varios lustros es la de des-regular toda actividad social o económica. No importa que ponga en peligro el ambiente. La mayoría de los que alcanzan posiciones de decisión en los gobiernos de turno no tienen claro el significado de la palabra ambiente.
Para algunos es la fauna que recorre los patios de sus casas o que están escondidos en los bosques. Para otros son las aguas que fluyen por los ríos o que se encuentran en los mares. La Autoridad del Canal de Panamá (ACP), que tiene interés en proteger la cuenca que alimenta de agua a la vía interoceánica, tampoco tiene una idea muy clara. Su reglamento de operaciones señala que el ambiente es el “conjunto de condiciones físicas y biológicas de un lugar que influyen y condicionan… la actividad de los seres vivos”. Es una definición incompleta.
El ambiente es la relación entre la sociedad (su población, cultura y proyectos) y la naturaleza. En el siglo XX el modelo de producción mundial puso en peligro la existencia de la humanidad al alterar la relación entre sociedad y naturaleza. En el siglo XXI nos dirigimos cuesta abajo sin poder regular los intereses de quienes insisten en destruir el ambiente (la relación entre sociedad y naturaleza) para asegurar sus ganancias. La naturaleza sabe defenderse muy bien. Sabrá recuperarse de los abusos. El modelo de producción global está destruyendo a la humanidad.
Suspender las ‘mojaderas’ con tanques cisternas no contribuirá a poner fin a la sequía que experimenta el país. En realidad ese no es el problema. El problema es la incapacidad de quienes dirigen el país de poner un mínimo de orden. Pasa lo mismo en la extracción de arena y piedras de los ríos o la construcción de represas. Peor aún, no se respetan las reglas en la gran minería o en la tala de los bosques.
La sequía que golpea al país, especialmente a Azuero, ha hecho que muchos sectores censuren el despilfarro de agua. Señalan, con razón, que es preferible celebrar los Carnavales sin los tanques cisternas. Pero, no olvidemos, el problema de fondo no son los culecos. Es la falta de respeto de quienes nos gobiernan para atender las necesidades de la gente, incluso durante los Carnavales.
- Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA
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